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Eduardo Galeano

El músculo secreto

Eduardo Galeano

UNA TORTUGA atravesó los Estados Unidos, de costa a costa.

Doris Haddock, obrera jubilada, caminó desde Los Ángeles hasta Washington.

Se echó al camino para denunciar la democracia comprada por las grandes fortunas que pagan las campañas de los políticos. A su paso, etapa por etapa, iba arengando a la gente que fluía hacia ella.

-Esa vieja es un río -decían los entusiastas.

-Esa vieja es un manicomio -decían los escépticos.

Pero todos iban.

Ya llevaba más de un año de caminata, casi volada por los vientos, casi frita por los soles, casi rota por los achaques, cuando la paralizó la nieve. Una tremenda tormenta de nieve se descargó sobre las montañas del oeste de Virginia. Doris festejó su cumpleaños, noventa velitas, y siguió viaje en esquí.

Esquiando viajó, a través de la nieve, todo el último mes. Mientras nacía el siglo veintiuno, llegó a la ciudad de Washington.

Una multitud la acompañó hasta el Capitolio. Allí trabajan los congresistas, la mano de obra política de las grandes empresas que destinan cien millones de dólares mensuales al pago de sus servicios.

Desde las gradas, ella pronunció un lacónico discurso sobre la democracia traicionada. Y señaló el pórtico del Capitolio, y dijo:

-Esto se está convirtiendo en una casa de putas.

Y se fue.