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Latinoamérica


Desafuero y parto de los montes


Julio Pomar

Sin duda, el desafuero de Andrés Manuel López Obrador es un grave acontecimiento para él. Pero hay que hacer varias observaciones. A estas alturas está perfectamente bien configurado --ahora no cabe ya ninguna duda-- que todo esto es el resultado de un complot bien urdido desde la Presidencia foxista con la complicidad de Carlos Salinas, con la operación de su secretario de Gobernación, Santiago Creel, tendiente a sacar de la jugada presidencial al tabasqueño.

Cuando López Obrador ha afirmado enfáticamente que está plenamente seguro de que hay una confabulación contra él, en la cual está implicado Salinas junto con Fox, no debe olvidarse que Manuel Camacho, hoy operador político de AMLO, conoce muy bien al ex presidente y le sabe a la perfección el modo de operar, hasta en el sueño, desde la juventud de ambos. Luego, siempre ha sido creíble la versión del tabasqueño en tal sentido. Y como nuestro mundo político es una casa de cristal, donde todo se revela tarde o temprano, sólo hace falta rascarle un poquito al panorama para que las cosas queden al descubierto.

Los del complot Fox-Salinas han ganado un cuarto o quinto round, pero no han logrado bajarle los puntos al tabasqueño en las preferencias populares, quien en los rounds anteriores logró recomponerse de la sucesión de golpes que le han lanzado los de la mancuerna diabólica. Sin tener aún nuevas encuestas posteriores al desafuero, lo más seguro es que no habrá bajado el alto nivel de aceptación hacia López Obrador, sino que incluso se haya elevado con motivo del desafuero. Pues este proceso ha tenido la virtud, para el jefe del gobierno capitalino, de que si antes no era muy conocido en el país, sino preponderantemente en la capital, ahora lo es en toda la geografía nacional. Y la gente ha empezado ya a preguntarse quién es realmente López Obrador; después se planteará qué es lo que hizo tan grave como para que lo defenestraran los del PAN con los del PRI y entonces llegará a conclusiones, que no pueden ser otras que las de la sensatez: fue una canallada contra la democracia y contra la libertad de voto de todos los mexicanos, contra la gente misma, a la que se pretende tratar como menor de edad o retrasada mental al quererle quitar de la boleta electoral al candidato más preferido.

El pueblo, así en general, se puede equivocar, como le ocurrió con Fox en el 2000, pero no tanto como hasta la tontería. Acaso Salinas y Fox estén creyendo ilusamente que si los electores se equivocaron con ellos, en sus respectivas oportunidades de 1989 y 2000, ahora ellos mismos, los engañadores de sus respectivos momentos, todavía son capaces de engañar otra vez a la gente, sacando de la jugada presidencial a López Obrador.

Pues Salinas, quien llegó a la Presidencia en estado de ilegitimidad total debido a la que se llamó 'caída del sistema', se levantó mediante una serie de golpes de audacia iniciales de su gobierno y mediante una campaña mediática bien urdida, que hizo a mucha gente del pueblo (Programa Solidaridad de por medio) creer en él, pero que con el levantamiento en Chiapas, el error de diciembre (1994), la tremenda crisis económica resultante y los asesinatos previos de políticos como Colosio y Ruiz Massieu se desencantó de él y de su mano conductora, hasta el extremo del repudio total.

Fox también comenzó subyugando a la gente, desde su precampaña y ganó la Presidencia, pero a estas alturas ya sólo queda desencanto hacia él. Ambos tuvieron credibilidad mediante engaños y ambos dejaron tras de sí una cauda infinita de desengañados y de irritados desencantados. No obstante, ambos piensan, de seguro, que pueden seguir engañando al pueblo per secula seculorum. Se olvidan de Churchill, el estadista imperialista: 'Se puede engañar a una persona una vez, pero no se puede engañar a todas las personas todas las veces', o algo así.

Si el único o principal mérito de la democracia es que el pueblo elija en las urnas a sus gobernantes, el cuerpo electoral mexicano es obvio que no va a aceptar que se le escamotee, fuera de su voluntad, la posibilidad de votar por o contra López Obrador. Y léase bien: por o contra. Los periódicos y los medios electrónicos (radio y TV) han estado llenos desde el jueves 7, de críticas y opiniones contra el desafuero de AMLO y contra panistas y priístas. Lo que les dicen a estos dos partidos los lectores o auditores de los periódicos o programas, respectivamente, es tremendo. En general, salvo raquíticas excepciones, la gente se siente insultada. No quieren que los diputados de PAN y PRI voten por ellos contra López Obrador, sino que en todo caso ella, la gente, sea quien lo haga. Y todo esto configura una suerte de ingobernabilidad previa que van a tener que corregir Fox, Salinas y el secretario de gobernación de ambos, Santiago Creel Miranda, si no quieren una agitadísima y peligrosísima sucesión presidencial, más de lo que ya está polarizada. Con lo cual ésta del desafuero de López Obrador habrá sido, según todos los indicios existentes hasta hoy, una victoria pírrica o igual que el ratoncito resultante del parto de los montes.