Osvaldo Bayer
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7 de diciembre del 2003
Argentina
Piqueteros: El problema se llama trabajo
Osvaldo Bayer
Página 12
El eje de toda la discusión política son los piquetes. Y varía entre la mentalidad fascista clásica que nos ha caracterizado durante muchas décadas y una desorientación que no arriba a nada.
Los piqueteros están en la calle y hay que solucionar el problema, no hay otra. Por ellos mismos. Por comprensión humana a esa problemática. No se soluciona ni con tiros, ni con palos, ni con propaganda agitadora contra ellos, ni con Plan Trabajar, ni asegurándoles la protección de Duhalde o de cualquier otro. El problema se llama trabajo. Los piqueteros salieron a la calle y comenzaron con su accionar porque están desocupados, y en muchos casos se morían de hambre. Pero no son limosneros que se arreglan con un besito de Chiche y unas moneditas en la mano.
El problema que tiene que debatir la Argentina toda es el de la desocupación y qué hacer con los desocupados. Para eso hay que crear el concepto de la sociedad solidaria. Y no empezar con el argumento de que la Argentina es pobre y no puede. Una sociedad que se repute de tal y que además se llame argentina no puede dejar a sus cohabitantes al margen, viviendo de la basura. Aprendamos las cosas buenas que, en algunos lugares, logró crear el ser humano.
La ley de desocupación del conservador canciller alemán Bismarck es algo para imitar, un siglo después. Estableció que al cohabitante que se ha quedado sin trabajo hay que ayudarlo, tiene el derecho de pertenecer a la comunidad, por eso se le pagará el 62 por ciento del sueldo que ganaba. Porque, si no, se convierte en un marginado, en un posible delincuente, y va perdiendo las virtudes aprendidas de un miembro de la sociedad, principalmente ante su propia familia.
Las cosas no se arreglan con los desvaríos franquistas expresados el jueves pasado por el titular de la Unión Industrial Argentina, Alvarez Gaiani. Porque si comenzamos con los palos de Onganía, terminamos con los secuestros de Camps. No, a cada uno su derecho, a cada uno su dignidad. Represión, no; amplitud y solidaridad, sí.
Por eso Kirchner tiene ya que ir buscando la solución definitiva para la desocupación. Aun con la República pobre. Ajustar un poco más los cinturones, sí, pero lograr una sociedad sin desocupados, que es una sociedad sin violencias. Alemania tiene casi 5 millones de desocupados, pero tiene el seguro.
El desocupado camina al lado del ocupado y los dos miran la vidriera de la panadería. La sociedad argentina que canta tanto el Himno tiene gente que se cubre la cara para que se den cuenta de que tiene hambre y no sabe dónde emplear sus manos ni su cerebro. Por eso se expone, pasa a formar parte de los piqueteros, palabra corajuda, de los que no se callan ni agachan el lomo. Kirchner debe comenzar hoy mismo a estudiar cómo se elimina el problema de los desocupados. Desocupado sí, pero con pan y dignidad hasta el momento de sol en que se abran nuevas fuentes de labor.
La financiación del comienzo del gran golpe contra la desorganización y el egoísmo se podrá hacer con el aporte solidario de los que trabajan, con la eliminación de la ridícula y cruel jubilación de privilegio, con la eliminación de la mitad de las Fuerzas Armadas, porque ya estamos en camino de los Estados Unidos de Latinoamérica: "República Unida de Bolívar y San Martín", y sabemos que cuando no hay fronteras no se necesitan uniformes, tal vez una unidad única interamericana.
Pero basta con las pequeñísimas mentalidades que discuten si piqueteros no o piqueteros sí. Aprendamos lo bueno de ese estadista que se llamó Bismarck, que es una lástima que no haya leído más a Humboldt, en su amor por la paz universal y su cariño entrañable por esos seres que nacieron en el paraíso: el hombre y la mujer.
Pero, claro, Kirchner y su gente para esto tendrían que dar el gran salto humanístico: crear un nuevo movimiento político, un movimiento del pueblo argentino, alejado definitivamente de un pasado que nos llevó al borde de la muerte como país con mafias, crímenes, Triple A, desapariciones, dictaduras infames.
Los dos partidos políticos que nos gobernaron permanentemente y las catorce dictaduras militares que nos pusieron el gatillo en la nuca deben ser superados para siempre. Comenzar de cero la vida nueva en las ubérrimas llanuras y las escarpadas bellezas que nos dio la naturaleza. Hay que redefinir todo de nuevo. Kirchner no va a poder gobernar soportando a las mafias partidarias, a las clientelas intendenteriles, a Duhalde y su Chiche que no abandonan sus dominios, a Menem Carlos y Eduardo que se pueden autofinanciar desde Suiza planes liberales de liberación, a Rodríguez Saá con sus muertos en las rutas, a Juárez el de Musa Azar, y a Romero, el pisacabeza, y tantos, tantos más, y heredar personajes como Ruckauf, el de Mercedes-Benz y adláter del vampiro López Rega y tantos otros de sillones y sillas que cuando le preguntan a qué partido pertenecen, por las dudas responde: "A ninguno, yo soy peronista".
Como la monísima Cristina cuando le preguntaron si era de izquierda, respondió de inmediato: "No, soy peronista". Claro, hay que cuidarse porque Mirtha nos está viendo desde las cámaras. No, basta, ya el término peronista dio para todo. Perón tiene su calle; y Evita, su monumento. Y Pistarini, el distraído, su aeropuerto. Es necesario comenzar desde el vamos. El pasado, con gloria morir. El presente, el renacer de la República y el horizonte de los límites latinoamericanos. A los radicales dejémosles sus municipalidades y su Patagonia rebelde no resuelta. Porque si no, nos vamos a pasar discutiendo si los piqueteros sí, si va o vuelve Alvarez con la policía o si Cristina es peronista. O no.
Si la cosa, como decimos, sigue en las discusiones del padrino y de Alvarez Gaiani, los que hoy se sacan el uniforme para asaltar los restaurantes del centro o la fábrica de los heroicos obreros de Zanon van a proyectar la toma del poder con los que cuelgan el retrato de Videla en el Colegio Militar. Y tendremos un nuevo 1930, con un Yrigoyen huyente y los radicales jugando a las damas en el café 36 Billares. Y volveremos a ser argentinos con un nuevo general Uriburu. Aquel que los anarquistas llamaban "El general Cabalgado" (parece que a veces le gustaba ponerse debajo del caballo) y a su hacelotodo ministro del Interior Sánchez Sorondo, a quien los insanables anarquistas llamaban Sánchez Sorete. No hay otra. O seguiremos leyendo en los diarios del día que Solá le dio la espalda a Duhalde, pero después se sonrieron. O que Kirchner no le respondió a Duhalde, pero después se abrazaron. O seguimos leyendo eso semanas y semanas hasta que nos despertemos con los titulares del general Cabalgado y su asesor Sánchez Sorete. O empezamos todo de nuevo. Ni mafias, ni clientelas, ni planes familia. No, un país en serio con columnas de mármol y paredes de cemento, e imaginación que invada plazas, campos y llanuras.
Basta de diálogos de antesala y de comentaristas que hablan del último entredicho y de quién es el que verdaderamente maneja el poder. Avisen porque, si no, nos conformamos con la definición del tordo Miguel, aquel que dominaba como padrino las 62 Organizaciones, que nos definía el peronismo como "ir a la casa de la vieja los domingos al mediodía y comer ravioles caseros". Sigamos así, Ruckauf nos va a sonreír después de la entrevista previa con los altos mandos, como todavía se llaman entre sí nuestros uniformados. O la limpieza a la madrugada con viento fresco y rampante o, si no, vayamos sacándoles el polvo a los cuadros siempre presentes del general Cabalgado y de Sánchez Sorete.