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Internacional

Tragedia en estados unidos: dónde están las fronteras

Jorge Gómez Barata

Todavía son pocos los que preguntan o critican para no ser inoportunos ni parecer oportunistas, mas hay algo inexplicable en la tragedia norteamericana asociada al huracán Katrina.
Los desastres causados por los monzones en Bangladesh y los huracanes en Centroamérica, no son culpa de la lluvia o de los vientos, sino de la pobreza y sus eternos compañeros: incultura, incompetencia, falta de iniciativa, desidia e incapacidad de los gobiernos para disponer de efectivas instituciones de defensa civil. No es el caso de los Estados Unidos, donde todo sobra: dinero, recursos, conocimientos científicos, personal calificado y capacidad organizativa.
En el mundo de hoy, particularmente en el norte desarrollado, la naturaleza, quizás tiene poco que ocultar. Eficientes redes de satélites, radares, sensores de todo tipo, computadoras que realizan millones de cálculos en minutos y establecen correlaciones entre fenómenos separados por enormes distancias, monitorean el clima mundial minuto a minuto.
Con espacial celo son vigilados los sitios problemáticos y los procesos peligrosos: fallas tectónicas, volcanes, altas montañas con nieves perpetuas, lluvias, tornados y tifones. No sólo en la tierra, sino en las entrañas del sol, en las profundidades del Sistema Solar y en los confines de la galaxia, la naturaleza es cada vez más predecible. Más cerca, en el Atlántico, El Caribe, el Golfo de México, los huracanes son el enemigo número uno.
En las Antillas, el Mar Caribe, el Estrecho de la Florida y el Golfo de México, las tormentas tropicales, los ciclones y los huracanes son repetitivos hasta lo rutinario. Todos los años se forman en la misma época, siguen trayectorias parecidas, azotan los mismos lugares.
Respecto a "Katrina" el aviso # 1 de Depresión Tropical fue emitido por el Centro Nacional de Huracanes de Miami Florida, a las 5 PM del 23 de agosto de 2005, el impacto sobre Miami tuvo lugar en la noche del 25 y no fue hasta el 29 que penetró en Luisiana. Habían trascurrido seis días desde el primer aviso y cuatro desde que se azotara Miami.
Es cierto que ante la inminencia de la colisión, se ordenó la evacuación de la ciudad. Un millón de personas emprendieron la huída por su cuenta, cosa que según los expertos, puede ser un error. En esos casos corresponde a los organismos de defensa civil organizar y fiscalizar todas las etapas de la operación y dirigir a los evacuados hacia zonas seguras. Muchos de los que se marcharon, tomaron la dirección que luego siguió el huracán.
Los profanos nos escandalizamos al enterarnos de la vulnerabilidad de Nueva Orleáns, edificada a seis pies bajo el nivel del mar y atrapada entre el río Mississippi, el lago Pontchartrain y el Golfo de México, cualquiera de ellos con potencial suficiente para sepultarla bajo millones de metros cúbicos de agua.
Para la gobernadora, la evacuación y protección de la población se transformó en una pesadilla logística y el alcalde lamentó que hubiera demasiadas agencias involucradas y sin capacidad para coordinar entre si.
Quienes más rápidamente reaccionaron fueron las compañías de seguro que midieron en pesos la magnitud de la tragedia. El dato que más he escuchado en estos días es el de 26 mil millones y la evaluación más sustantiva es que se trata del huracán más caro de la historia.
No es demasiado pronto para echar en cara a los neoliberales, a donde conduce la tesis de menos gobierno y las consecuencias que puede traer el debilitamiento del Estado. Tal vez se convenzan ahora de que la idea de privatizar la seguridad pública no es tan buena y podamos retornar al precepto de que la búsqueda del bien común y la seguridad ciudadana son el principal cometido del Estado.
Obviamente, las autoridades locales, estaduales y nacionales de los Estados Unidos, no son culpables por el huracán, pero si pudieran serlo de la imprevisión.
Gonfalón del bucólico sur norteamericano, hecha de paisajes serenos, gente reaccionaria y culta, prósperas plantaciones y negros mansos, la multicultural Nueva Orleáns, otrora principal puerto para el comercio de esclavos en el sur de la Unión, asumió sin complejos la cultura haitiana, convirtiéndose en una especie de Vaticano del Vudú.
Por estar asentada sobre los pantanos que forman el delta del Mississippi, sufrió grandes epidemias de
fiebre amarilla, malaria y viruela. Por enfermiza, sincrética, mestiza y coqueta, se aproximó al Tercer Mundo al que hoy parece pertenecer.
No ella sino la entidad mayor, Estados Unidos, nos ha dejado perplejos: la emblemática Nueva Orleáns, no está menos indefensa que una humilde aldea de Bangladesh.