1 de noviembre
del 2000
La
política como el arte de construir
una fuerza social antisistémica
Marta Harnecker
América Libre
1. Los difíciles tiempos actuales y las dificultades de un perfilamiento
alternativo
Finalizando el Siglo XX tenemos que reconocer que vivimos tiempos angustiosos,
plenos de confusión e incertidumbre. El deterioro del nivel de vida de
la mayoría de la población del planeta, incluyendo a sectores
cada vez más amplios de las capas medias, es alarmante; la amenaza del
desempleo es una precupación presente tanto en los países desarrollados
como en los países pobres; la fragmentación social y organizativa
ha llegado a grados extremos; el deterioro del medio ambiente amenaza la supervivencia
de las futuras generaciones; la corrupción generalizada produce un amplio
efecto desmoralizador; sigue estando presente el peligro de guerra, incluso
nuclear. Frente a esta realidad una opción alternativa socialista (o
como se la quiera llamar) se hace más urgente que nunca, si no estamos
dispuestos a aceptar esta cultura integral del desperdicio, material y humano,
que como dice el sociólogo cuba-no Juan Antonio Blanco no sólo
genera basura no reciclable por la ecología, sino también desechos
humanos difíciles de reciclar socialmente al empujar a grupos sociales
y naciones enteras al desamparo colectivo (Blanco 1995: 117). Son enormes los
desafíos que esta situación plantea a la izquierda y ésta
no está en las mejores condiciones para enfrentarlos. La derrota del
socialismo en Europa del Este y la URSS no sólo cambia drásticamente
la correlación de fuerzas en favor de las fuerzas más reaccionarias,
transformando a los Estados Unidos en la potencia hegemónica sin contrapesos,
sino que, al mismo tiempo, hace desaparecer del horizonte al principal referente
práctico en la lucha por el socialismo. Su quehacer político está
huérfano de modelos explicativos y orientadores: la mayoría de
los viejos modelos se ha derrumbado y los nuevos no logran demostrar su efectividad.
Existe un exceso de diagnóstico y una ausencia de terapéutica.
Todo esto dificulta el perfilamiento alternativo de la izquierda, pero hay otros
dos elementos que contribuyen a ello: por una parte, que la derecha se haya
apropiado inescrupulosamente del lenguaje de la izquierda, lo que es particularmente
notorio en sus formulaciones programáticas: palabras como reformas, cambios
de estructura, preocupación por la pobreza, transición, forman
hoy parte del discurso habitual de la derecha. Por otra, la tendencia cada vez
más generalizada de la izquierda a adoptar una práctica política
muy poco diferenciada de la práctica habitual de los partidos tradicionales,
sean de derecha o de centro. Y esto se da en el contexto de un creciente escepticismo
popular en relación con la política y los políticos: cada
vez más gente rechaza las prácticas partidarias clientelistas,
poco transparentes y corruptas; los mensajes que se quedan en meras palabras,
que no se traducen en actos. Cunde la indiferencia y ésta sólo
favorece a las clases dominantes, las que suelen lograr una adhesión
limitada, pero mayor que las fuerzas de izquierda que, por otra parte, muy a
menudo se presentan divididas a las contiendas electorales. Es sintomático,
por ejemplo, que en Chile más de 800 mil jóvenes hayan optado
por no inscribirse en los registros electorales, o que la abstención
en las últimas elecciones presidenciales y en El Salvador haya sido de
más de un 60 %.
2. Rechazo a la concepción de la política como el arte de lo posible
Una parte de la izquierda, y en algunos países, por desgracia, la mayoritaria,
al constatar la imposibilidad inmediata de cambiar las cosas debido a la tan
desfavorable correlación de fuerzas hoy existente en su propio país
y en el mundo, consideran que no le queda otro camino que ser realista, reconocer
esa imposibilidad y limitarse a adaptarse oportunista-mente a la situación
existente (Hinkelammert, 1995:151-55). Adopta, al decir de Gramsci (1971:79),
la actitud de los diplomáticos, quienes deben buscar la mejor forma de
desempeñarse dentro de los marcos estatuidos, sin buscar cambiar la situación.
La política así concebida excluye, de hecho, todo intento por
levantar una alternativa frente al capitalismo neoliberal.
Considero que la izquierda, si quiere ser tal, no puede instalarse en lo ya
estatuido, como si las correlaciones de fuerzas y las reglas del juego fuesen
inmodificables; no puede, por lo tanto, concebir la política como el
arte de lo posible. Todo su accionar debe ir dirigido justamente a cambiar esta
situación. Pero a la concepción de la política como arte
de lo posible no se debe oponer una política voluntarista, que ignore
las circunstancias concretas en las que hay que actuar, que pretenda crear de
la nada. La izquierda debe partir de la realidad efectiva, pero al mismo tiempo
debe aplicar su voluntad a la creación de una nueva correlación
de fuerzas, partiendo de lo que en esa realidad hay de progresista para reforzarlo
y de limitante o freno para combatirlo. Se trata de partir de la realidad efectiva,
no para someterse a ella, como lo hace la izquierda «diplomática», sino
elaborar una estrategia que le permita dominarla y superarla o al menos contribuir
a ello.
Para la izquierda consecuente, la política debe consistir, entonces,
en el arte de descubrir las potencialidades que existen en la situación
concreta de hoy, para hacer posible mañana lo que en el presente aparece
como imposible. De lo que se trata es de construir una correlación de
fuerzas favorable al movimiento popular, a partir de aquello que dentro de sus
debilidades constituye sus puntos fuertes. Y ¿cuáles son los puntos fuertes
del movimiento popular? La respuesta a esta pregunta depende de cada época
histórica y de la situación de cada país. Para los trabajadores
de la revolución industrial, su fortaleza radicaba en su fuerza núme-rica,
la existencia de grandes concentraciones obreras, su capacidad de organización,
su identidad como clase oprimida. La organización y la unidad de los
trabajadores, cuantitativamente mucho más numerosos que sus enemigos
de clase, era su fuerza, pero era una fuerza que había que construir,
y sólo tomando ese camino se volvió posible aquello que inicialmente
parecía imposible: doblegar a los capitalistas obligándoles a
reconocer jornadas de trabajo cada vez más cortas, a aceptar su organi-zación
sindical, a otorgarles salarios más altos y en general mejores condiciones
de trabajo y de vida. Hoy, esa situación ha variado mucho, es necesario
hacer un diagnóstico y determinar en la situación actual cuáles
son estos puntos fuertes que el movimiento popular debe potenciar, para que
se pueda construir realmente una fuerza antisistema. No basta ya la unidad de
trabajadores directamente explotados por el capital, es necesario construir
lazos entre todos los sectores sociales perjudicados por el sistema neoliberal,
que cada día son más.
3. La política como construcción de una fuerza social antisistémica
Concebir la política como construcción de fuerzas, implica abandonar
la visión tradicional de la política que tiende a reducirla exclusivamente
a lo relacionado con las instituciones jurídico políticas y a
exagerar el papel del estado; en esta visión caen tanto los sectores
más radicales de la izquierda, como los más moderados: los primeros
centran toda la acción política en la toma del poder político
y la destrucción del estado y los más reformistas en la administración
del poder político o ejercicio de gobierno. Todo se concentra en los
partidos políticos y en la disputa en torno al control y la orientación
de los instrumentos formales de poder (Ruiz, Carlos, 1998: p.13); los sectores
populares y sus luchas son los grandes ignorados.
Pensar en construcción de fuerzas es también superar la estrecha
visión que reduce el poder a los aspectos represivos del Estado. El poder
enemigo no es sólo represivo sino también, como dice el sociólogo
chileno Carlos Ruiz, constructor, mol-deador, disciplinante. Si el poder de
las clases dominantes sólo actuase como censura, exclusión, como
instalación de obstáculos o represión, sería más
frágil. Si es más fuerte es porque además de evitar lo
que no quiere, es capaz de construir lo que quiere, de moldear conductas, de
producir saberes, racionalidades, conciencias, de forjar una forma de ver el
mundo y de verlo a él mismo. (1998:14). Pensar en construcción
de fuerzas es también superar el antiguo y arraigado error de pretender
construir fuerza política sin construir fuerza social.
Ahora bien, lo que más temen y, por eso, lo que más combaten las
clases dominantes es justamente el surgimiento de una fuerza social antisistema:
que los sectores populares se unan y se organicen para reivindicar sus derechos
y rechazar el sistema imperante. Los pobres dispersos y con una actitud mendicante
no le producen problemas, de ahí su prédica a favor de soluciones
individuales, y su restricción de la política al escenario jurídico
político institucional. Y si esto ha sido siempre válido, lo es
más aún hoy, bajo el neoliberalismo, cuando un elemento clave
de la estrategia de poder de las clases dominantes es conseguir la máxima
fragmentación de la sociedad, porque una sociedad dividida en diferentes
grupos sociales minoritarios, aislados unos de otros, impide que surja una mayoría
cuestionadora de la hegemonía vigente. La clave para mantener a estos
grupos aislados unos de otros es buscar concientemente desorientarlos respecto
a sus posibles objetivos comunes, estimular las contradicciones que puedan existir
entre ellos, para que no asuman luchas colectivas e impedir que se creen espacios
en que se puedan proyectar objetivos que vayan más allá de cada
grupo particular, es decir, que puedan ser compartidos por otros grupos, dando
paso a potenciales acuerdos y alianzas.
De ahí que una de las tareas más fundamentales de la izquierda
sea la superación de la dispersión y atomización del pueblo
explotado y dominado; la construcción de su unidad. Y para lograrlo debe
tener en cuenta los obstáculos creados por la estrategia de las clases
dominantes. Esto implica no dejarse llevar por la situación, sino actuar
sobre ella seleccionando, a través de un análisis político
global, los espacios y conflictos donde debe concentrar sus energías
en función del objetivo central: la construcción de fuerza popular.
Concibo entonces la política como el arte de la construcción de
una fuerza social antisistema y pongo el acento en la palabra «construcción»,
porque no se la puede concebir como algo ya dado sino como algo que hay que
construir. No basta la suma de grupos y movimientos sociales: coincido con Erich
Hobsbawm en que si sólo se suman minorías, especialmente si se
trata de grupos heterogéneos, no se obtienen mayorías (1997: 33).
4. La organización política en la construcción de esa fuerza
Pero para construir esta fuerza social, se requiere de un sujeto constructor,
de un instrumento político capaz de orientar su acción a esa construcción,
en base a un análisis de la totalidad de la dinámica política;
un instrumento político volcado a la sociedad, cuya fortaleza no esté
tanto en la cantidad de militantes que posea y las actividades internas que
realice, sino en la influencia social que tenga. Y para ello debe tener muy
presente las características específicas de ese sujeto popular,
muy diferente del de décadas anteriores. Debe tener en la mira no sólo
la explotación económica de los trabajadores, sino también
las diversas formas de opresión y de destrucción del hombre y
la naturaleza que genera el sistema opresor y que van más allá
de la relación entre el capital y la fuerza de trabajo. Debe, por lo
tanto, abandonar el reduccionismo clasista, asumiendo la defensa de todos los
sectores sociales discriminados y excluidos económica, política,
social y culturalmente. Además de los problemas de clase, deben preocuparle
los problemas étnico-culturales, de raza, de género, de sexo,
de medio ambiente. No debe tener presente sólo la lucha de los trabajadores
organizados, sino también la de los trabajadores no organizados, la lucha
de las mujeres, de los indígenas, negros, jóvenes, niños,
jubilados, minusválidos, homosexuales, etcétera.
La preocupación fundamental de la organización política
no debería ser la de buscar contener en su seno a los representantes
legítimos de todos los que luchan por la emancipación, sino esforzarse
por articular sus prácticas en un único proyecto político,
generando espacios de encuentro para que los diversos malestares sociales puedan
reconocerse y crecer en conciencia y en luchas específicas, que cada
uno tiene que dar en su área determinada: barrio, universidad, escuela,
fábrica, etcétera (Gallardo, 1997, p.13). La organización
política debe respetar al movimiento popular, dejando atrás todo
intento de manipulación, y contribuyendo a su desarrollo autónomo.
Debe partir de la base de que ella no es la única que tiene ideas y propuestas
y que, por el contrario, el movimiento popular tiene mucho que ofrecerle, porque
en su práctica cotidiana de lucha va también aprendiendo, descubriendo
caminos, encontrando respuestas, inventando métodos, que pueden ser muy
enriquecedores. Imbuida de una profunda vocación democrática debe
promover, allí donde actúe, espacios de participación popular,
incorporando a las bases al proceso de toma de decisiones. Eso quiere decir
que debe abandonar el método de llegar con esquemas prehechos. Debe fomentar
la iniciativa creadora, la búsqueda de respuestas. Tiene que luchar por
eliminar todo vertica-lismo que anule la iniciativa de la gente. Su papel es
orientar, no suplantar.
Por otra parte, tiene que aprender a hablar con la gente, a escuchar: poner
oído atento a todas las so- luciones que el propio pueblo gesta para
defenderse o para luchar por sus reivindicaciones; y luego debe ser capaz de
hacer un diagnóstico correcto de su estado de ánimo, recogiendo
todo aquello que puede unir y generar acción, al mismo tiempo que se
combate el pensamiento pesimista, derrotista, que también existe. Sólo
entonces, las orientaciones que se lancen no se sentirán como directivas
externas al movimiento, y permitirán construir un proceso organizativo
capaz de llevar, si no a todo el pueblo, al menos a una parte importante de
éste a incorporarse a la lucha y, a partir de ahí, se podrá
ir ganando a los sectores más atrasados, más pesimistas. Cuando
estos últimos sectores sientan que los objetivos por los que se lucha
no sólo son necesarios, sino que son posibles de conseguir, se unirán
a la lucha, como decía el Che.
Cuando, por otra parte, la gente compruebe que son sus ideas, sus iniciativas,
las que están siendo implementadas, se sentirá protagonista de
los hechos, y su capacidad de lucha crecerá enormemente. Los cuadros
políticos de esta organización deben ser fundamentalmente pedagogos
populares, capaces de potenciar toda la sabiduría que existe en el pueblo,
tanto la que proviene de sus tradiciones culturales y de lucha, como la que
adquiere en su diario bregar por la subsistencia, a través de la fusión
de ésta con los conocimientos más globales que la organización
política pueda aportar.
5. Combatir el hegemonismo
Estas reflexiones nos
plantean también el tema de la hegemonía. Debemos empezar diciendo
que la hegemonía es lo opuesto al hegemonismo. Nada tiene que ver con
la política de aplanadora que algunas organizaciones revolucionarias,
aprovechándose de ser las más fuertes, han pretendido emplear
para sumar fuerzas a su política. Nada tiene que ver con pretender imponer
la dirección desde arriba, acaparando cargos e instrumentalizando a los
demás. Nada tiene que ver con la actitud de pretender cobrar derechos
de autor a las organizaciones que osan levantar sus banderas. No se trata de
ins-trumentalizar, sino, por el contrario, de sumar a todos los que estén
convencidos y atraídos por el proyecto que se pretende realizar. Y sólo
se suma si se respeta a los demás, si se es capaz de compartir responsabilidades
con otras fuerzas.
Por supuesto que esto es más fácil de decir que de practicar.
Suele ocurrir que cuando una organización es fuerte, se tiende a minusvalorar
el aporte que puedan hacer otras organizaciones. Esto es algo que hay que combatir.
Una actitud hegemonista en lugar de sumar fuerzas produce el efecto contrario.
Por una parte, crea malestar en los movimientos sociales y otras organizaciones
de izquierda que se sienten manipulados y obligados a aceptar decisiones en
las que no han tenido participación alguna, y por otra, reduce el campo
de los aliados, ya que una organización que asume una posición
de este tipo es incapaz de detectar los reales intereses de todos los sectores
populares y crea en muchos de ellos desconfianza y escepticismo. Por otra parte,
el concepto de hegemonía es un concepto dinámico, la hegemonía
no se gana de una vez y para siempre. Mantenerla es un proceso que tiene que
ser recreado permanentemente. La vida sigue su curso, aparecen nuevos problemas,
y con ellos nuevos retos. Hoy, sectores importantes de la izquierda, han llegado
a la comprensión de que nuestra hegemonía será mayor cuando
logremos que más gente siga nuestra línea política, aún
si ésta no aparece bajo nuestro sello. Y lo más conveniente es
lograr conquistar para esas ideas al mayor número, no sólo de
organizaciones políticas y de masas, y a sus líderes naturales,
sino también de personalidades destacadas en el ámbito nacional.
El grado de hegemonía alcanzado no puede medirse entonces por la cantidad
de cargos que se logre conquistar. Lo fundamental es que quienes están
en cargos de dirección, hagan suya e imple-menten nuestra línea,
aunque no sean de nuestra organización. Por otra parte, si se ha logrado
conquistar muchos cargos en una determinada organización se debe estar
atento a no caer en desviaciones hegemonistas. Es más fácil para
quien tiene un cargo imponer sus ideas, que arriesgarse al desafío que
significa ganar la conciencia de la gente.
6. Una izquierda a la altura de los desafíos que le plantea el mundo
de hoy
Para terminar, quisiera decir que nuestros pueblos se merecen una nueva izquierda,
que esté a la altura de los desafíos que le plantea el mundo de
hoy, un mundo muy diferente al que existía cuando yo me iniciaba en la
política: lleno de obstáculos, pero también de oportunidades.
Tener presente los primeros, para elaborar una estrategia que permita superarlos,
y conocer las segundas, para construir a partir de ellas propuestas alternativas
solidarias, es esencial. Estoy convencida de que el único camino para
avanzar en la lucha por crear las condiciones de una profunda transformación
social, es evitar caer en una actitud nostálgica hacia el pasado y decidirse
a construir creadoramente el porvenir.
BIBLIOGRAFÍA
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Marta Harnecker es investigadora chilena. Directora del MEPLA.
Ponencia presentada en el Seminario Internacional de América Libre realizado
en Caxias do Sul