Los dioses no estaban jugando a los dados. Inspirados por la generosidad y el
sentido común, ubicaron a los primeros seres humanos en el África:
quisieron evitarnos los gastos en calefacción y las tristezas de la vida
sin sol. Los dioses nos hicieron ese favor, a nosotros y a todos los demás
miembros de la familia de los monos.
Pero el tiempo pasó, los humanos nos hemos desparramado por el mundo,
y hemos encerrado a nuestros primos más peludos en los zoológicos.
Muchos chimpancés, arrancados de la selva africana, viven en el zoo de
Arnhem, en el helado norte de Europa. Ellos pasan la mayor parte del año
encerrados en un edificio, que los salva de morir durante los largos meses de
nieve y oscuridad.
Cuando llega la primavera, y escuchan el ruido de los portones que se abren,
cantan a coro un himno a la alegría en versión chimpancé,
y se lanzan al sol. Y por poco que el sol sea, celebran la buena noticia rodando
en la intemperie.