Zonceras Argentinas
Osvaldo Bayer
La rabia y la inmensa tristeza. Recordar aquel 24 de marzo. Que será para
siempre la fecha de la gran vergüenza argentina. Videla. El ridículo asesino
repitiendo ante los periodistas extranjeros: "No están ni muertos ni vivos,
están desaparecidos". La crueldad y el cinismo son insuperables. Como los
grandes crímenes de la historia de la humanidad. Pero tal vez más refinados, más
truculentos, más perversos. Sádicos. Castrenses, beatos.
Están desaparecidos. Los niños del enemigo se roban para criarlos en familias
católicas. Esto basta. Y los flojos, los pusilánimes de siempre apostaron a la
obediencia debida y el punto final. La Argentina. Mi país. País con
desaparecidos y con niños con padres putativos asesinos de sus padres. La
Argentina, cristiana y católica. Videlas, Baseottos, Masseras, Camps, Plazas...
Los asesinos están entre nosotros, se llamó un desesperado film alemán de
posguerra, de esa Berlín devastada. Tratar de explicar lo inexplicable. En la
Argentina, veintinueve años después. Los asesinos están entre nosotros.
En ese aniversario veintinueve voy a recordar a un buen amigo. Se llamó Augusto
Conte. Fue dirigente del Partido Demócrata Cristiano. En él se exacerbó la
tragedia. En Alemania nos encontramos en un congreso de derechos humanos. Y una
noche me dijo que la única forma de superar esa tragedia era la muerte. Y no la
vida como habían preferido las Madres de Pañuelo Blanco al ganar las calles. El,
sí se había dedicado a la lucha por la verdad al desaparecer su amado hijo
mayor. Augusto María.
Me miró con enorme tristeza, y agregó: "Pero mi error fue tan grande que el
único futuro mío es ir en búsqueda de mi hijo, allí desde donde no se regresa".
No hubo forma de convencerlo. Poco después él mismo buscó su muerte. No encontró
otro remedio para "pagar mi culpa" como él definía su error. La cosa fue así. En
plena dictadura de la desaparición, el departamento de su hijo Augusto María fue
allanado por una patota del Ejército. El joven no estaba. Como de costumbre, se
robaron todo y el resto lo destruyeron.
Esto causó verdadera consternación en Augusto Conte, el padre. Se puso en
contacto con el hijo para preguntarle si él pertenecía a alguna organización
perseguida. El hijo le contestó que no, que evidentemente se trataba de un
error. Entonces Augusto Conte cometió el más grande error de toda su vida. El
había sido amigo o compañero de colegio del general Suárez Mason, en ese momento
comandante del 1º Cuerpo de Ejército. Le resultaba un asco ir a verlo, pero
estaba en juego la vida de su hijo. Fue así como le dijo a su hijo Augusto
María: bien, a ese error hay que aclararlo, si no te va a costar la vida. Yo
conozco al general Suárez Mason. Le voy a pedir una entrevista. Vamos los dos y
vos le aclarás personalmente que contigo están siguiendo una pista falsa. Y así
se hizo.
El general de la Nación -como gusta llamarse- aceptó que lo fueran a ver. Los
recibió muy amable. Escuchó al hijo de Conte y a su padre. Y entonces les puso
la trampa. Un general argentino tramposo, deleznable, despreciable por los
siglos de los siglos de la historia de la humanidad. Le pidió a Conte que el
hijo permaneciera unas horas en el cuartel del 1º de Infantería para limpiar
todos los antecedentes y dejar todo aclarado. Y ellos aceptaron, crédulos, la
palabra del general argentino. Augusto Conte dejó el despacho del artero. Su
hijo quedó. Y desapareció para siempre.
El llanto desesperado acompañó el relato. "Yo soy el culpable", me lo repitió
cien veces. Mil veces.
El general desleal, cuando cayó la dictadura, se fue a vivir a Estados Unidos,
basándose en sus "antepasados" norteamericanos. Pero los Estados Unidos no lo
aceptaron y lo expulsaron. Total ya lo habían usado para la represión y el
cuidado de sus intereses: les había resultado muy útil. Pero ya bastaba y lo
tiraron por la borda como basura. Así paga el diablo.Pero hete aquí que lo que
queremos decir es otra cosa: la lenidad con que ciertos sectores de la sociedad
argentina toman a los represores.
Si lo mencionamos a Augusto Conte es para lamentar profundamente cómo su
partido, el Demócrata Cristiano, por el cual él luchó tanto e hizo tantos
esfuerzos en su vida, hoy acepta la afiliación de un represor, nada menos de un
agente del Batallón 601, cueva del plan de la desaparición de miles de hombres,
mujeres y niños.
El mayor Carlos Antonio Españadero, que actuó al servicio de la sangrienta
represión bajo el seudónimo de mayor Peirano, es nada menos que miembro de ese
partido. Sí, es demócrata y cristiano. El llamado "mayor Peirano" es el mismo
que actuó en la embajada alemana para atender a los parientes de desaparecidos
de origen germano. Parece un film de horror: la embajada alemana permitió y
respaldó en darle al "mayor Peirano" el puesto de consejero de los desesperados.
Los familiares -ya en el tiempo de la democracia- lo denunciaron como a alguien
que trataba de obtener todos los datos posibles de las acciones que estaban
haciendo esos parientes para saber algo de sus desaparecidos.
Un oficio infame el del mayor Peirano. Lo denuncié al tal mayor Carlos
Españadero alias Peirano en una contratapa de este diario, en una nota titulada
"El amable mayor Peirano", y cómo la embajada alemana le había dado esa tarea.
Dije: el citado oficial "tuvo la misma función que cumplió en el vicariato
castrense el conocido monseñor Graselli. Se hacía atender a los desesperados
familiares de los desaparecidos, por los lobos. Disimulados como consejeros, de
aire bonachón y palabras de consuelo. Los lobos. Feroces, cínicos, que pasaban
de inmediato los datos a sus superiores". Denuncié en esa nota el caso del
teólogo alemán profesor Käsemann, cuya hija Elisabeth fue asesinada por la
dictadura de Videla. Este catedrático vino a la Argentina a rescatar el cadáver
de su hija. La embajada alemana lo puso en contacto con "un oficial del ejército
argentino", me relató el profesor Käsemann. "Ese oficial me dijo que sí, que era
posible dar con el cuerpo de Elisabeth, pero que eso costaba 26.000 dólares".
El padre de Elisabeth, cuando me relató este episodio me dijo "siento ira,
vergüenza y duelo" y agregó: "Me avergüenzo de haberme prestado a ese sucio
negocio cuando tendría que haberlo rechazado indignado y haberme conformado con
el recuerdo de mi hermosa hija viva". Cuando le pregunté si iba a hacer un
juicio por ese dinero, me contestó: "A Judas no se le reclamó jamás que
devolviera sus dineros". Sentí una profunda vergüenza que dura hasta hoy.
Cuando denuncié esto en este diario, el mayor Españadero publicó en Internet (