Latinoamérica
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Guatemala: organizar lo desorganizado
Andrés Cabañas
La encuesta de Vox Latina sobre el grado de aceptación del gobierno de Oscar
Berger revela una aguda decepción de la población. Después de 18 meses de
gestión, las guatemaltecas y guatemaltecos consultadas ofrecen valoraciones
rotundamente negativas en aspectos medulares de la gestión gubernamental.
Citamos: 64.2% de 1,200 encuestadas y encuestados entre el 2 y el 8 de julio de
2005 cree que las autoridades no hacen nada por disminuir la violencia contra
las mujeres; 63,6% percibe que el gobierno no trabaja para disminuir la pobreza;
73.4% manifiesta que Guatemala ha retrocedido o sigue igual que en el gobierno
de Alfonso Portillo; la mayoría afirma que el ejecutivo no se preocupa por los
pobres (70.9%) y favorece a los ricos (69.8%). En fin, el 70.5% de encuestados
considera que el gobierno de Oscar Berger no está cumpliendo lo que ofreció en
la campaña política, y el 50.5% reprueba la gestión del ejecutivo. Sin matices
ni palabras diplomáticas, los resultados de la encuesta dibujan una gestión
corporativista, corrupta y/o cómplice, despreocupada y desinteresada de la gente
y los pobres; en fin, fundamentada en el engaño e incumplimiento de las
promesas.
Alerta
Los datos anteriores deben llamar a reflexión y rectificación al Ejecutivo, que
quema etapas de desprestigio y abre espacio a la ingobernabilidad. Asimismo
significan un aviso para la población y especialmente para el movimiento social,
al recordarnos que carecíamos y carecemos de la alternativa programática y el
instrumento político capaz de canalizar la frustración.
La energía social para el cambio
En Guatemala, salvando las distancias, se vive una situación similar a la de
países de América Latina como Ecuador, Bolivia y Argentina. El descrédito de los
partidos, de la política en general y la desigualdad social provocan
insatisfacción, desgaste y cambios de gobierno que, sin embargo, no logran
traducirse en transformaciones estructurales. Por el contrario, la repetición de
idénticas políticas bajo diferentes siglas conduce a una espiral de pesimismo y
desencanto.
El sociólogo argentino Atilio Borón afirma que en Latinoamérica existen
sociedades "capaces de cambiar gobiernos, pero el reto es convertir esta energía
social en opción de cambio, hoy inexistente. Hay que organizar lo desorganizado"
.
La organización de lo desorganizado no es sencilla porque implica en primer
lugar recomponer tejido y relaciones sociales dañadas por años de conflicto.
En segundo lugar supone remontar el terror que recurrentemente refuerza sus
estímulos y convierte 2005 en uno de los años políticamente más violentos desde
la firma de los acuerdos de paz. Según la Unidad Técnica de Defensores de
Derechos Humanos, "hasta el 12 de mayo de 2005 se contabilizaron 65 ataques a
defensores de derechos humanos, de los cuales 15 son allanamientos. De estos
allanamientos, 8 se dieron entre el sábado 7 y el jueves 12 de mayo".
Recientemente, se ha conocido el asesinato de Albarito Juárez, dirigente de la
Alianza por la Vida y por la Paz y miembro del partido de izquierda Alianza
Nueva Nación en San Benito, Petén (9 de julio) y las amenazas contra el director
de CEIBA y miembro de Mesa Global, Mario Godínez (7 de julio).
En tercer lugar, la organización obliga a enfrentar un creciente autoritarismo
político y social que no sólo impone un modelo de desarrollo excluyente,
ejemplificado en la minería a cielo abierto, sino que deslegitima abiertamente
la participación popular: en este sentido se rechazan los resultados de las
consultas populares opuestas a la minería a cielo abierto en Sipakapa
(departamento de San Marcos) y a la hidroeléctrica de Río Hondo (departamento de
Zacapa) . El autoritarismo condiciona los logros de los Acuerdos de Paz y
restringe el ejercicio democrático.
Por fin, organizar el desorden conlleva superar dos grandes debilidades de las
organizaciones de izquierda. La primera, el escaso conocimiento de las fuerzas
del oponente y nuestras propias fuerzas, fue señalada por Mario Payeras en su
obra "Los fusiles de octubre", a propósito del movimiento revolucionario.
Superar esta debilidad obliga a la reflexión, la autocrítica y el abandono de la
complacencia para reconocer por ejemplo que existen hoy movimientos
esperanzadores (Movimiento Indígena, Campesino, Sindical y Popular –MICSP-,
Coordinadora Waqib´ Kej, la práctica totalidad del movimiento contra la minería,
de forma individual o coaligada, el Consejo Regional de Pueblos Indígenas ) pero
que detrás de proyectos formalmente nuevos pueden ocultarse tanto propuestas
inéditas como maquillajes y huidas hacia adelante de expresiones organizativas
ya agotadas.
La segunda debilidad o déficit estratégico es la falta de unidad (Santiago Santa
Cruz ). Corregirla no lleva necesariamente a la unidad orgánica y nunca implica
homogeneidad, sino fortalecer las "luchas concretas por objetivos comunes,
superando el voluntarismo" (Marta Harnecker ).
Hemos demostrado como sociedad nuestra capacidad de desinstalar gobiernos,
incluso aquellos reconocidos por su autosuficiencia, su arrogancia y la creencia
en su destino histórico. Lo hemos hecho con todos los ejecutivos surgidos de los
cinco procesos electorales desde el fin de las dictaduras militares. El desafío
ahora es organizar la alternativa que sustituya el actual ejercicio del poder
por otro de naturaleza incluyente.