La Biblio de La Fogata
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20 de febrero de 2004
Que la verdad salve a Lenin
Ariel Dacal Díaz
Rebelión
El pasado enero se conmemoró el 80 aniversario de la muerte del estadista
revolucionario más importante del siglo XX, Vladimir Ilich Lenin, sobre
cuya significación se han tejido los más diversos contrapunteos.
Sin detallar los que por obvias razones de clase, y con las más variadas
formulaciones, tergiversan las virtudes históricas del genio bolchevique;
resultan diversas las tendencias de quienes se erigen defensores de su legado.
En este grupo se encuentran apologéticos que lo siguen embalsamando;
defensores que intentan la objetividad necesaria en el balance de su pensamiento
y obra, nostálgicos que buscan a casi un siglo de distancia las soluciones
a los problemas de hoy y de mañana, etc. Consíganlo o no, a todos
les cabe el mérito de intentar la verdad sobre la utilidad revolucionaria
que representó la vida de Lenin en el eterno intento de cambio de la
sociedad humana. Pero existe una tendencia que, si bien puede incluirse en este
lado del debate sobre el jefe bolchevique, es nociva. En ella se intenta ver
la historia de la URSS como una continuidad, como etapas de un mismo proceso
sin rupturas violentas. Lo contradictorio de esta postura es que no emana de
burócratas en el poder que necesitan legitimarse con la evocación
de continuidad respecto al proyecto fundacional, sino de honestas personas desconcertadas
con los resultados de la oportunista victoria de la burguesía. La más
desoladora señal está en homologar a Lenin con su sucesor, Stalin.
El daño que causa este error valorativo es mortal. O peor, es funcional
a los intentos de descrédito de las figuras que encarnen alternativas,
tan necesario a la burguesía para consolidar su hegemonía.
La ruptura Dada la reiteración de esta falsa vinculación, retomamos
el pretérito intento por deslindar a Lenin de Stalin mediando apuntes
sobre el pensamiento y obra de uno y otro. Si bien el estallido bolchevique
concebía nuevos códigos respecto a la política y la participación
de las masas, no sólo como fuerza motriz en la explosión subversiva,
sino como elaborador y ejecutor de las decisiones políticas; con el advenimiento
del estalinismo la burocracia aplicó como códigos de dominación
el control absoluto, el elitismo político, la idea de que la "muchedumbre"
no sabía ni era capaz de dirigirse, por lo que necesitaba una figura
que sintetizara los destinos del país. El líder de Octubre destacó
que "es necesario tener presente que la lucha exige de los comunistas
que sepan reflexionar. Es posible que conozcan perfectamente la lucha revolucionaria
y el estado del movimiento revolucionario en todo el mundo. Sin embargo para
salir de la terrible escasez y miseria lo que necesitamos es cultura, honestidad
y capacidad de razonar"1.
Contrariamente, la naturaleza autoritaria de la burocracia soviética
frenó la transición cultural que representó el proyecto
bolchevique. La falta de participación real, de espacios cívicos
de contestación y control del poder, afectaron todos los niveles de la
vida social, desde el funcionamiento económico hasta la lucha étnica.
Bajo el pretexto de ser guía de la sociedad, el PCUS se convirtió
en una maquinaria que frenó, desvirtuó y violentó los procesos
naturales de la sociedad. Los nexos tentativos entre Lenin y Stalin se encuentran
en que este último, aprovechando algunas condiciones creadas en vida
del líder revolucionario, desvirtuó el sentido de la dirección
partidista hacia el totalitarismo. Lenin había preparado el Partido Bolchevique
para dirigir a los obreros, no para domarlos o subyugarlos. El modelo económico
soviético desde finales de la década del 20, frenó la especialización
y la introducción de nuevas técnicas, lo que impidió un
uso racional de los recursos.
Debido a la estructura vertical y voluntarista que se impuso al proceso productivo,
el desarrollo de un sector iba en detrimento del otro, sin la debida integración
entre ellos. En este esquema, las unidades productivas, lejos de ser autónomas,
eran presas de la desmedida primacía de los criterios políticos
sobre las necesidades económicas. Los obreros continuaron disociados
de los medios de generación de riquezas. No se convirtieron en dueños
reales de estos debido a que los elementos burocráticos-administrativos
los mantuvieron distanciados de la propiedad efectiva. La adulteración
estuvo en identificar la estatalización de la propiedad con la socialización,
limitándose a esto la complejidad y profundidad de lo que Marx había
entendido como superación del modo de producción capitalista2.
También en la cuestión de género se apreció la ruptura
con los ideales de la Revolución de Octubre. El nuevo Estado obrero concedió
amplios derechos jurídicos y políticos como el derecho al divorcio,
al aborto, la eliminación de la potestad marital, la igualdad entre el
matrimonio legal y el concubinato, etc. A partir de 1926, bajo el régimen
de Stalin, se instituyó nuevamente el matrimonio civil como única
unión legal. Más tarde se abolió el derecho al aborto,
junto con la supresión de la sección femenina del Comité
Central y sus equivalentes en los diversos niveles de organización partidaria.
En 1934 se prohibió la homosexualidad, y la prostitución se convirtió
en delito. No respetar a la familia se convirtió en una conducta "burguesa"
o "izquierdista" a los ojos de la burocracia. Los hijos ilegítimos volvieron
a esta condición, que había sido abolida en 1917, y el divorcio
se convirtió en un trámite costoso y pleno de dificultades3
. Las instituciones detentadoras de violencia también se hicieron funcionales
a los nuevos intereses. En sus orígenes, el Comité de Seguridad
del Estado (KGB) tuvo como objetivo combatir la contrarrevolución, los
sabotajes y la especulación, objetivos de legítima defensa frente
a la oposición reaccionaria que generó la Revolución. Pero
esas lógicas motivaciones iniciales se modificaron progresivamente con
el ascenso de la burocracia al poder hasta convertirse en el órgano preservador
de los intereses del Estado burocrático, cuyo objetivo fue eliminar la
oposición de las propias fuerzas revolucionarias. Así mismo, el
Ejército Rojo fue creado desde la base en enero del año 1918.
El Estado obrero necesitaba su propia institución armada para defender
sus interese, máxime las agresiones que no se hicieron esperar por más
de 14 países al unísono. Como nuevo concepto, la política
de los dirigentes bolcheviques estaba abierta a constante debate, en lo cual
los uniformados tuvieron un rol importante, y naturalmente, el ejército
profesaba las mismas ideas del partido y el Estado. Pero la institución
armada no escapó a la reaccionaria arremetida de la burocracia, la que
de inmediato lo comenzó a transformar en defensor de sus intereses, arrancándole
progresivamente su esencia popular. La medida que refleja con mayor claridad
este proceso fue el decreto que restableció el cuerpo de oficiales, dando
un golpe demoledor a los principios revolucionarios que originaron esta institución
armada, uno de cuyos pilares fue precisamente la liquidación de los cuerpos
de oficiales, dándole importancia al puesto de mando, pues este se gana
con la capacidad, el talento, el carácter, la experiencia, etc. El cuerpo
de oficiales veló entonces celosamente por la "pureza" y fidelidad
de los uniformados al "Partido" y al "Estado Socialista".
Igualmente se fue apagando el espíritu de libertad y debate que había
en las filas del Ejército, en estrecha correlación con el criterio
de que "ningún ejército puede ser más democrático
que el régimen que lo nutre"4.
Uno de los elementos más sensible fue la ruptura de los principios básicos
del programa bolchevique por el cual los sueldos de los más altos funcionarios
no debían sobrepasar la media del salario obrero. A la altura de 1940,
cuando un obrero ganaba 250 rublos mensuales, un diputado recibía 1000
rublos, un presidente de república 12.500 rublos y el presidente de la
Unión 25.000 rublos en igual período5.
Para los años de la Perestroika existía el conocido "abastecimiento
especial" lo que elevó el nivel adquisitivo de los miembros de la
nomenclatura muy por encima de lo que percibía un obrero o un ingeniero.
El líder bolchevique previó, basado en hechos que tuvo que enfrentar
en sus últimos meses de vida política, el peligro de que "el
gran ruso" heredado de los años de dominación y explotación
zarista permaneciera en la política del nuevo Estado. "En tales
condiciones –señalaba Lenin- es natural que la libertad de separarse
de la unión (…) sea un simple pedacito de papel incapaz de defender a
los no rusos de la embestida de ese hombre realmente ruso (…) ese opresor que
es el típico opresor ruso. No hay duda de que los obreros soviéticos
y sovietizados, que constituyen un porcentaje ínfimo, se ahogarán
en ese océano de la canalla gran rusa chovinista como una mosca en la
leche"6.
El hecho real, a pesar de lo que aparecía en la Ley de leyes y otras
regulaciones, implicaba la imposibilidad de afirmar que las repúblicas
que conformaban el Estado soviético coordinaran sus actividades con el
Centro sino que se subordinaban directamente a Moscú. Stalin no hizo
otra cosa que nombrar desde arriba a los responsables políticos. Las
élites de las repúblicas, aunque arribaran a posiciones de determinada
importancia a nivel de las repúblicas, escasamente podían obtener
puestos relevantes a nivel de la Unión, donde el predominio ruso llevaba
el peso fundamental.
El jefe de la Revolución rusa prestaba especial interés a los
conceptos emanados de la práctica política frente al tema de la
Unión. "Una cosa es la necesidad de unirse contra los imperialistas
de Occidente, defensores del mundo capitalista. En eso no cabe duda alguna (…)
Otra cosa es cuando nosotros mismo caemos, aunque solo sea en cuestiones de
detalles, en actitudes imperialistas hacia las nacionalidades oprimidas, socavando
así nuestra sinceridad de principios, toda nuestra defensa de principios
de la lucha contra el imperialismo"7.
La práctica exterior del estalinismo dio la espalda a este concepto.
Como corolario de estos apuntes diferenciadores, recordemos que el propio Lenin,
conocedor de la influencia de las personalidades en los procesos históricos,
anunció la incompatibilidad de Stalin con el máximo cargo político
de la URSS. "Stalin es demasiado rudo, y ese defecto (…) se hace intolerable
con el puesto de secretario general. Por eso propongo a los camaradas que piensen
una manera de relevar a Stalin de ese cargo y designar en su lugar a otra persona
que en todos los aspectos tenga sobre el camarada Stalin una sola ventaja: la
de ser más tolerante, más leal, más cortés, y más
considerado con sus camaradas, menos caprichoso, etc. Esta circunstancia podrá
parecer un detalle insignificante. Pero creo que desde el punto de vista de
protegernos de la escisión (…) es un detalle que puede adquirir una importancia
decisiva.8"
Los sucesivos hechos le dieron la razón al líder bolchevique.
Estos apuntes no son formales diferencias entre una figura y otra, sino el deslinde
de concepciones y prácticas distintas respecto a cómo fundar la
nueva sociedad, al rol de la inteligencia colectiva en ese intento, y a la subversión
cultural que supone la creación del socialismo. Solo la rigurosa búsqueda
de la verdad salvará a Lenin y a todo lo que él representa.
1 Vladimir I. Lenin. "Informe Político al undécimo congreso
del Partido". En: La última lucha de Lenin. Discursos y escritos.,
1922-1923. Pathfinder, Nueva York, Estados Unidos,1997, p- 65
2 Jorge Luis Acanda. Sociedad Civil y hegemonía. Ob. Cit., p-264
3 Adriana D´Atri. Un análisis del rol destacado de las mujeres socialistas
en la lucha contra la opresión y de las mujeres obreras en el inicio
de la Revolución Rusa. 20 de octubre de 2003. En Diario electrónico
alternativo Rebelión. WWW. Rebelión.org
4 León Trotski. La revolución traicionada… Ob. Cit, p-184
5 Suzzane Labin. Stalin el Terrible. Ob. Ct., p-136
6 Vladimir I. Lenin. La última lucha de Lenin. Ob. Ct., p-204
7 Ibd., p- 210
8 Vladimir I. Lenin. La última lucha de Lenin. Ob. Ct., p- 210