Latinoamérica
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Osvaldo
Calle
Bolpress
En el siglo XIX, el general
Mariano Melgarejo, un ex sargento que llegó a la presidencia en Bolivia,
agobiado por las dubitaciones de sus partidarios, les dijo: "O me seguís
coraceros, o me destapo la tapa de los sesos". Impresionados ante tal amenaza,
los coraceros le siguieron, el ex sargento se convirtió en el presidente de uno
de los regímenes más nefastos de la historia boliviana. En el mismo estilo, el
ahora presidente boliviano Carlos Mesa, ha puesto a los bolivianos en una
encrucijada: o me apoyan o me voy, esto en momentos en los que aparentemente se
habían limpiado todas las trabas para la Cámara de Diputados apruebe una ley que
obligue a las poderosas petroleras a pagar el 50 por ciento de regalías en favor
del Estado Boliviano.
En
el siglo XIX, el general Mariano Melgarejo, un ex sargento que llegó a la
presidencia en Bolivia, agobiado por las dubitaciones de sus partidarios, les
dijo: "O me seguís coraceros, o me destapo la tapa de los sesos". Impresionados
ante tal amenaza, los coraceros le siguieron, el ex sargento se convirtió en el
presidente de uno de los regímenes más nefastos de la historia boliviana. En el
mismo estilo, el ahora presidente boliviano Carlos Mesa, ha puesto a los
bolivianos en una encrucijada: o me apoyan o me voy, esto en momentos en los que
aparentemente se habían limpiado todas las trabas para la Cámara de Diputados
apruebe una ley que obligue a las poderosas petroleras a pagar el 50 por ciento
de regalías en favor del Estado Boliviano.
El
anuncio de Mesa, convertido en el presidente que más veces esgrimió la amenaza
de renuncia, dividió al país y exacerbó los enfrentamientos entre diferentes
sectores sociales, aunque sólo la opinión de unos pocos --de los poderosos-- es
reflejada en los grandes medios de comunicación.
Pero el fondo de la renuncia "a medias" del Presidente --no es una renuncia
irrevocable, sino simplemente una amenaza-- no se encuentra en el último
melodramático discurso, sino en el que emitiera dos meses atrás, cuando los
ahora escandalizados empresarios y cívicos cruceños le disputaban a El Alto la
capacidad de bloquear las ciudades y convocar cabildos.
"Uno puede resistir un mes, dos, tres, o cuatro, con demagogia y con mentira,
pero no más que eso, créanme no más que eso. Todo acto irresponsable cobra
factura, todo acto que se hace sabiendo que lo único que uno logra es contentar
a la gente, termina convirtiéndose en un hecho que revierte en contra de uno",
dijo el Presidente la noche del 9 de enero, resumiendo todo lo que hizo a lo
largo de su mandato.
En octubre de 2003, no dudó en aparecer en las manifestaciones populares al lado
de Jaime Solares, Felipe Quispe y dirigentes alteños a quienes les prometía, una
y otra vez, impulsar la llamada "agenda de octubre" y llevar a juicio a los
responsables de la masacre que dejó un saldo de 60 muertos. Pero, Mesa --quien
hasta poco tenía como principal aliado a Evo Morales-- intentó jugar a dos
bandas. Quiso llevarse bien con dios y con el diablo, sean estos los movimientos
sociales y las empresas transnacionales dependiendo el punto de vista, y ahora
le tocó pagar su factura.
Con su amenaza de "destaparse la tapa de los sesos", Melgarejo convenció a sus
coraceros a seguirlo hasta tomar el Palacio de Gobierno. Convertido en
Presidente fue el hombre que dio el inicio a la exvinculación de tierras a las
comunidades campesinas, y fue capaz de regalar territorio boliviano a cambio de
un caballo, el famoso Holofernes.
En el momento actual, no deja de ser llamativo el momento en el que Mesa anuncia
su "jugada maestra": cuando la Cámara de Diputados se aprestaba a reconsiderar
el nuevo esquema tributario de la Ley de Hidrocarburos, discusión en la que al
gobierno y a las empresas petroleras se les había acabado los argumentos para
evitar la aprobación de una norma que obligaría a las trasnacionales petroleras
a subir el pago de regalías del 18 al 50 por ciento. En otras palabras, la
renuncia de Mesa es, en el fondo, una de las cartas fuertes de las petroleras.
Al igual que Melgarejo, Mesa tiene hoy modernos "coraceros" que, pañuelos
blancos en manos, salen a las calles para demandar la continuidad del presidente
que amenaza con irse a su casa, si los movimientos sociales no dejan de pedir
mejores condiciones de vida como resultado del aprovechamiento de los recursos
naturales que tiene el país.
Estos nuevos "coraceros", movilizados con la única consigna de mantener a Mesa
en el poder, tienen más cobertura en los medios de comunicación que la de otros
miles que se encuentran todavía movilizados exigiendo la salida de "Aguas del
Illimani", la aprobación de una Ley de Hidrocarburos que beneficie a los
bolivianos y la convocatoria a una Asamblea Constituyente para refundar el país.
Después de su renuncia, Mesa sabe que no podrá gobernar en las mismas
condiciones de antes. Ya no podrá pedir el apoyo de Evo Morales ni tampoco
tendrá la simpatía de la ciudad de El Alto. Por eso, el todavía presidente
insiste en la realización de un pacto social, una iniciativa del que él era un
ferviente partidario cuando era vicepresidente de Sánchez de Lozada, aunque el
pacto social inevitablemente está condicionado por los temas que motivaron el
actual conflicto.
Ahora el Congreso --que ya no representa la correlación de fuerzas existentes en
Bolivia-- tiene en sus manos la decisión de aceptar la renuncia del presidente,
aunque los grupos de poder ya generaron una corriente de opinión que intenta
obligar a los congresales a rechazar un posible cambio presidencial. En esta
posición están todos los partidos que hasta octubre de 2003 apoyaron la gestión
de Sánchez de Lozada.
¿Tendrán los "coraceros" fuerza suficiente para mantener a Mesa en el poder?
¿Por cuánto tiempo?