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Repensar a Allende, pensar como Allende
Jorge Arrate*
El Clarin de Chile
Las derrotas son completas sólo cuando los vencidos olvidan las razones por las
que lucharon. No es el caso de los derrotados el 11 de septiembre de 1973. Hay
explicaciones para la fortaleza de su memoria; pero una es la principal:
Salvador Allende. Para los vencedores de entonces esta constatación evidencia
los límites de una victoria que pretendían total. Por algún tiempo todavía, casi
obsesivamente, persistirán en sus intentos de imponer en Chile, por diversas
vías, las reglas del olvido. Una vez más, fracasarán.
Allende, el socialismo, la izquierda, son parte esencial de la nación, de su
ser, de su cultura. Aquel que pretenda suprimirlos como recuerdo, referente,
idea, partido, movimiento o fuerza, tendrá que asumir, de nuevo, la odiosa tarea
imposible de suprimir parte de Chile. Por eso, cada año, en septiembre, pensar
en Allende, recordar a Allende, repensar a Allende es casi un rito, pero un rito
con significado: se trata de desentrañar nuevas claves que permitan avizorar un
mejor futuro, como el que concibió Allende.
Treinta y dos septiembres he recordado y pensado una y otra vez la figura de
Allende y veo, digno, sereno, al constructor de justicia, al luchador por el
socialismo. Pero con el tiempo emerge para mí un Allende más "incómodo". He ido
descubriendo un Allende inconfortable, portador de anomalías y desórdenes, un
gran crítico práctico de la sociedad capitalista latinoamericana de su tiempo
pero también un crítico de los modos que la izquierda propuso para
cambiarla. Allende tuvo un accionar político inconformista, indócil, rebelde,
que coincidió y disintió con la izquierda o las izquierdas (su izquierda, sus
izquierdas), normalizadas por ese entonces, en su mayor parte, en discursos
teóricos sólidamente establecidos que aspiraban a clasificar y dotar de
"regularidad " el discurso allendista.
Quizá por eso en la experiencia de la Unidad Popular victoria y derrota están
fuertemente imbricadas: factores que destacan positivamente en uno de esos
momentos se expresan con signo negativo en el otro, y viceversa. De esta manera,
la práctica democrática de la izquierda y el acatamiento de los marcos jurídicos
que caracterizaba a la sociedad chilena en general, permitieron invocar
exitosamente disposiciones legales y tradiciones políticas para consagrar
constitucionalmente un triunfo electoral con poco más de un tercio del sufragio
popular. Pero los mismos factores incidieron, por ejemplo, en la debilidad
manifestada en algunas ocasiones para ejercer con mayor energía facultades
legales o constitucionales o en la audiencia que lograron las voces que
proclamaban que el gobierno incurría en ilegalidades o utilizaba contra su
espíritu la legislación vigente.
Mientras la práctica reivindicativa impulsada durante largos años por el
movimiento sindical orientado por la izquierda se tradujo en fuerza de masas y
se reflejó en los resultados electorales, esa misma práctica se expresó en la
orientación consumista de algunas etapas de la política económica del gobierno y
fue aprovechada por la oposición para perforar la fuerza de la Unidad Popular
incluso en segmentos de la clase obrera organizada. Mientras una cierta mezcla
de ignorancia y apatía de la izquierda en relación con los problemas de la
seguridad nacional y las Fuerzas Armadas (¿o era un sentimiento de impotencia?)
impidió la creación de áreas de conflicto inminente o de abierta
contraposición, dicha apatía y desconocimiento se expresó durante el gobierno en
las dificultades para conducir una política exitosa en esta importante área.
Es que el proceso chileno al socialismo era surcado por corrientes subterráneas.
Una, la tensión entre el proyecto y su vía con su actor o impulsor, es decir, la
contradicción entre la llamada "vía chilena al socialismo" y la izquierda, el
protagonista que debía conducirla en cada una de sus fases. Dos, la tensión
entre las características del protagonista y las tareas que el ejercicio del
gobierno imponía como condiciones necesarias, aunque quizá no suficientes, para
tener éxito.
Desde el día en que la izquierda triunfó en las elecciones pareció vivir con una
dramática duda sobre su propio proyecto. Para algunos casi toda incertidumbre
tendía a resolverse si había organización coherente y sólida y dentro de los
límites que su propia elaboración teórica suponía a los acontecimientos en
curso. Para otros el problema era mayor: la experiencia allendista contradecía
hasta ese momento las estimaciones políticas de congresos partidarios y las
profecías que indicaban que la lucha electoral y pacífica sería fatalmente
intervenida por la derecha violenta. Similar era la situación de sectores en
pleno proceso de radicalización y en actitud crítica al conjunto de la izquierda
histórica y específicamente de su principal líder electoral, Salvador Allende.
En 1970 la Unidad Popular asumió el gobierno con el lastre de las
disfuncionalidades provenientes del pasado, de esa contradicción entre el
proyecto que surgía triunfante pero aún no realizado (¡nada más que la victoria
de una insólita esperanza!) y las posiciones teóricas consolidadas, probadas en
otras latitudes y con la apariencia, entonces, de cierto grado de éxito. Allende
obviamente no podía reescribir el pretérito: la fuerza con que contaba era la
que existía, con sus incuestionables virtudes y sus innegables limitaciones. No
tenía otra alternativa que superar las dificultades sobre la marcha. Y, como
también era esperable, este hecho constriñó severamente los márgenes de libertad
del Presidente para actuar y redujo severamente las opciones disponibles.
Desde este punto de vista es posible sostener que los partidos de la izquierda
protagonistas de la Unidad Popular, más allá de sus aportes impresionantes a la
generación y desarrollo del proceso, de su probada lealtad y heroísmo, y
eventualmente de su razonamiento político en alguna coyuntura más afinado que el
del Presidente, constituyeron una fuerza más normalizada, apegada al canon
teórico, mientras Allende, en posiciones contra la corriente, teóricamente no
consagradas, por eso mismo mucho más complejas que los recetarios vigentes, fue
más innovador y levantó con su acción una crítica de la izquierda chilena mucho
más profunda que las autocríticas "oficialistas" que circulan hasta hoy.
Al recordar la izquierda chilena de los años 60 y 70 es posible identificar dos
elementos como factores de consolidación de identidad y de unidad: uno es el
liderazgo de Allende, el "allendismo", el otro es el rol de la teoría política
como factor esencial de un pensamiento básico común relativamente compartido.
Con al perspectiva que da el tiempo es posible entender hoy que la teoría, como
cemento y uniformador, y el líder, como difusor, mediador y vértice adquirieron
por momentos contornos antagónicos. La Unidad Popular tuvo una doble faz:
reflejó la ortodoxia en la teorización no idéntica de sus partidos pero fue
original en su práctica. La ideología se sostenía en el canon teórico, la
práctica en Allende. La teoría y Allende eran los cementos de esa izquierda.
Ambos elementos no convergían necesariamente y esa divergencia contribuyó a las
debilidades de conducción de los partidos y del propio Presidente.
En este sentido Allende representó una paradoja: el político de izquierda más
inserto en la institucionalidad, el que predicaba la posibilidad de construir un
nuevo Estado con continuidad legal entre el que deseaba reemplazar y su sucesor,
el más asimilado a los estilos y prácticas de la política del período denominado
"Estado de compromiso", desordenó todos los esquemas y principalmente los de sus
propias fuerzas de sustentación.
Recabarren, Mariátegui, el Ché, Allende, cada uno a su modo, desordenaron,
desecharon los caminos ya codificados. Pensar como Allende hoy no es
literalmente pensar como Allende. Es pensar como lo hizo Allende: no renunciar
al examen atento de los datos de realidad y analizarlos con espíritu crítico y
libertad. Al intentar un pensamiento propio y renunciar a la mera imitación
Allende abrió nuevos caminos, siempre fundado en principios. Debemos perseverar.
(*) Jorge Arrate fue Presidente del Partido Socialista. Hoy preside el
Directorio de la Universidad de Arte y Ciencias Sociales (ARCIS).