Cuando su estrella trepó el Escambray
Juan Antonio Borrego
En medio de desamparo de la llanura la noticia resultó para muchos poco menos que una alucinación; la voz comenzó a correrse en la tropa de boca en boca y algunos hasta la tomaron como otro de los tantos rumores que habían acompañado tan azarosa marcha: el Escambray estaba a la vista.
En poco más de dos meses que permaneció en el Escambray el Che realizó un impresionante trabajo sociopolítico en la región.
Casi un año después, a mediados de 1959, el Che reproduciría aquel instante para la revista O Cruzeiro, de Brasil, en un párrafo que revelaba la ansiedad de los protagonistas, quizás en el momento más emotivo de la invasión.
"La tropa estaba cada vez más cansada y descorazonada —escribiría el Che—, sin embargo, cuando la situación era más tensa, cuando ya solamente el imperio del insulto, de ruegos, de exabruptos de todo tipo, podía hacer caminar a la gente exhausta, una sola visión en lontananza animó sus rostros e infundió nuevo espíritu a la guerrilla. Esa visión fue una mancha azul hacia el Occidente, la mancha azul del macizo montañoso de Las Villas, visto por primera vez por nuestros hombres."
Marcelo Martínez: "El Che era un hombre
que inspiraba respeto de solo mirarlo".
Nosotros habíamos oído hablar del Che muchas veces, pero nunca lo habíamos visto. Era un hombre que inspiraba respeto de solo mirarlo. No era fácil que cualquier soldado conversara con él, por sus responsabilidades, por sus ocupaciones, sobre todo en esta etapa de la guerra, pero por coincidencias de la vida, por razones de trabajo, diría yo, pude tenerlo cerca unas cuantas veces.
La primera fue el 18 de octubre, dos días después de llegar él al Escambray. Enoel Salas y yo fuimos hasta Santa Rosa, cerca de Gavilanes y allí nos presentamos y le contamos nuestra situación. Nosotros desde que nos dimos cuenta de lo que había en el llamado II Frente del Escambray, nos separamos, armamos un pelotoncito independiente y nos fuimos para Manacas Ranzola, donde hacíamos mucho más.
Enoel era el jefe y fue el que más habló, el Che nos escuchó y nos dijo que esperáramos allí, que él iba a mandar a un representante suyo. Después vino Armando Acosta, se entrevistó con nosotros y todos aceptamos el ofrecimiento de pasar a la Columna. Nos pusieron de jefes a Olo Pantoja y a San Luis y enseguida empezamos a operar juntos.
Volví a verlo el día que operamos el campo de aviación del central Santa Isabel (hoy Ramón Ponciano), yo estaba preocupado porque me habían matado a dos hombres de mi escuadra y cuando íbamos con las armas y los prisioneros por Piedra Gorda, llegó él y se puso a hablar con Víctor Bordón —ese fue el día en que le devolvió los grados de Comandante— y en eso ve entre los prisioneros a un guardia del Ejército batistiano llorando, era un hombre fuerte de veintipico o treinta años y le dice:
— Yo te conozco a vos...
— Sí, cuando el ataque a Güinía yo también caí preso y usted me soltó, responde el aludido.
— Ah, yo te solté —replica el Che—, ven acá, pero yo te dije que no te incorporaras más, ¿quién te cogió ahora?
Yo estaba agachado mirando de lejos el interrogatorio porque cuando el Che se ponía furioso no era fácil y entonces veo cuando el guardia indica para mí, que además de asustado, estaba desvelao, flaco y pelú como un carnero. El Che me miró y le respondió:
— Y a ti no te da pena que este jutío prieto te haya cogido preso. Los hombres no se entregan con las armas en la mano.
Pero la guerra no es solo dar batalla al enemigo. Para poder combatir es preciso hacer campamento, unir y preparar las fuerzas y crear retaguardia. El Escambray es magnífico escudo protector, pero el tiempo apremia.
La idea inicial es impedir las elecciones del 3 de noviembre y después romper la inercia de las fuerzas revolucionarias de la región, pasar de inmediato a la ofensiva, hacerse sentir más...
A veces a lomo de mulo, a veces a pie y medio descalzo desanda el lomerío palmo a palmo: el 20 de octubre, casi sin reponerse, se entrevista en las Piñas con Víctor Bordón Machado; el 21 en El Algarrobo con Faure Chomón. El 26 de octubre a las 10 y 30 de la noche comienza el ataque a Güinía de Miranda. Nadie lo duda: el Che Guevara está en el Escambray.
El Che era una persona muy penetrante, conversaba contigo y te estaba sacando la vida de adentro con la mirada, desconfiao, pero en el fondo se le veía la sensibilidad humana y la moral tan alta que tenía aquel hombre; con un asma terrible y no cejaba, se iba al combate, aquello impresionaba a uno, un hombre enfermo y que está guapeando así; además un extranjero peleando por lo tuyo, era una cosa muy grande y se le tomaba un cariño extraordinario, aparte del respeto que se le tenía.
La tarea más fuerte que él enfrentó fue la organización de las fuerzas políticas, imagínate que desde que llega le están mandando a decir que no puede entrar, a qué viene al Escambray, pero él no le hace caso a eso y quiere ir a todos los lugares, ver a todas las fuerzas que operan, logra hacer contactos en varias ocasiones con la dirección del II Frente.
El parque escasea, pero la guerra sigue: nace Caballete de Casa y Radio Rebelde llega al Escambray; reforma agraria en los territorios liberados; se fortalecen los vínculos con el Directorio Revolucionario; ofensiva batistiana pone a pruebas el valor; Camilo visita El Pedrero; contraofensiva rebelde...
Es 16 de diciembre de 1958. A las 6 y 30 de la mañana tres pelotones comienzan a infiltrarse en Fomento. Poco más tarde un hombre con raro acento en su voz insiste en comunicarse con el teniente Pérez Valencia, defensor del cuartel, para pedirle rendición. Era el Che Guevara.
Fomento cae el 18. Cabaiguán, Guayos, Sancti Spíritus y Placetas le siguen. La Isla queda cortada en dos. Se cierra el cerco sobre Santa Clara y el Che baja del lomerío con su boina estrellada.
El llevó a la vez la organización del Ejército Rebelde a la zona y rea-lizó el trabajo político y social con todo el mundo, con los combatientes y con la población campesina, que hasta ese momento estaba bastante estropeada y confundida.
Es nuevo allí, y mucha gente que había visto lo de antes, pensaba que él sería igual a los demás. Esa fue la gran tarea que él tuvo, por eso cuando se mataba una vaquita repartía igual para todos los campesinos, el médico veía a catorce o quince muchachos enfermos y a las mujeres barrigonas primero que a los rebeldes; si cogíamos un prisionero, teníamos que darle la hamaca y dormir en el piso...
Después que el Che llegó aquí, no se fusiló a nadie, se detuvo a mucha gente, pero con justicia. Y eso fue lo que salvó la confianza, los rebeldes que estaban regados por ahí vinieron y se unieron. El limpió la imagen en unos quince o veinte días y los campesinos y todo el mundo se abrieron con un cariño del carajo.
Nota: El texto en negritas corresponde al testimonio del coronel (r) Marcelo Martínez Hernández, integrante del Ejército Rebelde y presidente de la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana en Sancti Spíritus durante 10 años.