EL ZARPAZO
Por Diego M. Vidal
El 11 de setiembre de 1973, las calles de Santiago de Chile crujían bajo el peso de los tanques del Ejército chileno. Aviones dirigidos por pilotos norteamericanos, surcaban el cielo rumbo a su objetivo: La Moneda, el Palacio Presidencial donde el Presidente Salvador Allende y un grupo de fieles compañeros, aguardaban el inminente ataque.
La experiencia chilena al socialismo era acorralada e iba a sufrir el último zarpazo reaccionario.
Buques de la armada de Estados Unidos se veían desde las costas del país trasandino, la burguesía y las multinacionales se retorcían las manos de gusto por el porvenir que les garantizaba el cuartelazo de los generales formados en la Escuela de las Américas, que el Comando Sur norteamericano utilizaba en Panamá para adiestrar dictadores.
El Presidente de la Unidad Popular se negó a huir en un avión que los militares le ofrecieron, años después los mismos golpistas confesaron que pensaban derribarlo con un misil ni bien despegara.
"Yo no voy a renunciar. Colocado en un trance histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo." El "Chicho" Allende, el "compañero Presidente", se despedía consecuentemente de su pueblo. Con el fusil en ristre, el que le regalara dos años antes el Comandante Fidel Castro, esperó a los fascistas chilenos atrincherado en la Casa de Gobierno.
Fueron bombardeados por tierra y aire, columnas de humo y escombros envolvieron La Moneda. Poblaciones civiles, centros de estudios y cedes de partidos políticos, se convirtieron en blanco también del terrorismo desatado por las fuerzas armadas chilenas y las falanges de ultraderecha que se sumaron al crimen.
Ni la casa del Presidente se salvó: fue saqueada vilmente y hasta la morada de Pablo Neruda, en donde agonizaba víctima del cáncer, cayó bajo las bayonetas y las botas. Los golpistas no pudieron asesinarlo a él y se ensañaron con sus muebles, libros, cuadros, botellas, todo lo que llevara el alma del poeta moribundo.
El general Augusto Pinochet Ugarte, hijo pródigo de Washington y Nixon, mandaba a secuestrar y fusilar a todo el que oliera a comunista, izquierdista, opositor o distraído. William Colby, jefe de la CIA, explicaba que fusilando Chile se salvaba de una guerra civil.
En Miami, una manifestación celebró la caída y del gobierno de la Unidad Popular chilena.
Salvador Allende era acribillado en su despacho y su cadáver mancillado por oficiales y soldados.
El Estadio Nacional de Santiago se llenaba de prisioneros políticos, que eran torturados y ejecutados. Más de cinco mil fueron detenidos. Entre ellos, un hombre de rostro aindiado y voz firme sufrió el ensañamiento de los torturadores y asesinos, las manos de Víctor Jara fueron aplastadas y su cuerpo amaneció en las calles cercanas, reventado, en medio de un charco de sangre, cuando los militares descubrieron que le cantor del pueblo había compuesto su último poema y de a pedacitos lo fue sacando de ese campo de concentración. "Somos cinco mil", se llama y narra el horror de las miles de víctimas que en pocas horas se tragó el terrorismo de Estado de Pinochet y sus secuaces.
Tres décadas después, el formador de asesinos y terroristas, de dictadores y corruptos, los Estados Unidos, rasga sus vestiduras de víctima de su propia siembra. La caída de las Torres Gemelas, con su aún desconocido número de muertos, simboliza una parábola que comenzó aquel 11 de setiembre en Chile. Luego del atentado, la vida continuó casi normal para los estadounidenses. El horror fue trasladado a Kabul y Bagdad, con las miles de toneladas de bombas que el Pentágono arrojó sobre esos pueblos. Tras el golpe de Pinochet, el terror se extendió por las fronteras sudamericanas hasta el Río de la Plata y en el Salón Oval de la Casa Blanca, nadie levantó la voz para condenarlo. Sólo aplaudieron.
Entre explosiones y tableteos de ametralladoras, la voz de Salvador Allende pronunciaba su despedida y auguraba el porvenir: "Estas son mis últimas palabras. Tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano, tengo la certeza de que por el momento habrá una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición (...) Tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano.".