Internacional
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El legado geopolítico de Bush
Immanuel Wallerstein
La Jornada
En los últimos días, los periódicos nos dicen que George W. Bush está
preocupado por su legado histórico. ¿Por qué cosas lo recordarán los
historiadores que escriban dentro de 25 años? Tal vez piensa que lo recordarán
por impulsar la "libertad" en el mundo y, tal vez, en particular en Medio
Oriente. Esto me resulta muy poco probable. Creo que será recordado por asegurar
un viraje geopolítico importante que será duradero: el eje París-Berlín-Moscú.
Esto me viene a la mente justo ahora, porque el 18 de marzo hubo una reunión en
París entre los líderes de Francia, Alemania y Rusia (más España). No se decidió
nada extraordinario en dicha reunión. Fue más bien un acontecimiento ordinario,
ahora bastante común. Es la tranquila regularidad de estas reuniones lo que hay
que resaltar.
Los virajes geopolíticos son análogos al movimiento de las placas tectónicas de
la Tierra. Las placas tectónicas se mueven bajo la superficie visible. Se mueven
continuamente. Las placas convergen y divergen. En ciertos puntos la presión de
las placas convergentes o las fisuras entre las placas divergentes conducen a
una explosión que conocemos como terremoto. Por analogía, en la arena
geopolítica nos damos cuenta de las explosiones resultantes de la convergencia
durante el estallido de las "guerras mundiales". No es posible pasar por alto
las guerras mundiales pero es menos probable que nos demos cuenta del fenómeno
de divergencia, que conduce a reconfiguraciones duraderas de las alineaciones
geopolíticas lo que, en términos geológicos, sería la creación de nuevos
continentes diferenciados.
El mundo geopolítico tuvo una convergencia/guerra mundial importante de 1914 a
1945 entre Alemania y Estados Unidos, de la cual emergió un nuevo orden mundial
que resultó de la hegemonía de Estados Unidos en el sistema-mundo. Este nuevo
orden tenía una línea de desajuste importante definida por la guerra fría,
pero las dos placas de este orden mundial nunca convergieron. Nunca hubo guerra
álgida entre ambos adversarios. Por otra parte, al mismo tiempo, había
tendencias divergentes. La que Estados Unidos temía más era la posiblidad de que
Europa se saliera de la alianza del Atlántico norte, lo que habría conducido a
una alineación París-Berlín-Moscú.
Hubo muchos movimientos pequeños en esta dirección. La idea de un vínculo
París-Moscú fue sugerida en varias formas por Charles de Gaulle, que vio esto
como un modo de restaurar la centralidad de Francia y Europa en el sistema-mundo.
Pero el tratado franco-soviético que él firmó en 1944 quedó sumergido por la
fuerza de las alineaciones de la guerra fría, y debe decirse que también
por la fuerza del Partido Comunista Francés de entonces, un elemento que
preocupaba tanto a De Gaulle que sintió que debía trabajar por refrenarlo.
Estados Unidos y los demócrata cristianos en Alemania trabajaron mucho por
evitar la concreción de una Alemania reunificada y "neutral", que habría sido
precursora de un segundo tratado de Rapallo entre Alemania y la Unión Soviética.
Pero la posibilidad quedó sugerida una vez más en la Ostpolitik de Willy
Brandt, a la cual se opuso Estados Unidos con bastante dureza. Y cuando Mijail
Gorbachov asumió el poder en la Unión Soviética, ofreció la visión de "la casa
común" de Europa, idea que después se abandonó cuando Boris Yeltsin sustituyó a
Gorbachov.
El hecho es que todos estos intentos por moverse en la dirección de un eje
París-Berlín-Moscú se toparon no sólo con la oposición estadunidense sino con
una oposición exitosa, debido a que Estados Unidos blandió la fisura ideológica
de la guerra fría. Sin embargo, se hizo más difícil usar este argumento
tras la disolución de la Unión Soviética y el colapso de los comunismos de la
Europa central y del este. Ahora, las placas geopolíticas comenzaban,
lentamente, a moverse en definitiva en dirección divergente. Después de 2001 lo
que ocurrió fue que George W. Bush, en su fallido intento por intimidar a Europa
occidental y a Rusia, logró la gran hazaña de acelerar la divergencia entre
Europa y Estados Unidos. Hoy está en proceso de consolidarse una fisura
importante. Nos daremos cuenta de qué tan permanente es esta fisura quizá en
unos 10 años. Pero cuando los historiadores de 2025 contemplen este periodo,
marcarán esta relineación como el gran legado geopolítico de Bush, la única
transformación que podrá atribuirse directamente a las actividades de su
gobierno.
La pregunta es, por supuesto, si esto cambiará el curso de la vida del
sistema-mundo. Este posicionamiento de Europa como un actor político bastante
diferenciado de Estados Unidos se combinará con la caída del dólar, que dejará
de ser la divisa única de reserva, y ambos factores se reforzarán mutuamente.
Estados Unidos emergerá de esto muy debilitado, no sólo en fuerza real; también
en cómo se percibe su fuerza, incluida su fuerza militar. Y entonces nos
hallaremos en otro juego de pelota.
Habrá tres tramas geopolíticas qué observar. Una es la competencia económica
entre Europa y Asia oriental en pos del papel central en la acumulación de
capital en las décadas venideras. El grado de cohesión política que Europa y
Asia oriental puedan lograr por separado tendrá un impacto importante en el
resultado de esta competencia. La segunda será la lucha de los países que
podrían llamarse potencias económicas medias, que son también los gigantes
regionales -India, Brasil, Sudáfrica, por lo menos-, por mantener su equilibrio
y reafirmar su posición (y sus alianzas) en esta nueva arena geopolítica. La
tercera es ver cómo podrá ajustarse Estados Unidos a estas nuevas realidades,
siendo que su posición real, y la percepción que ésta genera, serán mucho
menores que hasta ahora.
Si uno ha de observar esta realineación y sus efectos sobria e inteligentemente,
es crucial no analizar sus virajes diarios, semanales o aun anuales. Estos
fluctuarán para arriba y para abajo con cierta volatilidad, igual que la bolsa
de valores sube y baja todo el tiempo. Lo que importa son las tendencias de más
largo plazo. Es más, es importante tomar las posturas públicas de las
principales figuras con una pizca de sal. Todos los políticos tienen que
dirigirse a múltiples públicos, y todos recurren a tácticas de desinformación.
Es menos lo que dicen (aunque a veces la retórica pública resulte muy
reveladora), o lo que prometen hacer; es lo que hacen realmente.
En cualquier caso, dentro del contexto general de la decadencia del poder de
Estados Unidos, en lo más inmediato presenciamos el declive de la importancia de
lo que Bush diga o haga. El pináculo de su fuerza política interna ya pasó, y
pronto lo veremos cosechar los reveses geopolíticos que Estados Unidos habrá de
enfrentar. Tal vez se le culpará más de lo analíticamente justo. Pero otros
pensarán que se lo tiene muy merecido.
Traducción: Ramón Vera Herrera
© Immanuel Wallerstein