La Izquierda debate
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Vigencia de la concepción de Marx sobre la Revolución
Roberto Regalado Álvarez
Una premisa fundamental del marxismo es que la agudización de las
contradicciones del capitalismo crea las condiciones para la revolución que
habrá de derrotarlo y abrir paso a una sociedad basada en la abolición de la
propiedad privada.1 Rosa Luxemburgo plantearía la cuestión en términos de
"socialismo o barbarie". Sin embargo, a raíz de la desaparición de la Unión
Soviética considerada durante décadas como la principal depositaria de esa
tradición y del recrudecimiento del intervensionismo imperialista, ganó terreno
el criterio de que el camino de la revolución se cerró, o que en realidad nunca
existió. Desde entonces la izquierda debate sobre la "construcción de
alternativas populares", frase acuñada cuya ambigüedad refleja las
incertidumbres y divergencias existentes en torno al horizonte estratégico de la
lucha de los pueblos. En virtud de ese debate, cabe preguntarnos si fue o no
acertada y si mantiene o no su vigencia la concepción de Marx sobre la
revolución.
A partir del análisis de la situación del mundo de mediados del siglo XIX, Marx
y Engels estimaron que la revolución comunista sería protagonizada por el
proletariado de los países industrializados de Europa. No obstante, también
identificaron a la aristocracia obrera, "contenta con forjar ella misma las
cadenas de oro con las que le arrastra a remolque la burguesía"2, como un
producto social del desarrollo capitalista que conspiraba contra la unidad y
combatividad de la clase obrera. Años más tarde, Engels analizaba cómo el
desarrollo de Europa Occidental operaba contra la lucha violenta y a favor de la
acción parlamentaria de la clase obrera.3 Aún más, en el "Prefacio" a la segunda
edición rusa de 1882 del Manifiesto del Partido Comunista, se refería a la
posibilidad de que la "propiedad común de la tierra en Rusia" pudiera "servir de
punto de partida para el desarrollo comunista [...] si la revolución rusa da la
señal para una revolución proletaria en occidente, de modo que ambas se
completen"4 sobre esta base, Lenin condujo al Partido Bolchevique a romper "el
eslabón más débil de la cadena", convencido de que ese sería un anticipo de la
revolución mundial que tendría su epicentro en Alemania.
Escapa a los propósitos de estas líneas analizar los factores que conspiraron
contra la revolución alemana. Tampoco es posible hablar aquí de las
contribuciones realizadas por Gramsci sobre la construcción de hegemonía como
base para la revolución social en las condiciones del capitalismo desarrollado.
Lo cierto es que la naciente Unión Soviética debió aferrarse al "socialismo en
un solo país" y que el desarrollo de las fuerzas productivas del capital, sentó
las bases para la extensión a toda Europa occidental de una "aristocracia
obrera", cuya expresión política era el reformismo socialdemócrata.
Como desenlace de la Segunda Guerra Mundial, los países de Europa oriental
liberados de la Alemania nazi por el Ejército Rojo pasaron, junto a la URSS, a
integrar el naciente campo socialista.5 En las condiciones de la posguerra era
lógico que el eslabón más débil de la cadena se desplazara hacia el mundo
subdesarrollado y no hacia Europa occidental y América del Norte. Pero, en esas
naciones no se daban las condiciones "clásicas" para el triunfo del socialismo.
A pesar de ello, la liberación de China, Corea, Vietnam y Cuba condujo a la
creación de nuevos estados socialistas. Aunque no todos los "eslabones más
débiles de la cadena" se quebraron a favor del socialismo, en general, las
luchas anticolonialistas y de liberación nacional contribuyeron a la erosión del
poder imperialista. En ese sentido, tanto la lucha no violenta que condujo a la
independencia de la India como la lucha armada de las colonias portuguesas
fueron rupturas revolucionarias del statu quo.
En el preciso momento en que al imperialismo le urgía ampliar sus fuentes de
acumulación externa, se conformaba un escenario internacional al que sumaban
como actores independientes las repúblicas surgidas de la descolonización. La
crisis de los años setenta colocó a los círculos de poder de Estados Unidos ante
la disyuntiva de aceptar la erosión de la supremacía imperialista o reafirmarla
mediante la violencia. La elección de Ronald Reagan en 1980 representó el
triunfo de las corrientes que propugnaban la fuerza para compensar la erosión de
su poder. Los resultados son conocidos: la agudización de las contradicciones
internas en la URSS y el resto de los estados socialistas de Europa que
condujeron a la desaparición de la Comunidad Socialista; la implantación del
llamado Nuevo Orden Mundial; la lucha de China, Corea, Vietnam y Cuba por
avanzar en la construcción socialista en las difíciles condiciones del mundo
unipolar y la búsqueda de nuevas formas para continuar la lucha popular en la
era neoliberal. No cabe duda de que el imperialismo hace cuanto está a su
alcance para crear un sistema de dominación basado, no solo en la
contrarrevolución, sino también en la contrarreforma. La cuestión es por cuánto
tiempo podrá mantenerlo...
A diferencia de la imagen que pretende inculcarnos, el capitalismo no ha
encontrado ni podrá encontrar un "conjuro" para la agudización de sus
contradicciones antagónicas. Por el contrario, el aumento sin precedentes de la
especulación financiera, la marginación social, la destrucción medioambiental,
las guerras y demás conductas autofágicas, revelan su senilidad. De ello se
deriva que el fortalecimiento de ciertos eslabones de la cadena de dominación y
subordinación imperialista mundial de los cuales se ufana, provoca el estallido
de nuevas y más graves contradicciones en otros eslabones de la misma cadena.
Aún no están a nuestra disposición todos los datos de la realidad
histórico-concreta que nos permitirán saldar el debate sobre "la construcción de
las alternativas populares", pero sí podemos estar seguros de que: 1) más
temprano que la crisis estructural del capitalismo nos proporcionará esos datos;
2) esas alternativas tendrán que inscribirse en las páginas de la revolución,
aunque hoy la izquierda tenga que luchar en el terreno de la reforma frente a la
contrarreforma, y 3) será inevitable ejercer algún tipo de violencia
revolucionaria.
No cabe duda de que el "viejo topo de la historia" le dará la razón a Marx.
__________ 1 C. Marx y F. Engels: El Manifiesto del Partido Comunista. Prefacio
de F. Engels a la edición alemana de 1883. Obras escogidas en tres tomos.
Ed. Progreso. Moscú, 1972, t. 1, pp. 102-103.
2 C. Marx: Trabajo asalariado y capital. Ob. Cit., pp.169-171.
3 Ver F.Engels: Introducción a la edición de Las luchas de clases en Francia de
1848 a 1850. Ob. Cit., pp. 190-207.
4 C. Marx y F. Engels: El Manifiesto del Partido Comunista prefacio a la segunda
edición rusa de 1882. Ob. Cit., pp. 101-102.
5 Huelga decir que la edificación de las llamadas democracias populares europeas
no fue el resultados de las luchas nacionales a favor del socialismo, con la
excepción de Yugoslavia. No obstante, dadas las circunstancias, también huelga
cuestionar que la potencia militar triunfante en el oriente de Europa impusiera
allí su sistema social, de la misma manera que las potencias militares
triunfantes en el occidente del Viejo Continente reafirmaron el suyo, incluso en
aquellos países en los que los partidos comunistas tenían fuerzas considerables
y habían desarrollado un papel fundamental en la resistencia antifascista.
Marzo/2005 CUBA SOCIALISTA. Revista Teórica y Política. La Habana. Cuba 2 0 0 3
- 2 0 0 4 Vigencia de la concepción de Marx sobre la Revolución Roberto Regalado
Álvarez. Funcionario del Comité Central del PCC.
Una premisa fundamental del marxismo es que la agudización de las
contradicciones del capitalismo crea las condiciones para la revolución que
habrá de derrotarlo y abrir paso a una sociedad basada en la abolición de la
propiedad privada.1 Rosa Luxemburgo plantearía la cuestión en términos de
"socialismo o barbarie". Sin embargo, a raíz de la desaparición de la Unión
Soviética considerada durante décadas como la principal depositaria de esa
tradición y del recrudecimiento del intervensionismo imperialista, ganó terreno
el criterio de que el camino de la revolución se cerró, o que en realidad nunca
existió. Desde entonces la izquierda debate sobre la "construcción de
alternativas populares", frase acuñada cuya ambigüedad refleja las
incertidumbres y divergencias existentes en torno al horizonte estratégico de la
lucha de los pueblos. En virtud de ese debate, cabe preguntarnos si fue o no
acertada y si mantiene o no su vigencia la concepción de Marx sobre la
revolución.
A partir del análisis de la situación del mundo de mediados del siglo XIX, Marx
y Engels estimaron que la revolución comunista sería protagonizada por el
proletariado de los países industrializados de Europa. No obstante, también
identificaron a la aristocracia obrera, "contenta con forjar ella misma las
cadenas de oro con las que le arrastra a remolque la burguesía" 2, como un
producto social del desarrollo capitalista que conspiraba contra la unidad y
combatividad de la clase obrera. Años más tarde, Engels analizaba cómo el
desarrollo de Europa Occidental operaba contra la lucha violenta y a favor de la
acción parlamentaria de la clase obrera.3 Aún más, en el "Prefacio" a la segunda
edición rusa de 1882 del Manifiesto del Partido Comunista, se refería a la
posibilidad de que la "propiedad común de la tierra en Rusia" pudiera "servir de
punto de partida para el desarrollo comunista [...] si la revolución rusa da la
señal para una revolución proletaria en occidente, de modo que ambas se
completen" 4 sobre esta base, Lenin condujo al Partido Bolchevique a romper "el
eslabón más débil de la cadena", convencido de que ese sería un anticipo de la
revolución mundial que tendría su epicentro en Alemania.
Escapa a los propósitos de estas líneas analizar los factores que conspiraron
contra la revolución alemana. Tampoco es posible hablar aquí de las
contribuciones realizadas por Gramsci sobre la construcción de hegemonía como
base para la revolución social en las condiciones del capitalismo desarrollado.
Lo cierto es que la naciente Unión Soviética debió aferrarse al "socialismo en
un solo país" y que el desarrollo de las fuerzas productivas del capital, sentó
las bases para la extensión a toda Europa occidental de una "aristocracia
obrera", cuya expresión política era el reformismo socialdemócrata.
Como desenlace de la Segunda Guerra Mundial, los países de Europa oriental
liberados de la Alemania nazi por el Ejército Rojo pasaron, junto a la URSS, a
integrar el naciente campo socialista.5 En las condiciones de la posguerra era
lógico que el eslabón más débil de la cadena se desplazara hacia el mundo
subdesarrollado y no hacia Europa occidental y América del Norte.
Pero, en esas naciones no se daban las condiciones "clásicas" para el triunfo
del socialismo. A pesar de ello, la liberación de China, Corea, Vietnam y Cuba
condujo a la creación de nuevos estados socialistas. Aunque no todos los
"eslabones más débiles de la cadena" se quebraron a favor del socialismo, en
general, las luchas anticolonialistas y de liberación nacional contribuyeron a
la erosión del poder imperialista. En ese sentido, tanto la lucha no violenta
que condujo a la independencia de la India como la lucha armada de las colonias
portuguesas fueron rupturas revolucionarias del statu quo.
En el preciso momento en que al imperialismo le urgía ampliar sus fuentes de
acumulación externa, se conformaba un escenario internacional al que sumaban
como actores independientes las repúblicas surgidas de la descolonización.
La crisis de los años setenta colocó a los círculos de poder de Estados Unidos
ante la disyuntiva de aceptar la erosión de la supremacía imperialista o
reafirmarla mediante la violencia. La elección de Ronald Reagan en 1980
representó el triunfo de las corrientes que propugnaban la fuerza para compensar
la erosión de su poder. Los resultados son conocidos: la agudización de las
contradicciones internas en la URSS y el resto de los estados socialistas de
Europa que condujeron a la desaparición de la Comunidad Socialista; la
implantación del llamado Nuevo Orden Mundial; la lucha de China, Corea, Vietnam
y Cuba por avanzar en la construcción socialista en las difíciles condiciones
del mundo unipolar y la búsqueda de nuevas formas para continuar la lucha
popular en la era neoliberal. No cabe duda de que el imperialismo hace cuanto
está a su alcance para crear un sistema de dominación basado, no solo en la
contrarrevolución, sino también en la contrarreforma. La cuestión es por cuánto
tiempo podrá mantenerlo...
A diferencia de la imagen que pretende inculcarnos, el capitalismo no ha
encontrado ni podrá encontrar un "conjuro" para la agudización de sus
contradicciones antagónicas. Por el contrario, el aumento sin precedentes de la
especulación financiera, la marginación social, la destrucción medioambiental,
las guerras y demás conductas autofágicas, revelan su senilidad. De ello se
deriva que el fortalecimiento de ciertos eslabones de la cadena de dominación y
subordinación imperialista mundial de los cuales se ufana, provoca el estallido
de nuevas y más graves contradicciones en otros eslabones de la misma cadena.
Aún no están a nuestra disposición todos los datos de la realidad
histórico-concreta que nos permitirán saldar el debate sobre "la construcción de
las alternativas populares", pero sí podemos estar seguros de que: 1) más
temprano que la crisis estructural del capitalismo nos proporcionará esos datos;
2) esas alternativas tendrán que inscribirse en las páginas de la revolución,
aunque hoy la izquierda tenga que luchar en el terreno de la reforma frente a la
contrarreforma, y 3) será inevitable ejercer algún tipo de violencia
revolucionaria.
No cabe duda de que el "viejo topo de la historia" le dará la razón a Marx.
__________ 1 C. Marx y F. Engels: El Manifiesto del Partido Comunista. Prefacio
de F.
Engels a la edición alemana de 1883. Obras escogidas en tres tomos. Ed.
Progreso. Moscú, 1972, t. 1, pp. 102-103.
2 C. Marx: Trabajo asalariado y capital. Ob. Cit., pp.169-171.
3 Ver F.Engels: Introducción a la edición de Las luchas de clases en Francia de
1848 a 1850. Ob. Cit., pp. 190-207.
4 C. Marx y F. Engels: El Manifiesto del Partido Comunista prefacio a la segunda
edición rusa de 1882. Ob. Cit., pp. 101-102.
5 Huelga decir que la edificación de las llamadas democracias populares europeas
no fue el resultados de las luchas nacionales a favor del socialismo, con la
excepción de Yugoslavia. No obstante, dadas las circunstancias, también huelga
cuestionar que la potencia militar triunfante en el oriente de Europa impusiera
allí su sistema social, de la misma manera que las potencias militares
triunfantes en el occidente del Viejo Continente reafirmaron el suyo, incluso en
aquellos países en los que los partidos comunistas tenían fuerzas considerables
y habían desarrollado un papel fundamental en la resistencia antifascista.