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Latinoamérica


 

Entre la polarización y los pactos

Orlando Núñez Soto

El Nuevo Diario, 28 de marzo Todo sistema social avanza en medio de contradicciones, unas convivibles, otras superables, y otras generadoras de polarizaciones insuperables (salvo transformado el sistema que las genera). En una sociedad polarizada, los pactos sirven para evitar que las mismas no terminen en confrontaciones, así como para destrabar la falta de hegemonía de los contrincantes. En este tipo de sociedades, la democracia sirve para administrar políticamente las contradicciones, pero no para superarlas, lo que sólo se consigue con la democracia económica.
Las causas de la polarización El sistema capitalista, en que nosotros vivimos, es por naturaleza contradictorio desde el punto de vista económico y social. La mayor contradicción de todo sistema capitalista es la contradicción entre la creciente capacidad de producción y la decreciente dificultad para absorber dicha producción, habida cuenta de la marginación social de las dos terceras partes de la población. Puede haber mucho crecimiento de la economía y mucho enriquecimiento por parte de los grupos que administran la producción, pero debido a la pobreza creciente de la población, aquella producción se queda sin realizar y sobrevienen periódicamente las crisis de sobreproducción.
Todo esto se sabe y se padece desde hace dos siglos.
En el caso de los países capitalistas que han vivido subordinados al mercado mundial, como es el caso de Nicaragua, aquella contradicción es mucho mayor, ya que debido a que nuestro mercado siempre ha estado fuera de nuestras fronteras, nunca la clase empresarial ha tenido necesidad de que nuestra población cuente con un mínimo poder adquisitivo, sumiéndola en la sobreexplotación y el empobrecimiento. Negándose así la clase empresarial la posibilidad de dinamizar su mercado interno y poder industrializarse, al menos domésticamente.
Cuando estas contradicciones son subjetivamente soportables por el grado de subordinación o resignación de la población, el padecimiento es unilateral.
Pero cuando segmentos significativos de la población toman conciencia de que aquella contradicción es injusta y además superable, la sociedad tiende a polarizarse y cada uno se alinea de acuerdo a sus intereses, económicos, sociales o ideológicos. Algunas veces, la polarización se convierte en abierta confrontación y hasta en revolución, como pasó recientemente en Nicaragua con la revolución sandinista.
Por lo general, la confrontación se vende estrictamente como una lucha por la democracia política, debido principalmente a que las clases dominantes no están interesadas en que la polarización manifieste sus perfiles socioeconómicos. Así sucedió con el enfrentamiento entre la dictadura somocista y gran parte de la población que adversó a Somoza. A raíz de la revolución, la democracia se convirtió de nuevo en el caballo de batalla de la oligarquía nicaragüense y del gobierno norteamericano para ponerle límites a las pretensiones sociales de la revolución sandinista. El pueblo que por primera vez participaba de los beneficios de la sociedad, fue cooptado por los sectores demócratas y terminó pactando con el diablo: entregar los beneficios de la soberanía nacional y de la justicia social, a cambio de volver al juego politiquero de escoger democráticamente al presidente que administrará de nuevo la injusticia del sistema.
La democracia, la hegemonía y las alianzas Pero como decía Marx, la democracia política podrá ser insuficiente, pero es una etapa necesaria e imprescindible para avanzar en las transformaciones sociales y económicas. Por lo tanto, el deber de todo proyecto revolucionario, con mayor o menor poder, es trabajar por la hegemonía política, sin la cual las fuerzas democráticas terminarán ganándole la partida. Ahora bien, la construcción de la hegemonía no está exenta de luchas y requiere de alianzas políticas. En nuestra historia reciente, la revolución sandinista, en general, y el Frente Sandinista, en particular, ha podido sobrevivir a sus principales adversarios, recurriendo a un complejo sistema de alianzas, que como toda alianza tiene sus ventajas y sus costos.
El Frente Sandinista se alió con la oligarquía para botar a Somoza y durante un tiempo se gobernó con los representantes de esta oligarquía. Cuando la revolución sobrepasó los límites de la democracia política e incursionó en la democracia social y económica, aquel pacto se rompió y comenzó de nuevo la polarización nacional, hasta que los adversarios al sandinismo, con la bandera de la democracia electoral lograron arrebatarle el gobierno al Frente Sandinista.
De nuevo, el FSLN, tuvo que pactar con quienes días antes se estaba matando a tiros y donde cada uno tenía la peor opinión del otro. Revolucionarios y contrarevolucionarios escenificaron un pacto-armisticio que puso fin a la guerra. El país se pacificó y las contradicciones se empezaron a administrar a través de la democracia política de carácter electoral y representativo.
Después de la derrota electoral (1990), el FSLN tuvo que pactar de nuevo con la oligarquía (Protocolo de Transición), ocasionando el resentimiento de las fuerzas libero-somocistas y de muchos combatientes sandinistas de aquel entonces. Las fuerzas libero-somocistas desestimaron el pacto de transición y tomaron el relevo de la polarización con el Frente Sandinista, usufructuando el antisandinismo y ganando las elecciones siguientes.
Poco tiempo después y ante la primacía del gran capital, las fuerzas políticas libero-sandinistas que representaban no solamente una gran clientela electoral, sino los intereses de una naciente y mediana burguesía, empezaron a tejer un pacto entre los principales líderes de los partidos mayoritarios, con el fin de reclamar los espacios institucionales conculcados por otros sectores minoritarios. El pacto avanza hacia acuerdos partidarios y se expresa finalmente en una alianza institucional entre los liberales somocistas de Arnoldo Alemán y el Frente Sandinista. Los costos no se hicieron esperar, para el FSLN se expresó en un malestar en las filas del sandinismo, para los liberales se expresó en un deterioro de su alianza con la oligarquía conservadora y el propio gobierno norteamericano, para la oligarquía se expresó en un aislamiento sin precedentes en su historia política.
Lo que quiero remarcar en esta conocida historia, es que los pactos se hicieron entre enemigos políticos, donde cada uno tenía y tiene la peor opinión del otro, como es lógico, pues los pactos entre adversarios no se hacen por la pureza moral del adversario, sino por la fuerza política que cada uno realmente detenta. Digo esto porque muchos liberales y sandinistas cuestionan el pacto, no por su contenido, sino por, o dizque por, la horrible opinión que le merece el líder del partido contrario.
Los Estados Unidos, los pactos buenos y los pactos malos Al inicio de su gobierno, el presidente Bolaños pacta con el Frente Sandinista un acuerdo para ponerle freno a la corrupción, factor con el cual el neoliberalismo esperaba limpiar la desastrosa imagen generada por los efectos de las privatizaciones y de las medidas fondomonetaristas.
A pesar de todo lo que pasaba durante el gobierno de Bolaños, nadie decía nada de aquel pacto. Luego llegaron los gringos y decidieron romper el pacto Bolaños-FSLN, juntar a las fuerzas demócratas y acabar con los espacios institucionales alcanzados democráticamente por el FSLN. A partir de entonces, sandinistas y liberales fortalecen su alianza, la que desemboca en las reformas legislativas, en contra de la voluntad del gobierno de Bolaños, de la oligarquía bancaria y de la embajada norteamericana. La alianza entre liberales y sandinistas comenzó a satanizarse, esgrimiéndose para ello dos razones. La primera, solapada, era el descontento de los sectores oligárquicos ante el fortalecimiento de dos partidos políticos que no gozaban de su beneplácito, la segunda, cada vez más abierta, era la imagen moral de Arnoldo Alemán.
Nació así la teoría de que hay pactos buenos y pactos malos, dependiendo de la percepción moral del adversario político, soslayando los intereses en juego. Las reglas de la cruda política (la correlación de fuerzas), fueron ignoradas por los analistas, quienes se expresan de los pactos como si se pudiera escoger al adversario con quien se pacta, o como si sólo debiera pactarse con ángeles bendecidos por el imperio y la oligarquía.
La careta final de toda esta farsa cayó cuando los representantes de la oligarquía (el Cosep, los banqueros, la propia embajada norteamericana, el Movimiento por Nicaragua, el APRE y otros sectores de la sociedad civil notable), nos dijeron que para el bien de Nicaragua es necesario conceder amnistía para el doctor Alemán y demás cómplices de los delitos anteriormente cuestionados. En ese momento, nuestros críticos y analistas callaron.