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CHE, AYER, HOY Y SIEMPRE

Los días del Congo

Tano, en lengua sawhili, significa cinco. Durante siete meses, ese fue el nombre de guerra de Aldo García González, uno de los hombres de la guerrilla del Che en el Congo

Luis Raúl Vázquez Muñoz

Un nido de ametralladoras apareció de repente, y los guerrilleros comenzaron a caer por todas partes. Protegido por las hierbas, Tano sintió los quejidos y el ruido de los cuerpos al ser derribados por las ráfagas. "Veía unas flechas de candela que pasaban por arriba, como buscando dónde estabas", recordó. "De cualquier lado salía una ametralladora; alguien decía ¡ay! y cataplum: un hombre al suelo."

El plan era tomar Front de Force, punto fortificado que protegía la hidroeléctrica sobre el río Kimbi. La guerrilla congolesa, con más de 30 cubanos en sus filas, avanzó de noche a golpe de machetes en medio de la espesura de la jungla. Tano iba en el grupo que atacaría por el centro. "Al llegar —recordó— soltamos las mochilas y comenzamos a arrastrarnos calladitos; pero a unos 100 metros del bastión, ¡pum!: a un africano que iba detrás de mí se le fue un tiro. Ahí mismo se acabó la sorpresa.

"Me vi rodeado por un aguacero de plomos. Tampoco supe cuándo pararon el fuego desde las otras posiciones. El caso es que, al amanecer, yo era el único vivo que andaba por todo aquello. Ni se sabe el rato que estuve así, con un silencio de madre y dos o tres muertos al lado. De pronto dije: ‘Aquí tiene que pasar algo’ y brrruuuumm, solté un rafagazo con el FAL. Pero nada. No se movió ni una hierba. Aquello me dejó intrigado. Me preguntaba: ‘Dónde está la gente, caballero’. No se veía ni un alma. En eso escucho un ruido a mi espalda. Me viro y veo un guardia listo pa’comerme.

"Al mirarme la cara, se quedó como indeciso. Yo trato de incorporarme. Suena un disparo, y el hombre echa a correr. Grité: ‘Te jodes, coño’ y le solté dos tiros. Dio un brinco y cayó de lado entre las hierbas. Sin embargo, al momento sentí el brazo derecho acalambrado. Mi fijo, y enseguida me di cuenta que estaba ensopado en sangre."

EN EL REINO DE LOS SIMIOS

A las pocas horas descubrió que estaba perdido. Caminaba con el fusil casi a rastras, con el brazo hinchado y cercado por las manadas de monos. Desde por la mañana hasta que se acostaba por las noches, lo primero y también lo último que veía eran los ojos de los simios.

Al principio no les dio importancia. Pero después se le antojó que desde las ramas lo miraban con burla, y una rabia lo hacía morder los labios y gritarle a un mico: "¿Qué coño te pasa a ti?" Y al momento el animal era partido en dos por un disparo. Un día notó que habían hecho un círculo a su alrededor, mientras él se doblaba, embobecido por el hambre y la fiebre. De pronto sintió que empezaba a faltarle el aire, y en un gesto de desesperación murmuró: "Tanta mierda".

"Y pam, pam, pam, pam; empecé a matar monos. Corrían por todos lados y yo, pum, pum, pum, hasta que se acabó el peine. Entonces sentí como si me hubieran sacado la cabeza de un tanque de agua. Eché a andar de nuevo, medio adormecido. Quizás por eso no supe cuándo apareció. El caso es que levanté la cabeza, y ahí estaba el gorila. Era una cosa grande y negra, parada a unos 80 metros, que me miró sin mover un músculo. Lo detallé bien y susurré: ‘Déjame coger por acá, que mi problema no es con este bicho.’

"Al tercer día, siento unas voces que vienen hacia mí. Puse rodilla en tierra y apunté. Me dije bajito: ‘Aunque sea uno se va conmigo’. Eran tres guerrilleros congoleses. Por gestos me informaron que iban a buscar una ametralladora. Dejé ir a dos, pero al tercero le hice una seña con el cañón del arma. ‘Andando’.

"Cada 10 minutos me sentaba en el suelo para coger fuerzas. Entonces el congolés se ponía en cuclillas, y yo lo veía flotar hasta que movía la cabeza y comenzaba a divisarlo con más claridad, como si acabara de salir de un sueño grande. Así anduvimos hasta que entramos a la base, él con los brazos en alto y yo apuntándole con el FAL. Todos se quedaron con la boca abierta. Se hizo un silencio grande, y avancé por un corredor de hombres, hecho un sonámbulo hambriento. En eso escucho una voz que grita: ‘¡Tano!’.

Y sintió cómo lo cargaban, medio desmayado y sonriente. El Comandante Víctor Dreke, cuyo seudónimo era Moja, preguntó si quedaba algo de comer. Uno de los cubanos, Lorenzo Esquijarosa (Alau), dijo: "Por ahí quedó un poco de carne." Horas más tarde, después de la operación, Alau se acercó a la cama del herido. "¿Qué —preguntó—, cómo estaba la comida?" "Riquísima —respondió Tano—. La carne un poco gomosa; pero sabía bien. ¿Qué era?" "Un pedazo de mono que quedó por ahí; pero, coño: no me mires así, compadre. No te pongas bravo. ¿Tú no dices que estaba sabrosa?"

UN GUERRILLERO VESTIDO DE TRAJE

Che, tal y como vio Tano en Dar es Salaam.

Días más tarde, en la Base Superior, el Che entró a la choza de Tano seguido por un negro fornido. Era Changa, el cubano encargado de trasladar los abastecimientos y a los hombres por el lago Tanganika. Ya dentro, el comandante dijo: "A este lo pueden quitar de la lista". Y en medio de un suspiro, agregó: "Menos mal". Se refería a la relación de cubanos muertos en Front de Force, que Changa enviaría a Cuba.

Meses atrás, en una finca de las afueras de Dar es Salaam, Tano fue conducido ante un hombre totalmente afeitado, vestido de traje y corbata y con espejuelos de armaduras negras. "Dijeron que alguien importante deseaba verme —recordó—; y me llevan frente a un señor pelado al parisién, que empieza a preguntarme por mi familia, los lugares donde había combatido, que cómo habíamos hecho el viaje, que si esto que si lo otro, y yo encabronado por la averiguadera. En eso pregunta: ‘¿Cuántos años cree que durará la guerra?’ ‘Cinco’, le respondí por decir algo. ‘¿Cinco?’, preguntó él con tono de burla. ‘Usted está equivocado’, ¡y empezó a darme un sube! Dijo que esto sería largo, que encontraríamos problemas y enfermedades ni siquiera imaginables y que muchos de nosotros no regresaríamos a Cuba. Al final, preguntó: ‘¿Y usted no me conoce?’ Levanté las cejas. ‘No’, respondí intrigado. Me miró fijo unos segundos. ‘Está bien —dijo con un gesto de la mano—, puede irse’."

El misterio sobre aquel hombre —a quien llamarían Tatu— persistió en los días siguientes, cuando designó los seudónimos en sawhili de cada cubano, de acuerdo con su número de llegada. Se mantuvo después, durante las primeras semanas, al ver el respeto con que lo trataban los jefes, y desapareció cuando su cara se cubrió con la barba y el bigote queridos por todo el mundo. "Bueno, ¿qué? —decía con una chispa de picardía en los ojos—, ¿ya me conocen?"

Aldo GarTano recuerda que una de las obsesiones del Che era preparar a los congoleses. Constantemente repetía al grupo que su misión, además de luchar, era servir de instructores a los guerrilleros. Sin embargo, la realidad conspiraba contra cualquier idea. Los cubanos miraban estupefactos cómo antes de combatir los africanos realizaban la dawa, un ritual que los hacía creer invulnerables a las balas. Lo que al principio parecía un chiste, después se convirtió en una preocupación seria al unirse con otros acontecimientos.

Tano comenta: "En ocasiones no sabías si cuidarte más de los guardias o de los propios congos. Las emboscadas te sumían en la desesperación por lo largas que eran. Llegaba un momento en que creías que cualquier ruido era un camión en marcha. A eso se le sumaba otro problema. Guerrilleros de tribus ruandesas no ligaban con los congoleses, a pesar de combatir por un mismo propósito; y los que eran de una misma nacionalidad pero de tribus diferentes, tampoco."

Alrededor del mes de octubre de 1965, el Che ordenó bajar al llano. Así nombraban a las montañas bajas, donde creó una base de entrenamiento para formar un nuevo ejército, libre de las divisiones tribales y la desorganización imperante en la guerrilla congolesa.

"Puso a correr a todo el mundo", contó Tano. "Daban clases todos los días, organizaban el campamento, aquello empezó a coger forma; pero un día se escuchan unos morterazos y a la base entró gente corriendo. Decían que los guardias venían. Se formó la confusión; y cuando vinimos a ver ya teníamos los tiros arriba. Formamos una barrera de fuego, que los aguantó por una hora; pero se dio la orden de retirada porque corríamos el peligro de que nos cercaran."

En el momento del repliegue, apareció el Che. "Tomen una ametralladora pesada y aguántenlos", ordenó a varios hombres. "Se me enfrió el alma", confesó Tano. "De pronto escucho decir a Moja: ‘Voy con ellos’. Preparamos una línea de fuego. Yo caía al lado de una ametralladora pesada y, en medio de los truenos de los fusiles, escuché la orden de dejarlos que se acercaran. Que se pusieran bien cerquita.

"Y los vi avanzar. En medio del humo parecían unos muñecos borrosos, que apenas les podías ver la cara. De repente gritaron: ‘Fuego’, y el mundo empezó a temblar. Solo vi unas figuritas, que dieron un salto en el aire y no se volvieron a levantar. Después el humo se hizo más espeso y negro, y se perdieron para siempre. Estuvimos así hasta que comenzaron a rodearnos. No quedó más remedio que echar para atrás, cuando escuchamos unos quejidos. En el suelo estaba Bahaza, un cubano grandísimo, con una herida en el estómago. Se retorcía sin pestañear. Uno de nosotros se lo echó al hombro, mientras los demás lo cubríamos. Otro cubano apareció con una bazuca. Hizo un giro con ella, y el polvorín de la base reventó como una lluvia de fuegos artificiales."

UN HOMBRE LLEGA SIN HABLAR CON NADIE

En noviembre, Changa llegó lesionado y con un hombre herido. En plena travesía por el lago habían sido atacados por lanchas rápidas. De acuerdo con su versión, sus dos barcos tuvieron que abrirse paso a tiros de bazuca y ráfagas de ametralladora. La noticia se sumó con las informaciones de otros frentes. La ofensiva, junto con la caída sucesiva de los campamentos guerrilleros, era un hecho.

"Tenías la sensación de combatir a ciegas", recuerda Tano. "Pensabas haber obtenido una victoria en las emboscadas; pero al llegar al campamento y escuchar las informaciones, te dabas cuenta de que retrocedíamos en vez de avanzar. La desorganización andaba por todas partes y, además, el ejército tenía informantes y nosotros no. En ese tiempo, un oficial congolés, desapareció de la base. Era un hombre que incluso comía hasta con los jefes cubanos. Al poco tiempo vienen los aviones directo hacia nosotros. ¿Por qué actuaron con esa precisión? A partir de ahí me entró la comidilla de que, aquel tiro escapado en Front de Force, no había sido un accidente."

Por esos días, un hombre atravesó el campamento hasta la choza de los jefes sin hablar con nadie. Había llegado con los botes de Changa. Pasados unos minutos, Carlos Coello (Tumaini), uno de los ayudantes del Che, le susurró a Tano: "Parece que nos vamos". Varios hombres se mostraron incrédulos. Al cabo de un rato, Moja salió de la choza. "Vayan para allá" —dijo con voz tranquila y señaló un bosquecillo. Allí ordenó agacharse. "Tatu quiere que estén listos". Y agregó. "Yo creo que nos vamos." Tano se incorporó y comenzó a acomodarse el arma. "Si él cree —murmuró—, es que la cosa va al seguro."

Semanas antes se había conocido la carta de despedida del Che a Fidel. Los guerrilleros la leyeron en la prensa cubana que enviaban a través del lago, desde el puerto de Kigoma, en Tanzania, y una sensación extraña comenzó a regarse entre los hombres.

Sobre aquel momento, Tano confesó: "Te sentabas en algún lugar del campamento, con el fusil entre las piernas, y pensabas algo así como que alguno de tu familia, por el que sientes algo grande, ya no estará contigo y que se te va justo cuando creías que nunca estaría ausente. Es duro imaginar algo así. Y al Che le debió suceder igual. Pasaba cabizbajo frente a nosotros y nos miraba en silencio. Después lo veías sentado aparte, también sin pronunciar una palabra durante un buen rato. Ahí te dabas cuenta de que ese hombre andaba triste, muy triste."

EL ÚLTIMO SECRETO

La noche de la salida el Che se la pasó sentado en la proa del barco. Durante la travesía de 70 kilómetros casi no pronunció una palabra. Casi a punto de llegar a Kigoma, se dirigió a los hombres. Les dijo que aquello había sido un fracaso, pero que debían estar seguros de que la lucha por la liberación del África apenas comenzaba. Reconoció el sacrificio de los cubanos y congoleses, y mencionó a los muertos en combate.

"Por último dijo que muchos no lo volveríamos a ver, pues él partiría a luchar hacia otras tierras del mundo —recordó Tano—. Después saltó a tierra y se fue con Tumaini, Harry Villegas (Pombo) y José María Martínez Tamayo (Mbili), otro de los jefes. Ya en ese momento le habían cortado el cabello y él se había afeitado la barba. Estaba casi como al principio: irreconocible; al no ser por el aspecto de pelea que tenía encima."

El regreso a Dar es Salaam se hizo con los mismos métodos de abril de 1965, cuando partieron hacia las montañas: montaron en unos vehículos cerrados y atravesaron con ellos caminos de campo vestidos de paisanos, sin ninguna parada y sin intercambiar saludos con nadie.

Era la última parte dentro de una lista de secretos, que se habían iniciado en el campamento de El Maizal, en plenas lomas de El Escambray. Al Batallón de Lucha Contra Bandidos lo habían formado frente a unos oficiales, que comenzaron a mencionar nombres sin ninguna explicación. "Aldo García González", llamaron. "Aquí", respondió Tano. "Salga". Los montaron en camiones cubiertos, e iniciaron un viaje a oscuras y sin saber en qué lugar estaban hasta que llegaron a un campo de entrenamiento en las montañas de Pinar del Río. Empezaron días enteros de caminatas y con la pregunta de por qué estaban allí. Uno de ellos, al ver la composición del grupo, comentó: "Tantos negros juntos debe ser para algo raro." Días más tarde, Fidel en persona les aclaró una parte del misterio. "Van a una misión; el que no quiera ir puede hacerlo, que no pasará nada". Semanas después, Tano le echó una última mirada a Cuba. En su mente, tenía grabada la orden dada en una casa de Guanabo: bajo ninguna circunstancia, debía caer con vida en manos del enemigo.

Por eso una pregunta apareció, primero, cuando tomó uno de los dos aviones que los esperaban en Dar es Salaam y, luego, en el momento en que abordó el viaje de regreso a Cuba en Moscú. ¿Qué pasaría ahora? En el reparto habanero de Siboney, tuvieron la respuesta: incorporarse normalmente a sus vidas y no mencionar el Congo hasta nueva orden.

Al llegar a su casa en el poblado de Mabuya, en el municipio avileño de Chambas, la familia lo recibió como un militar que regresaba de sus estudios en la Unión Soviética. Sin embargo, fue allí, precisamente entre los suyos, cuando sintió por primera vez la alarma de que el secreto había sido violado.

La madre, Valentina González, le refirió sus dudas acompañada solo por las hermanas. "¿Si estabas en un viaje de estudio, entonces por qué mandaban completo tu salario? ¿Por qué respondían con evasivas en el Comité Militar cuando iba a preguntar por ti? ¿Por qué nunca me dieron detalles sobre el lugar en que tú estabas? ¿Por qué me dijeron tajantemente que no cuando insistí en que me llevaran al lugar donde te tenían? ¿Tú estabas realmente en la Unión Soviética, Aldo?"

Sí vieja —respondió— por usted se lo juro. Yo estaba en la Unión Soviética.

Ella lo observó por un rato. Luego hizo un gesto con la boca.

—Bueno, mijo —asintió—. Si tú lo dices...

Tano permaneció en silencio delante de todo el mundo. Nadie supo nada, ni en Chambas ni en Cuba, hasta después que pasaron 20 largos y callados años.

*Fotos: tomadas del libro El sueño africano de Che, de William Gálvez y de Pasajes de la Guerra Revolucionaria: congo, de Ernesto Che Guevara