Nuestro Planeta
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Aprovechar la diversidad biológica
Jorge Planelló
Centro de colaboraciones solidarias
Un millón de personas murieron en Irlanda a causa de la enfermedad que en 1840 afectó al cultivo de patata, la base alimenticia de aquel país. Las consecuencias se habrían evitado de favorecer un cultivo variado. En Irlanda la producción se salvó gracias a una tipo de patata de Perú que era inmune a esa epidemia.
La población mundial depende cada vez más de unas pocas especies de mamíferos y aves en su alimentación. El trigo, el arroz, el maíz y la patata proporcionan la mitad del aporte energético. Esta presión repercute en los procesos del ecosistema. Desde el intercambio de nutrientes entre los seres vivo y el suelo; la polinización, en la que participan animales e insectos además del viento; o la función de los bosques al contener la erosión y como hábitat para gran número de especies.
El hambre es incomprensible en un planeta repleto de riquezas. El ser humano no siempre es responsable directo de las hambrunas. También los desastres naturales o epidemias han arrasado cultivos. Pero la dificultad de las víctimas para salir adelante se explica por prácticas contrarias a la biodiversidad.
El 40% de la superficie terrestre se destina a usos agrarios. La práctica agraria se beneficia a su vez de ella porque mayor número de especies vegetales y animales le servirán de sustento y en consecuencia se incrementará la productividad y seguridad en la alimentación.
Para que el ciclo no se desequilibre se precisa una selección de las semillas adecuadas para el medio. Es conveniente desarrollar cultivos adaptados al clima, en vez de optar por un tipo de semilla que garantice un mayor rendimiento.
En Etiopía, la FAO, Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, facilita el proceso. Los agricultores eligen aquellas variedades que aseguren el alimento para la familia, que proporcionen ingresos del mercado, o con tallos propicios para construir su casa. Tras recoger la cosecha entregan una parte a la comunidad local para formar un banco de semillas que salvaguarde los cultivos autóctonos.
A veces los comerciantes locales no pueden competir con las semillas procedentes del extranjero. O, como en Camboya, los agricultores padecen las consecuencias de una alteración desmesurada en el medio. Allí la deforestación ha modificado el ritmo de crecida de las aguas en el lago Tonlé Sab, del que dependía el cultivo de arroz de aguas profundas. Ahora se explotan el resto de variedades de arroz y los peces para satisfacer la demanda.
El ser humano ha se saberse naturaleza. Aprovechar sus riquezas de forma responsable con el uso de tradición y nuevas tecnologías. En el pasado se han perdido alimentos muy nutritivos por imposición de una cultura sobre otra. Hoy, gracias a los bancos de genes, un país devastado por una guerra o una catástrofe natural puede recuperar sus cultivos.
Hasta hace poco no se ha reconocido la contribución de los agricultores a la biodiversidad. El Tratado Internacional sobre los Recursos Fitogenéticos para la Alimentación y la Agricultura establece una serie de derechos del agricultor. Entre ellos, la protección de sus conocimientos tradicionales, mayor participación en la toma de decisiones y en los benificios. Los Recursos Fitogenéticos resultan de la selección y mejora progresiva de las semillas a lo largo de miles de años que ha propiciado la aparición de variedades de alimentos con propiedades singulares.
Para nutrir a la creciente población del mundo es necesario un esfuerzo por preservar la biodiversidad en lugar de prestar apoyo a la extensión de cultivos inadecuados. Es la forma de que aparezcan nuevos y mejores alimentos. También de acabar con el hambre. Es una paradoja que sean los países empobrecidos los más afectados cuando son a menudo ricos porque contienen gran parte de las variedades genéticas que los desarrollados requieren.
Jorge Planelló
Periodista