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Los brasileños cumplen 20 años de gobiernos civiles tras 21 de dictadura
Abel Sardina 
Los brasileños completan hoy 20 años bajo gobiernos civiles tras el fin de la 
dictadura militar impuesta durante 21 años para frustrar y poner fin mediante 
una fuerte represión a un proceso de luchas populares en ascenso. 
Tras una sucesión de gobiernos militares, el 15 de marzo de 1985 tomó posesión 
el primer presidente civil, pero no como resultado de una consulta popular, pues 
una de las últimas acciones de la dictadura fue impedir que se tradujera en una 
acción práctica la amplia movilización por elecciones directas desarrollada en 
el país. 
Sin embargo, los militares no pudieron impedir que el colegio electoral que 
diseñaron para confirmar cada cinco años al general escogido para comandar al 
régimen, eligiera a Tancredo Neves en lugar de su candidato Paulo Maluf. 
Hospitalizado la noche antes por una enfermedad que en poco tiempo lo condujo a 
la muerte, Neves no asumió el cargo, y en su lugar lo hizo el vicepresidente 
José Sarney, que gobernó hasta 1990. 
Bajo su mandato se aprobó una nueva Constitución que estableció la elección 
directa para escoger, cada cuatro años, al presidente y vicepresidente de la 
República, senadores, diputados y gobernadores, y en fecha distinta a alcaldes y 
concejales por igual período. 
El fin de la dictadura -aunque no de la influencia de los militares en la vida 
nacional, que hasta hoy es fuerte- comenzó con la aprobación por el último de 
sus gobiernos de una ley de amnistía en agosto de 1979. 
Esto fue impulsado por la reactivación de las luchas sindicales, dirigidas por 
el hoy presidente Luiz Inacio Lula da Silva; del movimiento estudiantil y de 
otros sectores profesionales y sociales y la proliferación de los comités por la 
amnistía, a partir de 1977. 
La ley se limitó a amnistiar a los varios miles de víctimas del régimen militar 
instaurado el 1 de abril de 1964: 10 mil exiliados, casi cinco mil privados de 
sus mandatos electivos y/o derechos políticos y centenares de expulsados de sus 
trabajos o centros de estudio. 
Pero nada decía -ni dice, porque no ha sido modificada en 20 años de gobiernos 
democráticos- acerca de una eventual sanción a los culpables de esos actos o de 
los asesinatos, desapariciones y torturas contra opositores del régimen o 
sospechosos de serlo. 
La permanencia del texto tal cual fue promulgado, y el hecho de que nadie haya 
sido juzgado por esos crímenes, demuestra el poder real que siguen teniendo las 
Fuerzas Armadas dos décadas después de haber dejado el gobierno. 
Lo único que se hizo bajo las administraciones civiles fue asumir la 
responsabilidad del Estado -no de quienes tomaron su control a la fuerza- por lo 
ocurrido, y disponer el pago de indemnizaciones a las víctimas de torturas y a 
los familiares de muertos y desaparecidos. 
Y esto a pesar de que Brasil ratificó en 1992 la Convención Americana de 
Derechos Humanos, que declara imprescriptibles los crímenes de tortura, según 
señaló el abogado Fabio Konder al cumplirse 25 años de la amnistía. 
El poder que conservan los militares y su negativa a cualquier intento de 
esclarecer episodios ocurridos en los 21 años en que gobernaron con mano dura y 
sin control alguno, se demuestra en la falta de progreso hasta hoy de los 
intentos por reabrir los archivos de la dictadura. 
La cerrada oposición castrense se da a pesar de que virtualmente no existen 
exigencias de apertura de procesos contra los culpables, sino sólo la demanda de 
que se esclarezca toda la verdad de lo ocurrido en esas dos negras décadas para 
Brasil.