Latinoamérica
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Las jugadas del presidente colombiano: de la guerra bonapartista a la política maquiavélica
Olafo Montalbán
Rebelión
¿Por qué afirma Alvaro Uribe, después de negarlo durante tres años, que en
Colombia sí tenemos un conflicto armado?
¿Por qué se muestra hoy, después de intentar por más de tres años la derrota
militar de las guerrillas que calificó de "terroristas", partidario de hablar
con ellas y ofrecer una pequeña zona despejada militarmente para el intercambio
humanitario?
¿Por qué hizo éstas movidas políticas (reconocer que en Colombia hay un
conflicto armado, autorizar al vocero del ELN Francisco Galán a abandonar por
tres meses la cárcel de Itagui para que inicie contactos con el COCE, ofrecer
nuevamente a las FARC una vereda y una escuela despejada para hablar del
intercambio humanitario) dando la apariencia de que quiere una solución política
y el diálogo durante la semana de la paz que convocaron más de 90 ONGs
nacionales e intenacionales que han criticado duramente su política de guerra y
la ley de Justicia y Paz?
Jugar a la política por lo alto es lo que quiere ahora el gobierno de derecha de
Álvaro Uribe. Ha hecho dos movidas tácticas importantes esta semana: primero,
que en Colombia si hay un conflicto armado (como respuesta a un comunicado del
ELN donde le pidieron que reconociera esta verdad tan grande como el sol) con lo
cual les reconoce el estatus político a las organizaciones insurgentes
colombianas y de paso abre el camino para un posible diálogo con el ELN. Ha
renunciado en un solo discurso a lo que ha sostenido en cientos de ellos a lo
largo de más de tres años. Como queriendo decir que está dispuesto abandonar su
bonapartismo (conquista y derrota militar del enemigo) por el maquiavelismo
(recuperar la política que negó con la guerra). Pragmático, pues, nuestro
presidente, y condescendiente, además, con la gran mayoría de colombianos que
sabemos que el nuestro es un conflicto con profundas raíces históricas, sociales
y políticas. Lo reconoce, dijo, porque el Comando Central del ELN se lo pidió en
una carta reciente como condición para iniciar diálogos y acercamientos.
Afirmando que si tenía que renunciar a sus propias convicciones personales por
el bien supremo de la patria lo hacia y lo hizo. Qué delirio de grandeza del
presidente creer que el bien supremo de una nación se puede subordinar a sus
convicciones personales. Y qué confundidos y huérfanos han quedado sus
seguidores enfrentados a hora a un líder que abandona lo que tuvo por principios
en menos de 48 horas. Es que la realidad es tozuda my president!
Lo segundo que dijo el presidente fue que quiere el intercambio humanitario con
las FARC. Hizo un nuevo ofrecimiento a través de su representante de paz, Luis
Carlos Restrepo. Pero al parecer quiere hacer como ha hecho Ariel Sharon el
ministro israelí cuando unilateralmente desalojó los 8.000 colonos Judíos de
Gaza sin siquiera contar con la Autoridad Palestina. El de Colombia quiere un
intercambio humanitario sin consultar con su interlocutor principal, las FARC.
Para ello autorizó a su vocero de paz llevar a cabo durante diez días, en la
vereda Bolo Azul entre los departamentos del Valle y Tolima y sin presencia
policial o militar, los diálogos con la guerrilla para el intercambio
humanitario.
¿Por qué estas dos movidas precisamente ahora?
Hay todas las respuestas posibles que cada uno queramos darle de acuerdo a
nuestras propias reflexiones. Pero hay unas en las que coincidimos la mayoría.
El presidente Uribe ha hecho éstas movidas tácticas: Porque fue incapaz de
derrotar militarmente a la guerrilla. Porque las causas y raíces históricas del
conflicto armado en Colombia siguen estando ahí, en su base. Porque el Plan
Patriota ha sido un fracaso. Porque su aliado principal, el imperialismo
norteamericano, está en apuros por los efectos de los huracanes de la
resistencia iraquí y del Katrine. Porque necesita mostrar (de Bonaparte a
Maquiavelo) que es capaz de dar de nuevo la palabra a la política ofreciendo
negociar lo que hace una semana decía que era imposible, cuando la política es
precisamente el arte de intentar lo imposible. Porque necesita preparar y
aumentar su caudal de votos para las elecciones presidenciales que se aproximan.
Porque hay un movimiento nacional e internacional que está presionando y apoya
un intercambio humanitario. Porque quiere demostrar a la comunidad internacional
y a Europa (que aplazó su voto en la última reunión del parlamento europeo sobre
si dar un apoyo o no a la Ley de Justicia y Paz) que también habrá negociación
con la guerrilla. Porque se viene el fallo de la Corte Constitucional sobre la
reelección. Porque cree en el consejo que le acaba de dar José Aznar, el ex
presidente del gobierno Español de paso por Colombia, de que "no es lo mismo un
diálogo con una organización prácticamente derrotada, que con una que aún está
revitalizada". Porque necesita darle legitimidad y contrarrestar las críticas a
la ley de Justicia y Paz, que en el fondo es lo contrario. Una ley de impunidad
para el paramilitarismo, su aliado político y militar, y de injustita con los
millones de campesinos y sindicalistas víctimas de las masacres, asesinatos,
desplazamientos y desapariciones. Porque los familiares de las víctimas del
terrorismo de Estado en Colombia que se cuentan por millares y que no sólo han
padecido el secuestro de sus seres queridos sino lo que es peor la desaparición
han demandado la impunidad de la Ley de Justicia y Paz. Porque necesita
continuar ganando confianza con el capital inversionista para que siga
invirtiendo y apropiándose el patrimonio público y las pocas empresas de capital
nacional como la privatización disfrazada de fusión que quiere hacer entre
Telecom y Telmex. Porque necesita más apoyo popular para firmar el Tratado de
Libre Comercio (TLC) con la potencia que más protege con subsidios su producción
agrícola, Estados Unidos. Porque la dura realidad y las consecuencias de la
guerra en el país le han hecho entender (falta por ver) que la única salida
posible, que él pensó imposible, al conflicto armado en Colombia es la solución
política pero negociada. Es decir, sobre la base de que no hay vencidos ni
vencedores, por ahora. Porque los consejos de José Maria Aznar, ese pequeño
sabueso de la derecha mundial que se la pasa recorriendo el mundo cual cruzado
de la reconquista cristiana y fascista son meras quimeras de alguien que sueña
con derrotados en Colombia y en le País Vasco. Porque el gobierno que encabeza
Álvaro Uribe con su política de alianza incondicional al imperialismo, se está
quedando solo en el continente, lo acompañan unas sombras de presidentes como
Toledo de Perú y Alfredo Palacio de Ecuador y que no sabemos si los movimientos
populares les permitirán durar lo suficiente para asistir a su propio derrumbe y
al de su colega colombiano.