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Argentina: La lucha continúa

Obstinada, Esther

  Alfredo Boccia Paz

  Esther ha vuelto. Tardó 28 años, es cierto, pero demostró que ni el tiempo puede con su obstinación. Ya no estará en una tumba NN. Ahora descansará exhibiendo su nombre de mártir: Esther Ballestrino de Careaga.
  La historia excepcional de esta maestra y doctora en bioquímica arranca con su militancia febrerista y feminista durante su juventud asuncena (Paraguay). La guerra civil de 1947 la obliga a radicarse con su esposo, Raimundo Careaga, en Buenos Aires. Allí, en junio de 1977, su hija Ana María, de 16 años y embarazada de cuatro meses, sería secuestrada por la dictadura militar argentina.
  Esther la buscó en comisarías, juzgados y cuarteles.
  Así conoció a otras madres que también buscaban a los suyos. Fue de las primeras en ponerse un pañuelo blanco a la cabeza y marchar cada jueves a la tarde en la Plaza de Mayo, frente a la sede del gobierno.
  De otras madres, escuchó que los "desaparecidos" no volvían. Pero Esther, obstinada, lograría reencontrar a Ana María, que había sido torturada en el tétrico campo de concentración conocido como El Atlético y, luego de unos meses, sorpresivamente liberada.
  Esther se refugió con sus hijas en Suecia. Pero su obstinación la hizo volver muy pronto junto a las "Madres" de la plaza. Había salvado a su hija, pero sentía que su obligación era luchar por el regreso de otros. Argumentaba que, a diferencia de las otras mujeres, ella tenía experiencia política y eso sería útil.
  El 8 de diciembre de 1977 Esther, que tenía entonces 59 años de edad, asistía a una reunión con familiares de desaparecidos en la iglesia de Santa Cruz. El grupo había sido infiltrado por el entonces teniente de fragata Alfredo Astiz. Varias "Madres" y tres monjas francesas fueron secuestradas por un grupo comando y conducidas a la Escuela de Mecánica de la Armada.
  Desde allí, unos días después, Esther fue alzada en uno de los "vuelos de la muerte" y arrojada al Atlántico. Su historia debería terminar aquí, como la de miles de desaparecidos durante el genocidio argentino.
  Pero Esther, obstinada, volvió con el mar. En los últimos días de 1977 aparecieron varios cadáveres en las playas del balneario de Santa Teresita. Fueron rápidamente enterrados en el cementerio de General Lavalle, 300 kilómetros al sur de Buenos Aires. La burocracia policial registró, sin embargo, sus huellas dactilares en un viejo expediente y, hace muy poco, un equipo de antropólogos forenses identificó los restos de Esther, junto a los de otras dos fundadoras de Madres de Plaza de Mayo. Todos los cuerpos presentaban fracturas óseas como las producidas por caídas desde gran altura.

  Esther volvió y, obstinada, no solo venció al olvido sino también a la mentira. Estos cuerpos, recuperados del mar e identificados, constituyen la primera evidencia científica indiscutible de la existencia de los "vuelos de la muerte". Esther, que impregnó su vida de ejemplar generosidad, terminó transformando su
muerte en irrefutable instrumento de justicia.

 Maravillosamente obstinada, Esther.