Medio Oriente - Asia - Africa
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¿Alguien se acordaba de Mauritania?
Rubén Martínez Dalmau
Rebelión
"Permitidme, Señor Presidente, que levante mi copa por vuestra ventura
personal, la de vuestra distinguida esposa y familia, por la prosperidad del
querido y noble pueblo mauritano y por la fraternal amistad entre Mauritania y
España". Con esta frase dio por finalizado su discurso el Rey de España frente a
una mesa nutrida de comensales, en el Palacio Real, aquella calurosa noche de
julio de hace apenas dos años. Era la cena de gala que los reyes ofrecían al
ahora derrocado Presidente Taya.
No fue el más acertado de los discursos. El Rey enfatizó las magníficas
relaciones con Mauritania por el curso de la historia y por intensas relaciones
de vecindad entre los dos países, y olvidó que fue justamente la política de
abandono de los saharauis a su (desafortunada) suerte la que creó una situación
de inestabilidad y guerra en la región y propició en 1978 el gobierno militar en
Mauritania, que duraría catorce años. Juan Carlos hizo referencia continua a la
"huella" dejada por los almorávides en España, crisol de culturas con los rasgos
indelebles de la presencia árabe, cuando es justamente el predominio árabe –un
30% de la población del país, frente a otro 30% de negros y un 40% mixto- una de
las principales razones de la tensión étnica que se vive en la nación. Se elogió
en el discurso a Mauritania como un país moderno, dinámico y emprendedor, cuando
la expectativa de vida es de 52 años y el 40% de la población vive por debajo
del umbral de la pobreza que, en Mauritania, es ser pobre entre los pobres.
Pero la cara de estupefacción del Presidente Taya debió ser mayúscula cuando el
Rey leyó aquello de "Representáis, además, a un país con el que compartimos la
defensa de unos valores y principios que inspiran todo modelo de sociedad en
libertad: la democracia, el estado de derecho y los derechos humanos y
libertades públicas". Cualquier otra persona con algo de dignidad se hubiera
levantado de la mesa y hubiera resistido a la tentación del cóctel de langosta y
la copa de Rias Baixas. Ninguna organización internacional seria ha avalado las
sucesivas relegitimaciones de Taya, que llegó al poder tras el golpe de Estado
de 1984 y se hizo reelegir, en diciembre de 1997, con un indecente 90,2%; el
ordenamiento jurídico mauritano está conformado por una barroca mezcla entre el
derecho civil francés, secuela de la época de la colonia, y la Shari´a, ley
islámica, la misma que querían imponer los talibanes y que sirvió de excusa para
la invasión de Afganistán; hace apenas algunos meses, Amnistía Internacional
denunciaba la lamentable situación de los derechos humanos en Mauritania, donde
las torturas, los malos tratos, los juicios sin garantías y los presos políticos
están a la orden del día.
Todas estas cosas se le pasaron por alto al redactor del discurso del Rey,
supongamos con algo de ingenuidad que por celo diplomático. Pero lo que es un
error incomprensible –o, si no, un ejemplo máximo de cinismo- es la afirmación
tajante del Rey de que España y Mauritania participaban conjuntamente del
Proceso de Barcelona, cuando a los mauritanos se les excluyó expresamente de tal
posibilidad. Quién sabe, si no, si las cosas hubieran tomado otro rumbo en el
país.
En 1995 tuvo lugar la largamente esperada institucionalización de las relaciones
entre la Unión Europea y el Mediterráneo. Libia, por razones obvias, y
Mauritania, por no tan obvias, no se incorporaron al que sería conocido como
proceso de Barcelona, que este año cumple su décimo aniversario y el regalo de
cumpleaños fue declarar 2005 como Año del Mediterráneo. Mauritania, se decía, no
es un país mediterráneo en un sentido reducido del adjetivo como si, por
ejemplo, se pudiera negar la mediterraneidad de Portugal por contar sólo con
costa atlántica. Se olvidó la imbricación mauritana al Magreb, las condiciones
de cohesión con la región, sus necesidades sociales, y se marginó al país que
sólo acude como invitado especial a las Conferencias Euromediterráneas. Los
importantes proyectos de desarrollo e inversión que desarrolla la Unión Europea
en los países terceros de la asociación mediterránea sólo llega en sus migajas a
Mauritania, aún cuando más de la mitad de sus exportaciones e importaciones
tienen como origen/destino los países europeos. Diez años después de la
Conferencia de Barcelona, todavía se le hacen promesas a los mauritanos sobre la
posibilidad de su próxima entrada en el proceso. Los europeos deberían
preguntarse si la exclusión mauritana del proceso de Barcelona no ha sido una de
las causales que han propiciado la desestabilización, la falta de democracia, la
pobreza y, en definitiva, la infelicidad de la población mauritana.
Porque, ¿realmente alguien se acordaba de Mauritania? Pareciera que no, salvo
cuando las noticias se hacían eco de los lucrativos convenios sobre pesca que
firmaba el gobierno mauritano con la Unión Europea, o cuando Taya era reelegido
una y otra vez con una suculenta proporción de los votos, lo que llenaba alguna
columna en la sección de Internacionales. Los presos políticos, las fatídicas
condiciones sociales de su población o la oposición en el exilio (una gran parte
de la cual ha aplaudido el golpe de Estado) permanecían más olvidados, si cabe,
que el propio país. En los últimos tiempos, las expectativas de producción de
petróleo levantaron el interés de las multinacionales, ávidas de sociedades
desestructuradas y gobiernos corruptos a los que pagar barato lo que venderán
muy caro. Por eso, la salida de Taya se produce en el peor de los momentos para
los intereses de las multinacionales.
Y es que, aparte del petróleo, poco importaba un país complicado, en la frontera
con el África negra, sin posiciones convincentes sobre el Sáhara y con una
población deprimida. Siete de cada diez mujeres mauritanas no saben leer ni
escribir, setenta de cada mil niños no sobreviven al nacimiento y la mitad de la
población subsiste milagrosamente de la agricultura en un terreno árido,
pedregoso y desértico en su buena parte. Por eso no deja de extrañar el
repentino interés por la situación política mauritana y el comunicado de condena
hacia los golpistas de los Estados Unidos, la Presidencia de la Unión
Europea, la ONU, la OTAN, incluso la Unión Africana.
Desde luego, ningún golpe de Estado es, por principio, justificable, ni legitima
a ningún gobierno. Sólo las elecciones limpias, la Constitución vinculante y
democrática y el respeto de los derechos humanos lo hacen. Por eso, el gobierno
que merecen los mauritanos no es ni el del derrocado Taya ni el del actual
consejo militar.
Rubén Martínez Dalma. Universidad de Valencia.Instituto Mediterráneo de Estudios
Europeos (IMEE)