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La Izquierda debate

Construir una amplia fuerza social de liberación


Isabel Rauber


Nace una nueva estrategia de poder


El capitalismo neoliberal globalizado desafía a la humanidad a pensar –con urgencia- en su sobrevivencia. Y esto reclama un profundo cambio de actitud. Frente al afianzamiento del creciente acercamiento de la barbarie y de la muerte que –inevitablemente- es consustancial al afianzamiento del predominio global de la tiranía del capital y sus lógicas perversas y antihumanas, defender la vida supone buscar caminos de superación (positiva) del aberrante "orden" social impuesto por el capital.
Es en este momento histórico que la interrogación acerca del socialismo como posible alternativa de civilización vuelve a ser parte de los debates acerca de la transformación social. Esto implica reflexionar no solo hacia adelante, sino también hacerlo crítica y autocríticamente acerca de las experiencias socialistas del siglo XX. En primer lugar, porque la desorientación estratégica actual, la sospecha instalada acerca de que no es posible otro mundo más allá del capitalismo está anudada al fracaso del socialismo real, cuyos errores han sido manipulados por los poderosos para dar como verdadera su pretensión de haber arribado al fin de la historia. "A ello contribuyó decisivamente la identificación falsa e interesada del "socialismo real" con todo socialismo posible y la del marxismo con la ideología soviética que lo justificó." [Sánchez Vásquez 2004, digital]
Esto contribuye a definir los perfiles de la nueva utopía liberadora, y a esclarecer la perspectiva estratégica alternativa actual, anudando las posibles opciones de superación del capitalismo con la búsqueda de la liberación de los seres humanos explotados, marginados y oprimidos por el capital, esto es: con la posibilidad de crear y construir una nueva civilización humana.
Fundar y construir una nueva civilización humana significa fundar y construir un nuevo modo de vida. Y esto requiere de un proceso social histórico concreto de enseñanza-aprendizaje, reclama explorar y construir caminos que abran procesos de empoderamiento colectivo de los actores sociales y políticos en cada sector, zona, región del país, promoviendo y fortaleciendo su apropiación protagónica consciente y creciente del proceso liberador y de liberación. Esto va conformando un entramado de procesos complejos y multifacéticos que combinan procesos de articulación-autoconstitución de actores sociales en sujeto colectivo (sujeto popular
[1]), procesos de construcción de propuestas, programa y proyecto alternativo, con la construcción de poder, cultura, fuerza y organización políticosocial desde abajo. De conjunto, esta es la base sociopolítica que resume los fundamentos de una nueva estrategia de transformación social, de poder, de liberación, estrategia que –para diferenciar de la que apostaba todo al gradualismo reformista o a la toma del poder- identifico como de construcción de poder desde abajo.[2]
Un recuento necesario
En los años 60 y 70, en Latinoamérica se debatían –centralmente- dos concepciones estratégicas para la superación del capitalismo:
-La reformista, que planteaba la revolución por etapas (democrático-burguesa primero y luego socialista) y el camino de reformas graduales como vía para concretarlas.
[3]
-La revolucionaria, que centraba las capacidades políticas y organizativas en la lucha directa por la conquista del poder político, para –sobre esa base- crear las condiciones necesarias para iniciar las transformaciones económicas y sociales que permitirían avanzar hacia el socialismo (período de transición).
[4]
En ambos casos se partía de aceptar como válidas cuatro premisas, consideradas condición para transformar la sociedad con un sentido socialista. Dichas premisas pueden agruparse en lo económico y en lo político-ideológico. En lo económico, se consideraba:
-Que la abundancia es premisa
-Que el capitalismo desarrollado sienta las bases para el socialismo
-Que en el seno del capitalismo es imposible crear las bases de la sociedad socialista
De ellas se desprendía la convicción de que el socialismo no podía gestarse en el seno del capitalismo.
[5] Paradójicamente, sin embargo, se consideraba que el alto desarrollo de éste constituía una premisa indispensable para la posibilidad de existencia del socialismo. Precisamente, por ello, la ausencia de tal condición: el escaso desarrollo económico o, más bien, en nuestras realidades, el subdesarrollo dependiente, reforzaba en los sectores revolucionarios la convicción acerca de la necesidad de tomar el poder para abrir un período de transición destinado a sentar las bases materiales que posibilitarían luego construir el socialismo.
A partir de la conquista del poder político sería posible estatizar los medios fundamentales de producción. Comenzaría entonces una etapa de completamiento del desarrollo capitalista, ahora sin capitalistas, capitaneada por la "vanguardia política" de la clase obrera y el pueblo. De ahí que –para tal concepción- la toma del poder constituyó el objetivo central y primero de la lucha revolucionaria en los países periféricos o dependientes, soslayando sus diferencias con la realidad de las sociedades capitalistas analizadas por Marx. En todos los casos, se consideraba que, a diferencia del surgimiento de las sociedades burguesas, el socialismo no podía gestarse en las entrañas del sistema capitalista. Según Samir Amín, esta tesis descansaba en dos pilares fundamentales:
1] La visión de un contraste tajante entre las sociedades capitalistas y las sociedades socialistas, y de paso, el rechazo absoluto y total de la idea de que los elementos de la nueva sociedad podían desarrollarse en el seno mismo de la sociedad capitalista.
2] La concepción subsiguiente de que la transición al socialismo a escala mundial tomaría la forma de un conflicto entre el campo de los países socialistas y el de los países que seguían siendo, por un tiempo, capitalistas, en la medida en que este conflicto se habría inscrito en el marco de la coexistencia-competencia pacífica.
El hundimiento de los sistemas soviéticos, por un lado, y el abandono del proyecto maoísta de construcción socialista en China y su reemplazo por un proyecto de desarrollo capitalista nacional, por el otro, interpelan los dogmas del marxismo-leninismo sobre la transición y el carácter supuestamente irreversible de la construcción socialista. [Amín 1997: 263-264. Subrayados de IR]
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Hoy se hace impostergable repensar aquellos planteamientos y -al menos-, relativizar  "(...) la teoría según la cual el socialismo no puede desarrollarse en el seno del capitalismo, como éste lo había hecho en el seno del feudalismo. // En consecuencia, de la misma manera en que los tres siglos de mercantilismo (1500-1800) representan una larga transición del feudalismo al capitalismo, durante la cual los dos sistemas coexisten conflictivamente, nosotros podríamos tener que ver con una larga transición del capitalismo mundial al socialismo mundial, durante la cual las dos lógicas –la que rige la acumulación de capital y la que procede de necesidades sociales incompatibles con ella- coexistieran en forma conflictiva." [Amín 1997: 290]
La lucha contra la enajenación de la clase (y de la humanidad oprimida) no se libra solo en lo económico, ni se resuelve tampoco mecánicamente como consecuencia de transformar la base económico-material de la explotación capitalista, comprende integralmente el modo de vida de la clase obrera (y los seres humanos oprimidos) en las sociedades en que viven.
La problemática a enfrentar es integral, multidimensional, multifacética. Es por ello que todo debate acerca de un posible mañana diferente y superior de la humanidad, debe definir qué tipo de civilización humana y qué tipo de ser humano nuevo desea construir. En función de esos parámetros, y considerando siempre como centro del proceso transformador a los protagonistas-responsables de su construcción y desarrollo, éstos irán buscando y construyendo colectivamente las respuestas económicas y políticas necesarias (y posibles en cada momento) y no a la inversa. El otro camino ya ha sido experimentado -por derechas e izquierdas- y los resultados están a la vista.
El socialismo futuro no puede pensarse  unilateralmente como vía de superación de las injusticias materiales evidentes del capitalismo en el orden social mediante la eliminación (estatización mediante) de la propiedad privada sobre los medios de producción. Considerar separadamente lo social, lo político y lo económico, significa precisamente sostener el enfoque liberal burgués de la economía, la política y la sociedad.
La cuarta premisa en discusión, ubicada en el ámbito político, afirmaba:
-Que la conciencia se transforma "automáticamente" a partir de los cambios en la base económica.
Los pasos prácticos que se desprendieron de la aceptación de las premisas anteriormente mencionadas, tuvieron implicaciones en el ámbito de la organización política de la clase y de la nueva sociedad que se construía. Porque la decisión de "forzar" (políticamente) el desarrollo económico necesario para pasar al socialismo, implicaba también "forzar" la formación del sujeto revolucionario, de su conciencia de clase, y su organización política. Y fue la puerta de entrada hacia la sustitución autoritaria creciente del protagonismo que debería haber ido asumiendo cada vez más la clase obrera y el pueblo en el proceso revolucionario, por las decisiones del partido político, autoconsiderado organización de vanguardia de la clase.
Pese a las críticas que cuestionaron estas decisiones y prácticas y pese a los planteamientos importantes relativos a la conciencia, la hegemonía y la democracia revolucionarias que tuvieron lugar en el seno del movimiento obrero revolucionario ruso y europeo, la tendencia que predominó y que se impuso –estalinismo mediante- como "doctrina marxista-leninista" durante el siglo XX, acuñó en las prácticas políticas de la izquierda como una situación "natural", la suplantación permanente de la participación protagónica de la clase obrera, los trabajadores y el pueblo, por las decisiones del partido "de vanguardia". Y acuñó también, consiguientemente, la convicción de que la ideología revolucionaria estaba ya total y universalmente elaborada, separada del curso de la historia y de las prácticas concretas de luchas de la masas obreras y populares, y contenida en un conjunto de libros consagrados –por el PCUS- como textos sagrados.
No es de extrañar que, para tal punto de vista, los temas concretos de la construcción socialista o de la lucha revolucionaria fueran eludidos, concentrando la atención casi exclusivamente en la exégesis de los planteamientos formulados por Marx, Engels y Lenin, haciendo –una y otra vez- el recuento de sus planteamientos mediante citas más o menos hilvanadas entre sí, interpretadas y reinterpretadas por diversos autores. La interpretación "correcta" conduciría –supuestamente- a resultados prácticos también "correctos".
[6]
Este es el perfil más dañino del dogmatismo: creer que existe una teoría social científica pura y completa, elaborada al margen de la lucha de clases de la vida social real, y medir a la sociedad y a la acción y la conciencia de los actores sociales concretos a partir de ese parámetro teórico universal abstracto.
La situación actual
Pensar la transformación social, repensar el socialismo, en las condiciones de nuestras sociedades en el siglo XXI, supone replantearse las anteriores premisas, cuestionar su vigencia e interrogar abierta y creadoramente a la realidad actual: local, regional, continental, mundial.
Las condiciones han cambiado, tanto en lo que hace a la estructuración y funcionamiento del mundo capitalista reorganizado en la globalización de las exigencias del capital, como en lo referente a la experiencia de resistencia, lucha y la conciencia de los pueblos. La experiencia acumulada con los primeros intentos socialistas, arroja enseñanzas respecto a la transformación de la sociedad, particularmente en lo que hace al poder y la democracia revolucionarios, imprescindibles de tomar en cuenta. Hoy resulta claro:
a) En relación con la propuesta reformista: que en este momento de despliegue del capital, en el que las necesidades de su funcionamiento lo ha llevado claramente a la fase de "destrucción productiva", como señala Mészáros, es imposible mantener la vieja ilusión gradual-reformista y, más aún, esperar que del seno del capitalismo emerjan manantiales de riqueza que serían –supuestamente- la base material para la transformación socialista.
La concepción que aspira a transformar la sociedad capitalista mediante reformas tiene la desventaja del reduccionismo. Este supone que un cambio respecto de la administración de los bienes: equilibrada distribución de la riqueza, equidad en los derechos civiles ciudadanos, etc., resultaría suficiente para considerar superados los problemas culturales, ideológicos y políticos que la lógica del capital (autoritaria, verticalista, subordinante, individualista, competitiva, explotadora, utilitaria, opresiva, discriminante, injusta y excluyente) ha inculcado por siglos en los modos de vida de hombres y mujeres. Desconoce que el dominio del capital es objetivo-material-espiritual-subjetivo, y es en esos terrenos donde su dominio y hegemonía debe ser disputado, contrarrestado y destruido, y también construido lo nuevo. Los seres humanos concentramos en nuestros cuerpos vivos, a diario, todas las esferas de la vida social, y es desde la vida cotidiana -en todas los ámbitos de actividades-, desde donde debemos disputar también la hegemonía de la lógica del sistema del capital y construir la propia, la de la liberación y construcción de hombres y mujeres nuevos.
b) En relación con la propuesta revolucionaria centrada en la toma del poder: La historia reciente dejó claro que postergar la lucha por la superación de la enajenación humana y el inicio de los cambios necesarios para lograrla, para después de la toma del poder, empaña y aleja la posibilidad de liberación en vez de contribuir a ella. La disyuntiva real no es tomar o no el poder, la lógica no es "todo o nada". La sociedad capitalista puede (y debe) transformarse desde su interior con sentido revolucionario liberador y de liberación; ello nunca será realidad si no comienza a impulsarse y construirse –integralmente- desde el presente, a partir de las resistencias, las luchas y las construcciones cotidianas de lo nuevo, en todos los ámbitos en que ello se lleve a cabo.
Esto supone construir desde abajo la hegemonía política, ideológica y cultural acerca de la nueva sociedad que se desea, simultáneamente que se la va diseñando y construyendo (a la hegemonía y a la nueva sociedad). Y esto implica un cambio radical en la lógica de las luchas sociales, en la construcción de la conciencia política, de la organización, del poder propio y, también, del sujeto social y político de las transformaciones.
Nuevas miradas acerca del poder, la política y sus protagonistas
La concepción estratégica basada en la lógica de la construcción desde abajo, supone miradas, conceptualizaciones y prácticas diferentes en lo que hace a la relación de la política, el poder, la ciudadanía, la sociedad, los protagonistas. Por su impronta práctica, vale puntualizar aquí algunas consideraciones respecto de dos de estos elementos.
a) La concepción de la política, quiénes la hacen y cómo
Construir poder desde abajo indica un cambio en las formas de la acción política, pero sobre todo, supone un cambio en el contenido de la política, lo político y el poder. Consiguientemente, también en el contenido y los modos de representación, organización y acción políticas, y en los ámbitos donde esta se desarrolla.
[7]
Si coincidimos en que "(...), la política es básicamente un espacio de acumulación de fuerzas propias y de destrucción o neutralización de las del adversario con vistas a alcanzar metas estratégicas" [Gallardo 1989: 102-103], la práctica política es, por tanto, aquella que tiene como objetivo la destrucción, neutralización o consolidación de la estructura del poder, de sus medios y modos de dominación, simultáneamente a la construcción de poder propio. El ámbito de lo político –amplio, móvil y dinámico-, resulta entonces demarcado en cada momento por las prácticas políticas concretas, sus ejes y ritmos, y por los actores (sociales y políticos) que las llevan a cabo.
Ello pone de manifiesto el perfil y los contenidos políticos que adquieren hoy las luchas reivindicativas. Estas son en todo momento  reivindicativo-política, porque envuelven luchas contra las estructuras, los medios, los valores, la cultura y los mecanismos de producción y reproducción material y espiritual del poder de dominación, discriminatorio y discriminante, excluyente y crecientemente marginador de mayorías. Son precisamente las luchas sociales, reivindicativas, sectoriales o intersectoriales, las que le imprimen un contenido más complejo a la política y a la acción política, sacándola del ámbito de la lucha partidaria por el control del poder del Estado, articulándola a los otros ámbitos de la vida social, enlazando –además de lo público y lo privado-, lo estratégico con lo cotidiano y reivindicativo.
La estrechez en la comprensión del carácter político de lo reivindicativo y de sus múltiples vías de expresión y desarrollo se corresponde con la estrechez en la comprensión de lo político, la política y el poder.
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En toda lucha reivindicativa lo primordial es responder a las demandas sectoriales o intersectoriales, conteniendo a sus protagonistas con propuestas e instancias organizativas que garanticen luchar y obtener logros encaminados a solucionar las demandas colectivas. Precisamente por ello, resulta imprescindible ir construyendo colectivamente un marco de contención y proyección hacia dimensiones, espacios y problemáticas más amplias y abarcadoras, encaminado a la profundización de las luchas y propuestas, de modo tal que sea posible avanzar colectivamente en el cuestionamiento social integral, y articular las luchas sectoriales y sus propuestas con el proceso de cuestionamiento creciente y de transformación de la sociedad. Este camino complejo demanda participación popular plena y creciente en todo el proceso, hace de ella la clave para la formación de la conciencia política, evitando que aquello que tradicionalmente se considera "lo reivindicativo" se extinga en lo que –según los imaginarios- se espera sea "lo político".
El estrechamiento de los vínculos entre las luchas reivindicativas y las luchas políticas, borra las pretendidas divisiones absolutas entre ellas y, también, entre los actores sociales y políticos que las protagonizan, sus conciencias, sus modos de organización y de acción social y los ámbitos en donde esta se desarrolla.
Si se entiende por actores políticos a todos aquellos actores sociales capaces de organizarse con carácter permanente, definir objetivos de corto, mediano y largo plazo y proyectar sus acciones hacia la transformación de la sociedad, desarrollando procesos continuos de lucha y, simultáneamente con ello, la conciencia política, puede considerarse como tales a una amplia gama de organizaciones barriales, sindicales, campesinas, indígenas, de mujeres, religiosas, etc., además de las fuerzas tradicionalmente encausadas en lo político.  La multiplicación de actores sociales y la incursión de éstos en diversas esferas de la vida social, económica, cultural y política, indica, por un lado, que no existe una radical diferenciación espacial-conceptual entre actores sociales y políticos.
Las actividades de todo actor social tienen un contenido político, y viceversa. Los actores son en realidad sociopolíticos; los actores políticos ya no pueden restringirse a los partidos, frentes o coaliciones políticas de izquierda. La distinción conceptual entre actores sociales y políticos no alude entonces a la existencia de dos tipos de actores; responde, fundamentalmente, a una necesidad analítica para el estudio del movimiento social y el comportamiento y la proyección de los diversos actores que nacen, se desarrollan, o se disuelven en él.
b) La concepción del poder, cómo se transforma, cómo se construye y quiénes lo hacen
El poder es, en primer lugar, una relación social o, mejor dicho, un modo de articulación de un conjunto de relaciones sociales que –marcadas por intereses de clase- interactúan de un modo específico en cada sociedad, en cada momento histórico concreto.
[8] Estas relaciones no se reducen a la esfera del poder político, se asientan en las relaciones económicas establecidas por el dominio del capital, que se reafirman y reproducen a través de un complejo sistema sociocultural que define un determinado modo de vida. Todo ello se resume y condensa como poder dominante, poder que produce y reproduce una compleja trama social, económica, política y cultural, interarticulada a través de la vida cotidiana.[9]
El modo de articulación sociocultural que reafirma, impone y recrea el tipo de poder dominante fue definido por Gramsci como hegemonía, concepto que hoy cobra peculiar significación práctica en el proceso de disputa con el poder, y de construcción de poder propio (contra-hegemonía popular) desde abajo.
[10]
La construcción de poder propio se asume, desde esta perspectiva, como parte del necesario proceso de de-construcción de la ideología y las culturas dominantes y de dominación, que es simultáneamente un proceso de construcción de nuevas formas de saberes, de capacidades organizativas y de decisión y gobierno de lo propio en el campo popular. Son nuevas formas que constituyen modos de empoderamiento local-territoriales, bases de la creación y creciente acumulación de un nuevo tipo de poder participativo-consciente –no enajenado- desde abajo, de desarrollo de las conciencias, de las culturas sumergidas y oprimidas, con múltiples y entrelazadas formas encaminadas a la transformación global de la sociedad.
Conceptos claves
Entre los conceptos claves de esta concepción estratégica, ubico los de: articulación, construcción, proceso y transición, junto a los de multidimensionalidad, multilateralidad, diversidad, pluralismo, democracia radical participativa. Se trata, en todos los casos, de propuestas abiertas, es decir, en construcción y desarrollo permanente, acorde tanto al desarrollo de los actores-sujetos involucrados en el proceso como a las modificaciones de las condiciones histórico-sociales del país, la región y el mundo en cada momento.
Construcción y articulación resultan conceptos nodales, pues indican un modo de interrogar a la realidad, de entenderla y, a la vez, de posicionarse para intervenir en ella para transformarla y construir en todos los terrenos, tanto en el ámbito social como al interior de la organización reivindicativo-social o de aquellas estrictamente políticas. Tienen un sentido y una importancia estratégica fundamental dado que apuntan a la recomposición del todo social, invisibilizado hoy tras la atomización y fracturación profundas ocasionadas por el desarrollo desenfrenado de la producción destructiva (irracional) regida unilateralmente por las ambiciones de la nueva etapa de acumulación del capital a escala global.
La noción de proceso como camino y medio de la construcción estratégica alternativa, se anuda directamente a la revalorización del concepto de transición. Supone:
No dejar las tareas propias de la transformación de la sociedad para después de la toma del poder político; ir construyendo lo nuevo desde ahora, en proceso cuestionador-transformador permanente.
La obligatoriedad –por esto mismo- de ir más allá de la lógica del funcionamiento metabólico social del capital, y aventurarse a lograrlo construyendo lo nuevo (la nueva sociedad, el nuevo poder, el nuevo ser humano) desde abajo, desde la raíz y desde adentro del sistema del capital. Esto conforma un proceso de transición caracterizado por las dinámicas de la disputa permanente de dos lógicas: la del capital y la de lo nuevo que se construye colectivamente en las resistencias y las luchas de los pueblos (que a su vez supone un proceso interno yuxtapuesto, caracterizado por la de-construcción y auto-despojo de la sobrevivencia interior de la hegemonía de la lógica del capital).
Es por ello que la propuesta de transformación social a partir de la construcción de poder propio desde abajo reclama pensar la transición como parte de todo el proceso de transformación del sistema del capital desde el interior mismo del sistema, y viceversa. En él, la disputa por la hegemonía se expresa a través del "conflicto entre lógicas –capitalista y anticapitalista- que operan efectivamente en el seno mismo del mundo capitalista realmente existente (...)" [Amín 1997: 291], construyendo y acumulando contrahegemonía, conciencia, organización y poder en el proceso de luchas populares. Para esta concepción, la transformación de la sociedad y la construcción de lo nuevo no es "una etapa" que se inicia con la toma del poder, sino parte de todo el proceso sociotransformador que se construye desde el interior del sistema del capital, y que –precisamente por ello- tipifica lo que identifico como proceso de transición al socialismo en el siglo XXI.
Dicho proceso nace en las entrañas mismas del capital, pero no "de" ellas, es decir, no se produce espontáneamente (de modo "natural"), ni por acumulación de reformas parciales. Se trata de un proceso predominantemente consciente porque la lucha contra la lógica del capital, la construcción de una lógica propia, y la conformación de un proceso social articulado y orientado a la superación del sistema del capital, no se produce mágica, espontánea ni mecánicamente. Requiere de la voluntad organizada y la participación consciente de todos los actores sociales, en primer lugar porque su actividad cuestionadora y transformadora hace al proceso mismo y, en segundo, porque la nueva sociedad anhelada, la utopía buscada, no existe como tal prediseñada en lugar alguno, habrá de ser diseñada y construida con la participación creativa de todo el pueblo articulado, (auto)constituido en sujeto popular de la transformación y la construcción. De ahí que la democracia participativa sea también uno de los pilares constitutivos de lo nuevo.
Y la participación consciente del pueblo no puede alcanzarse por decreto. Es imposible "inyectar" saltos de conciencia; hay que construir el actor colectivo –su conciencia, organización y propuestas-, en cada momento (al menos en las fases iniciales del proceso de transformación, cuando no existe aún un actor colectivo –sujeto popular- configurado, articulado y organizado de forma estable). Y esto requiere tiempo, poco o mucho, eso es muy relativo en política, lo importante es entender que lo participativo colectivo social es consustancial al proceso de transformación, de construcción social, y de articulación de actores sociopolíticos hacia la (auto)constitución del actor colectivo capaz de pensar y realizar esa acción, o suceso, o manifestación, o fenómeno político-social.
De ahí el contenido y alcance revolucionario de la concepción que plantea construir el (nuevo) poder, la nueva sociedad, desde abajo: no hay un después en cuanto a tareas, enfoques y actitudes se refiere; lo nuevo se va gestando y construyendo desde ahora, en cada resistencia y lucha enfrentada al capital, y se desarrolla y profundiza en todo el proceso de transformación de modo permanente, antes y después de alcanzar el poder político.
El camino de la construcción de poder desde abajo constituye una mirada integral radical del proceso de transformación social, que solo puede ser tal si es -a la vez y en todas sus múltiples y yuxtapuestas dimensiones-, un proceso de apropiación del mismo por parte de cada uno de los actores sociales que lo protagoniza (como grupo y como individuo). Sobre esta base, la construcción de propuestas alternativas busca tender puentes, tejer redes y nodos de articulación -en lo social, en lo político, en lo sociopolítico, en lo económico-social, en lo cultural-, entre los sectores sociales y sus problemáticas, entre los actores sociales y sus expresiones organizativas, entre lo político y lo reivindicativo, entre lo cotidiano y lo trascendente, entre lo local y lo nacional, entre lo micro y lo macro, entre el territorio barrial y la ciudad, entre los excluidos y los incluidos, entre las formas de inclusión y exclusión, entre lo nacional y lo internacional.
Ejes principales
Entre los ejes principales que señalan la presencia de una nueva estrategia política y la van definiendo como una nueva concepción, señalaría los siguientes:
-El poder propio se construye desde abajo, simultáneamente con la deconstrucción del poder (y la hegemonía) de las clases y los sectores dominantes.
-El sujeto (social, político, histórico) del cambio se autoconstituye como tal en el proceso mismo de la transformación-construcción.
-La democracia participativa es una característica sine qua non de la transformación social. Su núcleo articula la participación desde abajo del pueblo organizado, el pluralismo (la aceptación de las diferencias y los diferentes), y la horizontalidad.
-El sentido primero y último de la transformación social es la liberación, la superación de la enajenación, y no la competencia con el capitalismo. Convergentemente con ello, se asume la construcción de poder propio por los trabajadores y el pueblo, en primer lugar, como parte del necesario proceso de deconstrucción de la ideología y las culturas dominantes y de dominación y, en segundo, simultáneamente, como un proceso de construcción de nuevas formas de saberes, de una cultura propia, de capacidades organizativas y de decisión y gobierno de lo propio en el campo popular.
Estas nuevas formas constituyen modos de empoderamiento local-territoriales, comunitarios, y son la base para la creación y creciente acumulación de un nuevo tipo de poder social participativo-consciente –no enajenado- desde abajo, para el desarrollo de las conciencias, de las culturas sumergidas y oprimidas, a través de múltiples y entrelazadas formas encaminadas a la transformación global de la sociedad hacia lo que será, necesariamente, un nuevo y enriquecido socialismo.
-Supone un reposicionamiento de la política y de lo político y el poder por parte del conjunto de actores sociales, políticos, y el pueblo todo. Hace del proceso de transformación un proceso simultáneo de participación, apropiación y empoderamiento colectivo, a partir de promover el protagonismo de cada uno de los actores sociales.
-Propugna la equidad de géneros, y desarrolla esta concepción para profundizar radicalmente la crítica al poder dominante y de dominación, tanto en el sentido de su deconstrucción social, histórica y cultural, como en lo que hace a su transformación-construcción.
Desde esta perspectiva, la mirada de género enriquece la noción, significación y alcances de la propuesta y la práctica de construcción de poder desde abajo, porque contribuye a visibilizar y esclarecer aristas ocultas o grises de la cultura de dominación, y de los mecanismos y las vías por las que se ejerce la subordinación discriminante de las mujeres en cada sociedad. Avanza algunos elementos cuya incorporación orienta los procesos de construcción de poder desde abajo hacia su profundización radicalmente democratizadora, específicamente, buscando transformar articulada y simultáneamente las relaciones sociales de opresión y explotación de una clase por otra, con las que –funcionales a ellas-, tiene lugar en el interior de la familia, en el barrio, en el trabajo, en la organización vecinal o sindical, en el partido, en los movimientos de mujeres, etc. Por este medio, la mirada de género rompe las barreras del pensamiento tradicional de la izquierda que separa la cotidianidad, lo reivindicativo social, del quehacer político y económico. Y este resulta otro de los aportes del enfoque comprometido de género a la política: su redimensionamiento de la política, de lo político y del poder desde una mirada y una propuesta integral y multidimensional de la transformación.
Si algo demuestra el enfoque de género es, precisamente, que no puede haber una verdadera democratización del mundo público si se mantienen intactas las relaciones de subordinación mujer-hombre en el mundo privado, y si se mantiene, en general, la subordinación de lo privado en función del desarrollo de lo público.
-Apostar a construir poder desde abajo supone basarse en una lógica diferente de articulación de las luchas sociales, el sujeto, la organización política, la conciencia y el poder: se plantea superar la sociedad capitalista transformándola desde su interior en la misma medida en que va construyendo la nueva sociedad y, junto con ello, en ese proceso, van (auto)construyéndose también los sujetos que la diseñarán y lucharán por hacerla realidad.
-El proyecto estratégico alternativo –definido colectivamente y siempre abierto, en formación-,  sintetiza en cada momento el rumbo estratégico y, a la vez, por ello, es el eslabón que articula, cohesiona e imprime un sentido revolucionario cuestionador-transformador a las resistencias, las luchas sectoriales e intersectoriales, y a las propuestas reivindicativas, proyectándolas hacia lo que será –por esa vía- una nueva civilización humana.
-De todo esto resulta entonces que la construcción de proyecto, de poder y la (auto)constitución de actores sociales en sujeto de la transformación, son estructuralmente interdependientes. El eje vital para su interconstitución se condensa sin duda en los actores-sujetos, en su capacidad (y posibilidad) para desarrollarse y (auto)constituirse en sujeto popular y, por tanto, en su capacidad para definir proyecto, construir poder, y –a la vez- para establecer propuestas de intervención política concreta y dotarse de las formas orgánicas que estas –y el desarrollo integral del proceso de transformación- vayan reclamando en cada momento.
Participación en parlamentos y gobiernos
Dialéctica entre "abajo" y "arriba"
Construir desde abajo indica ante todo una concepción –y una lógica- acerca de la formación y acumulación del contrapoder popular, de cómo contrarrestar, detener, minimizar y destruir el poder hegemónico del capital, y de cómo construir el poder propio. La expresión desde abajo no alude a una ubicación geométrica, a lo que está situado abajo, aunque indica ciertamente un posicionamiento político-social desde donde se produce la construcción, colocando en un lugar central, protagónico, a la participación de "los de abajo".
Es por eso que construir y transformar desde abajo no implica el rechazo o la negación a la construcción en ámbitos que podrían ubicarse "arriba". Dicha lógica resulta necesaria y vigente estratégicamente, independientemente del lugar desde donde se piense y realicen las transformaciones: en la superestructura política, o en una comunidad, desde un puesto de gobierno o en la cuadra de un barrio. La ubicación y el rol organizativo institucional que se ocupe en el proceso de transformación puede ser cualquiera: arriba, abajo, o en el medio; construir desde abajo indica siempre y todo momento y posición un camino lógico-metodológico acerca de cómo hacerlo y una apuesta práctica a su realización.
Un claro ejemplo de ello puede encontrarse en el proceso revolucionario venezolano. Entre las diversas aristas de dicho proceso, deseo destacar aquí, por su lugar central, precisamente, la apuesta estratégica a la construcción del poder propio (popular, revolucionario) desde abajo. Esta estrategia se valida y enriquece allí como camino indispensable de todo proceso transformador, en las actuales condiciones sociopolíticas, económicas y culturales existentes en el continente (y en el mundo).
Para impulsar el proceso revolucionario bolivariano, Chávez no cuenta con todo el poder del Estado ni de la economía; para socavar el poder de los sectores contrarios a la revolución bolivariana, apela -por fuera de las instituciones que responden al poder de esos sectores-, a construir sus propias líneas de poder, las fuerzas revolucionarias del pueblo, desde abajo. Las "misiones"
[11] constituyen un claro ejemplo de cómo es posible construir poder propio desde el gobierno si se crean los caminos necesarios para ello.
El gobierno, una herramienta posible de ser empleada a favor de la transformación social
No existe justificación, después de la realidad de la Venezuela de hoy, para afirmar que es imposible hacer transformaciones estratégicas siendo gobierno, argumentando que el Estado está en manos de sectores enemigos y que no se tienen aún las fuerzas necesarias para impulsar los cambios previstos. Si el peso del Estado burocrático y oligárquico es mayoritario, la experiencia venezolana enseña que es posible pasarle por encima y hacer lo que haya quehacer para construir las fuerzas propias, desarrollar y fortalecer la participación protagónica del pueblo en el proceso y, con ella, construir el poder del pueblo que es, a la vez –a través de ese proceso-, la construcción del sujeto revolucionario y de su conciencia y organización revolucionarias. Es precisamente por ello que en el proceso revolucionario venezolano cristaliza hoy la gran transformación política y cultural (práctica-educativa) que se viene gestando en nuestro continente. Los logros están a la vista, también los desafíos.
La participación en la disputa política por el gobierno nacional resulta clave. En las condiciones actuales, lo contrario implicaría, de hecho, la negación de toda política y tornaría un sinsentido la lucha de clases, la acumulación de fuerzas y la construcción sociopolítica toda, ya que -de antemano- se les impondría un límite que –por definición- no se desearía traspasar.
…si se trata de desconocer la importancia del campo político, esto es una pura ilusión. En el mejor de los casos podríamos hablar de utopismo en el sentido más negativo. En el peor de los casos esto se corresponde con el proyecto neoliberal: disminuir el poder del Estado para devaluarlo a mercado y, en este proceso, despolitizar las sociedades. No podemos ignorar a los poderes políticos, ni a los partidos, para lograr las transformaciones sociales esenciales, sino: ¿cómo operar una reforma agraria?, ¿cómo impedir la realización de los tratados de Libre Comercio?, ¿cómo lograr una política petrolera sin el ejercicio de un poder político? [Houtart 2004: 3]
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El problema radica, por un lado, en cómo superar la desconfianza instalada en las mayorías populares hacia los partidos políticos, los políticos y la política, y -anudado a ello-, por otro, en cómo hacer política de un modo y con un contenido diferente al tradicional. Porque hacer política es imprescindible y fundamental, tanto para lograr alguna salida positiva a las luchas reivindicativo-sociales, como para el desarrollo político de sus protagonistas. "No resulta suficiente protestar contra las injusticias. No resulta suficiente proclamar que otro mundo es posible. Se trata de transformar las situaciones y tomar decisiones efectivas. Y en ello radica la pregunta acerca del poder." [Ibídem: 1]
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En esta perspectiva, la participación en parlamentos y gobiernos provinciales, estaduales y nacionales, resulta central. Lo que podría entenderse como vía electoral para realizar las transformaciones sociales, resulta hoy un camino medular para el proceso de construcción, acumulación y crecimiento de poder, conciencia, propuestas y organización política propias, en proceso de (auto)constitución de los actores sociales y políticos en sujeto popular del cambio.
Esta es una definición de fondo, estratégica y primera. Deja sentado, de inicio, que participar en elecciones, llegar a ser gobierno de un país –con todos los desafíos que ello implica-, es parte de un camino que puede contribuir enormemente a impulsar la transformación social hacia objetivos superiores. Estar en el gobierno dota a las fuerzas sociales transformadoras de un instrumento político de primer orden que, en conjunción con el protagonismo de las fuerzas sociales extraparlamentarias populares activas, puede abrir puertas para promover transformaciones mayores. Ni la participación electoral, ni el ser gobierno provincial o nacional constituyen -en esta perspectiva-, la finalidad última de la acción política.
Por un lado, esto define los métodos y el o los instrumentos a emplear, crear, etcétera. Por otro, indica la apertura de un largo proceso de cambios, que es –precisamente- lo que caracteriza las transformaciones sociales de la época actual, pues la transición a otra sociedad supone, necesariamente, la articulación de los procesos locales, nacionales y/o regionales con el tránsito global hacia un mundo diferente (y la formación del sujeto revolucionario global).
Se puede avanzar –de hecho ocurre- en el ámbito de un país, pero es necesario ir generando simultáneamente consensos regionales e internacionales, interarticularse con otros procesos sociotransformadores de similar orientación. En Latinoamérica se abren hoy grandes oportunidades para ello, dada la coincidencia histórica de gobiernos -cuando menos- críticos del sistema neoliberal global. Es una situación que emerge como resultado de la acumulación de resistencias y luchas de los pueblos, que marca el predominio de la tendencia transformadora que se abre paso en medio (a través) de la casualidad.
El desafío es, en este sentido, superar la sorpresa y poner en marcha propuestas concretas que permitan, por un lado, fortalecer (y articular) las organizaciones sociales populares y, por otro, profundizar los procesos de cuestionamiento de las medidas regresivas del neoliberalismo, frenar su implementación y, de ser posible, anular su vigencia. Sobre esa base, y simultáneamente, el objetivo es avanzar en la construcción de alternativas concretas, desarrollar programas de gobierno que -teniendo en cuenta la correlación de fuerzas existente y las posibilidades de modificarla favorablemente-, impulsen el máximo posible los procesos sociotransformadores.
La participación en elecciones, en inferioridad de fuerzas, tiene sentido cuando es parte de un camino de acumulación política. En esa relación, es un objetivo coyuntural en situación de avanzar hacia la realización de determinados pasos, establecidos en función de la estrategia global. Esta supone la conquista del ámbito gubernamental nacional como herramienta política primera para impulsar desde el gobierno transformaciones mayores. En tanto tal, lo electoral es siempre instrumento, medio y vía, nunca un objetivo en sí mismo.
No se trata de llegar al gobierno para ocupar cargos, sino hacer de los cargos una palanca capaz de propiciar el avance colectivo hacia los objetivos consensuados socialmente, de concretar determinadas propuestas previa y colectivamente definidas, y de crear otras. Esta es, de última, la trascendencia de la tarea. Y llama también a no minimizar la decisión de quiénes desempeñarán determinadas funciones a través de los cargos de gobierno. En cualquier caso, todo esto debe ser diseñado y decidido con la participación plena de los actores sociales y políticos articulados orgánicamente, concientes de por qué se hace lo que se hace, y para qué.
Con el desarrollo de la participación popular organizada como base y sustento del proceso, un gobierno popular puede avanzar en las transformaciones hasta donde se lo proponga, en la medida que –a partir de las fuerzas acumuladas- vaya modificando a su favor la correlación de fuerzas, y vaya construyendo consenso entre los suyos, con pluralismo y tolerancia, sin desesperación, pero –a la vez- sin perder un minuto de labor. El actual proceso sociotransformador que se desarrolla en Venezuela constituye –vale reiterarlo- un valioso ejemplo de ello.
[12]
Contrastando positivamente con la de Brasil, la experiencia venezolana resulta esperanzadora, convocante y desafiante. Ella arroja luces largas, por un lado, para repensar la lucha democrático-electoral como parte importante y vital del proceso de transformación social, ayuda a entender que el ser gobierno no necesariamente obliga a obedecer los designios del FMI, sino que coloca en manos del pueblo que lo asume, una herramienta política de primer orden que este puede emplear para promover e impulsar transformaciones sociales, económicas, culturales, y construir empoderamiento popular, avanzando hacia la transformación radical de la sociedad. Articulado a ello, por otro lado, deja claro que –en tales condiciones-, la fuerza política central del gobierno está más allá de los cargos, las instituciones, y las posibles alianzas con sectores de la oposición política vinculados al poder que se busca contrarrestar y transformar, radica en su capacidad de articular la gestión gubernamental con la participación protagónica, creativa y organizada del pueblo (fuerza social extraparlamentaria).
Venezuela bolivariana revolucionaria constituye por todo ello un vivo ejemplo de la propuesta estratégica de transformación social desde abajo, sin recetas ni proyectos o programas preestablecidos, construyendo -sobre la base de iniciales definiciones estratégicas claves- los caminos indispensables para que, colectivamente, se vayan definiendo los rumbos y ritmos parciales, las urgencias coyunturales, etcétera. Lógicamente, en este caso, la participación activa y positiva de amplios sectores de las FFAA en dicho proceso no puede pasarse por alto; habrá que encontrar las maneras y los modos de construir alianzas similares en cada país, o buscar otras opciones. Todo proceso tiene su sello propio que lo hace excepcional, quizá el de Venezuela sea ese. Pero ni en este ni en ningún caso, es recomendable copiar los pasos concretos de un proceso a otro. Está comprobado que copiar y transplantar experiencias es fuente segura de errores.
Construir una amplia fuerza social de liberación que coordine su accionar político en los ámbitos parlamentario y extraparlamentario
La hipótesis es: Construir un amplio movimiento sociopolítico que articule las fuerzas parlamentarias y extraparlamentarias de los trabajadores y el pueblo, en oposición y disputa a las fuerzas de dominación parlamentaria y extraparlamentaria del capital (local-global). En un primer momento, esta fuerza irá nucleando a través de la confluencia en la creciente certeza de lo que no quieren: el capitalismo. Poco a poco, se irá abandonando la identidad negativa y el anticapitalismo dará cauce -labor de formación político-cultural de las organizaciones sociopolíticas mediante-,   a la construcción -desde abajo- de la propuesta alternativa de superación del capitalismo, es decir, de liberación, patriótica, indo-afro-latinoamericanista y solidaria con los pueblos del mundo. En ello radica la clave revolucionaria de esta opción estratégica.
Es injustificable que la participación de la izquierda en gobiernos locales o nacionales termine aceptando o incluso promoviendo las políticas del neoliberalismo. Esto, además de que conduce a perder el sentido político estratégico transformador que tiene para la izquierda la participación gubernamental, termina generalmente abortando el proceso social en posicionamientos personales. Los casos más evidentes resultan ser los de parlamentarios de izquierda que llegan a ser tales en nombre de movimientos sociales u organizaciones políticas de izquierda y luego -cortando todo vínculo- se dedican a hacer de la bancada un ámbito para sus ambiciones personales, un lucrativo puesto de trabajo. En tal caso, por muy buenas intenciones que se tengan, las elecciones terminarán tragándose la perspectiva de transformación social de los que participan en el gobierno. Ejemplos sobran de ello en Latinoamérica y en el mundo, en un sentido y en otro. Es el juego del poder, precisamente, de ahí que la adopción de esta vía constituya un desafío inmenso para las organizaciones sociales y políticas populares. En todo momento del proceso hay que optar y ratificar (o rectificar) a favor de quiénes y de qué políticas se está, y esta es siempre una opción conciente, individual y colectiva. Y para lograrla o mantenerla hay que construirla cotidianamente desde abajo.
Por eso resulta fundamental que la participación electoral se discuta, construya y desarrolle articulada a un proceso político mayor de construcción de una amplia fuerza social extraparlamentaria que se proponga acumular y avanzar hacia transformaciones mayores más allá del capitalismo, hacia una alternativa nacional y –a la vez- continental, de liberación de los trabajadores y el pueblo, orientada hacia lo que será un nuevo socialismo, creado y construido –desde abajo y día a día- colectivamente.
Este es el sentido y la significación política central de la construcción de un movimiento político-social, núcleo articulador –horizontal- de una amplia fuerza social parlamentaria y extraparlamentaria de los trabajadores y el pueblo. Como explica Mészáros: "Sin un desafío extraparlamentario orientado y sostenido estratégicamente, los partidos que se alternan en el gobierno pueden continuar funcionando como convenientes coartadas recíprocas al fracaso estructural del sistema para con el trabajo, confinando así efectivamente el papel del movimiento laboral a su posición de plato de segunda mesa, inconveniente pero marginable en el sistema parlamentario del capital. Por consiguiente, en relación con el terreno reproductivo material y con el político, la constitución de un movimiento de masas extraparlamentario socialista estratégicamente viable –en conjunción con las formas tradicionales de organización política del trabajo, para el presente irremisiblemente desencaminadas, que necesitan perentoriamente de la presión y el apoyo radicalizadores de las fuerzas extraparlamentarias- es una precondición vital para contrarrestar el inmenso poder extraparlamentario del capital." [2001-a: 849]
El problema no radica en lo electoral como tal, sino en cómo se implementa lo electoral, dentro de qué estrategia, y cómo -a partir de dónde y hacia dónde, con quiénes- se construye estratégicamente mediante lo electoral. El problema es, una vez más, para qué. Y esto se expresa en la relación entre la estructura política, el proceso de la toma de decisiones, la selección de quienes ocupan cargos y desempeñan determinados roles, y la mayoría del pueblo; se expresa en la relación entre las organizaciones políticas y los movimientos sociales, entendiendo que unos y otros son protagonistas del cambio social y de la política, sujetos políticos del proceso sociotransformador. De conjunto, concertando propuestas, reclamos sectoriales e intersectoriales, y un programa común, pueden dar cuerpo a lo que será una amplia fuerza social extraparlamentaria de liberación, fundamento para construir la participación parlamentaria y hacer del gobierno un instrumento de todo el pueblo para la transformación de la sociedad.
La experiencia revolucionaria de Venezuela abre pistas sobre las posibilidades políticas que tiene una amplia fuerza político-social cuando es capaz de combinar la acción gubernamental y parlamentaria con la de un fuerte movimiento extraparlamentario anticapitalista, de los trabajadores y el pueblo todo; demuestra que -aún dentro de los límites que impone la democracia burguesa-, es posible cuestionar el poder político, social, económico y cultural del capital. En esta perspectiva, estar en el gobierno significa acceder a un instrumento privilegiado para impulsar la formación y maduración del sujeto revolucionario, de su conciencia, sus organizaciones y su proyecto.
Además de un sentido estratégico, la participación electoral tiene, para la izquierda, objetivos propios cuya concreción no se puede subestimar ni relegar a la hora de ejercer el gobierno. Si el esfuerzo por acceder al gobierno y gobernar, fracasa, ello puede implicar un freno en el caminar hacia la estrategia definida, y sus implicaciones pueden ser más o menos graves en función de las fuerzas y acumulaciones puestas en juego. Si la responsabilidad del fracaso no cabe a las fuerzas populares, puede significar un fortalecimiento de la perspectiva estratégica popular. Todo dependerá de las razones del fracaso, de la conducta de los líderes implicados, y de su interrelación con el pueblo, protagonista primero y último del proceso.
Por temor a equivocarse, algunos sostienen que lo mejor es no participar en las elecciones, no disputar poder en ese ámbito, ni desde ese ámbito. Sin embargo, lo más adecuado y necesario es prepararse y preparar al pueblo para ello. Transformar la sociedad es transformar un modo de vida, y ello no es ni será un camino alfombrado con pétalos de rosas; habrá inconvenientes de uno y otro sentido, pero el peor de todos es el de no atreverse a participar, a crear, a construir.
La experiencia de Pachakutik, de Ecuador, con su reciente participación en el gobierno nacional de ese país, deja una valiosa enseñanza: retirase del gobierno cuando el Ejecutivo puso fin a la plataforma programática que fue la base del acuerdo y las alianzas, sin corromperse y sin faltar a su compromiso con el pueblo. Esto muestra que no necesariamente, si se participa en inferioridad de fuerzas –como en este caso-, se termina apoyando una política e intereses que no le son propios.
Tanto Pachakutik como, sobre todo, el MPD se ha caracterizado por una confrontación radical con el gobierno de Gutiérrez desde que abandonaron el mismo, primero el MPD en julio de 2003 y unos meses más tarde Pachakutik. Quienes dentro del radicalismo pequeño burgués consideraban que la izquierda había desaparecido después del apoyo coyuntural a Gutiérrez, que había traicionado su línea ideológica y, en consecuencia, habían vaticinado una "deriva reformista" que desmovilizaba y desarmaba ideológicamente al movimiento popular en Ecuador tendrán ahora que modificar sus parámetros si son honestos. En el combate contra el gobierno neoliberal y entreguista de Gutiérrez, ambas organizaciones han demostrado que también se puede realizar una importante gestión pública en las instituciones que ya controlaban. [Cruz 2004]
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Frente político-electoral
La construcción del movimiento político-social es estratégica porque este constituye el soporte político-cultural de los cambios posibles. Se trata de una amplia fuerza social conformada por organizaciones políticas, sociales, intelectuales y ciudadanía comprometida no organizada. No puede equipararse, por tanto, con el instrumento que se organice para la participación electoral; estratégicamente va más allá de este.
Un frente político-electoral puede conformarse con algunos sectores del movimiento político-social y ciertos actores sociopolíticos o socioeconómicos con los que sea posible aliarse en determinado momento para avanzar en dirección de los objetivos propuestos. Su duración está en dependencia de la realización de las políticas que sustentan las alianzas, sin embargo, a veces, se trascienden los objetivos iniciales, y es posible sumar las fuerzas hacia nuevas transformaciones. El proceso no es cerrado en una dirección o en otra.
Es importante, por tanto, no subestimar el papel del instrumento electoral y de los actores que lo integran, evitando limitar –por definición- las posibilidades de avanzar también desde ahí. Es importante tener en cuenta que la meta no es: avanzar y depurar, sino –siempre que sea posible- crecer, sumar y ampliar la fuerza social extraparlamentaria afianzando y profundizando el sentido estratégico de la presencia y la acción parlamentaria a ella articulada.
Las alianzas políticas que den origen a un frente o coalición político electoral pueden y deben ser muy amplias y diversas. Es posible trabajar conjuntamente incluso con sectores intermedios (de centro) en sus definiciones políticas, pero sin relegar el protagonismo del pueblo en la gestión de gobierno, y sin olvidar que esas diferencias existen, porque si no, estas pueden revertirse luego contra el pueblo y la organización política que impulsó la alianza. Porque los sectores que no comparten los objetivos estratégicos, generalmente no olvidan, ni diluyen en acuerdos coyunturales sus intereses sectoriales (y de clase), en ara de los cuales llegaron a esa alianza. La situación política actual de Brasil, resulta –en todo sentido- un ejemplo muy claro de ello.
Un nuevo tipo de democracia
Construir esto supone desarrollar un nuevo tipo de democracia en lo político, económico, cultural, en el derecho, en la moral, como base para la construcción de una sociedad solidaria y un poder popular revolucionario. Implica también construir un nuevo tipo de relación sociedad-estado-representación política, abriendo los mayores cauces para que el pueblo –en tanto sujeto popular- se reapropie plenamente de sus capacidades y derechos ciudadanos, protagonizando también las decisiones políticas y asumiendo las responsabilidades que ello implica. Esto es, en definitiva, lo que impulsará como nunca antes –junto a transformaciones económicas radicales que instalen un nuevo tipo de racionalidad económica-, el proceso de superación de la enajenación humana en lo social, cultural, político, en la producción científico-técnica, etc., y se traducirá en la construcción, desarrollo y consolidación de un nuevo modo de vida humano, digno, solidario y justo.
Y nada de ello puede relegarse para después de "la toma del poder". El debate acerca de los actores-sujetos, acerca de la relación entre los movimientos sociales y los partidos políticos, el debate acerca de la necesidad de superar las vanguardias –siempre autoproclamadas-, y la cultura vanguardista, elitista y sectaria, el debate acerca del desarrollo de la conciencia política, la subjetividad, la superación del individualismo, la definición de los perfiles de la utopía social (nuevo socialismo) que cada pueblo desee darse a sí mismo, se desarrolla desde el presente y tiene que ver directamente con la búsqueda de superación de la enajenación en todos los ámbitos de la vida social e individual. Es parte de la movilización social-cultural que contribuirá a impulsar las búsquedas de la liberación humana, que son también -por eso-, las búsquedas de la felicidad colectiva e individual.
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[1] Es el sujeto histórico sociotransformador actual que solo podrá constituirse como tal sujeto si se reconoce a sí mismo como un sujeto colectivo: viejos y nuevos actores sociopolíticos articulados a través de diversos procesos de maduración colectiva, de modo tal que puedan ir conformando un conjunto interarticulado de actores concientes de sus fines sociohistóricos, capaces de identificarlos y definirlos, y de trazarse vías (y métodos) para alcanzarlos.
[2] La autoctonía y genuinidad de esta propuesta, creada desde abajo por las experiencias de resistencia, lucha y construcción de los movimientos sociales y políticos latinoamericanos a lo largo del siglo XX y sobre todo en los últimos 30 años, le confieren la virtud de lo nuevo. Pero existen también otras miradas y experiencias que desde mucho antes consideraban la transformación social como un proceso de cambios y construcción permanente, en primer lugar en lo relativo al poder.
Me refiero, en primer lugar, a los planteamientos de Carlos Marx, y también a los de Rosa Luxemburgo, quien tanto combatió al interior de las filas de la izquierda a favor de la democracia revolucionaria, de la experiencia de la lucha de clases como camino para la formación de la conciencia política y, consiguientemente, del proceso de transformación del poder. Lo contrario, sostenía ella, acelerarlo todo para tomar el poder, era crear una situación revolucionaria artificial, como artificiales serían los cambios que de ello se desprenderían. ¡Cuánto no habría que repasar hoy aquellas polémicas y reflexiones! Sin olvidar al infaltable Antonio Gramsci y su pertinente preocupación por la construcción de las fuerzas contra-hegemónicas revolucionarias, entendiendo que esto supone, en primer lugar, la construcción de autonomía y hegemonía propias.
[3] Mucho se ha escrito y argumentado a favor (y en contra) de la posibilidad de un camino de reformas por etapas, pacífico y gradual que, dentro del capitalismo y sin proponerse la ruptura radical con el sistema del capital, permita algún día "pasar" al socialismo sin confrontaciones de clases ni conflictos antagónicos de intereses. Pero la experiencia demuestra que no hay caminos de transformaciones y crecimientos graduales, ni en lo económico, ni en lo político, ni en la conciencia. La prueba más evidente es el caso de los partidos socialdemócratas europeos y también de gran número de partidos comunistas tradicionales de esa región, que se han reducido a ser parte del sistema y no se plantean –si es que alguna vez lo hicieron- romper las reglas del juego. Ambas corrientes coinciden en lo estratégico con la creencia de que nada se puede hacer fuera del sistema del capital.
[4] En virtud de ello, atender –por ejemplo- a problemas sectoriales, e incluso a cuestionamientos de fondo de las relaciones de poder: como la discriminación de las mujeres, de los pueblos originarios, de los negros, etc., era subestimado o desechado de las actividades revolucionarias por considerársele expresión de las "contradicciones secundarias". Las propuestas que pretendían encontrar alguna solución a tales problemas eran consideradas elementos que distraían la atención respecto de la "cuestión fundamental": la toma del poder. Después de ese momento, se suponía que las soluciones llegarían en cadena, espontánea y mecánicamente desde arriba.
[5] Para una consulta sobre el particular, puede revisarse, Reflexiones acerca del problema de la transición al socialismo, de Marta Harnecker, Alfa y Omega, Santo Domingo, 1985, pp. 108-118.
[6] En esa perspectiva, en el pensamiento socialista de la izquierda partidaria vinculada sobre todo a la III Internacional, la fidelidad a la letra de lo expuesto por las "autoridades" fue considerada una postura de firmeza ideológica. Consiguientemente, no hacerlo, es decir, intentar pensar críticamente a partir de la realidad concreta, era frecuentemente objeto de censura y persecución ideológica. En ese ambiente, dedicarse a la exégesis del pensamiento de los fundadores del marxismo resultó un camino sin riesgos para los seudo intelectuales o los intelectuales seudo revolucionarios, quienes se esforzaban permanentemente por hacer "buena letra" cuidando de no "manchar" su expediente con posibles señalamientos ideológicos, ni pagar altos costos políticos, como por ejemplo, el más frecuente: la exclusión y/o reclusión.
[7] Un análisis detallado de este punto puede encontrarse en el Capítulo III de mi libro Movimientos sociales y representación política, Ciencias Sociales, La Habana, 2004.
[8] El punto de partida de esta propuesta pasa por entender que el Poder resume una determinada relación social de fuerzas (políticas, económicas, culturales, ideológicas), a favor de una clase o sector de clase que resulta hegemónico, que se constituye como síntesis articuladora político-social de las relaciones sociales levantadas a partir de la oposición estructural capital-trabajo, que instaura desde los cimientos mismos el carácter de clase de las interrelaciones entre ellos, de las luchas por la hegemonía y la dominación, y de las de resistencia y oposición a ello. Esto conforma en cada momento una determinada situación de correlación de fuerzas (de clase) a escala de toda la sociedad. Esta relación hegemónica dominante y de dominación se expresa concentradamente –sobre la base de una múltiple e intrincada madeja cultural, ideológica y política que atraviesa todo-, en la constitución de un determinado tipo de poder político y su aparato estatal. El Estado, entonces, es solo una parte del poder político, y del Poder (de la relación de poder de la clase del capital sobre la del trabajo y –a partir de allí- sobre toda la sociedad).
[9] Las relaciones de poder parten del interior del funcionamiento del capital para inundar –a través de las relaciones mercantiles- todas las relaciones sociales, familiares, culturales, etc. Esto resulta muy marcado en la actualidad cuando "…la transformación de lo social en mercancía acentúa las relaciones de poder en todos los sectores de la vida colectiva. En otras palabras, la imposición de la ley del valor refuerza las relaciones de poder." [Houtart 2004:2]
[10] Esto habla también de la necesidad política de atender a los diferentes modos de producción de la hegemonía dominante y de dominación y, a la vez, a los diversos modos posibles de construcción de contra-hegemonía popular. El punto se anuda, entre variadas aristas, con la batalla cultural político-ideológica por la hegemonía que, en nuestro caso implica, a la vez que la deconstrucción de la hegemonía de dominación, la construcción de una hegemonía propia (contra-hegemonía).
[11] Misión Rivas, Barrio Adentro, Vuelvan Caras, Misión Robinson.
[12] La promoción de la democracia participativa desde abajo desempeña –en esto como en todo- un papel central, dinamizador y definitorio de objetivos, métodos, etc. Organizarla y promover canales y estructuras capaces de convocarla, constituirla y crecer a partir de ella, es también parte de las tareas políticas estratégicas del proceso transformador.