Latinoamérica
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Los golpes de la insurgencia popular en Bolivia
Carlos Angulo Rivas
En Bolivia se juega algo más que un simple cambio de presidente y de
gobierno. De los sucesivos golpes de la insurgencia popular en América Latina,
fenómeno que da cuenta de la decadencia del sistema democrático electoral
impuesto por Washington, destacan por sus características revolucionarias los
dos últimos en Bolivia y por supuesto el de Venezuela, donde por primera vez en
la historia de nuestras repúblicas la movilización social puso de regreso en el
gobierno al legítimo presidente Hugo Chávez, derrocado durante 48 horas por un
golpe militar inspirado y conducido por la CIA y los asesores de la Casa Blanca.
Distinguimos estos golpes de la insurgencia popular (GIP) porque en ambos casos
las revueltas sociales en la escena política del continente van vinculadas al
intento básico de desensamblar, para luego destruir, el status quo del sistema
político sostenido por los partidos tradicionales adictos a la sumisión
antinacional, la inmoralidad y la corrupción, en cuyo tejido mortal para los
pueblos se desarrollan las insaciables políticas del neoliberalismo y la
globalización.
La marcha de la revolución bolivariana en Venezuela se consolida día a día
alentando los objetivos de una integración latinoamericana (ALBA) diseñada
exclusivamente con el propósito de salvaguardar los intereses nacionales de cada
país, en contraposición a los proyectos coloniales perseguidos por la hegemonía
de la superpotencia mundial, expresados en los tratados de libre comercio TLC y
el ALCA; en las economías subordinadas al FMI, al Banco Mundial y al
Departamento del Tesoro norteamericano; en las democracias corruptas obedientes
al mandato imperial; y por último en los planes 'antiterroristas' de George W.
Bush como la manera de implantar bases militares en todo el mundo. En Bolivia,
en cambio, la situación está en el estado embrionario de una transformación
social de características propias, donde se combinan aspectos económicos,
sociales, étnicos, gubernativos y geopolíticos. En anterior oportunidad hemos
señalado que el actual presidente boliviano Eduardo Rodríguez es simplemente un
mediador de la enorme crisis de legalización a la fuerza del GIP que produjo la
renuncia de Carlos Mesa, de ninguna manera puede ser considerado un gobernante;
sin embargo alineado con la presunta legalidad administrativa de su país, viene
siendo presionado por los partidos tradicionales para llevar a cabo, en
diciembre de este año, elecciones generales anticipadas.
Demás está repetir que la insistencia sobre este último tema es una salida
política forzada, pues obedece única y exclusivamente a los intereses de
distinto origen que persisten en mantener el sistema político actual sin
modificaciones. Los partidos políticos tradicionales quieren olvidar que lo
fundamental en los GIP bolivianos tiene que ver con sustanciales innovaciones
revolucionarias desde la Asamblea Constituyente en la dirección de derrotar al
viejo Estado, a fin surjan nuevas y verdaderas instituciones representativas de
la sociedad boliviana, hasta la nacionalización de los hidrocarburos y el gas en
la perspectiva de construir una economía nacional mixta; además en ese caminar
se atraviesa por el sendero de la reafirmación del Estado boliviano contra la
amenaza de la desintegración auspiciada por la oligarquía de procedencia
extranjera que domina la economía en la región de Santa Cruz.
La rebelión popular para derribar a un segundo presidente constitucional en
menos de dos años y de tachar a los presidentes de las Cámaras Legislativas
(Vaca Diez y Cossío) como sucesores constitucionales del saliente Carlos Mesa,
mostró con claridad meridiana el punto de partida hacia la solución de problemas
vigentes de profunda trascendencia histórica como son el combate a la pobreza,
el empleo, el alza de los salarios, la tenencia de las tierras, el agua, el
conflicto de las autonomías y por supuesto la renta y la nacionalización de los
hidrocarburos. Pero es bien sabido que ninguno de estos objetivos será logrado
sin el replanteamiento de la lucha popular antes de ir a las elecciones
generales adelantadas, o sea, sin antes tener trazado el nuevo sistema político.
Téngase en cuenta que la designación de Eduardo Rodríguez fue una especie de
tregua política cuya misión mediadora terminará aniquilada si él insiste con la
iniciativa de las elecciones y nada más; puesto que esta propuesta es la
decisión de una institucionalidad precaria, insolvente, la misma que pretende
seguir usufructuando de un poder estatal evaporado justamente en la caída de dos
presidentes; y que además enfrenta a la iniciativa de las masas y la dirigencia
revolucionaria. Las asambleas populares constituidas por trabajadores y vecinos
no han bajado la guardia y exigen desde los bastiones de El Alto y La Paz la
confluencia de una asamblea nacional representada desde abajo, la que reordene
el país con la prioridad de una nueva institucionalidad democrática,
participativa y directa; y que efectúe la nacionalización de los hidrocarburos.
Las urgencias de una nueva institucionalidad porque la vigente está pegada con
saliva y no existe en la práctica, y la nacionalización de los emporios del gas
porque el valor total de las reservas probadas alcanza a los ochenta mil
millones de dólares, es decir, 16 veces el total de la deuda externa boliviana,
constituyen el propósito de la concreción palpable de los GIP en Bolivia.
Movilización social insurgente gestada contra la dominación económica ejercida
por el neoliberalismo y la descarada actuación de las transnacionales amparadas
en contratos contraproducentes y lesivos a los intereses nacionales. Los 52
trillones de píes cúbicos de gas boliviano son superiores en su conjunto a las
reservas de Argentina, Chile, Brasil y el Perú; por ello no tiene sentido el
acuerdo de constituir un anillo energético sin la participación del país
altiplano como en extraña movida de fichas pretenden los gestores políticos de
esta resolución. Y más extraño resulta que esto suceda cuando existe el intento
de destruir a Bolivia como país a través de una secesión organizada por la
oligarquía cruceña que ha visto con buenos ojos la aprobación del gobierno
paraguayo de permitir el ingreso de tropas de Estados Unidos en la región de la
triple frontera. Movilización de tropas con el objetivo de instalar en el
corazón de MERCOSUR una avanzada militar persuasiva, por ahora, con la finalidad
de contrarrestar la franca oposición al ALCA y además con miras a desarrollar
una misión de tutelaje a las empresas transnacionales interesadas en apoderarse
de los recursos naturales de la región, especialmente del agua, el gas y el
petróleo.
La expectante situación innovadora en Bolivia devuelve la fe en los procesos de
liberación nacional, pero al igual que en Venezuela debe lograrse la legalidad
institucional requerida a través de nuevas instituciones nacionales y una
constitución política acorde, vinculada al proceso de la movilización social de
los GIP, la misma que debe dar vida a la democracia participativa y directa. No
debe perderse de vista que Hugo Chávez en consecutivas consultas populares ha
logrado volcar toda la legalidad a su lado y emprender desde allí la revolución
bolivariana, consiguiendo el apoyo de la mayoría de los países de la OEA y de
cierta manera la 'neutralidad' obligada de la Casa Blanca luego de la derrota
sufrida en Florida por Condoleeza Rice y su tesis intervencionista del
'monitoreo a las democracias.' Tampoco debe perderse de vista que a pesar de la
legalidad obtenida por Hugo Chávez y su gobierno, la lucha continúa con mayor
vigor que antes contra las manifestaciones golpistas de los empresarios ricos,
los partidos tradicionales, los políticos corruptos, el dominio de la prensa
televisiva, radial y periodística, la curia reaccionaria del Opus Dei, etc,
todos ellos financiados a manos llenas por la CIA y las manos negras del
imperialismo. Manifestaciones antichavistas golpistas que son rechazadas a
diario por las masas pobres, los trabajadores, los obreros, los campesinos, gran
parte de la clase media y la iglesia católica progresista.
Nadie duda de la capacidad de la inversión extranjera ni de la tecnología
requerida para la explotación de los recursos naturales en cada país, de lo que
se duda y con mucha razón es de desnacionalización de estos recursos propios, de
la riqueza natural expropiada por las empresas transnacionales con el
beneplácito de los gobiernos vendepatria, inmorales y corruptos. En el caso
boliviano como en el peruano, ecuatoriano o colombiano, para citar sólo algunos
ejemplos, las ansiadas y fomentadas inversiones transnacionales no dejan ni para
el té con galletas, porque los inversionistas escasamente pagan impuestos
gracias a las gollerías otorgadas por elementos delincuenciales tales como Menem,
Fujimori, Sánchez de Lozada, Lucio Gutiérrez, Toledo, Uribe, etc. En Bolivia las
empresas transnacionales controlan el total de las reservas de gas de las cuales
el 85% están en Tarija; la privatización de YPFB dejó en manos extranjeras el
mercado de los hidrocarburos a casi nulos niveles tributarios; la inversión
entre 1997 y el 2002 fue apenas de 3,035 millones de dólares en exploración y
explotación y de 2,300 millones en infraestructura de transporte y se estima que
por cada dólar invertido se obtendrán diez, altísima rentabilidad de la cual
hasta antes de las revueltas de los GIP quedaría en Bolivia un escaso cinco por
ciento. Enorme rentabilidad de ENRON, SHELL, TRANSREDES, PETROBRAS, REPSOL,
BRITISH GAS, PETROL, que se incrementa debido al control absoluto que estas
empresas tienen sobre la producción y el mercado interno, llegándose al
contrasentido de colocar el gas para los propios bolivianos a cinco dólares por
encima del precio internacional; ganancias que se incrementan también por la
ausencia de fiscalización estatal respecto a los chanchullos de la contabilidad,
inflar costos y no pago de impuestos.
Además un conglomerado de empresas piensa exportar el gas boliviano a Estados
Unidos a una rentabilidad de un dólar invertido por veinte de utilidad queriendo
la compañía PACIFIC LNG (British Gas, British Petroleum, Repsol) sacar el gas
(36 millones de m3 diarios) por el puerto chileno de Patillos durante veinte
años (6.26 trillones de píes cúbicos en ese período de los 52 trillones de la
riqueza boliviana). De seguro esta elección será muy rentable para la PACIFIC
LNG, pero ha sido hecha sin tener en consideración el sentimiento anti-chileno
de los bolivianos luego de la guerra del Pacífico de 1879 donde perdieron su
acceso al litoral; elección riesgosa que el consorcio transnacional piensa
defender en base a los principios del libre mercado y las decisiones privadas
que les corresponde como propietarios.
Como se observa en todas estas cifras la exigua inversión extranjera de ni
siquiera seis mil millones de dólares a la fecha, revertirá en el futuro no
menos de cinco veces el valor de los 80 mil millones de dólares de las reservas
a boca de pozo calculados, esto si se tiene en cuenta el valor agregado del
transporte y la conversión del gas natural en energía. Así la multimillonaria
explotación de los hidrocarburos bolivianos llegaría, pues, a los 400 mil
millones de dólares con una inversión en progresión que no pasará de los 20 mil
millones de los cuales la mitad será fuera de Bolivia en puertos chilenos o
peruanos, abultada suma de dinero que de ninguna manera puede ser expropiada a
un país pobre que en todos estos primeros pasos de privilegiar la privatización
sólo recibió la ridícula renta de 70 millones de dólares por año desde 1996 al
2002. Por ello el mandato popular unificador de la recuperación del gas
boliviano y los hidrocarburos, anulando los ilegales y lesivos contratos con las
transnacionales, va unido al creciente prerrequisito de crear un sistema
político de democracia participativa y directa, de nuevas instituciones
populares que liquiden al viejo Estado y los partidos tradicionales, por
supuesto antes de las elecciones generales de diciembre.
Fuente de las cifras: Superintendencia de Hidrocarburos de Bolivia.