Testimonio de Fidel Castro
Este 28 de septiembre, día en que la revolución cubana celebra
el aniversario de los Comités de Defensa de la Revolución, vi
la plaza como nunca: se calculó más de un millón de personas,
y llameaban banderas cubanas, chilenas y del 26 de Julio.
Combatientes, duros, no ocultaron sus lágrimas. Un clarín militar
rindió honores póstumos y en la plaza increíble había
grandes efigies del comandante Ernesto Che Guevara y Salvador Allende. El minuto
de silencio que se hizo, y cómo se cumplió, fue uno de esos escasos
momentos en la vida en que se tiene conciencia, marcada, del paso del tiempo.
Con una mezcla de expectación, dolor y contenida disciplina revolucionaria,
el pueblo cubano conoció la histórica versión de los hechos,
relatada por el comandante Fidel Castro, el más dilecto amigo del presidente
Allende. Esta es la versión textual:
Nosotros nos vamos a referir esencialmente al carácter de combatiente
y de soldado de la revolución del presidente Allende el 11 de septiembre.
A las 6 y 20 de la mañana de ese día, el presidente recibió
una llamada telefónica en su residencia de Tomás Moro informándole
del golpe militar en desarrollo. De inmediato pone en estado de alerta a los
hombres de su guardia personal y toma la firme decisión de trasladarse
al Palacio de la Moneda para defender, desde su puesto de presidente de la república,
al gobierno de la Unidad Popular. Lo acompaña una escolta de 23 hombres,
armados con 23 fusiles automáticos, dos ametralladoras calibre 30 y 3
bazucas, que se traslada con el presidente en cuatro automóviles y una
camioneta al Palacio Presidencial, donde llegan a las 7 y 30 de la mañana.
Portando su fusil automático, el presidente, acompañado por la
escolta, penetró por la puerta principal de La Moneda. A esa hora la
protección habitual de carabineros se mantenía normal en el palacio.
Ya en el interior se reunió con los hombres que lo acompañaban,
les informó de la gravedad de la situación y su decisión
de combatir hasta la muerte defendiendo al gobierno constitucional, legítimo
y popular de Chile frente al golpe fascista, analizó los efectivos disponibles
y dictó las primeras instrucciones para la defensa de Palacio.
Siete miembros del Cuerpo de Investigaciones arribaron para sumarse a los defensores.
Las postas de carabineros, mientras tanto, se mantenían en sus puestos
y algunos adoptaban medidas para la defensa del edificio. Un pequeño
grupo de la escolta personal custodia la entrada del despacho presidencial con
instrucciones de no dejar pasar ningún militar armado, para evitar una
traición.
En el espacio de una hora se dirige tres veces por radio al pueblo expresando
su voluntad de resistir.
Pasadas las 8 y 15, por los citófonos de Palacio la junta fascista conmina
al presidente a la rendición y la renuncia de su cargo, ofreciéndole
un transporte aéreo para abandonar el país en compañía
de sus familiares y colaboradores. El presidente les responde que "como generales
traidores que son no conocen a los hombres de honor" y rechaza indignado el
ultimátum.
El presidente sostiene en su despacho una breve reunión con varios altos
oficiales del Cuerpo de Carabineros que habían acudido a Palacio, los
cuales rehúsan cobardemente en aquel instante defender al gobierno. El
presidente los reprocha duramente y los despide con desprecio, conminándolos
a que abandonen de inmediato el lugar. Mientras se efectuaba esta reunión
con los jefes de Carabineros llegaron los tres edecanes militares; el presidente
les expresa que no era momento para confiar en los uniformados y les pide que
se retiren de La Moneda. No obstante, el presidente se despide con afectó
del comandante Sánchez, que había sido su eficiente edecán
por la Fuerza Aérea durante varios años.
Minutos después de retirarse los edecanes y los altos oficiales de los
Carabineros, el teniente jefe a cargo de la Guarnición de Carabineros
del Palacio Presidencial, obedeciendo órdenes de su jefatura, instruye
a un carabinero que recorra el edificio impartiendo la orden de retirarse a
los miembros de la guarnición, los cuales comienzan de inmediato a abandonar
La Moneda, llevándose parte de su armamento. Lo mismo hacen los carros
blindados de Carabineros, que hasta ese instante estaban en posiciones de defensa
del palacio.
Un grupo de diez carabineros, acompañados del portador de la orden de
retirada y cumpliendo, sin duda, instrucciones, cuando se retiraban por la escalera
principal y ya próximos a la salida, vuelven sus fusiles intentando disparar
contra el presidente, siendo enérgicamente ripostados por el personal
de la escolta. Son estos los primeros disparos que se cruzan con los golpistas.
Mientras estos hechos ocurrían, numerosos ministros, subsecretarios,
asesores, las hijas del presidente, Beatriz e Isabel, y otros militantes de
la Unidad Popular, van arribando al palacio para estar junto al presidente en
esas horas críticas.
A las 9 y 15 de la mañana aproximadamente, se realizan las primeras descargas
desde el exterior contra Palacio. Tropas fascistas de infantería, en
número superior a doscientos hombres, avanzaban Por las calles de Teatinos
y Morandé, a ambos lados de la Plaza de la Constitución, hacia
el Palacio Presidencial, disparando contra el despacho del presidente. Las fuerzas
que defendían el palacio no pasaban de cuarenta hombres. El presidente
ordena abrir fuego contra los atacantes y dispara él personalmente contra
los fascistas, que retroceden desordenadamente con numerosas bajas.
Los fascistas introducen entonces los tanques en el combate apoyados por infantería.
Un tanque avanza por la calle Moneda, otro por Teatinos, otro por Alameda con
Morandé y otro en dirección de la puerta principal por la Plaza
Constitución. En ese instante, desde el propio despacho del presidente
se abrió fuego de bazuca contra el tanque que estaba junto a la puerta
principal, que fue totalmente destruido. Otros dos tanques concentran su fuego
sobre el gabinete del presidente y un carro blindado dispara sus ametralladoras
hasta la Secretaría Privada y la oficina de escoltas. Varias piezas de
artillería, situadas por el lado de la Plaza Constitución disparan
también contra Palacio. El presidente recorre las distintas posiciones
de combate alentando y dirigiendo a los defensores. La lucha violenta se prolonga
más de una hora, sin que los fascistas logren avanzar una pulgada.
A las 10 y 45 el presidente reúne en el Salón Toesca a los ministros,
subsecretarios y asesores que habían acudido a Palacio para estar junto
a él, y les expresa que la lucha en el futuro necesitaría de conductores
y cuadros, que todos los que estaban desarmados debían abandonar La Moneda
en la primera ocasión posible y todos los que tenían armas debían
continuar en sus puestos de combate. Naturalmente que ninguno de los colaboradores
que carecían de armas estuvo de acuerdo con esta tesis del presidente;
tampoco las hijas del presidente y demás mujeres que se encontraban en
La Moneda, se resignaban a abandonar el palacio.
El combate prosiguió violento. Por los citófonos de Palacio los
fascistas lanzan rabiosamente nuevos ultimátums, anunciando que si los
defensores no se rinden emplearían de inmediato la Fuerza Aérea.
A las 11 y 45 el presidente se reúne con las hijas y restantes mujeres
que en número de nueve se encontraban en el palacio, ordenándoles
con toda firmeza que debían abandonar La Moneda, pues consideraba que
no tenía sentido que murieran allí indefensas. Y de inmediato
solicitó de los sitiadores una tregua de tres minutos para evacuar el
personal femenino. Los fascistas no conceden la tregua, pero sus tropas comenzaban
en esos instantes a retirarse de los alrededores de Palacio, para llevar a cabo
el ataque aéreo, lo que produjo un impasse en el combate que permitió
la salida de las mujeres.
A las 12 aproximadamente comienza el ataque de la aviación. Los primeros
rockets cayeron en el Patio de Invierno que está en el centro de La Moneda,
perforando los techos y estallando en el interior de las edificaciones. Nuevas
oleadas de aviones y nuevos impactos se suceden unos tras otros, inundando de
humo y de aire tóxico todo el edificio. El presidente da órdenes
de recolectar todas las máscaras antigases, se interesa por la situación
del parque y exhorta a los combatientes a resistir firmemente el bombardeo.
El parque de los fusiles automáticos de la guardia personal del presidente
se estaba agotando después de casi tres horas de combate, por lo que
el presidente ordenó derribar de inmediato la puerta de la armería
de la Guarnición de Carabineros del palacio, donde podía encontrarse
parte del armamento de aquélla. Al impacientarse por la tardanza de la
información sobre dichas armas, él mismo, cruzando el Patio de
Invierno se dirigió a la armería y observando que se demoraban
en derribar la puerta ordenó que se emplearan granadas de mano en la
operación, lográndose abrir un boquete en el cuarto de armas,
de donde extrajeron cuatro ametralladoras calibre 30 y numerosos fusiles Sik,
gran cantidad de parque, máscaras antigases y cascos. El presidente ordena
que todo se lleve de inmediato a los puestos de combate y personalmente recorre
los dormitorios de los carabineros, recogiendo fusiles Sik y otros armamentos
que allí quedaban. El propio presidente cargó sobre sus hombros
numerosas armas para reforzar los puestos de combate, exclamando: «Así
se escribe la primera página de esta historia. Mi pueblo y América
escribirán el resto», lo que produjo profunda emoción en todos
los que lo acompañaban.
Mientras el presidente transportaba pertrechos desde la armería, de nuevo
se reanuda el ataque aéreo con violencia. Una explosión quebró
cristales próximos al sitio donde se encontraba el presidente, lanzando
fragmentos de vidrio que lo hieren por la espalda. Fue ésta la primera
herida que sufrió. Mientras recibía atención médica
ordenó que continuara el traslado de las armas, y no cesaba de preocuparse
por la suerte de cada uno de los compañeros.
Minutos después los fascistas reanudan violentamente el ataque, combinando
la acción de la Fuerza Aérea con la artillería, los tanques
y la infantería. Según los testigos presenciales, el ruido, la
metralla, las explosiones, el humo y el aire tóxico convirtieron al palacio
en un infierno. No obstante la instrucción dada por el presidente de
que se abrieran todos los grifos y llaves de agua para evitar el incendio de
la planta baja, el palacio comienza a arder por el ala izquierda y las llamas
se propagan hacia la Sala de los Edecanes y el Salón Rojo. Pero el presidente,
que no se desalentó un solo instante, ni en los momentos más críticos,
ordena hacer frente al ataque masivo con todos los medios disponibles.
Tuvo lugar entonces una de las mayores proezas del presidente. Mientras el palacio
estaba envuelto en llamas se arrastró bajo la metralla hasta su gabinete,
frente a la Plaza Constitución, tomó personalmente una bazuca,
la dirigió contra un tanque situado en la calle Morandé -que disparaba
funlosamente contra Palacio- y lo puso fuera de combate con un impacto directo.
Instantes después otro combatiente pone fuera de acción un tercer
tanque.
Los fascistas introducen nuevos carros blindados, tropas y tanques por la calle
Morandé 80, intensificando el fuego por la puerta de acceso a La Moneda,
mientras el palacio continuaba ardiendo. El presidente desciende a la planta
baja con varios combatientes para repeler el intento de los fascistas de penetrar
al interior del palacio desde la calle Morandé, rechazándolo.
Los fascistas suspenden entonces el fuego en ese sector y piden a gritos dos
representantes del gobierno con carácter de parlamento. El presidente
envía a Flores, secretario general de Gobierno y a Daniel Vergara, subsecretario
del Interior, quienes salen por la puerta de la calle Morandé y se dirigen
a un jeep militar que se encontraba enfrente. Esto tenía lugar aproximadamente
a la una de la tarde. Flores y Vergara conversan con un alto oficial que se
encontraba en dicho jeep. Al regresar a Palacio y ya próximo a la entrada,
desde el mismo jeep les disparan a traición, recibiendo Flores un impacto
en la pierna derecha y Daniel Vergara varios disparos por la espalda, que lo
abatieron, siendo recogido por sus compañeros bajo el fuego protector
de otros defensores.
Los fascistas habían pedido el parlamento para exigir de nuevo la rendición,
ofreciendo facilidades al presidente y los defensores para abandonar Palacio
y dirigirse al destino que escogieran. El presidente reiteró de inmediato
su decisión de combatir hasta la última gota de sangre, interpretando
no sólo su deseo, sino el de todos los heroicos defensores de Palacio.
Desde la planta baja resistieron las embestidas procedentes de Morandé,
mientras la entrada principal de Palacio estaba ya prácticamente destruida.
Próximo a la 1 y 30, el presidente sube a inspeccionar las posiciones
de la planta superior. A estas alturas numerosos defensores habían perecido
por la metralla, las explosiones o calcinados por las llamas. El periodista
Augusto Olivares asombró a todos por su comportamiento extraordinariamente
heroico. Habiendo sido herido grave, fue atendido y operado en la sala médica
de Palacio, y cuando todos lo suponían yaciendo en una cama, con el arma
en la mano ocupó de nuevo su puesto de combate en el segundo piso junto
al presidente. Sería prolijo enumerar aquí los nombres y los actos
de heroísmo de los combatientes que allí se destacaron.
Pasada la 1 y 30 los fascistas se apoderaron de la planta baja de Palacio, la
defensa se organiza en la planta alta y prosigue el combate. Los fascistas tratan
de irrumpir por la escalera principal. A las, 2 aproximadamente logran ocupar
un ángulo de la planta alta. El presidente estaba parapetado, junto a
varios de sus compañeros, en una esquina del Salón Rojo. Avanzando
hacia el punto de irrupción de los fascistas recibe un balazo en el estómago
que lo hace inclinarse de dolor, pero no cesa de luchar; apoyándose en
un sillón continúa disparando contra los fascistas a pocos metros
de distancia, hasta que un segundo impacto en el pecho lo derriba y ya moribundo
es acribillado a balazos.
Al ver caer al presidente, miembros de su guardia personal contratacan enérgicamente
y rechazan de nuevo a los fascistas hasta la escalera principal. Se produce
entonces, en medio del combate, un gesto de insólita dignidad: tomando
el cuerpo inerte del presidente lo conducen hasta su gabinete, lo sientan en
la silla presidencial, le colocan su banda de presidente y lo envuelven en una
bandera chilena.
Aun después de muerto su heroico presidente, los inmortales defensores
del palacio resistieron durante dos horas más las salvajes acometidas
fascistas. Sólo a las cuatro de la tarde, ardiendo ya durante varias
horas el Palacio Presidencial, se apagó la última resistencia.
Muchos se asombrarán.de lo que aquí se acaba de narrar. Y así
es, sencillamente asombroso. La alta oficialidad fascista de los cuatro cuerpos
armados se había levantado contra el gobierno de la Unidad Popular y
sólo cuarenta hombres resistieron durante siete horas el grueso de la
artillería, los tanques, la aviación y la infantería fascista.
Pocas veces en la historia se escribió semejante página de heroísmo.
El presidente no sólo fue valiente y firme en cumplir su palabra de morir
defendiendo la causa del pueblo, sino que se creció en la hora decisiva
hasta límites increíbles. La presencia de ánimo, la serenidad,
el dinamismo, la capacidad de mando y el heroísmo que demostró,
fueron admirables. Nunca en este continente ningún presidente protagonizó
tan dramática hazaña. Muchas veces el pensamiento inerme quedó
abatido por la fuerza bruta. Pero ahora puede decirse que nunca la fuerza bruta
conoció semejante resistencia, realizada en el terreno militar por un
hombre de ideas, cuyas armas fueron siempre la palabra y la pluma.
Salvador Allende demostró más dignidad, más honor, más
valor y más heroísmo que todos los militares fascistas juntos.
Su gesto de grandeza incomparable, hundió para siempre en la ignominia
a Pinochet y sus cómplices.
ˇAsi se es revolucionario!
ˇAsí se es hombre!
ˇAsí muere un combatiente verdadero!
ˇAsí muere un defensor de su pueblo!
ˇAsí muere un luchador por el socialismo!
Hace unos minutos a esta tribuna nos llegó el texto de las últimas
palabras del presidente Allende.
«Trabajadores de mi patria: tengo fe en Chile y su destino. Superarán
otros hombres este momento gris y amargo, donde la traición pretende
imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde,
se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir
una sociedad mejor.
ˇViva Chile, viva el pueblo, vivan los trabajadores!
Estas son mis últimas palabras, teniendo la certeza de que el sacrificio
no será en vano. Tengo la certeza que por lo menos, habrá una
sanción moral que castigará la felonía, la cobardía
y la traición. »
Los fascistas han tratado de ocultar al pueblo de Chile y al mundo este comportamiento
extraordinariamente heroico del presidente Allende. Para ello han tratado de
enfatizar la versión del suicidio.
Pero incluso si Allende, herido grave, para no caer prisionero del enemigo hubiese
disparado contra sí mismo, ése no sería un demérito
sino que habría constituido un gesto de extraordinario valor.
ˇQué pretenden negarle al presidente Allende! ˇQué puede negársele
en esa hora suprema de sacrificio y de heroísmo!
Calixto García, una de las figuras más gloriosas de nuestra historia,
cayó prisionero del enemigo. y cuando a la madre le informaban que su
hijo estaba prisionero, ella dijo: ˇése no puede ser mi hijo! Pero cuando
le dijeron: antes de caer prisionero se disparó un tiro para privarse
la vida, ella dijo: ˇah, entonces sí: ése es mi hijo!
Después de muerto el presidente Allende han tratado de lanzar lodo sobre
su limpia figura, de una forma baja, innoble y ruin.
ˇPero qué puede esperarse de los fascistas! Incluso han sacado a relucir
el fusil con que combatió Allende, el fusil automático que nosotros
le obsequiamos, tratando de hacer propaganda burda y ridicula con eso. ˇPero
los hechos han demostrado que ningún obsequio mejor al presidente Allende
que ese fusil automático para defender al gobierno de la Unidad Popular!
Fue mucha la razón y la premonición que tuvimos al obsequiarle
ese fusil al presidente. ˇNunca un fusil fue empuñado por manos tan heroicas
de un presidente constitucional legítimo de su pueblo! Y ˇNunca un fusil
defendió mejor la causa de los humildes, la causa de los trabajadores
y los campesinos chilenos! ˇY si cada trabajador y cada campesino hubiesen tenido
un fusil como ése en sus manos, no habría habido golpe fascista!
Esa es la gran lección que se desprende para los revolucionarios de los
acontecimientos chilenos.
Este testimonio fue extraido del libro "Grandes Alamedas: El combate del presidente
Allende", del autor Jorge Timossi, publicado en La Habana 1974.
Fuente: Chile Vive