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Latinoamérica

Luis Roberto Luzardo no se quedó a la vera del camino

 Voces del Frente

El nombre de Luis Roberto Luzardo ha tomado estado público esta semana, cuando el Presidente Vázquez dijo no considerar su caso como amparado por la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado (*). Con esta decisión, al igual que en los casos de Nibia Sabalsagaray, María Claudia Irureta de Gelman y Gutiérrez Ruíz, Zelmar Michellini, Rosario Barredo, William Whitelaw y Manuel Liberoff, la Justicia, burdamente postergada, podrá comenzar a hacer su trabajo. Para conocer quién fue Luis Roberto Luzardo publicamos hoy este relato, que es también una semblanza aleccionadora.

 ÉL NO SE QUEDÓ A LA VERA DEL CAMINO

 Por Blanca Cobas  

 "Se necesita tanto la lluvia como el sol para hacer un arco iris."  Anónimo   Yo estaba ingresada en Sala 8 cuando levaron a Rodeno Luzardo. Había recibido un balazo en la columna cervical y estada parapléjico. Se decía que la bala le había seccionado la médula espinal y no había posibilidades de que recuperara su movilidad. En él se aplicaron mecanismos de tortura difíciles de concebir para una mente normal y sana. A causa de su parálisis total, mantenía brazos y manos sobre el abdomen y con un esfuerzo supremo lograba elevar las manos tres o cuatro centímetros solamente. Nunca fue más allá de esto, y por lo tanto no podía comer solo, ni hacer nada por sí mismo.
 La persona que repartía la comida la dejaba sobre la mesita a su lado y se iba, no le estaba permitido hacer otra cosa, y era controlado por el guardia. Sólo se autorizó que algún otro enfermo le diera de comer y lo lavara, pese a que los demás estaban más o menos descalabrados. Nunca faltó quien lo hiciera con devoción y paciencia; le ponían la chata, el violín, lo higienizaban, moviendo el cuerpo inerte con las fuerzas que el compañero, también dolorido y enfermo, era capaz de rescatar de sí mismo. Impresionaba observar a esos hombres, muchos de ellos rudos y toscos, desplegando toda una gama de delicadeza y ternura, no sólo para cuidar ese cuerpo enfermo, sino especialmente su espíritu y fortalecer su valor. Mutuamente se daban calor y fortaleza, hasta que el compañero mejoraba y era regresado al cuartel o a la cárcel. Se sucedieron unos a otros a lo largo de muchos meses de calvario, y en ese tiempo Roberto nunca tuvo una sola escara en su cuerpo inerte.
 Mientras tanto sus familiares y muchos otros se movilizaron afuera para que tuviera una atención adecuada a su estado de parapléjico. Puesto que su parálisis era definitiva, consiguieron que APRI (Asociación Pro Recuperación del Inválido) se interesara en SU caso. Se solicitó entonces a los militares que se le autorizara a pasar a esa institución, ya que por su parálisis definitiva era imposible que se fugara, y nada impedía que ellos siguieran controlándolo. Pero el destino le jugó una mala pasada y no se pudo ir a APRI. Cuando estaba casi decidido su traslado, el encuentro de una carta que lo comprometía desde antes de ser herido, hizo que los militares negaran esa autorización de salida de Sala 8 y allí quedó definitivamente. A partir de entonces, su condición fue infinitamente peor. El odio y el deseo de venganza de los militares se volcaron en él con toda la saña y el sadismo de que fueron capaces.
 Así fue que se le prohibió a los demás pacientes que lo siguieran cuidando; ya no podían darle cíe comer, lavarlo, atenderlo en nada, ni siquiera se les permitió hablarle. Quedó solo con su cuerpo muerto y su mente lúcida para pelear con la poca vida que le quedada.
El que traía la comida sí le dada de comer, pero sólo dos o tres bocados, y luego dejaba el resto en la mesita, sabiendo que no podía alcanzarla, ni nadie podía dársela. El enfermero lo higienizaba dos veces por día, pero como Roberto no controlaba los esfínteres pasaba el resto de las horas sucio y mojado, en medio de la impotencia y desesperación de los que veíamos aquello y nada podíamos hacer.
 Como era de esperar, pronto se lleno de escaras que no demoraron en infectarse por falta de la higiene necesaria. Sumado a su mala alimentación, pronto se agravo su salud, con una sepsis generalizada. Lo reingresé a Sala 8 alrededor de un mes y medio antes de que se agravara. Todavía se me eriza la piel v se me estruja el alma cuando recuerdo su voz, en la penumbra de la sala, en los atardeceres aquellos: ¡cantaba! Sí, cantaba. Cantaba suavemente para nosotros, para aliviar nuestra desesperación''. y darnos ánimo. El, precisamente él, en su pavorosa situación nos trasmitía fuerzas y coraje para resistir tanto espanto. Así fue que yo aprendí, nos enseñó, el poema "Palabras para Julia": "...nunca te entregues ni te apartes, junto al camino nunca digas no puedo más y aquí me quedo...".
 Él no se quedó a la vera del camino, recorrió su calvario soportando solo, el peso de su cruz, hasta el final, que su postrer mensaje de amor y de esperanza para los que quedaríamos después que él se fuera definitivamente.
Era realmente impresionante escuchar esa voz, sabiendo quién era el que cantaba. La guardia pudo hacerlo callar, pero también quedaba impactada al oírlo y se estaba quieta y en silencio, evidenciando la admiración y el respeto que este hombre les inspiraba y que ninguna orden superior podía eliminar.
 Roberto se mantuvo lúcido y consciente hasta poco antes de su final, cuando llevaba ya más de un año y medio en Sala 8, pero yo ya no estaba en la sala para llorarlo. Recién cuando estaba para morir, permitieron a su esposa que fuera a verlo con su hijito para que pudieran despedirse, hila estaba presa en Punta de Rieles y nunca olvidaré el momento en que llegó la noticia de la muerte de Roberto. El edificio del Penal estaba dividido en varios sectores, totalmente incomunicados entre sí y separados por vanas rejas y cuerpos cíe guardia, atentos y vigilantes, ese día pude confirmar un viejo concepto popular, y es que no existe mecanismo ni control que pueda impedir la comunicación entre los presos.
 Aun no había salido Ana María del Penal, cuando ya absolutamente todas las presas sabíamos que había muerto y ella era llevada a SU sepelio, ¡Milagro del ingenio carcelario! Inmediatamente entró a cumplirse en el Penal la medida de duelo y de protesta que se había convenido de antemano, desde que se le sabía moribundo. Fue una medida en extremo pacífica, pero que conmocionó a todos los militares de la guardia y luego a los mandos superiores, (amas pudieron entender cómo nos habíamos enterado tan rápidamente de su muerte y por qué mecanismos nos pusimos de acuerdo tantísimas mujeres para actuar en forma simultánea. Eramos más de quinientas mujeres en el Penal que por todo un día, por 24 horas completas guardamos el más absoluto y total silencio, en homenaje de amor y respeto al compañero muerto.
 Resultó tan inesperado para los militares, que no podían entender qué pasaba. Se hizo muy evidente que quedaron desconcertados y no supieron qué actitud adoptar, puesto que no había nada que sancionar en ese silencio general y total. Las mujeres soldados estaban tan asustadas que pidieron a sus jefes que se les autorizara a no ingresar a los sectores de las presas, hasta que ellos decidieran qué actitud adoptar respecto de nosotras. No sabían cuánto duraría ese silencio, ni qué otra protesta intentaríamos, porque pronto tuvieron muy claro cuál era su causa y su razón de ser. Cuando lo comprendieron quedaron totalmente descolocados y preocupados al darse cuenta de lo vulnerables que eran sus mecanismos de control y aislamiento que habían creído tan seguros y absolutamente eficientes. Ese día, pese al dolor de nuestro duelo, las presas políticas del Penal de Punta de Rieles saboreamos ampliamente ese nuestro pequeño triunfo frente a la represión genocida.
 (*) El juez Juan Carlos Fernández Lecchini aguarda que llegue la contestación del Ejecutivo para iniciar la investigación sobre la muerte de Roberto Luzardo, ocurrida el 9 de junio de 1973 en el centro de detención donde estaba recluido (Nota de Comcosur).