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El "milagro japonés": un triunfo del capitalismo
Valeria Cattaneo
Observatorio de Conflictos, Argentina
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, la economía japonesa se encontraba en
serios problemas: la producción había disminuido, los alimentos escaseaban, la
desocupación afectaba a millones de personas, la inflación crecía aceleradamente
y las pérdidas materiales representaban una cuarta parte de la riqueza del país.
Sin embargo, en tan solo tres décadas la economía nipona logró recuperarse y
expandirse hasta llegar a ser la segunda potencia económica mundial, provocando
la admiración del resto de los países que denominaron a este proceso "el milagro
japonés". Entre 1950 y 1970 los índices de producción manufacturera e industrial
se duplicaron cada cinco años, mientras que en ese mismo período la economía se
expandió 55 veces. Durante la década del 60 la tasa anual de crecimiento
económico de Japón fue de 11,1%, superando ampliamente a las potencias
económicas occidentales de mayor importancia. Francia contaba con una tasa de
crecimiento anual de 5,8%, Alemania Occidental de 4,8%, y Estados Unidos de
4,1%.
¿Cómo puede explicarse este crecimiento económico ultrarrápido experimentado por
Japón? Algunos señalan que la respuesta debe buscarse en la propia cultura
nipona, en la laboriosidad de los japoneses y su inclinación al ahorro. Para
otros fue más importante el trabajo de los economistas en la elaboración de un
programa de reconstrucción económica. Sin embargo, hay tres factores que
sirvieron de base para el resurgimiento del capitalismo en Japón. En primer
lugar, la aprobación y el apoyo económico y político de Estados Unidos a la
recuperación económica. En segundo lugar la alianza entre el Estado japonés y
los intereses de los grandes grupos de poder económico. Y como derivación del
accionar de los elementos anteriores, el debilitamiento de los sindicatos
obreros combativos, precondición necesaria para la implantación de nuevas
técnicas de producción y de organización del trabajo que permitieron elevar la
productividad y aumentar la explotación de los trabajadores.
La ayuda norteamericana.
Durante la ocupación militar de Japón por la Comandancia Suprema de las
Potencias Aliadas, Estados Unidos encontró provechoso favorecer el desarrollo
económico nipón. Esto significaba un nuevo mercado para mercancías
norteamericanas, como productos agrícolas, petróleo, bajo el control de grandes
compañías estadounidenses, y productos manufacturados.
Mayor importancia revestía la posibilidad de fomentar, en la periferia del
continente asiático, una economía capitalista próspera que sirviera de barrera a
la amenaza del comunismo. Estados Unidos impulsó un programa de extrema
austeridad, conocido como Plan Dodge (1949), que tenía por objetivo poner fin a
la inflación mediante el equilibrio del presupuesto del Estado y el aumento de
los impuestos. La ayuda norteamericana se materializó en la introducción de
tecnología de avanzada y capitales, y en el impulso al comercio japonés en el
sudeste asiático. Estados Unidos auspició tratados de reparación, en los cuales
Japón se comprometía a proveer de artículos y servicios a los países que
anteriormente había ocupado, entre ellos Birmania, Filipinas e Indonesia.
La burguesía japonesa, con el objetivo de reconstruir su poderío económico,
creyó conveniente establecer una alianza política y militar con Estados Unidos,
el gobierno de este país apoyó el establecimiento de una democracia liberal en
Japón. Instalado el Partido Demócrata Liberal en el gobierno, éste se
transformaría en el vocero de los intereses económicos de la burguesía nipona. A
cambio, el gobierno estadounidense recibió el derecho a utilizar militarmente
Japón durante la Guerra Fría, por lo cual se estableció en Okinawa la base
militar más importante de Estados Unidos en el exterior.
En 1951 se firmó el Tratado de San Francisco, que puso fin a la ocupación
norteamericana. Al mismo tiempo, se estableció una alianza militar y económica
entre Japón y Estados Unidos, que permitiría al gobierno norteamericano influir
ampliamente en las relaciones de Japón con el resto del mundo.
La política estatal en coordinación con los intereses de la burguesía.
Restaurada la soberanía japonesa, el gobierno inició la recuperación económica
del país, mediante la elaboración de estrategias desarrollistas que acentuaban
el rol del Estado en el desarrollo industrial, pilar del progreso económico y
del crecimiento sostenido. El Estado sería el responsable de la formulación de
una política industrial, comercial y financiera coherente, que promovería el
crecimiento y la competitividad en industrias seleccionadas, como industria
pesada, química, automotriz y electrónica. El Ministerio de Economía y el
Ministerio de Industria fueron los principales responsables de la ejecución de
dichas políticas.
Algunos de los objetivos de la política industrial japonesa más importantes
fueron: la concentración económica necesaria para el desarrollo de una
producción a gran escala; la transformación de Japón en una de las principales
naciones industrializadas; la protección del país frente a los cambios de la
economía mundial y de la competencia extranjera en el mercado interno; la
promoción del comercio exterior y el control de fuentes de abastecimiento.
El Ministerio de Industria y Comercio Exterior (MICE), creado en 1949, se
convirtió en el gran defensor de los intereses de los grandes grupos
empresariales.
Entre las primeras medidas tomadas por el MICE se encuentran: la creación en
1951 del Banco de Desarrollo como fuente de fondos a bajo interés para las
inversiones industriales; la introducción de reformas fiscales en forma de
préstamos para la inversión; el desarrollo de un sistema de divisas que permitía
canalizar las materias primas hacia determinadas compañías; y el establecimiento
de acuerdos de cooperación técnica con empresas extranjeras.
Al mismo tiempo, el MICE incentivó la formación de grandes grupos industriales,
conocidos como keiretsu.
Los mismos estaban directamente relacionados con los zaibatsu de la preguerra,
grupos económicos monopólicos, con una estructura de propiedad piramidal cuya
cabeza era normalmente una familia. Durante la ocupación militar los zaibatsu
habían sido disueltos por considerárselos activos en el desencadenamiento de la
guerra y por constituir un freno a la libre competencia. Un decreto contra los
monopolios aprobado en 1947, intentó impedir que volvieran a resurgir. No tuvo
éxito. Los "nuevos" conglomerados keiretsu, que perduran hasta la actualidad,
estaban compuestos en su núcleo por una tríada básica de: una compañía
industrial importante que agrupaba a otras industrias menores; una compañía
comercial encargada de la mercadotecnia y el comercio nacional e internacional;
y un banco u otras corporaciones financieras que actuaban como inversores de las
compañías del grupo.
Por debajo de este núcleo, se encontraban una decena de corporaciones afiliadas
al grupo y un centenar de pequeñas empresas subcontratistas, que otorgaban
flexibilidad al conjunto.
Para 1960 la economía japonesa estaba dominada por unos pocos fabricantes a gran
escala, entre los que se encontraban algunos de los conglomerados favorecidos
por el MICE como Mitsubishi, Mitsui, Sumitomo y Fuji.
Éstos se dedicaban especialmente a la producción de acero, la construcción naval
y la minería, sin descuidar el comercio y las finanzas. También había empresas
dedicadas a las nuevas producciones de artículos eléctricos, electrónica y
automóviles, como Matsushita Electric, Hitachi, Toyota y Nissan. Debido a que el
MICE controlaba el comercio exterior, todas estas empresas contaban con cierta
protección frente a la competencia extranjera.
En cuanto al comercio exterior, este experimentó un crecimiento acelerado a
partir de 1960. Las exportaciones, compuestas por barcos, cámaras, televisores y
automóviles, iban dirigidas a Estados Unidos, Europa occidental y sudeste de
Asia. Entre 1970 y 1985 se produjo un aumento del 800 por ciento en las
exportaciones y del 500 por ciento en las importaciones. El saldo positivo en la
balanza comercial japonesa estimuló la salida de capitales, que convirtieron a
Japón en uno de los principales países acreedores del mundo.
De la lucha de clases a la cooperación de clases.
En los primeros años de la posguerra se gestó en Japón un movimiento obrero que
adquirió potencialidades revolucionarias, constituyéndose en una fuerte amenaza
para el renacimiento del capitalismo.
La burguesía y el aparato de Estado japonés yacían muy débiles en 1945, como
consecuencia del desgaste de la guerra y la derrota militar de Japón, por lo
cual, los trabajadores se encontraron en una situación favorable para expresar
su descontento por la desocupación y el hambre reinante.
Entre los objetivos de las autoridades de la ocupación militar norteamericana,
se encontraba el de desmantelar los restos del imperialismo japonés. Para ello
se dictaron medidas tendientes a democratizar a Japón, como la reforma agraria,
la disolución de los zaibatsu y la promoción del sindicalismo. El Decreto sobre
Sindicatos (1945) y el Decreto sobre Relaciones Laborales (1946) otorgaron a los
trabajadores el derecho a organizarse y a la huelga. Bajo este clima de
democracia y relativa libertad, las fuerzas políticas de tendencias comunistas y
socialistas entraron en acción y lograron movilizar a un creciente número de
trabajadores. La acción de los obreros se caracterizó por la toma del control de
la producción de aquellas fabricas cuyos propietarios se negaban a ponerlas en
funcionamiento. Además, los obreros crearon Comités de Taller que se unieron a
nivel regional y luego a nivel nacional, conformando la Confederación de
Sindicatos de Industria llamada Sambetsu. Las reivindicaciones inmediatas de los
obreros se sintetizaron en la consigna "arroz y trabajo", pero también se
demandaba la democratización de las empresas y la eliminación de los abusos.
El control obrero de la producción era algo que iba en contra de los principios
del capitalismo, en consecuencia las fuerzas de ocupación norteamericanas
decidieron dar su apoyo al gobierno japonés para que aquella práctica fuera
declarada ilegal. Los trabajadores respondieron con una ola de huelgas. Con el
comienzo de la Guerra Fría, el gobierno japonés y la burguesía contaron con el
apoyo de Estados Unidos para poner fin a los sindicatos que enarbolaban la
bandera de la lucha de clases. Una huelga general convocada por los obreros para
el 1 de febrero de 1947 y cuya intencionalidad política era el establecimiento
de un gobierno del pueblo, no pudo realizarse al ser prohibida por el General
MacArthur, comandante de las fuerzas de ocupación norteamericanas. Se inició una
"purga roja" que afectaba a todos los simpatizantes comunistas y debilitaba a la
Sambetsu.
En 1950 se inicia otra etapa del movimiento obrero nipón. Se funda el Sohyo,
bajo el principio del sindicalismo libre, que agrupaba a sindicatos anti y
no-comunistas. El Sohyo presentó un programa antibélico y una política de
enfrentamiento del trabajo y el capital, centrada en las ofensivas obreras de
primavera.
Entre 1952 y 1955 tuvieron lugar una serie de conflictos industriales, como
consecuencia del intento de la burguesía de acabar con el movimiento obrero en
los talleres que ponían trabas a la recuperación del capitalismo. Los
trabajadores presentaron un abierto rechazo a las campañas de racionalización,
los despidos, el aumento de los ritmos de producción, las horas suplementarias y
obligatorias, y la rotación del personal sin consentimiento del sindicato. Los
enfrentamientos con la patronal más resistentes fueron llevados a cabo por la
Federación de Trabajadores del Automóvil, la Federación de Trabajadores de la
Energía Eléctrica y la Federación de Minas de Carbón. A pesar de la fuerte
resistencia obrera, las corporaciones patronales triunfaron recurriendo a
métodos represivos y violentos.
En 1955 se organiza la primera ofensiva obrera de primavera. Esta se basaba en
la "lucha industrial unida" que establecía que todos los trabajadores de los
sindicatos de una misma rama de industria acordarían las medidas de lucha para
exigir mejoras de las condiciones de trabajo y aumentos salariales. Las acciones
eran coordinadas y realizadas al mismo tiempo, y de esta manera la clase obrera
podía constituirse en una fuerza social unida y efectiva. Si bien la ofensiva
era realizada conjuntamente por todos los sindicatos, las posteriores
negociaciones eran llevadas a cabo individualmente por cada sindicato con sus
respectivos patrones. Por lo tanto, el éxito de las demandas obreras dependía de
la capacidad de coordinación del Sohyo. Los sindicatos más fuertes conformaron
el Comité de Lucha de la Primavera, llamado Shunto. Las negociaciones con las
patronales se hacían bajo amenaza de huelga, y eran realizadas y repetidas hasta
que las reivindicaciones obreras fueran aceptadas.
La expansión de la industria japonesa y la escasez de mano de obra a partir de
los años 60, permitió hacer efectivas las demandas obreras de aumentos de
salarios. Para contrarrestar la disminución de beneficios que implicaba el
aumento de los costos de la mano de obra, los empresarios pusieron en marcha la
renovación de la maquinaria industrial y la racionalización laboral, a efectos
de elevar la productividad. Es decir, el capital pasó de la explotación de la
plusvalía absoluta a la plusvalía relativa. Esto se observa en el hecho de que,
desde los años 60, el índice de productividad del trabajo creció más rápido que
los salarios reales.
No obstante, en el transcurso de la década del 60, las ofensivas de primavera
irían perdiendo fuerza. La burguesía estaba totalmente recuperada y decidió
movilizar su poderío para eliminar a los sindicatos combativos adheridos al
Sohyo de sus empresas. La patronal apoyó la creación de la Confederación del
Trabajo, llamada Domei. Era un sindicato de derecha, favorable a la patronal,
que tenía como objetivo escindir a los sindicatos adheridos al Sohyo, y
reemplazarlos por nuevos sindicatos al servicio de la colaboración de clases. La
movilización obrera en abierto enfrentamiento con el capital había llegado a su
final. De ahora en adelante las campañas de primavera irían perdiendo
efectividad como arma de defensa obrera contra la explotación del capital, hasta
desplazar sus objetivos hacia reivindicaciones de carácter puramente económico.
En este sentido, la acumulación masiva de capital fue lograda en detrimento del
poder obrero en el taller.
La patronal pudo arrancar mayor plusvalía de los trabajadores, mediante
innovaciones tecnológicas y nuevas formas de organización del trabajo. La
solidaridad obrera se desintegró, dando lugar a la competencia-rivalidad entre
obreros. Los intereses de los trabajadores se formulan a nivel individual y en
concordancia con los intereses de la empresa. Esto significa que para poder
mantener su puesto de trabajo, el obrero debe aumentar su productividad
continuamente, alimentando la competencia con sus compañeros, cercenado en su
posibilidad de elaborar quejas o protestas para transformar las condiciones de
trabajo impuestas por el triunfo del capital.
Bibliografía utilizada.
* Beashley, W. G., Historia Contemporánea de Japón.
Alianza, Madrid, 1995.
* Bravo, Lily, "El incierto futuro de la política industrial japonesa en el
contexto de la globalización" en