Medio Oriente - Asia - Africa
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Aproximación a los conflictos africanos
Mariví Ordóñez del Pino
revistapueblos.org
Luchas tribales, corrupción, genocidios brutales... imágenes como éstas inundan nuestros medios de comunicación cada día cuando de África se trata. Y entre tanto prejuicio no es difícil descubrir unos rasgos persistentes. Tras una realidad incuestionable (conflictos cada vez más extendidos y de mayor gravedad en este continente) se esconden otra serie de estereotipos que perpetúan la simbología que Occidente ha tejido durante siglos de contactos con África e, incluso, con anterioridad a su interrelación.
Esa lectura entrelíneas más profunda nos permite descubrir dos imágenes no explícitas de inmenso calado: tras el planteamiento simplista que ofrecen nuestras noticias aparece la alusión latente a la irracionalidad presente en todos los conflictos, una irracionalidad rayana en el salvajismo y la barbarie. De igual modo, se nos presenta la imagen de la pasividad africana ante su propia realidad y la consecuente justificación soterrada de una intervención salvífica por parte de Occidente. Una referencia nada trivial a una "mentalidad infantil" que nos permite a los occidentales ostentar, sin ambages, la "paternidad" sobre tantos países.
Un paseo histórico por discursos y prácticas
¿De dónde proceden todas estas imágenes? ¿Por qué asociamos a un conflicto africano el calificativo de "tribal e infantil" y acudimos a adjetivos más "nobles y civilizados" si nos encontramos, por ejemplo, ante el conflicto europeo de la Segunda Guerra Mundial o la ex Yugoslavia? ¿Es que acaso puede considerarse la violencia nazi como racional? Todas estas preguntas deberían llevarnos a dos reflexiones: en primer lugar, la constatación de que nuestro conocimiento sobre la historia africana y su situación actual es muy deficitario cuando no inexistente o profundamente deformado. En segundo lugar, que las imágenes simbólicas sobre África se encuentran muy alejadas de un análisis serio y complejo de la realidad y son, antes que nada, fruto de siglos de contactos desiguales entre ambos continentes.
Para entender cómo hemos llegado a una imagen tan peyorativa de los africanos, la mentalidad occidental ha recorrido un largo camino. A pesar de que África nunca estuvo aislada respecto al exterior, lo cierto es que el primer gran contacto con los europeos se produjo en el s. XV con la circunnavegación de la costa africana por parte de los portugueses. A partir de entonces, la relación entre ambos mundos transformará drásticamente las sociedades africanas dando lugar a nuevas realidades.
Cuando los viajeros musulmanes llegan en el s. XIV al reino de Malí (un Estado que se extendía por una amplia zona de África occidental) nos describen un panorama que hoy podría parecernos incluso ilusorio: una organización política compleja que agrupaba a decenas de pueblos, donde el poder coercitivo era muy bajo, la tributación interna mínima y el sistema redistributivo evitaba acumulaciones económicas que derivaran en grandes desigualdades sociales. Una situación, sobre todo, de buen gobierno, donde las poblaciones vivían en un ambiente de seguridad de considerable estabilidad. A estas no pocas ventajas habría que añadir la nada despreciable tolerancia religiosa que permitió hasta el s. XIX la penetración del Islam sin conquista militar ni violencia. Sin caer en una visión idílica, carente de realidad, de la situación subsahariana antes del s.XV, sí debemos ser conscientes de que las estrategias políticas, sociales y económicas africanas estaban caracterizadas por un gran dinamismo donde los conflictos eran resueltos antes con la estrategia del desplazamiento y un nuevo asentamiento que con el enfrentamiento armado.
Sin embargo, los relatos de viajeros musulmanes apenas tuvieron eco en el pensamiento europeo. Las imágenes sobre los subsaharianos tenían su origen, por tanto, en una simbología carente de base real: los africanos eran, según la Biblia, los descendientes de Cam, maldecido por su padre con la esclavitud.
La llegada de los portugueses en el s.XV y la trata esclavista impulsaron una serie de convulsiones en las sociedades africanas acostumbradas a una relación muy distinta con sus vecinos europeos. Se produjo una auténtica desintegración de las estructuras profundas que llevaban siglos evolucionando, dando paso no a un caos irracional, como se ha querido dibujar para negar nuevamente el papel activo de los africanos en sus propios procesos históricos, sino a nuevas realidades de las que los propios africanos fueron actores. La violencia derivada del surgimiento de la trata esclavista en África fue una violencia creadora de nuevas organizaciones políticas, de nuevas sociedades (como las mestizas en América) y de cambios socio-simbólicos pero también tuvo un alto precio: militarización de buena parte de la población (masculina), aparición de grupos de guerreros desclanizados, desestructuración de Estados, disolución de lealtades y alianzas pacíficas...
Ahora bien, conviene matizar cuidadosamente el papel de los africanos en la nueva configuración. La actuación africana fue el resultado de una resistencia activa ante Europa, no fruto de su propia evolución. Una resistencia que evitó un genocidio semejante al americano y permitió una relativa independencia africana hasta el siglo XIX.
El olvido y el desconocimiento, nuevamente, excluyeron la comprensión de la complejidad de los procesos operados, sin distinguir entre aquellas autoridades y grupos de poder que prefirieron sacar beneficio propio a expensas de la población, y las diferentes sociedades que articularon nuevas formas de vida y gobierno ante la situación creada. Y permitió concebir la trata esclavista, ya en los siglos de su vigencia, como un elemento endémico de los africanos. De esta forma, se consiguió desplazar el punto de responsabilidad hacia África, ignorando no sólo que la realidad era muy distinta en los siglos anteriores al XV sino que los europeos no fueron espectadores sumisos ante el fenómeno del comercio humano. La trata masiva fue una situación nueva pero, irónicamente, la violencia real y simbólica ejercida por los europeos transformó África y la acabó convirtiendo, a los ojos de Europa, en la imagen de la violencia, la crueldad y la barbarie.
La misión civilizadora
Con el Siglo de las Luces Europa llega al apogeo de la visión racionalista. A finales del s.XVIII, Linneo clasificaba la humanidad en cuatro grupos: el africano era calificado con abundantes lindezas. Sin embargo, destacaremos una de especial relevancia (¡todavía en nuestros días!): "el africano se rige por lo arbitrario". Y en el s.XIX se producen, no por casualidad, dos cambios significativos de repercusión mundial: la abolición de la trata esclavista y la colonización. África fue una de las grandes protagonistas de esta verdadera conquista militar, comercial y política en casi todo el continente (fin s.XIX-2ª G.M.). Tan colosal empresa no pudo llevarse a cabo sin la complacencia de las sociedades europeas: se hacía necesaria una revisión de conceptos y de imágenes que pudieran justificar ante la propia población occidental las acciones emprendidas en este "joven" continente.
La acción política vino precedida desde comienzos del s.XIX por las empresas "civilizadoras" de misioneros y exploradores que abrieron ante los ojos de la sociedad europea un mundo de maravillas pero también de salvajismo y paganismo. Sobre la base de la distorsión y el desconocimiento preexistente no fue difícil construir imágenes sobre África adaptadas a las nuevas prácticas occidentales. El encuentro con sociedades que presentaban una concepción de la realidad tan profundamente dispar no fueron suficientes para llevar a la "vieja" Europa a una posición de reflexión y aprendizaje. Lejos de ello, se abrieron paso nuevas imágenes negativas que, reforzando las preexistentes, imprimieron hasta nuestros días una brecha ideológica de desastrosas consecuencias. No olvidemos que tras los discursos se encuentran las prácticas. Pero si por algo puede ser destacado el africano en estos tiempos es por su condición inexcusable de salvaje. Éste representó siempre para los europeos el alter-ego de la "civilización": un cajón de sastre donde colocar todos aquellos rasgos diametralmente opuestos a los que caracterizaban la considerada "esencia europea", en resumen, un cúmulo de ausencias: "sin ley, sin rey, sin dios". Y podríamos añadir muchas otras: sin ciudades, sin Estados, sin ropa, sin control sexual...
Si el salvaje se ofrecía como opuesto del europeo de bien, podía aportar también un lado amable: el "buen salvaje", ajeno a la corrupción y degradación que conlleva la civilización, como afirmaba Rousseau. Lo triste es que esta visión, tan alejada de la realidad como la contraria, nunca se materializó en prácticas que ofreciesen un respeto por su idiosincrasia, por su capacidad de controlar su propia vida y su propio destino sin intromisiones externas.
En el frenesí despertado por una creciente fe en el progreso y el desarrollo tecnológico, los europeos cayeron en la creencia de que la acumulación material equivalía a la cultural. No fueron capaces de imaginar que las múltiples y ricas culturas africanas llevaban miles de años evolucionando y ofreciendo estrategias de vida tan válidas como las nuestras. Y fue así como equipararon su "atraso" con un infantilismo que necesitaba, lógicamente, de una tutela paternalista que permitiese conducirlas por el camino "correcto".
Sin embargo, esta moneda que parece ofrecernos una cara benévola, no carente de hipocresía filantrópica, también tiene una cruz. Las rebeliones de afro-americanos frente al yugo colonizador en la primera mitad del s. XIX mostraron a Occidente que los "niños" querían hacerse mayores sin la ayuda de sus tutores. Se invierte entonces la imagen de bondad hacia la ferocidad y perversidad del negro. Se recrudecen las imágenes de animalidad (Voltaire, afirmaba que el africano se encuentra a medio camino entre el hombre blanco y el mono) y se retoma la idea del canibalismo, una imagen, por otra parte, heredada del propio imaginario europeo (recordemos a Cronos devorando a sus hijos o el cuento popular de Hansel y Gretel).
La colonización, con su fachada de acción civilizadora (sanidad, educación y religión), marcó una nueva e intensa etapa de opresión sobre África con la acción demoledora de Europa. Las sociedades africanas se vieron una vez más impelidas a hacer frente a situaciones desbordantes y surgieron nuevas dinámicas para afrontar esas realidades, dinámicas que trastocaron irreversiblemente los universos africanos preexistentes. Los africanos volvieron, como siempre, a ser sujetos de su propia realidad no exenta de violencia, surgida en su mayor parte como respuesta a la invasión.
La historia reescrita
La llegada de las descolonizaciones y la constitución de Estados africanos de pleno derecho en el panorama internacional cambió sensiblemente la visión occidental en un primer momento. Durante la Guerra Fría, la asunción por parte de los países subsaharianos de una u otra ideología como medio de alcanzar beneficios externos, reforzó esta imagen además de conseguir que sus benefactores occidentales cerrasen los ojos ante la gestación de importantes conflictos internos.
Sin embargo, la difícil situación que han atravesado muchos Estados africanos en las cuatro últimas décadas (aumento vertiginoso de los problemas económicos con fuerte implicación y responsabilidad de los países occidentales y los organismos internacionales; encapsulamiento de fronteras; mala gestión de muchos dirigentes africanos; tensiones sociales derivadas de todo ello; el surgimiento, recrudecimiento y extensión de conflictos armados; y un largo etcétera) han hecho resurgir en Occidente imágenes decimonónicas como el salvajismo, la barbarie, el infantilismo y la irracionalidad unidas a los conflictos del continente, situando la violencia en África en una esfera atávica.
Del discurso de la "irracionalidad y pasividad" africanas a la práctica occidental de la intervención hay sólo un paso. La historia se reescribe y el colonialismo aparece ahora como un mal menor; y la tutela y la injerencia internacional se perfilan como unas prácticas plenamente justificadas. ¿Qué es y de dónde nace realmente la violencia? Sólo un análisis profundo de la situación africana puede llevarnos a una respuesta veraz.
Mariví Ordóñez del Pino es historiadora e investigadora del Grupo de Estudios Africanos (