Latinoamérica
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Raúl Wiener
Cayó Lucio.
Ayer nomás se mofaba de las protestas afirmando que un millar de forajidos no iban a poder con él, que había sido elegido por el pueblo.
Hoy hasta su mujer era forajida. El parlamento había armado una mayoría para su destitución. Las Fuerzas Armadas que eran el escudo en que confiaba, le habían quitado el respaldo para no enfrentarse con el pueblo. Y el pueblo masiva y temerariamente se mantenía en las calles, bajo el fuego de la policía y los soldados, dejando constancia que el hombre por el que votaron no era el que ejercía el gobierno.
El coronel aliado de los indígenas que echó a Mahuad y que levantó un programa de reformas progresistas para ganar las elecciones, no era el del TLC, las privatizaciones, los negocios sucios, el regreso de Bucaram y Novoa, el de la dictadura de las armas que se fue perfilando cada vez más claramente .
Los ecuatorianos han castigado claramente al mentiroso y traidor. Ha tomado tiempo y sacrificio. Pero no hay nada de que quejarse o asustarse. La democracia no puede ser un sistema de embuste y una patente de corzo para que en nombre de ella, los gobiernos ejecuten las políticas que impulsan los grandes intereses estratégicos globales.
El mecanismo representativo es una trampa infame cuando lo que representa es el pasado, las circunstancias del voto, y no puede reflejar los desajustes entre mandantes y mandatados. Lucio fue a mucha honra, el segundo presidente sudamericano con respaldo de un dígito. Nosotros tenemos al primero.
Lucio perdió las elecciones municipales de 2004 con un porcentaje que lo acercaba a cero. Y sin embargo creía que era un gobernante legítimo. Tanto, como para echarse a la Corte Suprema en medio de un complot para ir copando el poder. O como para ordenar balear a los llamados forajidos que lo tenían cercado.
Cayó en la misma línea en que se derrumbó de La Rúa en Argentina, Sánchez Lozada en Bolivia y debió hacerlo Fujimori el 2000, pero se detuvo el huayco por cobardía del liderazgo opositor y arreglos de mesa de la OEA y del Congreso de tránsfugas para sacar a las masas de la crisis política, de resultas de lo cual no hemos purgado la crisis política y sufrimos a un Toledo que, como Lucio, encarna la mentira, el cinismo y la falta de escrúpulos.
La relación entre la calle y los partidos es cada vez más importante en la crisis de América Latina. Algunos como Lucio y Toledo, jugaron a la movilización para servirse luego de ella y burlarse de los que les abrieron el camino hacia el poder. Pero eso se paga. Ya lo sabe Gutiérrez, ahora con orden de captura. Pero no lo entiende Alejandro Toledo, cuya vanidad y banalidad son tan abrumadoras que le ocultan los lados filosos de la realidad.
Igual que el ecuatoriano, el peruano imagina que él no puede caer. Porque él es el presidente tocado por la providencia. El que representa al pueblo. El que tiene los contactos con Estados Unidos. El que va a firmar el TLC. El esposo de Karp. Etc.
Pero no son sólo ellos los que están en la picota. Otra vez miremos a Quito y veamos que el vicepresidente, juramentado por el Congreso, ha tenido enormes dificultades para asumir el cargo por el bloqueo de la población. Es el hartazgo con el conjunto de la clase política que es reputada como cómplice de la crisis política y social. Es el famoso 'que se vayan todos', que aquí también resuena.
Estamos caminando en una disyuntiva crucial: o se encauza la crisis por un camino de renovación radical del escenario institucional, por medio de una Asamblea Constituyente, una reforma política y un retiro de los factores externos en la solución de los dilemas nacionales; o se va a instaurar una situación de crisis crónica, inestabilidad y precariedad de las autoridades, como se vive en Bolivia, se insinúa nítidamente en el Ecuador y está por verse en Perú y Colombia.
Y que ni sueñen en la solución de orden, a sangre y fuego, que intentaron De la Rúa, Goñi, Lucio. Se paga caro.