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Lumbre en el monte: Historia de unos campesinos ecologistas
Adolfo Gilly
La Jornada
Lumbre en el monte, el libro de Jimena Camacho editado por La
Jornada/Itaca, es la historia de Rodolfo Montiel y de Ubalda Cortés y de sus
hijos y de Teodoro Cabrera y de otros campesinos que en el estado de Guerrero se
organizaron para detener la tala depredadora de bosques en la Sierra de Petatlán
y Coyuca de Catalán. En febrero de 1998 fundaron la Organización de Campesinos
Ecologistas de la Sierra de Petatlán (OCESP). El saqueador del monte era la
empresa estadunidense Brise Cascade.
Un año después, el 2 de mayo de 1999, les cayeron 43 elementos del Ejército, que
entraron disparando al pueblo de Pizotla y se llevaron sin orden judicial
ninguna a Teodoro Cabrera, vecino del pueblo, y a Rodolfo Montiel, que estaba
allí de visita, ambos de la OCESP.
A ellos los patearon, los arrastraron, los torturaron para obligarlos a confesar
mentiras: que tenían armas del Ejército, que cosechaban mariguana, que
pertenecían al Ejército Popular Revolucionario; es decir, todas las fantasías de
los gobiernos sobre los campesinos que se les resisten, mientras los narcos
y los talamontes andan sueltos y saben bien cómo y con quien compartir negocios
y ganancias. Al pueblo de Pizotla lo tuvieron cercado por tres días, del 2 al 4
de mayo.
El Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez asumió la defensa de
Montiel y Cabrera. Ambos fueron condenados en primera instancia por el juez de
distrito Maclovio Murillo, a seis años y ocho meses de cárcel el primero, a 10
años el segundo. La primera abogada que estos presos tuvieron fue Digna Ochoa,
cuya suerte posterior, como suele suceder con los defensores de derechos
humanos, fue inclusive más cruel que la de sus defendidos.
Una campaña internacional se desató en defensa de los dos campesinos
ecologistas, como se les llamó: Amnistía Internacional, Sierra Club, Conferencia
de Pueblos Indígenas en Panamá en junio de 2000, Greenpeace, muchos personajes,
más los premios internacionales concedidos a Montiel y Cabrera por diversas
instituciones. Como anota Jimena Camacho, ambos se habían convertido ''en
emblema de varias luchas en nuestro país: la vieja pero no menos vigente lucha
campesina, la lucha por la protección del medio ambiente y la lucha por la
defensa y el respeto de los derechos humanos".
Por fin, el 8 de noviembre de 2001 el presidente Vicente Fox dispuso que ambos
ecologistas fueran puestos en libertad. Pero se limitó a invocar ''el estado de
salud de los sentenciados" y las peticiones de organismos internacionales y
nacionales. Nunca fue reconocida su inocencia ni las responsabilidades penales
de sus captores. Dos años y medio habían pasado en la cárcel.
El libro de Jimena Camacho nos cuenta esta historia. El relato va y viene, se
cruza con documentos oficiales del pasado, se bifurca en descripciones de
organizaciones y de luchas, vuelve a retomar el hilo de las vicisitudes de
Rodolfo y Teodoro en la cárcel, y de sus compañeros campesinos en el monte
apagando los incendios, eludiendo o enfrentando a los caciques y a las compañías
talamontes, manteniendo su OCESP y prosiguiendo sus trabajos y sus afanes.
En un orden peculiar y muy propio, aquél de los relatos y de los documentos que
vienen del pueblo, en un orden que parece turbulencia y es nomás reflejo de cómo
las cosas de las vidas de los pobres del mundo se precipitan y se mezclan,
Lumbre en el monte va haciendo aparecer esa lógica entrecruzada y el
torrente de hechos y dichos que le dan sustancia. Lo que resulta no es un
estudio sociológico, sino un fresco caliente -perdón por la contradicción- de
las luchas por el agua, por el bosque y por la vida de estos pueblos de la
sierra de Guerrero.
Destaco esto, porque las ideologías dominantes en circulación quieren
acostumbrarnos cada día al discurso vacío de la política electoral y a las
disputas jurídicas entre funcionarios y gobernantes en el mundo de las
instituciones, donde litigan entre sí las múltiples banderías que ocupan el
proscenio sin permitirnos ver qué sucede en el país verdadero.
En Lumbre en el monte lo que aparece es la otra política, la
invisible, la de los subalternos, los oprimidos, los despojados por el Estado y
las empresas; en otras palabras, la política de pueblo que cada día hacen entre
sí, sin llamarla ''política", aquellos para quienes en cambio la palabra
''político" sugiere recelo, desconfianza, lejanía. Pues en los diálogos y los
monólogos grabados por Jimena Camacho, que son la sustancia viva de esta
narración, cada vez que aplican a alguien el término ''político" es que le
desconfían sin remedio. Así dice Montiel:
Los gobernantes nos dan la espalda y nos acusan de lo que ellos quieren para
encerrarnos o matarnos (...) Recuerdo todo lo que hemos sufrido por querer sacar
a nuestros pueblos de la miseria. Y ellos nos quisieran comprar con un cuarto de
aceite, un kilo de masa y un kilo de frijol prieto. Por la necesidad, nosotros
hemos visto cómo mueren los niños por diarreas, por piquetes de alacrán, por
debilidad. Recuerdo una vez en que un amigo tenía un niño muy grave y le fue a
pedir prestado a su patrón por necesidad, para curar a su hijo, y el patrón le
negó la cantidad de trescientos pesos y murió el niño. De seguro que los
políticos quieren lo mejor para sus familias, sobre todo para sus hijos; así
todos queremos ver nacer y crecer a nuestros hijos (...)
No creo en ningún partido político porque nos dicen indios huarachudos. Se
olvidan que ellos llegan a diputados, a senadores y a presidente del país por
los votos de estos indios huarachudos que miran con tanto desprecio.
De esta sustancia viva quiero ocuparme en estas líneas. En Lumbre en el monte,
cuenta primero Montiel, con sus propias palabras, su vida desde niño:
Yo, Rodolfo Montiel Flores, nací en una pequeña ranchería del municipio de
Petatlán, nombrada la Soledad de la Palma, en el estado de Guerrero. Nací el 10
de mayo del año de 1955 a las cuatro de la tarde. Mi padre se llamaba Juan
Montiel Ramos y mi madre Trinidad Flores Alfaro (...) Luego nos fuimos a vivir a
El Mameyal. Recuerdo que me subieron en un burro a mí y a mi hermana más
pequeña, que se llama Erinea. El burro corrió y se le volteó el fuste y ¡vamos
por debajo de la panza del burro!, arrastrando la cabeza, pero íbamos amarrados
y no nos dolía porque estaba tapizado de güinumo -así le decimos a las hojas del
pino u ocote. Cuando llegamos a El Mameyal conocimos por primera vez un carro,
era un Ford modelo 50, y ahí nos enfermamos todos de sarampión (...)
A mis padres no les alcanzaba para vestirnos y empezaron a vender ropa en la
sierra. Mi papá consiguió unos créditos con sus conocidos. La gente le pagaba
con radios, chivos, marranos y a veces reses. A veces traía miel de palo de
ovejón y la cambiaba por un queso muy sabroso. Pero también sembraban mucho
frijol, como unos doscientos kilos. En ese entonces yo empecé poco a poco a arar
con la yunta. Yo tenía como diez años. Cuando mi padre me vio que sí podía
trabajar, hizo un arado de madera y me dejó una yunta mansa. Mi madre y yo
regábamos el maíz y el frijol con agua corrediza. En ese tiempo había bastante
agua y recuerdo que mi madre trabajaba como hombre.
Después, llegando a la parte central de Lumbre en el monte, Jimena
Camacho mantiene su inspiración de no parafrasear las palabras de los
protagonistas, sino reproducirlas en su textura real, tal como quedaron en sus
grabaciones. Y estos dos, Ubalda y Rodolfo, cuando se ponen a hablar describen
el mundo como si lo estuvieran creando con sus palabras. Rodolfo y Ubalda
relatan, cada uno por su parte, ese 2 de mayo cuando las tropas entraron
disparando y todos, tomados por sorpresa, tuvieron que huir hacia el monte.
Cuenta Rodolfo:
Alcancé a Salomé, que estaba con nosotros y que pertenecía al PRD y a nuestra
organización, pero como él era gordito se quedó atrás. Teodoro y yo creímos que
lo detuvieron. Así fue, pero después de detenerlo lo mataron. Dicen todos los
que lo vieron que tenía un balazo en la frente y que tenía pólvora, o sea que
tenía quemada la frente. A mí me quedó claro que iban directamente a matar, nada
más que no les ayudó el pulso por una razón: a ellos los tentó Satanás y a
nosotros nos cuidó la Santísima Virgen. Yo recuerdo que le pedí con todo el
corazón que nos cubriera con su manto.
Texto leído por
el autor en la presentación de Lumbre en el monte, en el contexto de la
Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería