8 de Octubre
36 años de la Higuera
CARTA DE DESPEDIDA
Alexis Ponce
" Che (americanismo): Interjección que sirve para expresar alegría, admiración, dolor... "
Enciclopedia Espasa-Calpe
He intentado escribir estas cuartillas una y otra vez. Siempre la página quedaba en blanco. Decenas de veces taché los imaginados títulos de este escrito y -durante tres noches consecutivas- no pude siquiera borronear la palabra inicial.
Cualquier tema, cualquier otra evocación de cualquier otro ser humano, no me habrían puesto así, de cara contra una hoja en blanco.
"Usted no se deja decir", valdría la pena decirle, Comandante, parafraseando lo que Galo Gálvez, el personaje central de "Entre Marx y una mujer desnuda", le dice a la novela que nunca termina de escribir. No hallo palabras que no sean comunes, no puedo escribirle Comandante. Escribir de usted, escribirle a usted, es lo más difícil que nos ha tocado nunca, en este fin de siglo posmoderno, sombrío y pragmático en el que sobrevivimos...
...Trataré...
Intentaré plagiar recuerdos, meter aquí párrafos guardados en el cajón de sastre y traer de los cabellos -dulcemente- evocaciones suyas que en algún rincón de mi desleal memoria quedaron de usted, siguieron con usted, pese a todo.
"Un agente de la Compañía de Inteligencia Americana, de origen cubano, que había peleado en los '50 en la Sierra Maestra y que conoció al Che, tenía la misión de identificar a Guevara antes de que se cumpliera la orden de matarlo. El agente de la CIA que fue llevado al aula donde se encontraba Che, en una pequeña escuelita de la Higuera guardada por seis oficiales bolivianos, fue quien le informó a Che que en la Paz se había tomado la decisión de matarle. Cuando entró al aula, se retiraron todos y quedó a solas con el comandante. Che miraba hacia la pared, sin hablar. Después de largos minutos, el agente hizo su primera pregunta: "¿En qué piensa, Comandante"? y Che, viéndolo al rostro, contestó lentamente "en la inmortalidad de la revolución". Pasaron minutos otra vez, hasta que le indicó la orden de ejecución. Guevara se puso pálido, blanco como un papel, pero sereno replicó: "Entonces, dígales que apunten bien". El agente de la CIA salió de la cabaña y comunicó a los oficiales su conclusión: "Es el Che". Richard Gott, enviado de prensa de la revista The National, Octubre-1967-Bolivia.
Usted dijo una vez que le habían puesto el tema más delicado, cuando trabajadores ejemplares le pidieron que hable de moral. "Me la pusieron difícil" contestó. Sonreído a medias, y a medias serio, modesto como el que más, pudoroso, casi avergonzado, completamente distante de sí mismo y de su tremenda estatura moral...
Usted, días antes de partir de Cuba, pidió a alguien que le prestara un libro de Neruda y transcribió de él un poema. Cuando envió a su asistente personal a devolver el libro, su amigo no se agüantó las ganas de preguntarle: "¿cuál fue el poema que escribió Che?" y recibió como respuesta: "el que dejó subrayado". Revisó el libro y volteó páginas. Sólo cuando supo que usted se hallaba en Bolivia, su amigo revivió la anécdota y recordó el poema... Se trataba del sentimental "Farewell" - la despedida a ella-, el poema que -se dice- en su mochila encontraron los rángers bolivianos el 8 de octubre de 1967... "Y a donde quiera que vaya, llevaré tu recuerdo, y a donde quiera que vayas, llevarás mi dolor"...
Usted alquiló un modesta habitación en el barrio "Las Peñas", en el puerto de Guayaquil, durante su segundo viaje por el continente, en 1953. Quienes le conocieron, recuerdan que usted se ganaba la vida dibujando siluetas, negros perfiles de los rostros de los transeúntes, a quienes abordaba en las calles para dibujarles al paso y ganarse unas "ayoras" para sobrevivir. Entonces era el recién graduado médico, Dr. Ernesto Guevara de la Serna... Faltaba poco para que naciera el Che.
Quienes lo trataron coinciden en que ese joven, de 25 años, miraba distinto y tenía urgencia de partir a toda América. Un antiguo amigo suyo en Argentina, que también se hallaba de paso por Guayaquil, le habló de Guatemala y de los cambios sociales que ahí ocurrían. A las pocas semanas usted partió con destino a su destino.
Usted mantuvo -siempre- una especial relación de afecto cómplice con Celia, su madre. Cuando ella enfermó de gravedad y los médicos le diagnosticaron cáncer, usted, 12 o 15 años de edad, se encerró en su dormitorio -días enteros- y su familia le encontró trabajando con tubos de ensayo y recetas de no se sabe qué, desesperado por descubrir el medicamento que la sanara.
Usted, décadas después, quizá en el Congo o ya en Ñancahuazú, Bolivia - donde dio al mundo una de las lecciones humanas más impresionantes de desprendimiento y coherencia- escribió a Celia su última carta, fechada en 1966. Celia nunca recibió la carta, pues había fallecido meses atrás.
Quienes han destacado su legendaria auto-disciplina, su "voluntad pulida con delectación de artista", dicen que siendo usted un niñito, su madre lo bañaba en agua fría, helada, al empezar el día. Sus enemigos, metidos a psicoanalistas y toda la pléyade de inquisidores de almas, en vano quisieron ver en su infancia o su adolescencia, el espejo del ulterior Comandante, férreamente auto-disciplinado hasta el extremo sacrificio.
Bien lo relata Galeano: no es en el psicoanálisis donde se puede hallar su misteriosa fuerza, ni teorizando sobre su extracción social o complejo de Edipo donde van a encontrar su energía vital. Nunca van a mirar un poquito más acá; en su generosidad humana, en su capacidad de solidaridad con el otro, está el antecedente y la prefiguración del Che.
Usted, parcamente, escribe en su "Diario en Bolivia" que no le funcionó la mente ese rato y que, debiendo dar el primer disparo en la emboscada ya tendida, no atinó a disparar y dejó pasar el convoy militar lleno de alimentos en el que iban echados, durmiendo a pierna suelta, dos soldaditos. La modestia siempre pudo más en usted, Che. No es que no le funcionó la mente, ni atinó a disparar...
Dicen que usted les dijo, horas después, a los indignados cuanto hambrientos guerrilleros, que disparar a un hombre dormido es como disparar a un niño. Hablando de esta anécdota suya, Comandante, en nuestras reuniones celulares de hace años, algunos militantes se atrevieron a criticarlo por la eticidad de su razonamiento. "El Che era un pequeño-burgués", sentenciaban, con la Biblia moscovita o pekinesa en la mano, lista en la punta de la lengua la letanía con la que intentaban definir lo que jamás entenderán. Para ellos, mezquinos dogmáticos y ciegos de siempre, matar un hombre dormido es ser revolucionario, seguramente.
Usted escribió una de las más hermosas frases de revolución en la larga y cruenta historia latinoamericana: "Déjeme decirle, a riesgo de parecer ridículo, que el verdadero revolucionario está guiado por grandes sentimientos de amor".
Ese ridículo sentimiento, riesgoso siempre, diferencia al Che de supuestos revolucionarios, cuyo ejercicio de la lucha armada o de la violencia -per se- no implica que sean revolucionarios de verdad.
Pienso en Pol-Pot y los khemer rojos, por ejemplo, en las calaveras y osarios apilados por millones (¿fueron tres millones?) hasta formar montañas interminables de huesitos, acribilladas osamentas que alguna vez fueron cuerpos y almas de "contrarrevolucionarios" por vestir jeans, por llevar gafas, por pensar distinto.
Pienso en los polpotianos de los Andes, la cuarta espada del marxismo, que sentenciaban a muerte -y los mataban- a dirigentes y militantes sociales "que le hacían el juego al Estado burgués".
Pienso en el "jefe guerrillero" entrevistado en alguna zona del Caquetá, que justificaba el narcotráfico con la imbécil argumentación: "para inundar al imperialismo por dentro y aniquilar a los explotadores del mañana" (entiéndase, a los adolescentes norteamericanos).
Pienso en el frente "Ricardo Franco", que torturó y ejecutó a cientos de sus propios militantes porque "se apartaron de la línea".
Pienso en los integrantes de "Hamas", kamikazes de la "Jhiyad" que no se avergüenzan por matar niños y mujeres ("son sionistas"), porque cometiendo esas muertes van directo al paraíso prometido por Alá.
Pienso en los fundamentalistas argelinos de la "Gia", fanáticos que tajan las mejillas a las mujeres porque no llevan el rostro cubierto como manda el Corán. Pienso en los ‘guerrilleros’ talibanes que apenas tomaron el poder decretaron la más brutal dictadura misógina del siglo.
Pienso en los "revolucionarios" criollos de Ecuador, a quienes escuchamos decir que Néstor Serpa y los muchachos inmolados del MRTA erraron por "sentimentalistas", porque -pudiéndolo- no ejecutaron un solo rehén aquella tarde de su propia muerte...
Pienso en la irreconciliable, antagónica distancia que separa al amor del odio, al ser humano del monstruo, al Che de "los envenenados de la muerte".
De usted cuenta Eduardo Galeano que "se delataba por los ojos: tenía la mirada limpia y transparente de los hombres que creen".
"Julia Cortéz, 22 años, ojos verdes, profesora de la escuelita de la Higuera, relata: "Tuve miedo de entrar, de encontrarme ante un bruto...y tenía ante mí a un hombre de aspecto agradable, de mirada burlona y dulce a la vez...me era imposible mirarlo a los ojos.
-¿Ah, usted es la maestra... sabe que no se pone acento en el 'se' de ‘ya se leer’? habló a modo de preámbulo, mostrando uno de los dibujos que colgaban de la pared del aula. Se burlaba cortésmente y sus ojos reían.
- Yo bajaba los ojos al hablarle, porque su mirada era insostenible; atravesaba... Y tan tranquila..." Michele Ray, París Match, Octubre-1967-Bolivia
Usted, Comandante, escribió en su Mensaje a la Tricontinental un escalofriante párrafo: "El odio como factor de lucha. El odio que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así".
No voy a acordarme de las 'opiniones' que sus infames detractores han dado de esta frase en los últimos 30 años. Ni tampoco aludiré a quienes, desde la religión, el pacifismo o sus convicciones humanistas, guardan reservas de esta sola frase.
Simplemente la transcribo, tratando de comprender, de contextuarla, de hilvanarla con ese sentimiento gigante de amor humano que lo empujó a quemar las naves y batirse contra los molinos de viento de ayer y de hoy. Si en algo ayuda la carta que, para un niño, escribiera alguien al que, desde la distancia de 30 años, usted ama, la intención vale:
"Nuestra profesión... la esperanza. Nosotros decidimos un buen día hacernos soldados para que un día no sean necesarios los soldados. Es decir, escogimos una profesión suicida porque su objetivo es desaparecer, soldados que son soldados para que ya nadie tenga que ser soldado. ¿Claro, no? De nuestros despojos y rotos cuerpos habrá de levantarse un día un mundo nuevo. ¿Lo veremos? ¿Importa si lo veremos? Creo que no importa tanto como el saber que nacerá y que en el largo y doloroso parto de la historia algo y todo pusimos: vida, cuerpo y alma. Amor y dolor, que no solo riman, sino que se hermanan y juntos marchan. Por eso somos soldados que quieren dejar de ser soldados. Pero resulta que, para que no sean necesarios los soldados hay que hacerse soldado y recetar una cantidad discreta de plomo, plomo caliente escribiendo libertad y justicia para todos, no para unos cuantos, sino para todos. Y hay que acumular odio y amor con paciencia. Cultivar el fiero árbol del odio al opresor, con el amor que combate y libera. Cultivar el poderoso árbol del amor que es viento que limpia y sana, no el amor pequeño y egoísta, el grande sí, el que mejora y engrandece. Abandona si lo tienes el amor por la muerte y la fascinación por el martirio. El revolucionario ama la vida sin temer la muerte. Recibe este tierno dolor que siempre será esperanza..." Subcomandante Insurgente Marcos
Usted, dicen, falló porque en la balanza personal dejó que pesara más el corazón. Todos, dicen, guardamos equilibrio entre los dos platillos: el corazón y la cabeza, con el fiel al medio, la voluntad. Su voluntad, fiel a usted, inclinó hacia el corazón y ello desencadenó la aventura de Bolivia. ...no lo se...
Creo que usted habrá tenido muchos errores y, de hecho, los tuvo. Pero a la hora de los hornos, el veredicto humano orilla los errores porque los aciertos son más elocuentes y sobrecogedores.
No podemos ser tan miopes y por miopes, míseros, de juzgar a Bolívar, por ejemplo, por sus desaciertos políticos solamente, o por sus amoríos o su afición a las palabrotas. La historia mira más lejos y los pueblos, en el caso del Che, admiten sus errores porque la estatura que alcanzan su vida y su muerte es descomunal, esperanzadora para la especie humana.
En estos tiempos, en que la coherencia brilla por su ausencia, y en que el posmodernismo decretó el fin de los paradigmas y la desesperanza global, algo ocurre con el Che: se esperaría silencio, indiferencia de la novísima generación (la que hoy tiene menos de 20 años), desobligo colectivo. Pero no...
Ocurre que usted sigue convocando, despertando, viviendo y haciendo vivir. La gente, aún en el neoliberalismo más salvaje y la edad civilizatoria más deprimente de la humanidad -contra eso mismo, quizás- respeta, reconoce y guarda cariño y nostalgia para quienes murieron como vivieron, para quienes vivieron como pensaron, para los que guardaron coherencia de principio a fin.
Eduardo Galeano (otra vez) lo dice mucho mejor: "Buena parte de la fuerza del Che Guevara, esa misteriosa energía que va mucho más allá de su muerte y sus errores, viene de un hecho muy simple: él fue un raro tipo que decía lo que pensaba y hacía lo que decía".
posdata: "El Amor desenterrado" (título de un poema del escritor ecuatoriano Jorge Enrique Adoum)
Lo hirieron en combate, lo torturaron en interrogatorios inútiles y lo ejecutaron. Cortaron sus manos, mutilaron sus dedos para comprobar si las huellas dactilares eran suyas y confirmar que, efectivamente, ese nazareno tendido en una piedra de lavar con los ojos nostálgicos y una sonrisa lejana, era usted; finalmente le prendieron fuego o lo enterraron en un lugar secreto...
Treinta años después usted reaparece, con el verso de Miguel Hernández de divisa: "Quiero escarbar la tierra con los dientes, quiero minar la tierra hasta encontrarte, y besar tu noble calavera y desamordazarte y regresarte".
Para serle franco, prefiero verlo vivo, en su famosa imagen que todos ilusionamos y mercadeamos, de carne y hueso, mito inmortal, con la boina y la estrella en la frente. Antonio Machado advertía nuestra preferencia: "no eres tú mi cantar, no puedo cantar ni quiero, a ese Jesús del madero, sino al que anduvo en la mar". Pero apareció... reapareció. Es, sin duda alguna, el muerto cuya vida siempre nos escamoteó el poder, es un símbolo insepulto que intentaron escondernos, la utopía enterrada que se transformó en colibrí y voló de nuevo hacia nosotros.
Es nuestro primer Desaparecido que reaparece. Otros desaparecidos tendrán, entonces, que reaparecer, que ser entregados en toda la América Latina. Ellos, los desaparecidos, también nos dicen desde la fantasmal ausencia que los delata: "Seremos como el Che". Es decir: "vamos a reaparecer, a ser desenterrados de la tierra y la memoria".
Juan Gelman, poeta argentino, escribió de usted. "El comandante Guevara entró a la muerte por su cuenta/ pero ustedes ¿qué habrán de hacer con esa muerte? / pequeños míos / ¿qué?"... Qué vamos hacer con su vida reaparecida, es el dilema, la preocupación, el desafío, la esperanza...
"Lo dejamos solo. Usted nos enseñó con su muerte nuestra cobardía" sentenció Peter Weiss. Lo volvemos a dejar solo, otra vez, a fines de siglo. Usted nos enseña con su reaparición, con nuestra mezcla de dolor y júbilo que "ahora volvemos a hacerlo mártir, mito y héroe, para limpiar nuestras consciencias. ¿O estoy equivocado?". Ojalá esté equivocado, Mr. Weiss...
"Tendríamos -también nosotros- que decirle muchas cosas, pero sentimos que son innecesarias. Las palabras -otra vez- no pueden expresar lo que quisiéramos y no vale la pena emborronar cuartillas..."
Hasta su victoria siempre, querido Che.
· (Vocero de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos, APDH del Ecuador)
Este texto fue escrito con ocasión de cumplirse, el 8 de Octubre de 1997, treinta años de la muerte física de Che, y publicado en el libro póstumo "Legado y Permanencia de Ernesto Che Guevara de cara al siglo XXI", última obra del entrañable amigo y sin par compañero Dr. Patricio Ycaza Cortés (+), militante e historiador revolucionario ecuatoriano, cuyo asesinato -en 1997- continúa en la impunidad.