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Salvador Allende

A TREINTA AÑOS DEL GOLPE PINOCHETISTA EN CHILE

El largo brazo del imperio y la CIA

Emilio Marín

Pocas fechas sintetizaron para el mundo tanto luto y dolor como el 11 de setiembre de 1973, cuando el fascismo manoteó el poder en Chile. A lo sumo tres años más tarde le aparecería la competencia del 24 de marzo del otro lado de la cordillera, con similar sentido contrario a la vida. Augusto Pinochet Ugarte, con 88 años a cuestas, tuvo que ser considerado demente senil para escapar a la acción de la justicia aunque no pudo eludir la consideración de la historia como golpista, traidor y genocida. Peor aún, ese militar y sus colegas de la Junta Militar, han quedado como instrumentos del imperio, su Central de Inteligencia y sus corporaciones. De Salvador Allende en cambio se discutirá si lo mataron en La Moneda o si se suicidó pero no su estatura de líder patriota, honesto y valiente.
MÍSTER K En los últimos tres meses algunos medios argentinos inventaron lo del "estilo K" para aludir a los movimientos del presidente Néstor Kirchner. Pero en los últimos treinta años "míster K" o "doctor K" era la marca registrada de Henry Kissinger, titular del Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos y posterior secretario de Estado durante el gobierno de Richard Nixon y su sucesor Gerald Ford.
Ese personaje fue clave en los planes del imperio, sobre todo bajo administración republicana, para intervenir política y militarmente en Chile. Primero concibió planes para impedir la victoria de Salvador Allende en las presidenciales de 1970 alentando un golpe de Estado y en su defecto impedirle ser consagrado presidente electo por el Congreso. Luego, alentando los preparativos golpistas de las Fuerzas Armadas y su policía militarizada, los Carabineros, que se coronaron el 11 de setiembre de 1973.
En aquellos tiempos la Casa Blanca tenía un subgabinete que lo asesoraba en materia de acciones encubiertas (léase golpistas) para Chile. Se lo conocía con el nombre de "Comisión de los 40" y estaba presidida por Kissinger, director del Consejo de Seguridad Nacional. En junio de 1970, tres meses antes de las elecciones en Chile y cuando Allende se perfilaba con muchas posibilidades de ganarlas, HK declaró a la Comisión: "No sé porqué debemos esperar y ver a un país convertirse en comunista por la irresponsabilidad de su propia gente".
Con ese enfoque "preventivo", la agencia de inteligencia incrementó los pagos al candidato derechista del Partido Nacional, Jorge Alessandri, y a los medios de comunicación como el ultraconservador diario El Mercurio. A pesar de esas maniobras, quien ya había competido infructuosamente por la banda presidencial en dos oportunidades anteriores, esta vez ganó como candidato de la Unidad Popular con el 36,3 por ciento de los votos. Atrás quedaron Alessandri, del Partido Nacional con el 34,9 y Radomiro Tomic de la Democracia Cristiana con el 27,8.
DÓLARES Y SANGRE Con el ajustado triunfo del médico socialista, la peor pesadilla de Washington en la región tras la revolución cubana comenzaba a tomar vuelo. El entonces embajador en Santiago de Chile Edward Korry recibió más remesas de dólares para influir en el Partido Demócrata Cristiano. El Congreso debía ungir presidente a uno de los dos candidatos más votados y la plata buscaba que los legisladores democristianos votaran por Alessandri a pesar del voto popular mayoritario a Allende. ¡Curiosa filiación democrática de Estados Unidos, autoproclamado como cuna de la libertad!.
El Congreso trasandino debía votar el 24 de octubre. En esos meses corrió mucha plata tratando de impedir "la vía chilena hacia el socialismo". Aparte de la CIA dirigida por Richard Helms, una de las corporaciones estadounidenses más generosas en sus desembolsos para acciones encubiertas fue la ITT, el gigante de las telecomunicaciones. Su director Harold Geneen y su asesor John McCone (a su vez ex agente de la CIA) propusieron en una reunión de directorio que se apoyara con un millón de dólares a toda acción de la Casa Blanca tendiente a frustrar la designación del "izquierdista" por el Congreso chileno.
Kissinger y los halcones del Consejo de Seguridad Nacional –CSN, el mismo organismo que hoy preside la fascista Condoleezza Rice- estaban alarmados. Ellos consideraban que Allende en el palacio de La Moneda contagiaría de antiimperialismo a toda América Latina. Esa "revolución pacífica" podía ser más desestabilizadora que la "revolución castrista" para los intereses del Norte pues llegaría con mayor impacto a las amplias capas medias menos radicalizadas de la región (ver aparte "El imperio del mal").
Esa zancadilla también salió mal. El galeno de Unidad Popular fue proclamado mandatario con el voto de 153 legisladores contra 35 que lo hicieron por Alessandri. Había capotado el intento yanqui por impedir esa proclamación. El plan de Kissinger y la "Comisión de los 40" no se limitaba a los pagos a candidatos y directivos de medios de comunicación. También habían concebido un golpe de estado que incluyó el secuestro del titular del Ejército René Schneider, un general "constitucionalista" que defendía el derecho de la UP a asumir el gobierno. Dos días antes de que Chile tuviera nuevo presidente, ese militar fue asesinado por grupos fascistas pagados por la CIA, entre ellos el general retirado Roberto Viaux. Sin embargo esa acción provocó tanta reacción adversa que retardó el golpe en vez de precipitarlo en 1970. LOS PULPOS Desde el 3 de noviembre en que se inició la gestión allendista, hubo una carrera entre esa experiencia novedosa de cambio social profundo por la vía institucional y los preparativos de una conspiración que finalizaba en cuartelazo. Era cuestión de poco tiempo ver quién llegaba primero.
En el seno del nuevo gobierno cohabitaban el Partido Socialista, el Partido Comunista, el MAPU y la Izquierda Cristiana. Por fuera militaba el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), que aunque hizo críticas a las vacilaciones del flamante oficialismo, manifestó su interés por participar del proceso popular (sobre todo, para defenderlo de los ataques de la reacción).
Allende empezó a implementar los cambios prometidos a su gente. En materia agraria expropió en total 4.400 predios comprendiendo 6,5 millones de hectáreas para que las laboraran un cuarto de millón de personas. Unas 70 mil hectáreas beneficiaron a las comunidades indígenas, postergadas entre los más postergados en el Chile de las derechas oligárquicas.
A esas minorías no les agradó nada que la nueva administración adoptara medidas políticas como la reanudación de relaciones diplomáticas con Cuba y China, ni que propusiera a fines de 1970 una enmienda constitucional para proceder a la nacionalización de la industria minera. Después, en setiembre del año siguiente, el gobierno de izquierda tomó el control de la compañía chilena de telefónos (CHITELCO) que desde cuatro décadas atrás estaba en poder de la ITT.
Medidas de contenido popular antiimperialista como esas llevaron a una decuplicada resistencia de los pulpos locales y trasnacionales. La minera Anaconda Cooper, la telefónica ITT, Ford, Bank of América, Ralston Purina y otros monopolios aunaron sus fuerzas con el secretario de Estado William Rogers y el consejero de seguridad Kissinger para bloquear económica y financieramente al país sudamericano.
Así fue. EE.UU. cortó sus créditos, alimentó la sedición interna y el terrorismo, puso a sus agentes a conspirar junto a los altos mandos y finalmente le dio luz verde al golpe sangriento de 1973. Es importante que los jóvenes de hoy de uno y otro lado de los Andes sepan que no sólo Pinochet y su colega Jorge Rafael Videla fueron las malas palabras del genocidio. La boca que las pronunció fueron el imperio y la CIA.
EMILIO MARÍN EE.UU. EL IMPERIO DEL MAL Aunque Ronald Reagan bautizara en los ´80 a la URSS como imperio del mal, las trapizondas de la CIA y la ITT en Chile demostraron que ese título se ajustaba como guante a la mano estadounidense.
Un libro reciente de Peter Kornbluh, director del Proyecto de Documentación sobre Chile del National Security Archive, arrojó más luz sobre esas maniobras desestabilizadoras, luego de que la CIA aceptara en 2000 desclasificar una serie de documentos secretos. En verdad los pagos a políticos y radios chilenas para que se cruzaran en el camino de Allende no comenzaron en las presidenciales de 1970 sino ya en el turno de 1964, cuando financiaron a su rival Eduardo Frei con 3 millones de dólares.
Según el Informe de la Comisión Church del Congreso norteamericano, el 15 de setiembre de 1970 el presidente Nixon y su consejero Kissinger se reunieron con el director de la CIA, Richard Helms y el fiscal general, John Mitchell. Allí ordenaron a la agencia impedir que Allende se hiciera con el poder. Para eso se diseñó el "Track I" o Plan de Acción 1 de tipo político y propagandístico, y el "Track II" o Plan de Acción 2, directamente golpista.
Tras el cuartelazo, Washington apoyó el curso pinochetista a pesar de que la represión ilegal era evidente y había alcanzado a ciudadanos estadounidenses como Charles Forman y Frank Teruggi.
Ni siquiera esos crímenes los hicieron volver sobre sus pasos. En junio de 1976, de visita en Santiago, Kissinger aseguró a Pinochet que el gobierno de EE.UU. "era afable a su régimen", si bien recomendó que hubiera cierto progreso en el asunto de los derechos humanos para humanos "para mejorar la imagen de Chile en el Congreso de EE.UU." Por estos motivos y por su rol en el represivo "plan Cóndor" de las dictaduras del Cono Sur, Kissinger quiso ser convocado a declarar por varios jueces. Entre otros, lo reclamaron el chileno Juan Guzmán, el argentino Rodolfo Canicoba Corral, el español Baltasar Garzón y el francés Roger Le Loir. Ninguno de los magistrados tuvo suerte. Como su apadrinado Pinochet, "doctor K" sigue impune.
E.M.