Europa |
Sobre los atentados en Londres
No es lo mismo
Javier Ortiz
Apuntes del Natural
Sorprende la enorme cantidad de editorialistas y comentaristas del Primer Mundo
que afirman hoy con perfecto aplomo que la terrible serie de atentados que se
produjo ayer en Londres «no tiene ninguna relación con la guerra de Irak». ¿Cómo
lo saben?
Aducen que antes del ataque angloamericano contra Bagdad ya se habían registrado
atentados de este tipo en sitios muy diversos del mundo.
El argumento no se tiene en pie. Todo depende de qué se entienda por atentados
«de este tipo», de en qué fecha se fije el inicio de las hostilidades, del
número de gobiernos que cada cual sume al campo tenido por agresor... Nadie
–salvo los propios autores de los atentados– conoce sus motivaciones exactas,
pero no veo cómo cabría descartar que lo sucedido ayer en Londres esté
íntimamente relacionado con el papel que está jugando Blair como primer aliado
de la cruzada mundial que George W. Bush está desarrollando desde su elección
como presidente de los EEUU.
Algo semejante se debe objetar a quienes afirman que la masacre de ayer no puede
vincularse «de ninguna manera» con la designación de Londres como sede olímpica
del 2012. De acuerdo en que una serie de atentados como ésa no se planifica y
ejecuta en menos de 24 horas. Pero nadie en su sano juicio puede desdeñar la
posibilidad de que la acción hubiera sido preparada hace tiempo y que sus
autores estuvieran a la espera del momento en que su ejecución les pudiera
proporcionar un mayor rendimiento propagandístico. De atenernos a las normas de
funcionamiento de lo que se conoce como «propaganda armada» –porque de eso se
trata–, lo extraño sería más bien lo contrario.
Las simplificaciones son muy cómodas. Nada más confortable que describir lo
sucedido ayer en Londres como el fruto del desvarío sangriento de un puñado de
fanáticos enloquecidos que no soportan lo muy sensato, lo muy demócrata, lo muy
libre y lo muy confortable que es el mundo occidental, tan bien representado por
el G-8 + Putin.
Más complicado es buscar un punto de equilibrio político y mental que permita a
la gente de bien rechazar –más en concreto: sentir repugnancia– por métodos tan
inicuos como los empleados por los terroristas de Londres (y de Madrid, y de
Nueva York, y de Bali) y, a la vez, no dejarse engañar por las bellas melifluas
palabras de gente como Blair, como Bush, como Sharon, como Giscard, como Putin...
Es decir, de la gente que defiende a capa y espada un orden universal despiadado
y corrupto.
Ya sé que no es lo mismo cortar fríamente el cuello a una niña en un vagón del
metro –o hacer que salten en pedazos cuatro docenas de viandantes anónimos, o
que revienten seis embarazadas sin pecado original– que firmar una orden de
bombardeo en un despacho lujoso, o ratificar una ley solemne que autoriza la
tortura, o respaldar un préstamo usurero a gran escala que generará más y más
pobreza en más y más pobres.
Ya sé –digo– que no es lo mismo. Pero me pregunto si no será lo mismo sólo
porque cada monstruo está especializado en sus propios horrores.