Latinoamérica
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A propósito de Uruguay
Daniel Campione
Un país pequeño que nos recuerda a otro inmenso; nos hace pensar en un
continente, y terminamos hablando del mundo.
El Frente Amplio-Encuentro Progresista-Nueva Mayoría, asumió el gobierno en
Uruguay el pasado primero de marzo. Contemporáneamente a los primeros pasos de
la nueva gestión, los medios masivos nos invitan a solazarnos con la imagen de
antiguos dirigentes tupamaros presidiendo el Congreso, revistando tropas u
ocupando importantes ministerios; o con el límpido historial de Tabaré Vásquez
como médico oncólogo, dirigente deportivo, hombre querido en su barrio natal,
intendente de su ciudad y finalmente presidente. Parece difícil no emocionarse
frente a la imagen de que los que ayer fueron literalmente enterrados vivos en
las mazmorras dictatoriales, ocupando lugares de poder, recibiendo honores de
los mismas instituciones que no hace tanto tiempo los trataron como a
criminales...
Esto nos trae el recuerdo de que, hace menos de tres años atrás, los mismos
medios nos estimulaban a la admiración ante la asunción de la presidencia
brasileña por el PT, a través de su dirigente histórico, Ignacio Lula Da Silva.
Se nos hablaba del primer presidente de origen obrero en toda la historia
latinoamericana, de los orígenes del partido de los trabajadores como conjunción
de dirigentes sindicales, intelectuales marxistas y militantes del cristianismo
radicalizado. Y se apelaba también a emociones más íntimas al recordarnos el
origen nordestino y pobre del presidente, el largo peregrinaje en pau de arara
con madre y hermanos hasta llegar a Sao Paulo, los días de persecuciones y
sacrificios asociados a los primeros pasos del sindicato siderúrgico paulista...
Nada de eso era mentira, ni en el caso del médico montevideano ni en el del
líder sindical del ABC paulista. Tampoco son falsos los pergaminos de la
coalición progresista uruguaya, ni del partido que unificó a parte sustancial
del movimiento social y la izquierda radical brasileña. Lo que ocurre es que ni
las fuerzas políticas ni los individuos pueden ser juzgados exclusivamente (ni
en su favor ni en su contra) por sus orígenes y trayectoria, sino se hace el
análisis de su significación social y política en el presente. Y que el examen
no puede quedarse en el de sus apoyos iniciales, sino en el de las fuerzas
sociales que se articularon para facilitar su llegada al gobierno. Esos
elementos nos llevan siempre mucho más allá de las intenciones colectivas y las
honestidades personales, hacia el entramado general de la sociedad, hacia el
‘bloque histórico’ en el que se combinan contradictoriamente desde el proceso de
producción material hasta las ideas, pasando por los alineamientos políticos.
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Cabe recordar que el por muchos tan ansiado gobierno del PT, derivó desde el
primer momento en la entrega de los principales resortes económicos del aparato
estatal a funcionarios reclutados entre lo más granado del gran capital y el
poder financiero, y en la adopción de políticas económicas y sociales que no
sólo no revertían los resultados de las ‘reformas de mercado’ impuestas en los
largos años de presidencia de F.H. Cardoso, sino que en más de un sentido
completaban y profundizaban aquéllas, como en el caso de la reforma del sistema
de Previsión Social. No sólo no existió la menor intención de atacar al núcleo
del poder económico, sino que fueron quedando para más tarde (o nunca) las
políticas asistenciales más o menos consistentes o la búsqueda de reformas
democratizadoras de la vida social en general. La acción de gobierno pareció
(parece) diseñada para aventar cualquier prevención acerca del supuesto carácter
socialista o siquiera ‘populista’ de sus integrantes. Y aquéllos de sus
partidarios que se manifestaron más abiertamente críticos frente a ese rumbo,
recibieron la expulsión del partido o la invitación más o menos perentoria a
alejarse hacia otras tiendas políticas a modo de única respuesta.
Puede hablarse de la ‘traición’ de Lula y de la cúpula del PT. Pero eso tiene
más de descarga emocional que de tentativa de explicación. Lo cierto es que el
petismo, con su líder en primer término, fue ‘educado’ pacientemente por el gran
capital del Brasil y del mundo, hasta convertirse en realmente ‘elegible’ para
la presidencia. Recuérdese la primera candidatura presidencial de Lula, cuando
los medios empresariales, con el conglomerado comunicacional Globo a la cabeza,
no dejaron maniobra que desplegar a la hora de impedir el triunfo del candidato
del PT, sin excluir las manipulaciones más descaradas. A partir de allí, fue
estimulado progresivamente a ampliar hacia la derecha su arco de alianzas, a ir
recortando las aristas radicalizadas del programa de gobierno; a desactivar o
dificultar la movilización de sus bases, a introducir mecanismos proselitistas,
organizativos y de recaudación financiera propios del marketing...Y, es claro,
el nivel de prevención y hostilidad de los grandes empresarios, los medios de
comunicación y otros ámbitos de poder fue disminuyendo con ritmo gradual pero
constante. Hasta que en las elecciones de 2002, el PT ganó la presidencia dentro
de un clima más bien plácido y de ‘orden’, sin acompañamiento de luchas sociales
agudas ni de movilizaciones sociales iracundas, con un vicepresidente
empresario, religioso y de antecedentes derechistas; y el beneplácito de los
'capitanes de industria' paulistanos. El partido pensado como articulación de
los luchadores sociales y las corrientes de izquierda de todo Brasil, se había
convertido en un ‘partido de gobierno’, que ya no significaba ninguna amenaza
seria para los intereses más concentrados. Por el contrario, podía ofrecer tanto
una continuidad como una corrección parcial de las medidas desarrolladas durante
largo tiempo y condenadas a menudo bajo el rótulo de ‘neoliberalismo’.
¿Qué significaba, en esas condiciones, el triunfo del PT? ¿Acaso la victoria de
las fuerzas obreras y populares que se habían nucleado en ese partido,
simbolizada por la figura de un líder de origen obrero e historia de luchador
social radicalizado? Quizás sería más ajustado a la realidad pensar que las
fuerzas interesadas en el mantenimiento y reproducción del orden social
existente han logrado de esa forma un éxito histórico: Lograr expandir su
hegemonía más allá de su base social tradicional, y lograr que una fuerza que se
proclama obrera, asociado en su origen a la impugnación radical de la injusticia
social y del poder del gran capital, realice el programa estratégico de la gran
empresa, sometido plenamente a las reglas de la democracia representativa y más
aun, a los preceptos de la ‘economía de libre mercado’. Mientras el gobierno de
Lula conserve popularidad y su partido y aliados capacidad de ganar elecciones,
la derecha podrá asistir satisfecha a como sus intereses y sus ideas
fundamentales se mantienen eficazmente a salvo custodiados por funcionarios y
legisladores que no han para ello necesitado renegar de su pasado guerrillero, o
de su identificación con las ideas del marxismo. Que hasta en algunos casos
siguen afiliados a partidos que se llaman ‘comunista’ o a corrientes que
ostentan nombres de similar raigambre proletaria y socialista. Un
‘transformismo’ perfeccionado hasta el límite en que el ‘cambio de bando’ queda
oculto para la mayoría de la población, ya que los estandartes, las consignas,
la simbología siguen siendo sustancialmente las mismas que en mejores épocas. Y
si en algún momento el nuevo partido gobernante se ve sumido en la crisis y
pierde apoyo popular, entonces se proclamará el ‘fracaso de la izquierda’, se
retomará el discurso sobre la definitiva caducidad de las ideas socialistas, y
se conminará al PT a resignarse a un declive duradero o bien a aggiornarse
ampliando y profundizando aun más su giro a la derecha...
No se le habrá escapado a los lectores el sentido y finalidad de este extenso
comentario sobre Brasil en una nota que comenzó refiriéndose al presente
uruguayo. Ocurre que, sin caer en asimilaciones simplistas, el ‘parecido de
familia’ entre el proceso brasileño y el uruguayo dista de ser imperceptible.
También el FA llega al gobierno después de reiteradas derrotas; luego de quitar
radicalidad a sus postulados, de disminuir el protagonismo de sus comités de
base, de hacer avanzar sus alianzas hacia el centro del espectro político, como
lo proclama su estirada denominación actual. Y anunciando a voz en cuello que su
gestión no tiene ninguna intencionalidad ‘socialista’, y postulando para
ministro de Economía primero a un funcionario de un organismo financiero
internacional, y luego al más moderado y ‘ortodoxo’ de sus economistas, ese
doctor Astori tan admirador del ‘modelo chileno’. También los poderosos de
Uruguay trabajaron activamente para que la coalición de izquierda se volviera
compatible con la ‘gobernabilidad’, asignando a ese término su único significado
real: la adquisición de un compromiso inamovible con que ningún cambio puede
afectar la propiedad privada de los medios de producción, y conviniendo en que
ninguna acepción de la palabra ‘democracia’ es válida sino acepta como intocable
los mecanismos básicos de la democracia representativa. Dentro de esos
parámetros, el Frente propone llevar adelante las medidas más audaces e
ingeniosas, pero queda el interrogante de cuánta audacia e ingenio puede
coexistir con la aceptación de que una sociedad injusta y desigual seguirá
regida por las relaciones sociales que la llevaron precisamente al reinado de la
desigualdad y la injusticia.
La pedagogía impartida por las fuerzas hegemónicas, en ambos casos, llega a un
resultado construido a lo largo de un tiempo prolongado, y con innegable dosis
de coherencia y lucidez. Los mismos partidos que hace dos o tres décadas se
identificaban con la abolición del capitalismo, y recibían como respuesta la
proscripción; junto con el asesinato, la prisión o el exilio de sus militantes y
dirigentes; hoy tienen ‘licencia para gobernar’, una vez demostrado con creces
que aquellos objetivos han sido abandonados. Las fuerzas que esquilmaron a sus
sociedades, reprimiendo primero y empobreciendo después a la mayoría de sus
habitantes, ya no necesitan imperiosamente ni de militares, ni de fuerzas de
tradición conservadora, ni siquiera de ‘populistas’ conversos; a la hora de
desarrollar sus propósitos de largo alcance: Lo hacen teniendo al frente del
aparato del estado a un personal que en parte sigue propiciando un ‘socialismo’
cada vez más lejano y vagaroso, y hasta amparándose en un ‘marxismo-leninismo’
estéril a fuerza de décadas de macerarlo en el mecanicismo y la vulgarización.
No se trata por cierto de adoptar posturas fatalistas y dar todo el proceso por
‘cerrado’. El nuevo gobierno uruguayo recién se inicia, y las presiones desde
‘abajo’ y las pujas al interior de la coalición pueden producir reacomodamientos
y hasta algunas sorpresas. Pero lo que no puede soslayarse, si se aspira a
sostener con consecuencia una perspectiva de izquierda, es que la continuidad y
el acatamiento de las reglas del juego democrático siguen pariendo en nuestros
países nuevas modalidades de recomposición de la hegemonía burguesa, y que la
aptitud para la cooptación de antiguos adversarios, en un marco de apariencia
cada vez más ‘pluralista’ y hasta ‘multicultural’, no sólo no ha disminuido sino
que tiende a expandirse. Marchando sobre ese sendero, las izquierdas llegan al
gobierno proclamando que los límites de lo posible marcados por las clases
dominantes, son intangibles también (y quizás más aún que para otros) para sus
tradicionales impugnadores. ¡Y cuánto más creíble se vuelve lo inmodificable del
orden social si lo predican quiénes dedicaron parte sustancial de sus vidas a
combatirlo¡ Y sientan así las bases para que los conflictos subyacentes sean
absorbidos por la maquinaria de la ‘alternancia’ entre partidos. Sus éxitos
serán exhibidos como el triunfo de la ‘moderación’, del ‘abandono de los odios y
prejuicios del pasado’, de la ‘aceptación de los profundos cambios producidos a
escala mundial’. Sus fracasos serán cargados a la cuenta de la ‘izquierda’ y
convertidos en exhortación, difícil de resistir, a que el voto popular migre
hacia variantes aún más ‘serias’ y ‘realistas’.
Hechas esas constataciones, cabe reflexionar sobre que ese camino no puede
llevar sino a la negación de cualquier perspectiva de democratización verdadera,
y de cualquier cambio radical en la calidad de vida y la capacidad de iniciativa
y decisión de las mayorías populares. Por cierto que en todos los países asoman
‘progresistas’ de toda laya, y hasta izquierdistas de orgullosa prosapia, que
con la mirada dirigida con empeño hacia las cúpulas estatales y a las relaciones
diplomáticas, optarán por extasiarse frente a alguna frase atrevida en un
documento, ante algún gesto firme ante una que otra empresa enemistada con
funcionarios del gobierno correspondiente. Contabilizarán eufóricos cada abrazo
material o simbólico con Chávez o Fidel, se enojarán con relativo brío ante
alguna capitulación demasiado evidente frente a la diplomacia norteamericana,...
y pedirán al pueblo paciencia infinita mientras denostan con empeño a los
‘impacientes’ y ‘extremistas’ que nunca faltan, en el mismo gesto con que
pretenderán barrer bajo la alfombra el ‘detalle’ de que el poder, la riqueza y
la maquinaria para construir opinión pública siguen en idénticas manos.
Por fortuna, y sin salir del ámbito latinoamericano, puede apreciarse que hay
otros caminos disponibles. Nada sencillos, de lenta maduración, plagados de
peligros, pero existen. Golpe, sabotajes y referendum mediante, el proceso
venezolano se aleja de los límites impuestos por décadas de ofensiva del gran
capital. Allí están los cubanos, persistiendo en no someterse a los imperativos
del poder imperial y en cerrarle el paso a la restauración capitalista. Y en
otro plano, resulta alentador ver como en Bolivia tienden a quemarse los papeles
de los profetas de la conciliación con la gran empresa; y hasta alguna
credencial de ‘presidenciable’ a medio imprimir retorna al baúl mientras su
presunto titular vuelve a sumergirse en las aguas del conflicto social... Y en
Ecuador, y en Colombia, y en Argentina...todo el tiempo y en todos lados ocurren
cosas que no encajan en los planes del gran capital, ni son fáciles de digerir
para su institucionalidad política... Todo indica que de su crecimiento y
articulación, más que de calendarios electorales con candidatos de pasado
‘interesante’ va a depender la perspectiva de un futuro distinto para América
Latina... y para el mundo, por cierto.