9 de octubre del 2002
El Che existencial
Wilson García Mérida
Los Tiempos.com
En 1960 Jean Paul Sartre visitó Cuba y fue recibido por el comandante
Guevara; aquí la crónica de ese encuentro, 35 años después
de la muerte del guerrillero
A mi compadre Jorge Campero, el poeta de los árboles eventuales,
le debo una primera noticia sobre aquella hermosa fotografía de Korda:
el Che encendiéndole un puro a Jean Paul Sartre, mientras Simone de Beauvoir
los observa complacida en aquella enorme sala del Banco Central de La Habana.
Algún tiempo después de ver aquella foto, pude obtener el libro
donde Sartre narra la historia de ese encuentro celebrado durante su visita
a Cuba en 1960, a pocos meses del triunfo revolucionario.
Sartre llegó a La Habana cuando entraban en vigor el sabotaje económico
de Estados Unidos y la conspiración de la CIA contra la joven revolución.
Las fiestas de carnaval se habían suspendido y Fidel organizaba una colecta
nacional para comprar armas y aviones.
Durante el mes que duró la visita se entrevistó con intelectuales
--poetas y escritores-- como Nicolás Guillén y Lisandro Otero.
La des-estalinización del régimen cubano o las diferencias sustanciales
con el proceso soviético en la Europa del Este, eran temas favoritos
en aquel Sartre enamorado de Cuba y su futuro.
El autor de "El ser y la nada" conversó también con el Che, a
quien identificaba como el símbolo viviente de la naturaleza juvenil
de la revolución cubana. Los ministros de Fidel, Armando Hart, el Che,
Oltuski, Raúl Castro, apenas rebasaban la treintena de años.
El culto a la energía
"Puesto que era necesaria una revolución" --escribió Sartre--,
"las circunstancias designaron a la juventud para hacerla. Sólo la juventud
experimentaba suficiente cólera y angustia para emprenderla y tenía
suficiente pureza para llevarla a cabo".
La ética del trabajo, sustento vital de la revolución, emergía
según Sartre de la cualidad juvenil de los líderes cubanos. Ahí
estaba el Che, Ministro de Industria y Presidente del Banco Central, trabajando
en la zafra como el obrero común y trasladando ladrillos en carretillas,
en horas de oficina.
"Hoy, en el taller, en los campos, en un ministerio, el trabajo es joven, verdaderamente
joven", constata Sartre. "Y el mando avanza en el sentido de las agujas de un
reloj: es necesario no haber vivido demasiado para mandar; para obedecer, basta
no tener más de 30 años".
Ciertamente, en Cuba su edad preservaba a los dirigentes. Su juventud les permitió
afrontar el hecho revolucionario en su austera dureza. Si tenían que
aprender, si debían ayudarse con conocimientos técnicos, los responsables
no se dirigían a nadie: se las arreglaban por sí solos. He ahí
la clave existencial del éxito revolucionario, de su potencial autogestionario
aún hoy en proceso de desarrollo.
Y eso también explica la capacidad de alerta que mantiene despiertos
a los pueblos revolucionarios ante conspiraciones oscuras como aquellas que
suele tramar la CIA. Los cubanos, decía Sartre hace 42 años, casi
llegan a repetir la frase de Pascal: "Es preciso no dormir". Se diría
que el sueño los ha abandonado, que también emigró a Miami.
"Yo sólo les conozco la necesidad de velar".
Aquellos jóvenes --agregaba Sartre valorando la ética revolucionaria--
rinden a la energía, tan amada de Stendhal, un culto discreto. "Pero
no se crea que hablan de ella, que la convierten en una teoría. Viven
la energía, la practican, quizá la inventan: se comprueba en sus
efectos, pero no dicen una palabra de ello. Su energía se manifiesta".
Una cita a medianoche
El Che tenía 32 años cuando se entrevistó con Jean Paul
Sartre. El filósofo parisino descubrió en Guevara la encarnación
de la vigilia revolucionaria.
"El comandante Ernesto Guevara es considerado hombre de gran cultura y ello
se advierte: no se necesita mucho tiempo para comprender que detrás de
cada frase suya hay una reserva en oro" - observó Sartre en 1960 -. "Pero
un abismo separa esa amplia cultura, esos conocimientos generales de un médico
joven que por inclinación, por pasión, se ha dedicado al estudio
de las ciencias sociales, de los conocimientos precisos y técnicos indispensables
en un banquero estatal".
El Che presidente del Banco Central de Cuba, había fijado su cita con
Sartre a una hora insólita: medianoche. "Y todavía tuve suerte",
recordó, "los periodistas y los visitantes extranjeros son recibidos
amable y largamente, pero a las dos o tres de la madrugada".
No esperó mucho para encontrarse con el Che. "Se abrió una puerta
y Simone de Beauvoir y yo entramos: un oficial rebelde, cubierto con una boina,
me esperaba: tenía barba y los cabellos largos como los soldados del
vestíbulo, pero su rostro terso y dispuesto, me pareció matinal.
Era Guevara".
A la hora de aquel encuentro, medianoche, el visitante francés notó
que el Comandante acababa de salir de la ducha.
"Lo cierto es que había empezado a trabajar muy temprano la víspera,
almorzado y comido en su despacho, recibido a visitantes y que esperaba recibir
a otros después de mí. Oí que la puerta se cerraba a mi
espalda y perdí a la vez el recuerdo de mi viejo cansancio y la noción
de la hora. En aquel despacho no entra la noche. En aquellos hombres en plena
vigilia, al mejor de ellos, dormir no les parece una necesidad natural sino
una rutina de la cual se han librado más o menos. No sé cuándo
descansan Guevara y sus compañeros. Supongo que depende: el rendimiento
decide; si baja, se detienen. Pero de todas maneras, ya que buscan en sus vidas
horas baldías, es normal que primero las arranquen a los latifundios
del sueño".
Mientras cavilaba, Sartre llevó a sus labios un habano apagado; y entonces
el Che activó su encendedor ofreciéndole un fuego que allí,
a esa hora de la medianoche, parecía un átomo luminoso chispeando
en la atmósfera de la revolución.
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