Europa
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Jean Charles de Menezes, (QEPD)
Norman Madarasz
Traducido para Rebelión por Germán Leyens
El electricista brasileño de 27 años, Jean Charles de Menezes fue asesinado por un escuadrón de ataque antiterrorista en Londres el viernes 22 de julio. Siete balas atravesaron su cráneo y despedazaron su cerebro, mientras un octavo proyectil destrozó su columna vertebral. Su muerte hundió en el duelo a una familia rural pobre en Brasil, y causó la indignación de decenas de miles de inmigrantes y estudiantes brasileños en Inglaterra.
Horrorizado ante su muerte, su primo, Alexandre Pereira, no pudo controlar su cólera. La autorización del gobierno inglés de asesinato preventivo de potenciales atacantes suicidas, sigue la misma lógica que las atrocidades cometidas por las fuerzas estadounidenses y británicas en Irak, dijo. El gobierno inglés tiene experiencia en el uso de tales poderes de emergencia otorgados por el Estado contra ciudadanos y extranjeros por igual. Los métodos utilizados en Irlanda del Norte y en Irak se han vuelto contra su tierra de origen.
Pero Jean Charles no era árabe, paquistaní, ni musulmán. El 22 de julio, después de abandonar su hogar para dirigirse a su trabajo, fue seguido por una pandilla de civil. No podía sospechar que estaba formada por agentes policiales. Ningún crimen que pudiera haber cometido durante su viaje puede justificar su brutal asesinato, ni la reivindicación del Estado de su monopolio del uso legal del homicidio. Los antecedentes étnicos y nacionales de Jean Charles no tenían nada que ver con Irak. Los brasileños han manifestado continuamente su oposición a la invasión y ocupación de ese país. Su fe religiosa tampoco tenía nada que ver con el Islam. Pero su muerte no habrá sido en vano, porque ha dado a la comunidad musulmana un cierto respiro para conservar su dignidad.
Como hiciera Bush anteriormente, al transformar los ataques terroristas del 10 de julio en el 11–S de Inglaterra, Blair está aprovechando el pánico civil para ajustar cuentas. Su conferencia de prensa del 26 de julio fue la de tenor más internacional desde su apoyo inequívoco a los planes militares de Bush y Sharon para Medio Oriente. Insistió, enmarañó y rechazó todo intento de, según dice, "justificar" los ataques terroristas. Pero su pose apenas proyecta la silueta patética de un adversario imaginario.
Como en el caso del 11–S, los actos fueron cometidos por seres humanos. Algunos de estos individuos eran dedicados trabajadores comunitarios. El que algunos de ellos hayan sido ciudadanos británicos simplemente subraya cuán cerca se halla Europa del Medio Oriente y del Norte de África, a diferencia de Estados Unidos, y cuán profundamente la historia puede arrancar los acontecimientos de un presente oprimido. Estos individuos pensaron sus actos, los planificaron, y los ejecutaron. Parte del plan, que involucraba de modo criminal el asesinato de civiles inocentes, incluye que el hecho sea pagado con sus propias vidas.
Igual que el 11–S, la aceptación del horror de estas alternativas es un acto mediante el cual los ciudadanos se esfuerzan por comprender los motivos de la revuelta, por dementes y ciegos que estos sean. Ese análisis no tiene absolutamente ninguna relación con una "justificación". La actuación de duro de la película de Blair no puede intimidar a ningún atacante suicidad en potencia. Pero lo que se proponía era amenazar a cualquiera que se opusiera a su política de terror estatal militarista en Irak.
La democracia deliberativa no le debe nada a los caprichos totalitarios. Todos los ciudadanos tienen un derecho inalienable a condenar las acciones criminales de su gobierno, y a insistir en su responsabilidad. El que los actos criminales de un puñado de individuos hayan comprometido la condición social y el deseo pacífico de los musulmanes de una plena integración en la cultura y la vida británicas será la consecuencia de la innoble cobardía de Blair en su apoyo a los intereses corporativos de su país (petróleo y armas) por sobre las vidas de civiles inocentes en Irak – y en Inglaterra.
Porque las advertencias eran obvias. La naturaleza de esta guerra ha cambiado con la miniaturización del armamento y de los explosivos. En sus guerras coloniales, las potencias europeas condenaban como terroristas a los que empleaban tácticas de guerra de guerrillas para organizar a la población sometida desarmada. En su actuación, las potencias europeas, Inglaterra y Francia y luego Estados Unidos, en Kenia, Argelia, Indochina, Corea y Vietnam, bombardearon a gente armada sólo con fusiles desde el aire, y masacraron a decenas de miles de civiles "únicamente para darles un ejemplo". Pero las potencias aprendieron la estrategia de la guerra de guerrillas y enseñaron a los futuros oficiales los secretos que aprendieron a través de sus derrotas.
Contra los tiros tecnológicos con miras infrarrojas, la revuelta organizada se ha hecho aún más dura. Se ha abierto el camino para el camino horroroso y deprimente del auto-sacrificio mientras se arrastra al infierno a inocentes, en la creencia de que el paraíso espera al final del camino del espíritu. Sin tener en cuenta las convicciones religiosas detrás del yihád, las soluciones políticas favorables a las poblaciones musulmanas de Medio Oriente no han formado jamás parte de la ecuación anglo-estadounidense. Con los logros de la población del G7 en la democracia deliberativa, gran parte de la cual inspiró las guerras de independencia libradas en India, Argelia, Cuba y otros sitios, los gobernantes autoritarios que se esfuerzan por cumplir con las corporaciones se ven obligados a buscar caminos diferentes para persuadir y engañar.
Las campañas de desinformación siguen reglas de eficiencia. Inevitablemente, fracasan llegado el momento. Los tecnócratas del riesgo hacen cálculos de probabilidades para prepararse para posibles rebotes, y para anticipar las posibles pérdidas financieras resultantes. Desde ya hace dos años, ha quedado en claro para cualquier observador medianamente interesado que la ocupación iraquí, pasando por Abu Ghraib, ciudades destruidas como Faluya, interminables muertes civiles y brutales allanamientos de casas particulares, ha elevado el límite del coeficiente terrorista en la guerra de guerrillas a niveles hasta ahora desconocidos.
Ni una palabra para condenar la tortura ha sido pronunciada por el desvergonzado Blair. El mismo Blair que clasificó a todos los combatientes chechenos de la resistencia como terroristas calumnia ahora a los miembros de la distinguida comunidad musulmana inglesa como potenciales terroristas. ¿Qué pasaría si Jean Charles de Menezes hubiese sido musulmán? Sin duda, el aparato dominante británico habría ladrado ante cualquier queja de la comunidad islámica, rechazando el daño colateral como resultado de actos cometidos por "su propia especie". El asesinato del brasileño Jean Charles resulta en una cierta redención al permitir que los musulmanes británicos reafirmen sus derechos a expresar su oposición a las políticas británicas autoritarias y racistas
Siempre hubo una alternativa a la de Blair en la reacción ante el 11-S. Más allá de Francia y Alemania, hubo la de Canadá. Hospitalario para todo estadounidense afligido en esos tenebrosos días, Canadá abrió hacia adentro sus fronteras. Lo que recibió a cambio fue el desinterés estadounidense y la inconsciencia de Bush, combinados con acusaciones infundamentadas contra el control fronterizo canadiense.
Existe otro camino, Mr. Blair. No es el de las ejecuciones sancionadas por el Estado, sino el de la humildad. El que el socialismo jamás haya estado ligado a su nombre es una mancha histórica sobre la política progresista. Su manera europea de gobernar, actuando con urbanidad en el interior mientras impone sus políticas imperialistas en el extranjero, es una antigua farsa hipócrita. Perpetúa la mentira misma con la que la civilización británica trató de erradicar la voz francesa de Canadá, y las voces de naciones del mundo entero.
Existe otro camino. Se llama paz y diálogo. Por lo menos un país en la Comunidad Británica de Naciones, Canadá, lo ha reconocido. Otra nación en las Américas, Brasil, también se ha mantenido firme en cuanto a la paz internacional. La inocencia ha sido asesinada para que la voz de la protesta pueda respirar. Y eso es lo que hará.
Norman Madarasz, canadiense, es profesor de filosofía en visita (Bolsista CAPES/Brasil) en la Universidad Gama Filho, Rio de Janeiro. Agradecería el envío de eventuales comentarios a: nmphdiol2@yahoo.ca.