Latinoamérica
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Los archivos "filtrados" de la dictadura
Olor a operativo de inteligencia
Samuel Blixen
Brecha
La apertura de los archivos policiales y militares que guardan los secretos
de la dictadura se está dando, como era de esperar, muy a la uruguaya. Las
cerraduras se han destrabado con las llaves de la prudencia y hasta del sigilo,
y tales modales, se puede suponer, obedecen a la política de la buena educación,
del gesto amable, una política de salón que evita las estridencias y que concede
para no chocar, para no provocar rispideces.
Así que, a tono con los tiempos de sinceramientos a medias, se tiene algún
acceso a cierta información, pero no se sabe qué importancia tiene esa
información, ni cuánta información falta, ni qué cosa se podría aspirar a
conocer, porque esta apertura es como una rendija abierta en una puerta que se
desplaza apenas y que, por un instante, antes de volver a cerrarse, deja
entrever algo de lo que hay dentro. Y alguien, no el dueño de los secretos, pero
sí el custodio del ocultamiento, pregunta desde la oscuridad qué cosa queremos
encontrar, y uno tantea, orejea, talentea, pide y espera. Y de repente tiene
suerte, y recibe un documento, pero no sabe si ése es exactamente el que debía
conocer, ni si es el más importante, y se lo lleva, lo copia, o saca apuntes,
pero eso sí, con la debida reserva, nada de volantear, porque en verdad nadie ha
pedido nada, oficialmente, y nadie ha autorizado nada, oficialmente, y todo es,
hasta ahora, acuerdos entre amigos, gauchadas extraoficiales, guiños
confidenciales.
Y nos ponemos contentos. Y de repente, en un acto de arrojo, le pasamos
extraoficialmente el documento a algún informativo de televisión (porque la
televisión es el medio de más impacto, che) o se lo dejamos ver a algún
periodista insospechado de parcialidad, menos aun de revanchismos, corsés
ideológicos o, ni se te ocurra, ojos en la nuca. Y ponemos en circulación
materiales de los que no se responsabiliza ninguna fuente, que generalmente son
parciales y que además han sido elegidos por quienes siguen administrando el
secreto. ¿Es lo que hay, valor? Ese no es el camino de la apertura de los
archivos de la dictadura. En Paraguay, cuando se confiscó el archivo del terror,
toda la gente tuvo acceso a la documentación, y cuando fue necesario
clasificarla, ordenarla, se acudió a organismos no gubernamentales de la
sociedad civil. Uno tiene la tonta idea de que cuando se abre un archivo se
trabaja con transparencia: alguien se hace cargo de todo el archivo, se toma
posesión de toda la documentación, no de una parte, se designa a las personas
idóneas, y el material desclasificado pasa a ser patrimonio de la sociedad,
porque la idea es, precisamente, hacer conocido lo oculto, convertir el secreto
en historia, en materia socializada.
En Paraguay los archivos quedaron bajo la custodia de la justicia; en Argentina
se creó una secretaría dependiente de la Presidencia, que centraliza toda la
información y documentación. Sólo así se puede saber qué se tiene, qué se
rescató, y qué cosa se destruyó o se ocultó, o se escamoteó, de modo que otros,
la justicia, por ejemplo, pida cuentas de las destrucciones. Para realizar ese
trabajo se requieren criterios claros, definidos; y si algo no hay que hacer, es
reproducir el sistema del secreto que deforma toda la estructura de la sociedad.
El camino a la uruguaya, que se viene ensayando, ya va dando frutos indeseados.
Hay un conjunto de materiales que van circulando en ámbitos más o menos
privilegiados, y esos materiales van mostrando la hilacha: en sí mismos serían
auténticos (aunque habría que establecer una duda razonable, proviniendo de
donde provienen y en las condiciones en que trascienden), pero quienes los han
puesto en circulación, eligiéndolos sin dar explicaciones, tienen sus
intenciones. Por ahora, esos documentos "filtrados" tienen un nauseabundo olor
a operativo de inteligencia. Un jueguito ya gastado que no nos acerca a la
verdad, porque son, en el mejor de los casos, medias verdades.