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" En defensa de la humanidad "

El amanecer del espíritu

Raquel Gutiérrez Aguilar*
La Jornada

Hay ocasiones en las que los sucesos parecen ajustarse a un ritmo que se siente y se vive. Después de que vimos al enloquecido presidente de Estados Unidos asolar primero Afganistán y después Irak; después de que todas las acciones y movilizaciones que llevaron a cabo hombres y mujeres de todos los colores y países para intentar detener el asesinato colectivo de nuestros hermanos y hermanas árabes en Oriente Medio, no pudieron frenar a la bestia...
Después de esos eventos trágicos que nos siguen llenando de luto y de pena... los sucesos de los últimos dos meses parecen insinuar la próxima ruptura del alba, tras la larga y pesada noche neoliberal.
Fue primero el llamado "descarrilamiento" de la reunión de la OMC en Cancún en septiembre pasado, y después, la rebelión aymara en el altiplano boliviano, acompañada por los valerosos hombres y mujeres que en tierras cálidas siembran la ancestral hoja de coca. En estas acciones se marca un ritmo diferente: miles y miles de personas se sintonizan, actúan de manera articulada, y en su caminar en común defienden su derecho a un presente digno y a un futuro donde las riquezas que como humanidad somos capaces de producir sirvan para asegurar la vida y la alegría de nuestros hijos.
Estos dos eventos, lo que sucedió en Cancún y lo que pasó en Bolivia, son los más sobresalientes y visibles dentro de un mar de resistencias múltiples, que parecen comenzar a marcar un ritmo nuevo... Un nuevo ritmo que sigue el paso, y a la vez intensifica las diversas luchas de resistencia que en el mundo todo, en Argentina, en Ecuador, en México, en Cuba.... por mencionar sólo a los más cercanos, se han ido desplegando.
Y esta nueva sinfonía de resistencias, que poco a poco se van articulando, que van confluyendo en el tiempo y multiplicándose al converger la fuerza de cada uno, y de esa manera la de todos; esta multiplicidad de acciones de lucha nos exige hoy, a los intelectuales, a los trabajadores del arte y la cultura que vamos acompañando y aprendiendo de los movimientos sociales, que volvamos a elevar la voz.
Es el propio movimiento social que se despliega ante nuestros ojos el que nos convoca a pensar, a aprender, a desentrañar, inteligir, criticar y proponer... para lograr merecer un lugar en esta coreografía de la lucha y la resistencia.
Viendo las cosas así, considero que son varios los temas que se nos presentan, para dar desde lo que somos, también, nuestra batalla:
Es urgente contribuir a visibilizar y reforzar un "sentido común de la disidencia". Tomo esta expresión proferida por Pierre Bourdieu tras aquellas importantísimas huelgas del 95 en toda Francia, pues considero esta tarea como algo todavía más urgente que entonces. Recuperando las profundas enseñanzas que nos ha dejado la historia del siglo XX, y escudriñando con atención los sucesos con los que ha despuntado el siglo XXI, se abre ante nosotros la necesidad de contribuir a formar un "sentido común de la disidencia", que nos permita a todos, con más claridad cada vez, disputar el significado de las palabras, contender por las divisiones básicas acerca de lo que está bien y lo que está mal, pelear por el sentido de los hechos, por el horizonte de intelegibilidad de los procesos que gestan y alumbran los pueblos que resisten.
Esto no es poca cosa. Tras dos décadas de neoliberalismo, que han venido acompañadas con la imposición en las universidades, y en los medios de comunicación, de un pensamiento tecno-dogmático que aprisiona y oscurece la crítica, promoviendo como aceptable lo que en todo el planeta se devela como usurpación insostenible de la soberanía social y de la riqueza colectiva, tenemos frente a nosotros muchas tareas.
Dos ideas rectoras del tecno-dogma se resquebrajan hoy en el mundo y nos señalan la urgencia de contribuir con nuestros pensamientos y acciones a su crítica.
Una es la cuestión acerca de aquello que hemos de entender por democracia. La disputa, en este sentido, ha quedado claramente delineada en los últimos acontecimientos de Bolivia. ¿Por democracia vamos a seguir entendiendo y aceptando esa indecente endogamia de las elites, ese pactismo oscuro para mantener políticas que empobrecen a los pueblos, que desangran a las comunidades, que roban los recursos colectivos y que aseguran la posibilidad de un uso malvado y amoral de la fuerza de trabajo? ¿Por democracia vamos a seguir entendiendo el mero recambio periódico de gobernantes que harán lo mismo que los anteriores, que incumplirán promesas, que despreciarán las necesidades más básicas del pueblo todo? O, más bien, vamos a respaldar contundente y vigorosamente, con nuestras ideas y nuestra posibilidad de producir interpretaciones y sentido, esa democracia que vuelve a nacer desde las calles y las barricadas, y que recupera lo más profundo de los principios republicanos.
Es este un momento en el que la disyuntiva se presenta con claridad diáfana: o la política y la democracia vuelven a ser el espacio para la discusión y decisión sobre el asunto colectivo, o la política vuelve a ser un terreno de discusión para delinear aquello que sea comprendido socialmente como bien común, y se alienta y se teoriza acerca de las modalidades nuevas para la participación de la población que no vive del trabajo ajeno en las decisiones que nos competen a todos; o seguimos padeciendo esta estafa de gobiernos que mandan asesinando e imponiendo.
La otra gran cuestión que está abierta es la que tiene que ver con los derechos colectivos, con las riquezas públicas y con las formas de uso moralmente válidas de la fuerza de trabajo.
El tecno-dogma insistió durante dos décadas en la priorización de los derechos individuales por sobre los derechos colectivos; en las ventajas de la propiedad privada por encima de la propiedad pública; en el desmantelamiento de los derechos laborales y sociales convertidos en leyes y murallas que protegían a la sociedad trabajadora contra la sobrexplotación...
A los derechos colectivos los criticó argumentando que consistían en barreras para una modernidad que, ahora sí, nos podría brindar una vida aceptable. A los derechos laborales los calificó de privilegios insostenibles, y a la propiedad pública la estigmatizó con el calificativo de ineficiente y burocrática.
Esto resultó una mentira. Una gigantesca falsedad. Desde la miseria en la que va quedando sumergida, la población del mundo, organizada en antiguas comunidades, o en nuevas asociaciones para la sobrevivencia, reclama la urgencia de que las necesidades sociales más sentidas sean atendidas, más allá de la dádiva y la limosna, indigna y chantajista. Estas necesidades nos presentan, como nunca, un reto, un desafío. Cuando los pueblos del mundo comienzan a recuperar lo que durante dos décadas fue saqueado, nosotros debemos elevar claramente la voz.
Muchas gracias.
* Palabras pronunciadas en el encuentro En defensa de la humanidad, que se realiza en el Polyforum Cultural Siqueiros