El
espejo
Por Eduardo Galeano
Los hermanos gemelos no
necesitan espejo. Cada gemelo sirve de espejo a su hermano: cuando uno mira
al otro, se ve.
Joseph Stiglitz fue vicepresidente del Banco Mundial hasta principios de este
año. En abril, a modo de despedida, publicó en la revista The
New Republic un artículo que retrata, sin piedad, a una organización
todopoderosa: no el Banco Mundial, en cuyas cumbres estuvo sentado, sino el
Fondo Monetario Internacional. Pero el retrato resultó, también,
un involuntario autorretrato. Si Dios quiere y la Virgen, el vicepresidente
del Fondo Monetario Internacional nos ofrecerá, cuando se jubile, la
verdadera fotografía de frente y perfil del Banco Mundial, que resultará
idéntica a la de su hermano gemelo. "Porque lo mismo es lo mismo
y además es igual", como bien dice un anónimo filósofo
que deambula por los cafés de mi barrio; y porque la dictadura financiera
universal se ejerce de a dos, pero los dos son uno, según el misterio
del Santísimo Dúo.
El sol que vino del oeste
El retrato que traza Stiglitz parece obra de alguno de esos miles de artistas
de la denuncia que han armado tremendo alboroto en Seattle, Washington y Praga.
Los hermanos gemelos habían proyectado la reunión de Praga, prevista
desde hace algunos años, como una celebración. El evangelio del
mundo libre y el catecismo del mercado libre habían salvado a los países
del este y el milagro bien valía una fiesta.
¿Se arruinó la fiesta por culpa de los convidados de piedra, esos metelíos
que tienen la mala costumbre de asomar la nariz donde nadie los llama? He aquí
el milagro, según Stiglitz: "La rápida privatización
urgida a Moscú por el FMI y el Departamento del Tesoro de los Estados
Unidos ha permitido que un reducido grupo de oligarcas se apoderara de los bienes
públicos... Mientras el gobierno no tenía fondos para pagar las
pensiones, esos oligarcas estaban enviando a sus cuentas en los bancos de Chipre
y Suiza el dinero proveniente del desmantelamiento del Estado y de la venta
de los preciosos recursos nacionales... Sólo el dos por ciento de la
población vivía en la pobreza al final del triste período
soviético, pero la "reforma" elevó la tasa de pobreza
a casi el cincuenta por ciento, con más de la mitad de los niños
rusos viviendo por debajo de sus necesidades mínimas".
La computadora infiel
Un dibujo de Plantu, publicado en Le Monde, muestra a un taxista de ojos rasgados
llevando a un pasajero. El pasajero es un experto del Fondo Monetario. El taxista
pregunta:
–¿Usted viene al Asia con frecuencia?
–No. Pero te indicaré el camino.
Stiglitz lo dice de otra manera: "Cuando el FMI decide ayudar a un país,
despacha una ‘misión’ de economistas. Frecuentemente, estos economistas
carecen de experiencia en el país; conocen mejor los hoteles de cinco
estrellas que las aldeas del campo". Y cuenta: "Escuché versiones
sobre un infortunado incidente. Uno de estos equipos de expertos copió
una extensa parte del informe sobre un país y lo pasó, tal cual
estaba, al informe sobre otro país. Todo hubiera quedado así,
a no ser porque el procesador de palabras no funcionó como debía
y dejó el nombre del país original en algunos párrafos".
Y comenta: "Uuuy".
Además de ejercer, hasta hace un ratito, la vicepresidencia del Banco
Mundial, Stiglitz fue también jefe de sus economistas. Se ve que él
ha sido más cuidadoso con las computadoras a la hora de procesar, para
cada país, los proyectos fabricados en serie.
Tal para cual
Egipto sufrió nada más que siete plagas, pero eso ocurrió
mucho antes de la globalización. Las calamidades de ahora se programan
y se aplican en escala universal.
Escribe Stiglitz: "Al FMI no le gusta que le hagan preguntas. En teoría,
ayuda a las instituciones democráticas en los países donde opera.
En la práctica, socava el proceso democrático al imponer sus políticas".
Y presiente las explosiones de protesta: "Dirán que el FMI es arrogante.
Dirán que el FMI no escucha a los países en desarrollo a los que
se supone que ayuda. Dirán que el FMI funciona en secreto y sin contabilidad
democrática. Dirán que los ‘remedios’ del FMI a menudo empeoran
las cosas... Y no les faltará razón".
Exactamente lo mismo dirán del Banco Mundial y tampoco les faltará
razón.
Pero el presidente del Banco Mundial, James Wolfensohn, es un incomprendido:
"Resulta desmoralizador ver toda esta movilización por la justicia
social, cuando nosotros la ponemos en práctica cada día. Nadie
en el mundo está haciendo tanto por los pobres como nosotros", dice.
¿Y cómo expresa el Banco Mundial ese amor por los pobres? Como su hermano
gemelo: multiplicándolos.