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La soga
Por Eduardo Galeano
Página 12
¿Somos tan conmovedores? El presidente Bush se ha conmovido con el drama del
Uruguay, aunque no hay ningún indicio de que él pueda ubicar
a nuestro país en el mapa. ¿Será que le tocó el corazón
la abnegación de nuestro presidente, ese buen hombre siempre listo
para servir en la primera línea de fuego contra Cuba, Argentina, o
lo que gusten mandar? Quién sabe. El hecho es que Bush dijo: "Hay
que echar una mano". Y a continuación dijeron exactamente lo mismo
los organismos internacionales de crédito, que cumplen la noble función
del papagayo en el hombro del pirata.
Entonces se reunieron, a contra reloj, nuestros legisladores. Y por mayoría,
una mayoría sorda a cualquier discusión, votaron en un santiamén
la ley que dispara el tiro de gracia a la banca pública. La ley estaba
bien fundamentada: o aprueban esto o la plata no llega.
Y se torcieron los pescuezos buscando al avión que venía del
cielo. Los dólares no viajaron en avión, pero llegaron: "Mil
quinientos millones de dolores", dijo el embajador de los Estados Unidos,
que no habla una palabra de español. El error confesó la verdad.
***
En la cuna, los países latinoamericanos nacieron a la vida independiente
hipotecados por la banca británica.
Dos siglos después, un taxista de Montevideo me comenta: "Dicen
que Dios proveerá. Se creen que Dios dirige el Fondo Monetario".
Con el tiempo, hemos ido cambiando de acreedores. Y ahora debemos mucho más.
Cuanto más pagamos, más debemos; y cuanto más debemos,
menos decidimos. Secuestrados por la banca extranjera, ya no podemos ni respirar
sin permiso. Los latinoamericanos vivimos para pagar los llamados "servicios
de deuda", al servicio de una deuda que se multiplica como coneja. La
deuda crece en cuatro dólares por cada nuevo dólar que recibimos,
pero celebramos cada nuevo dólar como si fuera milagro. Y como si la
soga, destinada a apretar el pescuezo, pudiera servir para alzarnos desde
el fondo del pozo.
***
Desde hace unos cuantos años, el Uruguay está dedicado a dejar
de ser un país para convertirse en un banco con playas. Y los Estados
Unidos acaban de confirmarnos, por boca del embajador, esa función
y ese destino. Así nos va. ¿Un país de servicios, o un país
que renuncia a ser país para entrar por la puerta de servicio al mundo
globalizado? Linda manera de integrarnos al mercado, que nos integra desintegrándonos.
Los bancos se funden, mientras los banqueros se enriquecen. El gobierno, gobernado,
simula que gobierna. Fábricas cerradas, campos vacíos: producimos
mendigos y policías. Y emigrantes. Hace cola toda la noche, en la calle,
en pleno invierno, el gentío que busca pasaporte. Los jóvenes
desandan, hacia España, hacia Italia, hacia donde sea, el camino que
sus abuelos hicieron al revés.
***
El ahorro es la base de la fortuna de los banqueros que lo usurpan. Este cine
continuado ofrece, desde hace años, la misma película: bancos
vaciados por sus dueños, pasivos incobrables que se descargan sobre
la sociedad entera. Amparados por el secreto bancario, los magos de las finanzas
desaparecen el dinero como la dictadura militar desaparecía a las personas.
Su exitosa faena deja un tendal de ahorristas estafados y de empleados en
la incertidumbre, y una deuda pública que cobra a todos el fraude de
pocos.
La banca privada, que ha merecido tantos salvatajes millonarios, presta dinero
a quienes lo tienen y no a quienes lo necesitan, y está cada vez más
divorciada de la producción y del trabajo, o de la poca producción
y el poco trabajo que todavía nos quedan. Pero esta plaza financiera
extraterrestre acaba de ser recompensada por la nueva ley que hiere de muerte
a la banca del estado.
Si seguimos así, nada tendrá de raro que, más temprano
que tarde, las empresas públicas terminen siendo nuestra única
moneda de pago ante los vencimientos de la impagable deuda externa. Será
algo así como una ejecución del estado, fusilado por los acreedores.
Y poco importará, entonces, la voluntad popular, que hace diez años
se expresó contra las privatizaciones, en un plebiscito, por más
del setenta por ciento de los votos.
***
¿Más Estado, menos Estado, casi ningún Estado? ¿Un estado reducido
a las funciones de vigilancia y castigo? ¿Castigo de quiénes?
La dictadura financiera internacional obliga al desmantelamiento del Estado,
pero sólo la omisión de los controles públicos puede
explicar la escandalosa impunidad con que han sido desvalijados algunos bancos
del Uruguay. "Los controladores no son adivinos", justificó
un diputado oficialista. El último de los responsables de esa tarea
incumplida es un primo del presidente de la república.
Pero más elocuente resulta la caída en cascada de unas cuantas
empresas gigantes en los Estados Unidos. Al fin y al cabo, ocurre en el país
que impone a los demás la llamada "desregulación",
o sea: la obligación de hacer la vista gorda ante los tejes y manejes
del mundo de los negocios. Acaban de ocurrir, allí, las mayores bancarrotas
de la historia, confirmando que la tal "desregulación" deja
las manos libres para mentir y robar en escala descomunal. Enron, WorldCom
y otras corporaciones pudieron realizar con toda facilidad sus estafas colosales,
haciendo pasar pérdidas por ganancias y cometiendo errorcitos contables
por miles de millones de dólares.
Me parecen peligrosas las medidas que ahora anuncia el presidente Bush contra
los ejecutivos tramposos y sus cómplices. Si de veras las aplicara,
y con retroactividad, podrían caer presos él y casi todo su
gabinete.
***
¿Hasta cuándo los países latinoamericanos seguiremos aceptando
las órdenes del mercado como si fueran una fatalidad del destino? ¿Hasta
cuándo seguiremos implorando limosnas, a los codazos, en la cola de
los suplicantes? ¿Hasta cuándo seguirá cada país apostando
al sálvese quien pueda? ¿Cuándo terminaremos de convencernos
de que la indignidad no paga? ¿Por qué no formamos un frente común
para defender nuestros precios, si de sobra sabemos que se nos divide para
reinar? ¿Por qué no hacemos frente, juntos, a la deuda usurera? ¿Qué
poder tendría la soga si no encontrara pescuezo?
(Derechos exclusivos de Página/12 para la Argentina.)