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Sección especial: Bolivia

 

Cuidado que viene el miedo!

LUIS BREDOW / LOS TIEMPOS.COM

¿Qué adolescente no ha tenido alguna vez la brillante idea de invitar a la dama de sus desvelos a ver una película de terror?
Allí, en el oscurito de la sala de cine, cuando aúllan los lobos alrededor del castillo de Drácula, el astuto adolescente reconforta a su aterrorizada Dulcinea, con valientes toneladas de pipocas.
El momento culminante llega cuando el viento pútrido viene a mecer las cortinas del dormitorio donde la chica de la película duerme muy desabrigada. Entonces, ¡entra Drácula! La chica de la película y la chica de la butaca chillan al unísono. En ese momento, el astuto adolescente actúa con osadía y precisión: ¡Y zas! ¡Abraza a la chica de la butaca!
Si todo ha sido bien planificado, el astuto adolescente podrá palpar esferas de carne, mientras el pobre Drácula mastica un cuello de celuloide. Así, con la complicidad de Drácula, millones de labios adolescentes han aprendido la silenciosa elocuencia de los besos. Y eso está muy bien porque es de buena guerra.
Al salir del cine, el astuto adolescente analizará los resultados del procedimiento y descubrirá que cuanto más aterrorizada esté la chica de la butaca, tanto más se dejará consolar.
Si con el transcurso del tiempo, el adolescente se convierte en una astuto prócer político, recordará los éxitos que logró gracias al miedo. Y querrá repetir el procedimiento para volver a acariciar -esta vez- las altas esferas del poder. Pero para despertar el miedo necesitará a Drácula. Y eso ya no está bien. Eso es hacerle trampa a la gente.
En el pasado inmediato, el Mallku fue un espantajo interesante. Durante varios meses hizo tiritar a más de un sociólogo, a muchos papeles de periódico y a toda la ADN. El Mallku inspiró mucho miedo, hasta que vino el MIR y se lo entregó mansito y duchado a Banzer-Tuto. Esa jugada del MIR fue tan magistral que uno se pregunta ahora si la película del Mallku no fue producida para ganar un Oscar.
Pero estas elecciones han puesto en cartelera una película superior a Drácula. Evo Morales y sus huestes de acullicadores tienen todo para hacer temblar: Son misteriosos. Aparecieron de sorpresa, con una fuerza que nadie había previsto. Tienen motivos para estar muy enojados. No se los puede tranquilizar con charlitas porque no quieren hablar con nadie. Y, aparentemente, no les interesa el Oscar.
¿Estoy insinuando que la película de terror que actualmente se proyecta ha sido producida y dirigida en algún estudio secreto? No. Mi información no llega a tanto. Y no creo que la astucia de los astutos llegue a tanto. Pero no hay duda que el miedo es útil. Nuestro astuto adolescente tampoco era el productor de la película. Sólo la aprovechaba.
El miedo brota solito porque no sólo le es útil al astuto, sino que también es útil al miedoso. Quizá, con los años, el astuto adolescente comenzó a sospechar que la chica de la butaca tenía menos miedo del que aparentaba y que exageraba para mostrarse delicada y -de paso- para hacerse consolar. Era una chica histérica.
En ciertos círculos de Bolivia siempre ha estado de moda tenerle miedo a los indios. Si uno quiere echar pinta de jailón, basta tenerles miedo. El miedo da prestigio social. Las señoras en los ramys compiten a quien tiene más miedo. La que logra expresar más angustia tiene más "caché jailón".
Y no hay que creer que ese miedo sea totalmente falso. Quizá sea infundado, pero falso no es; porque el sentimiento es real. Cualquiera puede llegar a la histeria. Basta provocarse durante un ratito un sentimiento y uno termina actuando como si fuera real. Y la histeria es contagiosa. Si mi vecina de butaca chilla por un fantasma de película, es probable que yo chille también. Si seguimos chillando como estamos chillando, todos terminaremos creyéndonos jailones aterrorizados.
Y todo contribuye a que se nos despierte el miedo. La película que lleva al Evo como principal actor, es tan buena, tiene tantos efectos especiales y un reparto tan multitudinario, que da miedo no tener miedo. Uno podría quedarse fuera de onda.
Por eso, alguna prensa, salta al tren en marcha y se dedica a tener miedo. "El Juguete Rabioso", por ejemplo, habla de "las dos Bolivias", a sabiendas que el objeto que produce miedo tiene que ser "el otro", el que "no es como nosotros". Uno tiene ganas de decirles: "¡Ay, hija! ¡Como si los que votaron por el MAS fueran africanos de esos que comen salchicha blanca!" Y recordarles que cuando uno escribe que unos bolivianos son "unos" y otros bolivianos son "otros", se alienta nomás el terror racista de los "unos". Y si no creen, habría que insinuarles que vayan a ver a los serbios y los croatas que durante años creyeron que eran los mismos, hasta que un psicólogo metido a periodista los convenció que eran diferentes.
Muchos periodistas interrogan a Evo como si fueran fiscales que estuvieran nutriendo un prontuario para una futura apertura de causa. Y Evo, responde con una sencillez y claridad, que inspira más miedo. Pero, por supuesto, que su papel no es el tranquilizarnos. Se saldría del personaje y de todas maneras nadie le creería. Un Evo pacífico sería acusado de hipócrita. Y aumentaría el miedo.
Pero si el miedo no sirviera para nada, no podría cundir. El miedo al Evo sirve para muchos propósitos, además de darnos caché jailón y hacernos comprar periódicos. He aquí unos cuantos:
-Sirve para aumentar el valor del MIR. Cuanto más miedo tenga el Goni, tantos más ministerios y embajadas recibirá el MIR.
-Sirve para vender rapidito el gas y aplacar al cuco.
-Sirve a los deudores a los bancos que quisieran que una corrida haga quebrar sus bancos acreedores.
-Sirve para que las fuerzas de represión se lustren las botas.
-Sirve para que celebremos novenas pidiendo que Mr. Rocha ore pro nobis.
-Y, sobre todo, sirve para que aceptemos que unos políticos astutos nos den las pipocas que ellos llaman "gobernabilidad" y luego nos metan mano como a chica en el cine.
Para todo eso sirve el miedo. Y todo eso es dañino para Bolivia. Para lo único chistoso que ha servido el miedo ha sido para separar al Ivo del Manfred, que quiso hacerse el temible cuando amenazó darle sus votos al Evo.
¡Pero, vamos! ¿De qué podemos tener tanto miedo los bolivianos? ¿No sobrevive, cada boliviano, todos los días, a desastres que harían temblar a un noruego? ¿Tenemos tanto dinero escondido en los bancos? ¿Tenemos tanta justicia y seguridad social, tantos empleos, tantas inversiones extranjeras, tanta paz que perder? ¿Han desembarcado repentinamente marcianos que acullican por los sobacos? Y, finalmente ¿acaso el Goni no ha ganado las elecciones?
¡Que no panda el cúnico, amigos! Estemos alertas, pero no asustados.
luis @bredow.com

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