La Izquierda debate
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Multitudes ventrílocuas
Daniel Bensaid
Viento Sur
Traducción: Alberto Nadal
El último libro de Michael Hardt y Toni Negri, Multitud (Debate, Madrid,
2004), continúa la reflexión emprendida en Imperio. Los autores responden
a algunas críticas y objeciones, aclaran posibles malentendidos y precisan su
pensamiento. Multitud se compone de tres grandes partes: la que trata de
la noción de multitud hace de pivote entre una primera parte dedicada a la
guerra y una tercera, prospectiva, a la democracia. Este libro confirma que hay
importantes puntos de convergencia y de encuentro: sobre la importancia
concedida al estado de guerra permanente en la determinación de la situación
mundial, sobre la atención prestada a la cuestión de la propiedad y a las
contradicciones exacerbadas entre socialización del trabajo (y, en particular,
del intelectual e inmaterial) y la apropiación privada, sobre el hilo conductor
que constituye la cuestión democrática en cualquier proyecto de emancipación. No
podemos abordar, en los límites de este artículo, la discusión de todas estas
cuestiones. Nos reduciremos a la discusión sobre la noción de multitud, en torno
a la cual se articula la problemática de los autores.
Popularizada por Paolo Virno /1 así como por Michael Hardt y Toni Negri,
la noción de multitud tiene un gran eco en América Latina y en algunos países
europeos. El éxito se debe sin duda a su acierto descriptivo. El término parece
recoger bien la diversidad de los movimientos populares, reflejando la amplitud
de los fenómenos de exclusión (el ejemplo emblemático son los piqueteros
argentinos) y la extensión del trabajo precario e informal, pero también la
preocupación de muchos movimientos sociales por hacer valer sus intereses
específicos, sin ser ahogados en la abstracción de un hipotético interés general
o subordinados a una "contradicción principal" que los convierte en
"secundarios": movimientos feministas, ecologistas, homosexuales, y también
asociaciones de parados, campesinos sin tierra, cocaleros bolivianos,
movimientos indígenas de México o de Ecuador, etc.
Paolo Virno establece un vínculo, que no es sólo simultaneidad, entre las
manifestaciones de Seattle o de Génova, y los "cacerolazos" de Buenos Aires
/2, que muestran la irrupción de la multitud como nuevo sujeto de la
emancipación. Son una importante consecuencia del final de la fábrica fordista y
de la integración masiva de la comunicación intelectual y lingüística como
recurso productivo. Desaparece la distinción entre productor y ciudadano, entre
esfera privada y esfera pública, en favor de un espacio común mixto. De esta
indiferenciación posmoderna surge la multitud. Seattle, Génova o Buenos Aires
expresan nuevas formas de vida y de subjetividad, colocándonos ante "el
desafío de inventar nuevas formas políticas" de democracia no representativa
(a no confundir, precisa Virno, con las formas simplificadas de democracia
directa): foros de ciudadanos, reapropiación por la multitud de los saberes y
poderes confiscados por los aparatos burocráticos de Estado.
Hay también otra razón para la propagación de la noción de multitud y el interés
que suscita en los movimientos sociales: su indeterminación conceptual hace su
manejo mucho más cómodo si permanece teóricamente flotante y ambiguo.
Intentaremos aclarar aquí algunos aspectos de este debate, con la prueba de sus
posibles implicaciones estratégicas.
¿Una categoría filosófica?
No me detendré en el aspecto sociológico de la controversia. Las precisiones de
Hardt y Negri en Multitud, y las de Virno en su Gramática de la
multitud, despejan algunas dudas y malentendidos. Los tres afirman
claramente que el uso del término multitud no significa en absoluto la
desaparición del proletariado, ni siquiera de la clase obrera industrial. Pone
sólo el acento en el declive relativo de esta última en favor de una nueva
hegemonía, la del (impropiamente) llamado por Hardt y Negri "trabajo
inmaterial". No se trata de una hegemonía numérica y cuantitativa, como tampoco
lo fue la hegemonía naciente del trabajo industrial en el siglo XIX en unas
sociedades muy agrarias, sino del auge de una minoría sociológica cuya función
ascendente impregna y determina al conjunto de las relaciones sociales. Saliendo
del estrecho marco de la producción, este trabajo cognitivo, "afectivo",
"relacional" oo "biopolítico", encubre un "enorme potencial de transformación
social positiva", al producir directamente relaciones sociales.
La discusión no consiste en una disputa estadística (aunque no sería inútil,
dadas las extrapolaciones superficiales a que dan lugar las metamorfosis del
trabajo), sino en la evaluación de esta nueva hegemonía naciente, característica
de la época imperial, la dominación absoluta del capital sobre la vida y la
entrada en la era biopolítica anunciada por Foucault.
Aunque el hecho de poner nombre tenga su importancia, hay que evitar caer en una
querella terminológica. Por mi parte, mantengo que estas precisiones, alejándose
de las fantasías de moda sobre la desaparición de los antagonismos de clase,
pueden ser explicadas en términos de una extensión del proletariado (en el
sentido amplio e inicial del término en Marx), incluso de una "proletarización
del mundo", una vez superados los equívocos de una teoría de clases reducida a
la esfera de la producción o de la circulación /3 y extraídas todas las
consecuencias del lugar que da "El Capital" al inconcluso capítulo sobre
las clases o, al final del libro, al proceso de reproducción de conjunto del
capital. Este proceso debe tener en cuenta el papel del estado, de la familia,
de la escuela, del hábitat, en la reproducción. En este sentido, Marx y Engels
(en particular en su "La situación de la clase trabajadora en Inglaterra"
pueden ser considerados en algunos aspectos como precursores de la biopolítica
foucaultiana.
Para evitar un falso debate hay que señalar que, según sus propios promotores, "la
noción de multitud no disloca el concepto de clase" (Paolo Virno), que "la
multitud es un concepto de clase" en un "sentido biopolítico", y que
en realidad se trata de "reactivar el proyecto político de la lucha de clases"
(Hardt y Negri). Levantamos acta: la multitud no sustituye a las clases. En
autores marcados por el "operarismo" italiano de los años 70, el
desplazamiento terminológico pretende probablemente exorcizar una concepción
obrerista reduccionista del proletariado. No es nuestro problema.
Desde las primeras páginas, Hardt y Negri definen Multitud como "un
libro filosófico". La apuesta de su innovación conceptual se sitúa sobre
todo en el terreno conceptual de la filosofía, y no en el de la sociología.
Siguiendo a Virno, precisan que "multitud" no es una noción alternativa a la de
clase, sino a las de pueblo (dotada de una homogeneidad imaginaria), masas (indiferenciadas
a pesar del uso del plural) o clase obrera (reducida a la clase obrera
industrial). Los tres destacan su oposición a la categoría de pueblo,
estrechamente asociada a la soberanía, en el caso de Hobbes, y a la voluntad
general, en el de Rousseau. A pesar de sus distintos presupuestos
antropológicos, tienen en común el espectro de un pueblo fusionador, unitario e
indivisible, a semejanza de la monarquía absoluta o de la República "una e
indivisible", es decir, una concepción orgánica del cuerpo del pueblo en lugar
del cuerpo del rey. Desde el De cive de Hobbes, el advenimientodel pueblo
en el discurso político marca el paso del estado de naturaleza al estado civil,
o de la simple agregación mecánica a la asociación orgánica, fundadora de un
cuerpo nuevo, no reducible a la simple reciprocidad de los contratos. Hegel
insiste también en que "el Estado no es un contrato", y aún menos la suma
liberal de los contratos privados.
El concepto de pueblo es uno de los hilos conductores del paradigma político de
la modernidad: "Doy a la persona pública el nombre de pueblo, no el de
multitud", subraya Hobbes; de ahí la "diferencia entre esta multitud que
yo llamo pueblo, que se gobierna regularmente, que compone una persona civil y
que sólo tiene una voluntad, y esa otra multitud que es como una hidra de cien
cabezas y que sólo puede pretender, en la república, la gloria de la obediencia".
El pueblo se vuelve la sustancia propiamente política del orden estatal
centralizado, en oposición a la multitud, que representa un desorden "de cien
cabezas" (rizomático), una hidra que hay que disciplinar y someter a la gloria
de la obediencia pasiva. Según esta perspectiva, el retorno del pueblo a la
multitud sería una recaída al estado de naturaleza prepolítica, y la guerra de
todos contra todos.
No seamos quisquillosos sobre la atemporalidad filosófica de esta concepción del
pueblo, insistiendo en sus evoluciones históricas y las inflexiones de su uso.
Pero el pueblo de Michelet, abierto a las diferenciaciones y a los antagonismos
sociales, ya no es el "uno e indivisible" (amenazado sólo de división por la
sedición interna de las facciones o por los complots externos del extranjero),
constitutivo de la soberanía nacional. También se podría citar, con un poco
fantasía, al presidente Mao que, lejos de hacer del pueblo un monolito político,
invitaba a tomar en consideración "las contradicciones en el seno del pueblo".
Admitamos pues, para evitar una estéril querella de palabras, la multitud
proletaria o el proletariado mundializado como figuras del proletariado en la
época de la mercantilización mundializada, de la dominación generalizada del
capital sobre todas las esferas de la vida social y privada, de la extensión del
control biopolítico sobre la vida. Nada garantiza, sin embargo, que esta
"multitud" insumisa sea un más allá que el pueblo, y no un más acá prepolítico,
retornando a la plebe neopopulista del gusto de Solzhenitsyn. Prefigurando la
inquietud de Hannah Arendt o de Walter Benjamin ante las consecuencias
totalitarias de la descomposición de las clases en masas, Hegel ya entreveía el
desastre de una crisis que iba a conducir al renacimiento de las plebes del
Imperio, ávidas tan sólo de pan (consumo) y de juegos (televisados): "Si una
gran masa desciende por debajo del mínimo de subsistencia que se considera
necesario para un miembro de la sociedad, si pierde el sentimiento del derecho,
de la legitimidad y del honor de existir por su propia actividad y su propio
trabajo, se asiste a la formación de una plebe, lo que lleva aparejada una mayor
facilidad para concentrar en pocas manos unas riquezas desproporcionadas"
/4.
El propio Michel Foucault se mostraba perplejo ante la tentación posmoderna de
recurrir al mito renovado de la plebe (¿la multitud plebeya?) como sujeto de la
resistencia al biopoder: "No hay que concebir, desde luego, a la plebe como
el fondo permanente de la historia, el objetivo final de todas las servidumbres,
la brasa nunca del todo extinguida de todas las revueltas. La plebe no tiene,
desde luego, realidad sociológica [...], pero sigue habiendo algo que no es
materia prima, más o menos dócil o reacia, sino movimiento centrífugo, energía
inversa, escapatoria. La plebe no existe, desde luego, pero hay plebe, esta
parte de plebe" /5. También Virmo admite la "ambivalencia" de una
multitud desgarrada entre manifestaciones de libertad y de servilismo, igual que
admite la ambivalencia de la retórica de la diferencia, susceptible de
desembocar en el respeto de las singularidades y también en un nuevo orden
jerárquico de las diferencias. Pese a estas contradicciones, la multitud tendría
el interés de tejer "un lazo directo con la dimensión de lo posible": al
contrario de las viejas seguridades, firmezas y arraigos del empleo y del
hábitat, su experiencia cotidiana de lo aleatorio y de la contingencia, de la
movilidad y de la inseguridad inherentes al biopoder del capital, la hace
disponible para lo inédito y lo inesperado. Esta contingencia estructural, según
Virno, puede revelarse portadora de emancipación /6.
La prueba de la estrategia
Ni el enfoque filosófico, ni el sociológico, nos permiten mostrar con precisión
las partes de confusión y de divergencia que puede alimentar el uso, ya sea
simplemente descriptivo o más conceptual, de la noción de multitud. Para acotar
su alcance, hay que llevar la cuestión al terreno de la prueba estratégica: "Los
sociólogos, constataba Foucault, avivan hasta nunca acabar el debate sobre qué
es una clase y quién pertenece a ella. Pero hasta ahora nadie ha examinado ni
profundizado la cuestión de saber qué es la lucha. ¿Qué es la lucha cuando se
dice "lucha de clases"? Me gustaría discutir, partiendo de Marx, no la
sociología de las clases, sino el método estratégico que concierne a la lucha"
/7. Esto es también lo que nos gustaría discutir con Virno y con Negri:
el sentido estratégico de la multitud. Aunque no sin recordar antes que Foucault,
tras haber invitado a la discusión estratégica, no dudó en contradecirse
reivindicando una "moral teórica antiestratégica". Este eclipse de la
estrategia fue en su caso paralelo al de la Revolución, que tras la prueba de la
revolución iraní se había vuelto"una forma vacía"
Respecto a Hardt y Negri, junto a importantes acuerdos sobre la guerra global y
el estado de excepción permanente, los retos de la "biopropiedad" y de la
apropiación "común" (para evitar la confusión entre propiedad pública y
propiedad estatal), o la invención de formas nuevas de democracia participativa,
indicamos en forma sintética una serie de divergencias o de cuestiones sin
resolver:
1.Algunas extrapolaciones que aparecían en Imperio, pronto desmentidas
por las expediciones imperialistas y por la hegemonía militar restaurada del
Estado nacional estadounidense /8, han sido corregidas y matizadas en
Multitud. Pero en la medida en que se mantiene la hipótesis de un mundo
rizomático, acentrado y acéfalo, el poder efectivo (del capital, del Estado, de
la fuerza) tiende a disolverse en los "efectos del poder" y en los juegos del
anti-poder. Una estrategia sin espacio propio, sin objetivo, sin dialéctica de
fines y medios, resulta difícil de pensar.
2.Al contrario que John Holloway, que absolutiza la dominación y no ve salida
alguna al talón de hierro del fetichismo (y sólo encuentra salvación en el grito
incondicionadal y en salirse de la historia), en Multitud no se cuestiona
la reificación, el fetichismo de la mercancía, la ideología dominante. El
resultado es una inversión radical de la relación de subalternidad /9. En
lugar de una alienación del trabajador sometido a la reproducción impersonal
despótica del capital, es el capital quien se vuelve un producto subalterno y
dependiente, una especie de residuo inerte de la creatividad vital de la
multitud cuya espontaneidad subversiva se supone capaz de resolver una cuestión
estratégica que ni tan siquiera necesita ser enunciada.
3.La reducción de los territorios y de los estados-nación a un papel casi
residual, tiende a disolver las mediaciones políticas -no sólo los poderes
estatales, también los partidos y sus luchas- en el espacio cosmopolítico,
homogéneo y a-estratégico, del Imperio. Ernesto Laclau también ha señalado esta
debilidad. Subraya que, para Hardt y Negri, "la unidad de la multitud procede
de la agregación espontánea de una pluralidad de acciones que no tienen
necesidad de ser articuladas: falta por completo en Imperio una teoría de la
articulación (y de las mediaciones, añadimos), sin la cual la política se
vuelve impensable" /10. De todo ello resulta una extraña
incoherencia, entre la radicalidad formal del discurso filosófico y unas
modestas propuestas de reformas compatibles con la arquitectura institucional
del Imperio. La escena mundial se vuelve un teatro de sombras donde una
abstracción de multitud se enfrenta a una abstracción de Imperio.
4.Hardt y Negri no tienen prácticamente en cuenta (aún menos que Virno) las
contradicciones en el seno de la multitud, pretendida superación de las viejas
antinomias de la identidad y de la diferencia para realizar pacíficamente una
armoniosa síntesis de las singularidades y de lo común. Esta reconciliación
retórica permite esquivar un tratamiento serio del problema de las convergencias
estratégicas a construir en el movimiento altermundista. Se podrían citar muchos
ejemplos de contradicciones entre lo local y lo global, la defensa del empleo y
la del medio ambiente, etc. Estas contradicciones puede que se consideren
resueltas en el lejano horizonte de la gran transparencia comunista, pero en
nuestro actual horizonte estratégico, la unidad de los explotados y dominados de
todos los países no es un dato espontáneo. La crisis del consenso de Washington
y las diferenciaciones que engendra entre los dominantes tendrán su reflejo en
las diferenciaciones políticas dentro del seno del propio movimiento
altermundista. Esta decisiva cuestión de las convergencias estratégicas queda
sin resolver, ni en la "homología" de los campos en la sociología de Bourdieu ni
en la yuxtaposición de los "ámbitos específicos" en el caso de Foucault. Una
consecuencia posible de la falta de articulación de los conflictos se puede ver
en la reducción de la política a simples alianzas tácticas, coyunturales y
puntuales, sin foco estratégico, de las diversas coaliciones multicolores. Es
difícil evitar la tendencia hacia un grado cero de la estrategia cuando se
rechaza la crítica sistémica del capitalismo en favor de una simple red de
redes, una multitud de multitudes, un movimiento de movimientos. Si a pesar de
todo la diversidad de las resistencias es capaz de converger en la experiencia
de los foros sociales, se debe a que la lógica impersonal del propio capital y
la penetración del despotismo mercantil en todos los poros de la vida social
constituyen un poderoso factor de reagrupamiento.
5.A la manera de Virno, Hardt y Negri pretenden inventar una "democracia no
representativa", que vaya más allá del paradigma clásico de la soberanía y
de la representación. Hoy comienza, dice Virno, tras el 11 de setiembre y la
invasión de Irak, la "fase constituyente" de la posguerra fría: la globalización
armada, la lucha por la propiedad intelectual, el endeudamiento de
subcontinentes enteros, la economía posfordiana, la crisis de la propiedad
privada provocada por la multiplicación de bienes "inapropiables" (informa-ción,
saberes, lenguaje), todo contribuye a la urgencia de encontrar "nuevas formas
políticas" /11. Esta constatación tiene una parte de verdad. La
socialización masiva del trabajo intelectual y su incorporación creciente a la
actividad productiva y reproductiva dan una dimensión nueva a la aspiración y a
la capacidad democrática de los dominados. Según Virno, hay que construir
órganos de democracia no representativa, susceptibles de reapropiarse de los
saberes y los poderes confiscados por el Estado. En el umbral de un nuevo
paradigma político todavía balbuceante, estaríamos en una situación comparable a
la del siglo XVII: "La cuestión clave está en saber qué forma política dar a
las prerrogativas fundamentales de la especie homo sapiens". A falta de
elementos de solución práctica, Virno se contenta con registrar un momento de
apagón estratégico: "Después de Seattle, el movimiento global acumula sin
cesar energía, sin saber cómo utilizarla. Está confrontado a una extraña
acumulación sin salida adecuada" /12. Este movimiento se presenta
ante todo como "movimiento ético" de resistencia al post-fordismo y al intento
de apoderarse de la vida misma, no sólo del tiempo de trabajo. Contra esta
expansión sin límite del capital, la búsqueda de una "vida buena" se expresa en
forma de una reivindicación ética antes que política, cuya carga subversiva no
se debe subestimar bajo pretexto de que relativiza las nociones de explotación y
de lucha de clases. Se puede discutir largo y tendido sobre la relación entre
ética y política. Lo cierto es que esta resignación en el primado (aunque sea
temporal) de la ética sobre la política es un eco de la exhuberante retórica
moralizante y despolitizadora del neoliberalismo, siniestramente ilustrado en la
apología grandilocuente de las guerras "éticas" o "humanitarias".
6.A través de la crítica de la categoría de "pueblo", Hardt y Negri apuntan
contra el concepto de soberanía, que le es consustancial. En un mundo donde los
elementos emergentes de un derecho cosmopolita siguen subordinados a un derecho
internacional basado en las relaciones interestatales, es difícil desprenderse
por completo de la noción de soberanía sin hipotecar la posibilidad misma de una
legitimidad opuesta a la potencia "sin fronteras" de los mercados. En este
aspecto, el último Derrida se mostraba juiciosamente prudente, y en cierta
manera más político: "No creo que haya que oponerse a la política. Ni
siquiera a la soberanía, que en algunas situaciones nos viene bien para luchar,
por ejemplo, contra algunas fuerzas mundiales del mercado. Sigue siendo una
herencia europea a conservar y transformar a la vez. Es lo que digo en
Granujas de la democracia europea" /13. Los propios Hardt y Negri
reconocen furtivamente la ambivalencia de la categoría de soberanía, entre la
conservación de una soberanía de origen teológico y el advenimiento de una
soberanía democrática. Admiten que la soberanía es "un fenómeno
necesariamente doble", que "funciona en doble sentido" /14.
Pero cuando se trata de sacar las consecuencias políticas, quedan prisioneros de
una oscilación entre un discurso libertario radical, "hay que destruir la
soberanía y la autoridad", con el riesgo de que esta supresión radical de la
autoridad, incluso de la mayoría, reduzca a la multitud a una suma de
corporativismos reivindicativos sin más vínculo entre sí que la improbable carta
de lo "común" y la búsqueda de una "nueva forma necesaria de soberanía"
que apenas va más allá de especulaciones institucionales sobre el gobierno
mundial y sobre una "Carta Magna contemporánea" compatible con los
intereses bien concebidos de las nuevas "aristocracias globales", un
anticipo de las mismas pueden ser las alianzas internacionales tejidas por el
gobierno Lula /15.
7.En fin, y como si al cabo de cuatrocientas páginas del libro sus autores
tomaran conciencia de que la discusión estratégica no ha avanzado siquiera una
pulgada, a pesar de los atrevimientos terminológicos, plantean in extremis
con una especie de escrúpulo tardío la crucial cuestión de la ruptura: "¿cuándo
ocurre el momento de la ruptura?". La pregunta se contesta con un acto de fe
inspirado en el mito movilizador soreliano de la huelga general. Se resucitan
así los sueños post-sesentayochistas del "año 01" o las utopías
pacifistas del congreso socialista de Basilea en vísperas de la Primera Guerra
Mundial: "En un futuro biopolítico caracterizado por la derrota del biopoder,
ya no será posible la guerra", nos prometen Hardt y Negri: "una huelga
política global de una semana bastaría para detener cualquier guerra". ¿Si
todo se detuviera? "Sin la participación activa de los dominados, todo el
edificio de la soberanía se hundiría", y si los productores sociales
rechazaran la relación de dominación, "el Imperio caería también como un
montón de escombros" /16. ¡O como un Golem reducido a polvo! El mito
apocalíptico no atiende a las formas efectivas de la dominación y a los
deliberadamente ignorados efectos de la reificación mercantil. Si el trabajo
asalariado no estuviera ya sometido a la servidumbre involuntaria del trabajo
alienado y del fetichismo, si el mismo capital sólo fuera capaz de respuestas
reactivas al poder creativo de la multitud, bastaría entonces con romper las
cadenas de una nueva servidumbre voluntaria. La fe del carbonero en lugar del
proyecto estratégico. Pero hay que recordar lo que ocurrió con las multitudes
guerreras en agosto de 1914.
Una tentación teológica
Como muestra de estas aporías estratégicas, la parte programática final del
libro sobre la democracia deja hambriento al lector. Aunque no le falta
ambición, con repetidas exhortaciones a inventar nuevas formas que estén a la
altura de la época. Se trata ni más ni menos que explorar "la forma en que
las redes de la multitud puedan constituir un verdadero contrapoder y dar
nacimiento a una sociedad global realmente democrática" /17.
Curiosamente, los autores proponen una "nueva ciencia de la democracia global
con destino a la multitud". Esta ciencia nueva debería "transformar los
principales conceptos políticos de la modernidad: Una ciencia de la pluralidad y
del hibridismo, una ciencia de las multiplicidades, capaz de definir la manera
en que las diversas singularidades se expresan plenamente en la multitud"
/18. Imaginando un proceso de legitimación desembarazado de la soberanía del
pueblo y basado en la productividad biopolítica de la multitud (¡o en la
"productividad queer!), el proyecto pronto se queda corto. Porque no
basta con proclamar abstractamente "derechos primarios", como un derecho a la
desobediencia y derechos a la diferencia, para dar un contenido efectivo a este
gran diseño. Tampoco basta con oficializar el divorcio entre democracia y
representación y con proclamar a la multitud liberada de cualquier obligación de
obediencia hacia un poder, para resolver las contradicciones reales y las
tensiones en que que se mueve, y continuará moviéndose, la "democracia por
venir", que según Derrida no había que confundir con una "democracia futura"
/19.
La idea de lo "común", que según Hardt y Negri constituye "el zócalo de un
verdadero proyecto político postliberal y postsocialista", por encima de la
vieja antinomia de lo privado y lo público, puede abrir una pista interesante,
aunque sigue siendo algebraica, a falta de empujar más lejos la reflexión sobre
las formas combinadas de apropiación social. En definitiva, la montaña
filosófica dio a luz un ratón político. En lugar de la esperada renovación
estratégica, sólo se encuentra un pathos teológico que responde a la "alegría
de ser comunista", con la que acababa, en forma de profesión de fe,
Imperio. Pero en Multitud la retórica de la beatitud es más
sistemática.
El martirio es celebrado como "testimonio" y "acto de amor"
/20, aunque precisando, qué menos, que ese martirio feliz no debe ser
confundido con el martirio mórbido y desesperado del kamikaze o de la bomba
humana. El amor es glorificado como "el acto político que construye a
la multitud": "El amor divino por la humanidad y el amor humano por dios son
expresados y encarnados en el proyecto material común de la multitud". Lejos
de nuestra voluntad el menospreciar la dosis de amor (del próximo y del más
lejano) que forma parte necesaria de los proyectos de emancipación. Pero en este
himno al amor hay resonancias cristianas basadas, en última instancia, en una
antropología optimista que nada, en la historia reciente, permite justificar.
La "potencia de la carne" se vuelve la sustancia original de una fuerza de
liberación. La multitud representa una "nueva carne social" y una "plenitud de
vida" que "rechaza la unidad orgánica del cuerpo". Para un carnicero, la carne
sin cuerpo se reduce sencillamente a filetes. Este vitalismo carnal, alimentado
explícitamente del materialismo especulativo de Spinoza y, tal vez, aunque menos
conscientemente, del "materialismo teológico" de Feuerbach, opone la exuberancia
expansiva de la carne a la aprisionante limitación del cuerpo. Este rechazo de
las metáforas corporales (del pueblo o del Estado) se opone sobre todo a su uso
disciplinario; pero refleja también el abandono deliberado, en favor de la red
rizomática, de cualquier noción de organización sistémica o estructural, que tan
fecundas resultan para entender el metabolismo social y sus formas de
autorregulación. Parece que no es conveniente pensar a la vez la transversalidad
innovadora de las redes y el orden sistémico del capital.
En fin, la figura paradigmática del "pobre" retoma y desarrolla la del
poverello franciscano que frecuentaba las últimas páginas de "Imperio".
El pobre se convierte en la encarnación simbólica "no ya sólo de la condición
ontológica de la resistencia, sino la de la misma vida productiva" /21.
La pobreza absoluta, no como simple carencia, sino como "exclusión total de
la riqueza objetiva", aparece como la suerte común de la especie humana, por
encima de conflictos de intereses y de luchas de clases: bajo la hegemonía de la
producción inmaterial, "¡todos somos pobres!", proclaman Hardt y Negri. Puede
ser. En cierto sentido y hasta cierto punto. En el sentido de que el burgués
comparte con el proletario una alienación común ante la lógica mercantil y una
misma miseria afectiva y espiritual. Pero a la vista de las pobrezas extremas y
materiales, resulta un poco indecente pretender comulgar en una pobreza
universal.
El recurso continuo a la jerga teológica acaba por servir de comodín,
enmascarando apenas la desproporción entre la anunciada revolución filosófica y
la pobreza (bien real, en este caso) de las respuestas políticas. La perspectiva
tiende a reducirse a la doble temática del éxodo y del milagro. Al
igual que el de los hebreos por el desierto, el éxodo, reaparece en "Multitud"
como una "huida lejos de las fuerzas de opresión" y como una "evasión
en masa". La misma opinión que Virno, para quien la experiencia de la
contingencia estructural propia de la posmodernidad, aunque puede alimentar el
oportunismo y el cinismo, también puede desembocar en la insumisión y el exilio
fuera del sistema: no necesariamente un éxodo territorial, sino una deserción de
las obligaciones del trabajo esclavizante y de las gratificaciones ilusorias del
consumo masivo. Para escapar de los sortilegios de la mercancía, basta con
retirarse del juego y huir, sin intentar conquistar ningún poder alternativo: "Exodo
significa que no queremos tomar el poder en el país del Faraón, que no queremos
construir un nuevo Estado" /22. Las teorías de los juegos consideran
que el jugador pueda abandonar la mesa en cualquier momento y dejar de jugar.
Pero la lucha de clases no es precisamente un juego. Los explotados y los
oprimidos están embarcados a la fuerza. No pueden, de forma colectiva,
sustraerse a la lógica de la lucha. No tienen la opción de no vender su fuerza
de trabajo. No pueden dejar de "jugar", a no ser que revienten: ¡luchar no es
jugar! La gran mistificación de las teorías contractuales consiste en presentar
la servidumbre impuesta como una elección libre. Puedan existir escapatorias y
promociones individuales que contribuyen a dar una ilusión de libertad (el
famoso mito del self made man), pero no puede haber evasión en masa de la
gran encerrona capitalista /23.
En cuanto a la salida prometida a esta larga marcha del exilio y del éxodo a
través de los desiertos -pues los hebreos se reinstalaron en la tierra de Canaan-
será un milagro, un acontecimiento político transfigurado en milagro teológico
no condicionado históricamente. "Multitud" concluye con un credo: "Llegado
el momento, un acontecimiento nos propulsará como una flecha en este futuro
vivo. Será el verdadero acto de amor político" /24. Las promesas de
Dios son inciertas, pero hay que creer en ellas, enseñan las Escrituras.
Cuestión de fe y de creencia. ¡Llegará el momento! Pero como se retrase...
La retórica teológica de "Multitud" se apoya en un presupuesto
antropológico optimista al que no le falta coherencia. A contrapelo de las
visiones crepusculares, reactiva una obstinada dialéctica del progreso histórico
que ha sido desmentido por las pruebas históricas del pasado siglo y por las
sombrías promesas del que acaba de comenzar. La genealogía de las formas de
resistencia, "de la reforma a la revolución", muestra "una tendencia hacia
formas de organización cada vez más democráticas" /25. Para atreverse
a afirmar esto hay que poseer una sólida confianza en las leyes de la historia,
que tal como va el mundo no parece estar muy justificada. Esta confianza se
sitúa en las antípodas del "alerta al fuego" (toque de rebato) que hacía sonar
Benjamin cuando denunciaba, entre las responsabilidades del desastre, "el
apego de los políticos al mito del progreso y su confianza en la masa [¿la
multitud?] que les servía de base" /26. Nada más corruptor para el
movimiento revolucionario alemán, seguía subrayando en el umbral de la
catástrofe, que "la convicción de nadar a favor de la corriente" /27.
Confundiendo el desarrollo técnico con la pendiente de esa corriente, el
movimiento obrero había acabado por imaginar que "el trabajo industrial
representaba un logro político". Los autores de "Multitud" no escapan
a este optimismo tecnológico, imaginando un "trabajo inmaterial" portador a su
vez de emancipación política.
"Hemos alcanzado un punto, afirman Hardt y Negri, en que coinciden los
tres principios de la libertad, de la eficacia y de la correspondencia de formas
sociales y formas político-militares". Este recorrido no es desde luego
lineal, pero puesto que parece ser "el único posible" /28, no
habría que inquietarse demasiado por los desvíos y contratiempos: el sentido
reencontrado de la historia acabará por llevarlo a buen puerto: "Se puede
leer la historia de las revoluciones modernas como una progresión a tirones,
irregular, pero real, hacia la realización del concepto absoluto de la
democracia", que es la "estrella polar hacia la que se orientan nuestros
deseos y nuestras prácticas políticas" /29. El "concepto absoluto
de democracia" sustituye al espíritu absoluto hegeliano en una teleología
historicista restaurada, recogiendo en su estela la tentación de los anunciados
finales de la historia.
En esta perspectiva tranquilizadora, las peripecias políticas y los ardides de
la razón mercantil no pueden inquietar. Conspiran sin saberlo a la preparación
del happy end. El propio capital financiero tiende a "funcionar como una
representación general de nuestras capacidades productivas comunes (...) En la
medida en que [¡el capital financiero!] se orienta hacia el futuro, se
puede, paradójicamente, discernir la figura emergente de la multitud, aunque
tome una forma invertida y distorsionada" /30. A través de las formas
posmodernas de la reproducción capitalista, "madura el poder constituyente de
la multitud (...) Los gobiernos son cada vez más parasitarios y la soberanía
inútil: por el contrario, los gobernados se vuelven más autónomos y capaces de
hacer sociedad". Cada vez más, cada vez más... /31. Todo marcha lo
mejor posible en el mejor de los mundos posibles, señora marquesa. Esta
confianza inquebrantable en el "cada vez más" de cada día, tiene sus
consecuencias prácticas. En ella se basa la valoración positiva de las virtudes
progresistas del Imperio frente al imperialismo arcaico de EE UU y la
posibilidad de alianzas tácticas con sus "aristocracias o sus élites
globalizadas". En nombre de esta visión, el tratado constitucional europeo
puede resultar aceptable, a pesar de sus insuficiencias, como un pequeño paso
adelante en la buena dirección. Estas citas parecen parafrasear los diagnósticos
más unilaterales (más anticuados) de Marx sobre las virtudes revolucionarias del
capital. Después ha corrido mucho agua, sucia y contaminada, bajo los puentes, y
no se puede olvidar, en nombre de ningún progresismo resucitado, la sombría
dialéctica del progreso y de la catástrofe, actuando en los inciertos
acontecimientos de una historia abierta. Sólo se puede predecir la lucha, decía
sabiamente Gramsci, no su desenlace.
La revolución estratégica anunciada por Hardt y Negri se resume, en definitiva,
en la ecuación que asocia a Lenin y Madison para coordinar los objetivos de
El Estado y la revolución -la destrucción de la soberanía por medio del
poder de lo común-, con los métodos institucionales de El Federalista
/32. Lenin, para el trabajo de lo negativo, Madison, para la edificación
positiva de un nuevo dispositivo institucional. Esta ecuación atormentará, tanto
tiempo como el teorema de Fermat a los matemáticos, a todos aquellos y aquellas
que han renunciado a resolver el enigma de la revolución social: ¿cómo hacer de
la nada, si no todo, al menos algo y alguien?
Daniel Bensaid es filósofo. Forma parte de la dirección de la LCR
francesa. Dirige la revista Contretemps. Su último libro publicado en
castellano es Cambiar el mundo, La Catarata, Serie VIENTO SUR,
Madrid, 2004.
Traducción: Alberto Nadal
1/ En Grammaire de la multitude, Editions de l’Eclat, Cahors,
2002.
2/ Entrevista con Flavia Costa, en Cultura, agosto 2004.
3/ Ver el libro de Biagio de Giovanni pretendiendo una teoría de las
clases en el libro II del El Capital, al coste de una confusión entre
proletariado y trabajo productivo (Biagio de Giovanni, La teoria politica
delle classi nel Capitale, Bari 1976). Me he referido de manera detallada a
las confusiones a las que dan lugar las lecturas unilaterales y reduccionistas
del El Capital sobre las clases sociales, en Marx l’intempestif
(París, Fayard, 1995), La discordance des temps (París 1995) o Le
sourire du Spectre (Michalon, 2000). DB.
4/ Hegel, Principios de la filosofía del derecho.
5/ Michel Foucault, Dits et Ecrits II, Paris, Gallimard, 2003,
p.421.
6/ Virno destaca que la ambivalencia de la multitud se reconoce en los
sentimientos dominantes de la época: el oportunismo, el cinismo y el miedo. El
oportunismo puede también traducir, en su opinión, la aptitud para aprovechar la
oportunidad; el cinismo, puede expresar la conciencia de que cualquier
pertenencia es provisional y que las reglas y los valores varían; el miedo, en
fin, traducir las sensaciones de quienes hacen la experiencia cotidiana de la
innovación permanente de las formas de vida y de trabajo flexible. Estos
sentimientos alimentan "una extraordinaria familiaridad con lo posible", que es
también una "oportunidad".
7/ Michel Foucault, op.cit., p.606.
8/ Para la crítica de Imperio, Daniel Bensaid, Le Nouvel
Internationalisme, Paris, Textuel, 2003.
9/ Negri se mantiene aquí rigurosamente fiel a la problemática planteada
desde Marx au-delà de Marx, París, Bourgois, 1979. Para una crítica de
este enfoque, Daniel Bensaid, "En busca del sujeto perdido, o Negri corrige a
Marx", en La discordande ces temps (París, 1995)
10/ E. Laclau, en Empire`s New Clothes, P.A. Passavant y J. Dean
editores, Nueva York, Routledge, 2004, p.26.
11/ Paolo Vimo, entrevista con Verónica Gago, en Brecha,
Montevideo, julio 2004.
12/ Paolo Vimo, op. Cit.2
13/ Jacques Derrida "Je suis en guerre contre moi-même", en Le
Monde, 19 agosto 2004.
14/ Hardt y Negri, Multitude, op.cit., p. 377.
15/ Ibid. p. 366-367: "Es verdad que estos movimientos
[sociales] seguirán opuestos a las aristocracias imperiales. Y con toda razón,
en nuestra opinión. Pero es en interés de éstas considerar a dichos movimientos
como aliados potenciales y recursos para la formulación de las políticas
globales".
16/ Ibid. p. 379-381.
17/ Ibid. p. 305.
18/ Ibid. p. 355-358.
19/ Jacques Derrida lo precisa así: "Democracia por venir, no quiere
decir democracia futura que un día será presente. La democracia nunca existirá
en el presente, no es presentable, y tampoco es una idea reguladora en el
sentido kantiano" (Jacques Derrida, Le concept du 11 septembre, Paris,
Galilée, 2004). Siempre "por venir", esta democracia, cuya concepción es la
única "que acoge la posibilidad de mejorar indefinidamente", está en las
antípodas del "concepto absoluto de la democracia" al que corresponde el
desarrollo histórico, según Hardt y Negri.
20/ Multitude, op.cit., p. 393.
21/ Ibid. 166, 185, 250.
22/ Paolo Virno, entrevista con Amador Fernández Savater, en El Viejo
Topo, julio 2004.
23/ Ver: Daniel Bensaid, el capítulo "Luchar no es jugar", en
Marx l`intempestif, París, Fayard, 1995.
24/ Multitude, op.cit., p. 404.
25/ Ibid. p.10.
26/ Walter Benjamin, novena tesis sobre el concepto de historia.
27/ Ibid. décima tesis.
28/ Multitude, op.cit., p. 115.
29/ Ibid. p.278.
30/ Ibid. p.324.
31/ Benjamin citó irónicamente en su 13ª tesis, dedicada a deconstruir la
ideología del progreso ilimitado, una frase de Joseph Dietgen emblemática de
esta ideología: "Cada día nuestra causa se vuelve más clara, y cada día el
pueblo se hace más sabio". Cada día madura la multitud, podría ironizarse...
32/ Multitude, op.cit., p. 400.