Europa |
La constitución europea y el secreto del régimen neoliberal
John Brown
« Quedan los intelectuales »
(Stalin)
No se ha evaluado aún suficientemente en qué medida el informe elaborado por
Iossip Visarionovitch Stalin sobre la constitución soviética de 1936 constituye
un paradigma del pensamiento y la acción de amplios sectores de las clases
políticas actuales. En este texto, que pretende situar histórica y socialmente
la carta magna del régimen, se afirma:
« La clase de los terratenientes, como es sabido, fue ya suprimida gracias a
la victoria obtenida en la guerra civil. En lo que respecta a las demás clases
explotadoras, han compartido la suerte de la clase de los terratenientes. Ya no
existe la clase de los capitalistas en la esfera de la industria. Ya no existe
la clase de los kulaks en la esfera de la agricultura. Ya no hay comerciantes y
especuladores en la esfera de la circulación de mercancías. Todas las clases
explotadoras han sido, pues, suprimidas.
Queda la clase obrera.
Queda la clase campesina.
Quedan los intelectuales. »
Intriga el estatuto de las clases que quedan: por un lado las clases explotadas
que son los campesinos pobres y el proletariado, por otro la « intelligentsia »,
la intelectualidad convertida en clase aliada y consejera del proletariado.
Curiosa situación esta, pues se afirma algo tan extraño como que una clase que
sólo se define por su explotación, el proletariado, puede subsistir como tal
habiendo desaparecido la explotación y los explotadores y que un sector social
definido por su formación y actividad preponderantemente intelectual se erige en
clase al margen de la lucha de clases. En resumen, que hay clases -incluso
explotadas- sin lucha de clases y que estas clases cooperan armoniosamente entre
sí inspiradas por la inteligencia.
Esta imagen del cara a cara entre el proletariado « no explotado » y la
intelligentsia « no explotadora » describe en buena medida el funcionamiento
político de la izquierda. Su influencia va mucho más allá del stalinismo y cubre
el conjunto del pensamiento y acción de la izquierda oficial, cuya
representación de sí misma es la de una masa de trabajadores manuales dirigida
por una vanguardia representativa cuya legitimidad se basa en un saber:
dialéctica y « economía marxista » para los más « radicales » o derecho y
economía burguesa para los socialdemócratas o social liberales. El poder de
estos dirigentes sobre la multitud se basa en su saber, se justifica mediante
« análisis » de una racionalidad pretendidamente superior a la de la chusma.
Tribunos de la plebe ante las clases dominantes o vanguardias revolucionarias,
los dirigentes de esta izquierda pretenden saber. La forma más caricatural de
ese saber son las famosas « Obras completas » que los distintos dictadores
stalinistas se fueron componiendo en vida ellos mismos o con la ayuda de negros.
Si Lenin tenía sus obras completas, cómo podrían vivir sin ellas un Stalin, un
Ceausescu o un Kim Il Sung? Lenin tomaba, sin embargo, decisiones políticas, a
veces sumamente arriesgadas y a menudo en contra de la teoría marxista y de sus
propios escritos, mientras que Kim Il Sung llegó a ser representado por sus
artistas oficiales como « el líder querido y estimado del pueblo coreano
escribiendo una obra clásica ». Fantástica obra clásica esta que no tiene que
someterse al tribunal de la crítica, pues dado su autor es siempre ya
clásica...Y es que el saber en determinados regímenes como el stalinista o en
neoliberal – a veces gestionado por tránsfugas del stalinismo- sí ocupa lugar,
muy precisamente el lugar del poder.
El referéndum francés sobre la constitución europea ha dado ocasión de comprobar
cómo este poder/saber que no es ya ninguna exclusividad de la izquierda
autoriaria se ejerce en la actualidad en la democrática e ilustrada Europa. En
primer lugar, los promotores del referéndum tanto en Francia como en los demás
países europeos donde se consulta a la población, ven la consulta como un mero
trámite. No se trata de que la población decida, sino de que acate la
constitución como se acepta sin discutir una verdad científica sobre la
naturaleza. De qué habla la constitución europea sino de lo indiscutible, de esa
combinación de mercado libre y derechos humanos que, según Fukuyama señala el
fin de la historia? De un mercado que según la economía neoliberal dice la
verdad sobre los precios y la asignación de los factores de producción y de unos
derechos basados, según sus defensores, en la naturaleza humana. Ciertamente,
también habla la constitución de políticas judiciales y policiales comunes que
se saltan cualquier garantía jurisdiccional, de lucha antiterrorista y de
política exterior común en estrecha coordinación con la OTAN, pero todo esto
forma parte también de la verdad del mercado y de los derechos humanos, pues
constituye su condición de posibilidad. Sólo en una sociedad segura, libre de
elementos perturbadores tanto internos como externos es posible que los agentes
del mercado desplieguen plenamente su actividad. « Laissez faire, laissez passer
...Podríamos completar: « ce qui est normalisé ». Sólo lo normalizado por la
represión y el control mancomunados por los Estados miembros puede circular
libremente, con los debidos papeles, por el mercado interior. El resto se queda
fuera o naufraga en las pateras o acaba en los circuitos de superexplotación o
en las cárceles o en los renacidos campos de concentración para « solicitantes
de asilo ». La verdad natural del mercado y de los derechos humanos es así un
elaborado constructo al que se pretende dar un paradójico valor normativo, pues
sólo enuncian un deber ser en la medida en que reflejan lo que es. Y es que la
economía y los derechos humanos no son objeto de decisión política. Quien ponga
en cuestión esta doble legitimación a la vez pragmática y altruista del actual
sistema de poder es un orate, un terrorista o en el mejor de los casos un
ignorante.
La constitución europea nada tiene que ver con un futuro federal de Europa sobre
el que sería posible -e incluso necesaria- una decisión política de los
ciudadanos. Si la constitución europea transfiere soberanía, la transfiere al
mercado mediante una autolimitación concertada de la soberanía de los distintos
Estados que contribuyen así a la creación y perpetuación del mercado único. Ello
no significa que se constituya ninguna instancia federal con carácter político,
capaz de decidir como sujeto de derecho internacional su política exterior y de
defensa, su política monetaria o su política comercial. Según la constitución
europea y los actuales, los órganos europeos son en estos ámbitos
respectivamente subalternos a la OTAN, el Banco Central Europeo cuyo esto lo
hace independiente del poder político y dependiente del mercado y la OMC.
Las élites autoproclamadas de la Europa neoliberal, los políticos, los
empresarios, los medios de comunicación, se han instituido hoy en intelligentsia,
dentro del marco de una « economía del conocimiento » de la que habrían
desaparecido la lucha de clases y la explotación. A lo que apelan hoy cuando
piden que se apruebe su constitución no es a la libre decisión constituyente de
los ciudadanos sino a su competencia y su nivel intelectual, pues de lo que se
trata es de que reconozcan el óptimo marco de gobernanza que se les propone como
individuos libres y propietarios en un mercado « securizado ». La sociedad del
conocimiento no es la del debate y la discusión democráticos, sino la de la
demostración científica basada en la experiencia, de ahí que un gran número de
los Estados de la Unión Europea haya optado por la vía parlamentaria para
ratificar la constitución, con resultados casi soviéticos de un 90% o más de
aprobación. Qué menos se puede esperar cuando se propone a nuestra consideración
algo tan evidente como un teorema matemático? Por ello mismo, las élites
francesas y europeas se han visto enormemente sorprendidas al comprobar que una
mayoría bastante amplia de los ciudadanos consultados niega la verdad y la
evidencia y se opone a la constitución. Ahora, cuando ya es demasiado tarde,
lamenta no haber mostrado la prudencia de Schröder y otros numerosos dirigentes
europeos que prefirieron reservar a los representantes parlamentarios la
decisión sobre un texto tan complejo, o al menos la de Zapatero que convocó un
referéndum pero impidió en concertación con la derecha que hubiera el más mínimo
debate público sobre el texto.
No se puede, sin embargo negar que el referéndum haya tenido un valor
pedagógico: quizá haya descubierto una parte de la población francesa el gran
secreto del liberalismo: que los ámbitos de realidad que en este régimen se
presentan como naturales e indiscutibles y que quedan consagrados en la
constitución europea, son el resultado de una decisión política y que una vez
deshecha esta ilusión pueden tomarse otras decisiones en otro sentido. Que la
economía no es una esfera naturalmente autónoma respecto de la política, sino
que su pretendida autonomía es el resultado de una decisión política camuflada
de constatación científica. Que los derechos humanos tampoco tienen ninguna
vigencia natural y sólo existen cuando se traducen en derechos civiles y
políticos efectivos. Por mucho que el curioso frente que va de Giscard d'Estaing,
Haider o Gianfranco Fini hasta el mismísimo Toni Negri, pasando por ese maestro
en corrección política que es Zapatero se empeñe en imponer su « verdad » frente
a la ignorancia de la chusma, rara vez se ha visto por estos pagos al rey tan
desnudo. Ánimo, fantasma amigo: sigue recorriendo Europa.