Europa |
|
Sobre la reunión del G-8
Gleneagles, Escocia
Ignacio Ramonet
La Voz de Galicia
Dicen que no son el directorio del planeta pero, de hecho, ellos -los miembros
del G-8- son los que mandan. Este año, este selecto club de los siete países más
ricos del mundo (Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y
Reino Unido) más Rusia, han decidido reunirse en un lugar remoto, reservado en
tiempo ordinario a la élite de los multimillonarios: el castillo-hotel de
Gleneagles, cerca de la ciudad de Perth, en Escocia.
Antes, estas cumbres se celebraban con desenvoltura y ostentación en lugares muy
céntricos. Pero a medida que el movimiento altermundialista se ha ido
organizando, y ha identificado al G-8 como uno de los principales motores de la
globalización y por consiguiente como uno de los mayores responsables de las
injusticias de este mundo, han arreciado las denuncias y las protestas contra
ese «comité director del globo». Consecuencia: los dirigentes del G-8 buscan
ahora la discreción absoluta y se reúnen en lugares cada vez menos accesibles,
reforzando así su imagen de grupo de privilegiados alejados de las
preocupaciones de los comunes mortales. Hay quien prevé que llegará el día en
que, hostigados por las víctimas de la globalización, los ocho líderes tendrán
que reunirse en alta mar, a bordo de un navío, en pleno océano...
Como era de esperar, la cumbre de Gleneagles, que empieza hoy y dura hasta el
viernes, no ha pasado desapercibida. Desde hace una semana se suceden a través
del mundo manifestaciones de protesta contra los amos del mundo para incitarles
a tomar medidas en favor de los olvidados de la tierra, que son más de la mitad
de la humanidad. El sábado pasado, más de millón y medio de personas asistieron
a los conciertos de solidaridad contra la pobreza que se celebraron en diez
grandes ciudades del planeta. Ese mismo día, en Edimburgo, capital de Escocia,
unos 250.000 manifestantes desfilaron contra la manera injusta en que el G-8
gobierna el mundo. Hoy mismo hay una marcha multitudinaria hacia el hotel donde
se encuentran reunidos los ocho líderes, y aunque la residencia ha sido
protegida por una alambrada nueva y miles de efectivos militares, no se excluye
que los manifestantes consigan pasar. Por eso, los servicios de seguridad ya han
previsto un plan B, que consiste en evacuar por helicóptero a los dirigentes y
trasladarlos a otro castillo situado a 32 kilómetros. Por si acaso, hasta se ha
previsto un plan C: llevar a los líderes a un lugar secreto de Londres...
Todo esto da idea del acoso legítimo al que van a ser sometidos los principales
responsables de las grandes injusticias creadas por la globalización liberal. El
programa de trabajo tiene dos principales puntos: la ayuda al desarrollo, en
particular para África; y el cambio climatico.
Pocos avances hay que esperar en este segundo tema mientras el presidente Bush
sigue negándose a ratificar el protocolo de Kyoto. Para tratar del primer punto,
y como coartada en dirección de la opinión pública mundial, han invitado a
partir de mañana a cinco pesos pesados planetarios: China, India, Brasil, México
y África del Sur, ademas de Kofi Annan, secretario general de la ONU. La idea de
Tony Blair, que preside este G-8, es reducir la deuda externa de los países
intermediarios, después de haber reducido la de los países pobres de África.
Gerhard Schröder y Jacques Chirac consideran que eso es insuficiente, que los
Estados ricos deben, además, aumentar el porcentaje de ayuda a los países pobres
para alcanzar, en 2012, el tan anhelado 0,7% del PIB. Pero también defienden,
con el apoyo de los grandes países del Sur y el de España, la idea de una
pequeña tasa internacional sobre todos los billetes de avión en el mundo, lo
cual permitiría, en 2006, obtener una dotación de más de 10.000 millones de
euros. Suma con la que ya se podría, de inmediato, empezar a reducir la gran
probreza.
Lo que cada día irrita más a la gente, y sobre todo a los jóvenes, es ver que
los recursos abundan y las soluciones existen para erradicar la pobreza, pero
que falta la voluntad política. ¿Hasta cuándo?