EL ULTIMO DIA DE MIGUEL
Miguel vivía en una casa
con vista a la esperanza.
Era un compañero del curso de la aurora.
Casi todos repetimos
menos él
que se fue a estudiar la primavera
allá donde sólo llegan los valientes.
Aquellos que recibieron en silencio la tortura.
Aquellos que callaron para que otros vivieran.
Miguel vivía en una casa
con vista a la esperanza.
Ahora, cuando ya se ha marchado,
nosotros debemos habitarla.
José María Memet
Texto sobre los últimos momentos que terminaron con
la caída en combate de Miguel Enriquez el día 5 de Octubre de
1974, escrito por Manuel Cabieses, director de la Revista Punto Final.
Su eterno chaquetón marinero y su risa estruendosa, que contagiaba alegría,
es lo primero que recuerdo de Miguel Enríquez. El optimismo asomaba a
sus ojos, a sus gestos, comunicando esa incansable vitalidad que le animaba.
Miguel reía con todo el cuerpo, se agitaba y el torrente reventaba con
una explosión de alegría. Después descubrí que también
era la forma de reir de su padre, don Edgardo. Miguel era un dinamo, veloz de
pensamiento y palabra. Sus frases se precipitaban en ráfagas. Temible
en la polémica, a veces era también -para mi gusto- demasiado
duro en la discusión con los compañeros. Abrumaba con argumentos,
citaba la historia revolucionaria mundial, especialmente la revolución
bolchevique; conocía bien a Lenin (el Pelao, como le llamaba con familiaridad),
a Trotsky y Rosa Luxemburgo, se paseaba por la revolución china, conocía
en detalle la revolución cubana y sabía mucho de historia de Chile.
Por supuesto era carrerino, admiraba a Manuel Rodríguez y se refería
con mala voluntad al "guatón O'Higgins". Dedicaba especial atención
al estudio y le gustaba discutir con gente de pensamiento diferente al suyo.
Matarlo no fue fácil para la DINA. Los sicarios de la dictadura tuvieron
que extremar sus torturas con los detenidos que habían contactado a Miguel
o a sus enlaces desde que el líder del MIR pasó a la clandestinidad.
La crueldad del capitán Miguel Krassnoff Marchenko, jefe de la Agrupación
Caupolicán de la Brigada de Inteligencia Metropolitana de la DINA, y
de su principal verdugo, Osvaldo Romo, sin embargo, no tenía límites.
El Informe Rettig señala: "La primera prioridad de la acción represiva
de la DINA durante el año 1974 fue la desarticulación del MIR.
Esta continuó siendo una prioridad durante 1975. Durante estos dos años
se produce el mayor número de víctimas fatales atribuibles a este
organismo". Creada por decreto en junio de 1974, la DINA venía operando
desde noviembre de 1973, en dependencia directa de Pinochet. Quinientos oficiales
de las FF.AA. y Carabineros dieron origen a esa estructura secreta que más
tarde contaría a miles de funcionarios, asesores e informantes a sueldo.
Matar al secretario general del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, un médico
de 30 años que había burlado numerosas trampas y emboscadas, se
convirtió en una obsesión para la DINA. Destinó para ello
a la Agrupación Caupolicán, mientras la Agrupación Purén
se dedicaba a perseguir al resto de la Izquierda. La DINA consiguió datos
para localizar el sector de Santiago donde Miguel vivía clandestino.
Era en la calle Santa Fe 725, entre Chiloé y San Francisco, en la comuna
de San Miguel. Una casa con apariencias de nada con dos portones metálicos
que todavía conservan más de treinta impactos de balas. El 5 de
octubre de 1974 se libró allí un combate desigual,como el de La
Moneda y otros durante 17 años en que hombres y mujeres de la Izquierda
chilena dieron lecciones de honor y valentía en combate.
Miguel era uno de los dirigentes chilenos más prometedores. Tenía
rasgos indudables de genialidad política. En él "despuntaba un
jefe de revolución", como dijo Armando Hart a nombre del Partido Comunista
de Cuba en el solemne homenaje que se tributó en La Habana al revolucionario
chileno. Los dirigentes cubanos no derrochan ese calificativo porque conocen
su significado. Por eso el nombre de Miguel Enríquez lo llevan muchos
comités de defensa de la revolución(CDR) y un hospital clínico
quirúrgico.
LA CACERIA DEL MIR
La precaria clandestinidad de Miguel, soportó poco más de un año.
Había lanzado la desafiante consigna "el MIR no se asila", y quiso dar
el ejemplo permaneciendo en Chile para organizar un movimiento de resistencia
que concebía amplio y unitario. Explicó: "Nos quedamos en Chile
para reorganizar el movimiento de masas, buscando la unidad de toda la Izquierda
y de todos los sectores dispuestos a combatir a la dictadura gorila, preparando
una larga guerra revolucionaria a través de la cual la dictadura será
derribada, para luego conquistar el poder para los trabajadores e instaurar
un gobierno de obreros y campesinos". Desoyó los consejos de muchos camaradas
y amigos que le pedían salir del país. Miguel era del tipo de
líderes que guían con el ejemplo. No subvaloraba, sin embargo,
las tareas de apoyo en el exterior. Encomendó organizarlas a dos miembros
de la comisión política, su hermano Edgardo -ingeniero de 34años,
detenido en Buenos Aires en abril de 1976 y desaparecido desde Villa Grimaldi-
y René Valenzuela Bejas, hoy preso en España.
La persecución al MIR fue motivo de disputa entre la DINA y el Servicio
de Inteligencia de la Fuerza Aérea (SIFA), que dirigía el comandante
Edgar Ceballos Jones ("Comandante Cabeza"). El SIFA llegó a tener numerosos
prisioneros en su cuartel general en la Academia de Guerra Aérea (AGA).
Mediante el método de hacer desaparecer a los prisioneros y una brutalidad
extrema en la tortura, la DINA consiguió finalmente desplazar al SIFA.
El terrorismo de la DINA se hizo sentir con fuerza a partir de abril de 1974.
El recinto secreto de Londres 38, un ex local del PS, se convirtió en
centro de torturas y en primera estación del vía crucis de muchos
detenidos hacia la muerte y desaparición en Colonia Dignidad, como ocurrió
con Alvaro Vallejos Villagrán (el "Loro Matías"), estudiante de
Medicina de 25 años, uno de los primeros en ser ejecutados en la colonia
alemana de Paul Schäffer.
La comisión política del MIR, sin embargo, se mantenía
más o menos intacta a comienzos del 74. La pérdida más
importante había sido la de Bautista Van Schouwen Vasey, en diciembre
de 1973, capturado por una delación en el convento de los Capuchinos
de Santiago, donde se ocultaba. Van Schouwen, de 30 años, médico,
era uno de los fundadores del MIR e íntimo amigo de Miguel Enríquez,
con cuya hermana, Inés, estuvo casado.
A partir de julio del 74, la DINA -ahora en posesión de abundante información
y con la colaboración de delatores- aumentó la intensidad de sus
golpes. Cayeron detenidos y desaparecieron decenas de miristas como Bárbara
Uribe y Edwin Van Yurick, su esposo; el periodista Máximo Gedda, Martín
Elgueta, Alfonso Chanfreau, María Angélica Andreoli, Muriel Dockendorff,
etc. Muchos fueron atrapados en "puntos de contacto" que entregaban los torturados.
Otros cayeron en "ratoneras" montadas en casas de militantes detenidos. Muchos
fueron reconocidos en las calles por delatores que salían a "porotear"
con los agentes de la DINA. La represión aumentó y en septiembre
del 74 la situación se hizo trágica. Casi todos los presos del
MIR eran salvajemente torturados y desaparecían para siempre, como el
arquitecto Francisco Aedo Carrasco, de 63 años, liberado desde Chacabuco
y arrestado de nuevo el 7 de septiembre, los hermanos Carlos y Aldo Pérez
Vargas (cuyos otros tres hermanos, Iván, Mireya y Dagoberto, este último
miembro de la comisión política del MIR, morirían en 1975
y 1976), Carlos Gajardo, Vicente Palomino, Manuel Villalobos, etc. Delatores
como Marcia Merino ("La Flaca Alejandra") asesoraban los interrogatorios, señalando
a los torturadores lo que debían preguntar, clasificando la información,
participando en los allanamientos o en el "poroteo". La situación alcanzó
su punto álgido a fines de ese mes y comienzos de octubre con la detención
de los dirigentes Sergio Pérez Molina y Lumi Videla Moya (cuyo cadáver
terriblemente torturado por Osvaldo Romo lanzaron al interior de la embajada
de Italia el 3 de noviembre), María Cristina López Stewart, el
sacerdote Antonio Llidó, los hermanos Jorge y Juan Andrónico Antequera,
Amelia Bruhn, y una larga lista de mártires.
La DINA obtuvo nuevas pistas para llegar a Miguel Enríquez: el barrio
donde vivía, una descripción de su aspecto físico y de
su pareja (Carmen Castillo Echeverría, que hacía de enlace en
algunos contactos y que estaba embarazada), una Renoleta roja que usaba Miguel
(la reconocieron durante un enfrentamiento a tiros en el sector del Estadio
Nacional), etc.
LA CASA DE SANTA FE
Desde diciembre de 1973, Miguel vivía clandestino en Santa Fe 725. Un
barrio tranquilo, de pequeña burguesía pobre y de obreros, casi
todos propietarios de sus viviendas. La mayoría -como la que ocupaba
Miguel- son casas de un piso con patio y parrón. Los vecinos se conocen
por años. Entonces la mayoría eran de Izquierda, comunistas y
socialistas. Frente a la casa de Miguel vivía un viejo obrero comunista,
Leyton, "cicerone" del Museo Recabarren.
La casa de Miguel estaba entre la de un obrero cesante y la de un periodista,
Rolando Carrasco, comunista, preso en Chacabuco. Allí vivían la
mujer de Carrasco, Anita Klöpping (como actriz de teatro y radio más
conocida como Anita Mirlo) y sus hijos, Rolando, de 16 , y Valentina, de 11
años.
Miguel y su compañera, Carmen Castillo, llegaron a vivir en esa casa
a fines del 73, después de la caída de Van Schouwen. Inicialmente
los acompañaba otro dirigente del partido, Humberto (Tito) Sotomayor,
y su esposa. Ocasionalmente iban a pasar unos días con ellos las pequeñas
hijas de ambos, Javiera, hija de Miguel (con Alejandra Pizarro), y Camila, hija
de Carmen (y de Andrés Pascal Allende, también miembro de la comisión
política del MIR, que a su muerte reemplazaría a Miguel en la
secretaría general del MIR). El otro hijo de Miguel, Marco Antonio (con
la periodista Manuela Gumucio), estaba en Francia y apenas tenía un año
cuando mataron al líder del MIR.
Una ciudadana británica compró con fondos del MIR la casa de Santa
Fe a un dueño de camiones, padre de unas mellizas, a quien en el barrio
todos miraban con sospecha porque era opositor al gobierno de la Unidad Popular
y porque vendía mercaderías que escaseaban en el mercado.
EL ALIENTO DE LA BESTIA
Miguel, Carmen, Sotomayor y su mujer no lo sabían pero eran objeto de
observación en el barrio.
Se siente curiosidad por los nuevos vecinos. Se preguntan quiénes son,
de dónde vienen, qué hacen, etc. Los jóvenes que viven
en Santa Fe 725, parecen gente de desahogada situación económica,
se muestran afables y saludan con cortesía pero sin intentar mayores
relaciones. Todos observan...y comentan. Al dueño del boliche de la esquina
le llama la atención que los nuevos propietarios de la casa de Santa
Fe 725 dispongan de más dinero que lo común en el vecindario.
Compran mayor cantidad y artículos de más calidad. Para el almacenero
es un buen negocio pero comunica sus observaciones y el rumor circula...
Miguel y Carmen, Sotomayor y su mujer, entretanto, hacen una vida normal y buscan
establecer una relación discreta con los vecinos. Se dan cuenta que en
ese barrio hay que trabar amistad con la gente. Miguel y Carmen ayudan al vecino
cesante. Se enteran que Anita tiene a su marido preso en Chacabuco y que trabaja
como costurera para sostener el hogar. Carmen le ayuda mandándole hacer
ropa para Javiera y Camila, luego para ella o para una amiga que inventa. Un
día el joven Rolando Carrasco (hoy arquitecto, casado, dos hijos) está
duchándose, la llama se apaga pero el gas sigue fluyendo, Rolo cae desmayado,
como de costumbre ha cerrado con llave la puerta del baño. Anita lo siente
caer, intenta abrir la puerta, no puede y corre a la casa de Miguel a pedir
ayuda. Humberto Sotomayor acude, echa abajo la puerta, reanima al joven y le
da instrucciones a Anita para seguir atendiéndolo. Así ella se
entera que es médico. Desde ese día siente por sus vecinos del
725 una enorme gratitud y cariño. Ya no le importa la cortés pero
firme discreción con que ellos defienden su privacidad.
MORIR EN OCTUBRE
Amanece el 5 de octubre de 1974. La DINA está sobre una pista segura
para llegar a Miguel. Otras le habían fallado. Por ejemplo, detecta que
Javiera, de 5 años, hija de Miguel, vive con su tía, Ana Pizarro,
y sus tres hijos. Supone –con razón- que por esa vía existe un
vínculo con Miguel. La DINA pierde la paciencia y amenaza de muerte a
Ana Pizarro y sus hijos, que se asilan en la embajada de Francia. Pero antes
Miguel manda a buscar a su hija. En una carta le dice a su excuñada que
quiere tener a Javiera por un tiempo porque está seguro que va a morir.
La DINA ya sabe que Miguel vive en la zona sur de Santiago, en un cuadrante
enmarcado por Santa Rosa, Gran Avenida, Departamental y Callejón Lo Ovalle.
Los esbirros de Krasnoff, capitaneados por Osvaldo Romo que olisquea sangre,
"peinan" esa área. Llevan algunos de los presos torturados para que reconozcan
calles, ruidos, olores. Pasan algunos días en esa tarea de rastrear las
huellas todavía invisibles de Miguel. Buscan una Renoleta roja y una
joven señora embarazada. Van en tres vehículos y llevan armas
largas por si acaso. Se detienen a preguntar en almacenes y talleres, interrogan
a niños y mujeres, carteros, revisores de medidores de luz y agua, recogedores
de basura, etc.
Está clareando y en la casa de Santa Fe 725, todos duermen: Miguel, Carmen,
Humberto Sotomayor y José Bordas Paz (31años, encargado de la
Fuerza Central, rama armada del MIR).
El grupo conversó hasta tarde. Quedaron de acuerdo en que al día
siguiente, 5 de octubre, Carmen buscará una casa de emergencia. El instinto
les decía que la seguridad del escondite se había resquebrajado,
sobre todo después del enfrentamiento a tiros en la Avenida Grecia. Miguel
había hecho algunas reuniones en la casa con compañeros que presumiblemente
ahora estaban presos. Aunque se habían observado las reglas de la clandestinidad,
no se podía descartar que alguno se hubiese dado cuenta del barrio y
la calle donde los habían llevado a ciegas. Se iban también a
cumplir diez meses viviendo en la misma casa y las normas de clandestinidad
prohibían una permanencia tan larga en un mismo lugar. Dos semanas antes,
Miguel arregló el asilo en la embajada de Italia de las pequeñas
Javiera y Camila, que entraron en la misión diplomática en la
cajuela del automóvil del encargado de negocios. Por último, Miguel
había aceptado reducir el ritmo de su trabajo y replegarse aun lugar
fuera de Santiago. Una amiga de Carmen, Cecilia Jarpa, se haría cargo
de comprar una parcela en Macul. Pero Carmen la llamó el día anterior
para entregarle el dinero y el tono y forma de sus respuestas, hicieron a Miguel
deducir que Cecilia Jarpa ya estaba en manos de la DINA. Estaba claro que el
cerco se estrechaba.
En la mañana del 5 de octubre Carmen Castillo salió a buscar una
casa para mudarse ese mismo día. Miguel, Sotomayor y José Bordas
también salieron de Santa Fe 725. Acordaron volver a encontrarse en la
casa a las tres de la tarde. Sin embargo, Carmen volvió cerca de la una.
Encontró a Miguel y a los otros dos compañeros quemando papeles,
con las armas a la mano y en estado de enorme tensión. Habían
detectado tres autos sospechosos que rondaban el barrio y que habían
pasado ya dos veces, lentamente, observando la casa. Están seguros que
es la DINA y que deben estar tendiendo el cerco. Rápidamente terminaron
de recoger en dos bolsos lo más importante. Cuando Miguel y Carmen salían
al patio donde estaba la Renoleta roja, se produjo el primer ataque de la DINA.
Ellos se replegaron al interior de la casa y comenzaron a responder el fuego
junto con Sotomayor y Bordas.
El primer cerco no fue muy efectivo. No habían llegado aún suficientes
refuerzos. En los primeros momentos Humberto Sotomayor y Jose Bordas lograron
escapar. A uno lo vio Anita, la vecina, saltar al patio de su casa y de ahí
a la calle San Francisco; el otro huyó en dirección a Varas Mena,
una calle paralela al sur de Santa Fe. (Sotomayor se asiló después
en la embajada de Italia y José Bordas fue emboscado por el SIFA el 5
de diciembre. Cayó herido y murió dos días después
en el hospital de la FACH, donde fue torturado).
Carmen Castillo fue herida en el interior de la casa. A ratos perdía
la conciencia mientras proseguía el tiroteo sostenido por Miguel. Recuerda
haberlo oido gritar: "Hay una mujer embarazada, respeten su vida".
El Informe Rettig dice: "La casa donde se ocultaba Miguel Enríquez, fue
rodeada por un nutrido contingente de agentes de seguridad, el que incluía
una tanqueta y un helicóptero, quienes comenzaron a disparar. Entre los
ocupantes del inmueble se encontraba una mujer embarazada que resultó
herida. Miguel Enríquez cayó en el enfrentamiento recibiendo,
según el protocolo de autopsia, diez impactos de bala que le causaron
la muerte".
Anita, la vecina de Miguel, no sabe cuánto duró el tiroteo; tampoco
su hijo, Rolo. Pero les pareció eterno. En su casa estaba otro muchacho,
compañero de Rolo, ambos se encontraban en el patio cuando se inició
el asalto a la casa vecina. Se agazaparon y vieron saltar el muro al mirista
que huyó hacia la calle San Francisco. Anita y la niña, Valentina,
permanecieron tiradas en el piso de la casa. Recuerdan el ruido ensordecedor
de los disparos, el helicóptero sobrevolando, los altavoces de Carabineros
ordenando al vecindario permanecer en sus casas. Cuando cesaron los tiros vieron
en la calle Santa Fe a muchos civiles armados, carabineros, soldados, la tanqueta
y muchos vehículos. Más tarde cuando sacaban a Carmen Castillo
herida (creyeron que iba muerta) y luego el cadáver de Miguel Enríquez.
Miguel no se rindió. Una de las diez balas le perforó el cráneo.
Su cuerpo lo encontraron en el patio donde se había parapetado para disparar,
mientras intentaba saltar a la casa trasera.
La noticia de la muerte de Miguel, que se divulgó esa noche, causó
un impacto doloroso en el pueblo. Saber que Miguel estaba en la clandestinidad,
intentando reorganizar las fuerzas, fortalecía muchas esperanzas.
La DINA lo celebró mofándose de los presos en el recinto de José
Domingo Cañas, donde había trasladado su infierno de torturas.
La casa de la calle Santa Fe 725 la ocupó la DINA durante dos meses.
Algunos vecinos dicen que allí se hacían fiestas y que los oficiales
se emborrachaban y gritaban como locos. Más tarde vivió un microbusero,
pariente de un agente de la DINA, y luego volvió el antiguo propietario,
el camionero.
Cada 5 de octubre, desde 1990, sus moradores se refugian en el interior de la
casa cuando un grupo de familiares y ex miristas realizan en la calle un acto
recordatorio, encienden velas, se acercan a mirar el patio interior y tocan
con emocionada reverencia las perforaciones de balas en los portones de la casa
donde Miguel vivió su último día.
(*) Manuel Cabieses es director de Punto
Final
Los materiales con que fue hecho este homenaje
al Cro. Miguel Enríquez, fue tomado del Centro de Estudios Miguel Enríquez,
Revista Punto Final, Revista Chile
Vive.