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El gobierno del mundo
El G-8 no tiene voluntad política para suprimir la pobreza y las injusticias que alimentan el terrorismo
Ignacio Ramonet
El Periódico de Catalunya
La serie de criminales atentados en los transportes públicos de Londres, que
tan trágicamente recuerdan los del 11-M del 2004 en Madrid, han coincidido con
el comienzo de la cumbre del G-8 en Gleneagles, Escocia. Si se confirma la
autoría de un grupo liado a la red Al Qaeda, quedaría claro que no es al G-8 en
tanto que directorio del planeta a quien va dirigido el siniestro mensaje de
muerte, sino a algunos de sus miembros, en particular a aquellos dirigentes que
decidieron o apoyaron la invasión y la ocupación de Irak.
Los atentados de Londres son doblemente criminales, primero por las víctimas
inocentes que han causado, y segundo porque impiden, de momento, reflexionar
serenamente sobre las grandes injusticias creadas por la globalización liberal.
Injusticias que, en definitiva, nutren el terrorismo en el mundo. Y tema que,
por una vez, estaba al orden del día de la cumbre del G-8. En efecto, el
programa de trabajo tenía dos principales puntos: la ayuda al desarrollo, en
particular para África; y el cambio climático.
Pocos avances se esperaban en este segundo tema, y no los habrá mientras el
presidente Bush siga negándose a ratificar el Protocolo de Kioto. Aunque
algo se ha movido. Durante su estancia en Dinamarca, en vísperas de la cumbre de
Gleneagles, George Bush admitió que "la superficie de la Tierra se ha
recalentado y que el aumento de las emisiones de gases con efecto invernadero
provocadas por la actividad humana contribuye a agravar el problema". En el
comunicado final, sin embargo, los líderes sólo se disponían a admitir que la
comunidad científica internacional está de acuerdo en que se está produciendo un
recalentamiento climático... Sin atribuir responsabilidades a nadie en
particular, cuando todos sabemos que Estados Unidos es el país más contaminador
del planeta. Aunque recomiendan la puesta a punto y la adopción de nuevas
tecnologías más "limpias" que permitan economizar energía y produzcan menos
dióxido de carbono.
Esta recomendación resulta de una gran preocupación: a medio plazo, es decir
dentro de unos 20 años, países emergentes como la India o China, que no han
firmado el Protocolo de Kioto y que mantienen como prioridad el crecimiento a
toda costa, producirán gigantescas cantidades de C02. Esta megacontaminación
puede echar por tierra los esfuerzos de aquellos países preocupados por el
cambio climático. De ahí la necesidad de fijar algún tipo de acuerdo que permita
transferir tecnologías no contaminantes y financiar métodos de desarrollo no
contaminantes. Todo esto no será posible si los países ricos --y en especial
EEUU-- no se comprometen seriamente a modificar su propia política de
despilfarro energético.
PARA TRATAR de África, y como coartada en dirección de la opinión pública
mundial, habían invitado a los jefes de Estado de África del Sur, Argelia,
Etiopía, Ghana, Senegal y Tanzania, además de Kofi Annan, secretario
general de la ONU. La idea de Tony Blair, que presidía este G-8, era
reducir la deuda externa de los países intermediarios, después de haber reducido
la de 13 países pobres de África. También proponía aumentar la ayuda pública al
desarrollo (APD) de 25.000 millones de dólares por año durante el próximo lustro
hasta alcanzar el 0,75% del PNB.
El presidente Bush se ha opuesto a ello bajo el pretexto de que África no
sería capaz de absorber tal cantidad de capitales. Sin embargo, la ayuda
propuesta por Blair es inferior a lo que esta contando la guerra de Irak.
Otros observadores han recordado que Estados Unidos consintió consagrar, después
de la segunda guerra mundial, no el 0,75% de su PNB, sino el ¡1%! durante cuatro
años para ayudar a reconstruir Europa con el Plan Marshall.
Durante la cumbre, Gerhard Schröder y Jacques Chirac han insistido
en que los países ricos deben aumentar el porcentaje de ayuda a los países
pobres para alcanzar, en 2012, el tan anhelado 0,7% del PIB. Pero también
defienden, con el apoyo de los grandes países del Sur y el de España, la idea de
una pequeña tasa internacional sobre todos los billetes de avión en el mundo, lo
cual permitiría, en 2006, obtener una dotación de más de 10.000 millones de
euros. Suma con la que ya se podría, de inmediato, empezar a reducir la gran
pobreza.
PERO SI se quiere ayudar de verdad a África (continente en el que la renta per
cápita ha disminuido de 25% entre 1975 y 2003, y en donde la esperanza de vida
ha disminuido hasta niveles de hace 40 años), los países ricos tendrían que
tomar, con urgencia, cinco medidas. Primero, suprimir definitivamente la deuda
externa (por cada dólar prestado, África ya ha devuelto 1,3 dólares sólo en
intereses). Segundo, suprimir las subvenciones a las exportaciones agrícolas que
inundan, a precios de saldo, los mercados de los países en desarrollo y
destruyen la agricultura local. Tercero, abrir los mercados agrícolas de América
del Norte, Unión Europea y Japón a los productos africanos. Cuarto, aceptar que
los países africanos establezcan una política proteccionista en favor de sus
producciones locales, tanto agrícolas como industriales, sin que el FMI o el
Banco Mundial los sancione. Y quinto, reorientar la investigación farmacéutica
para curar las epidemias endémicas de África (cuando hoy, el 90% de ésta está
orientada a mejorar la vida del 10% de la población rica mundial).
Lo recursos abundan y las soluciones existen para erradicar la pobreza en África
y en el resto del mundo, pero falta la voluntad política. ¿Cuando se acabará de
admitir que suprimiendo la pobreza y las injusticias se elimina una de las
principales causas del terrorismo en el mundo?