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Argentina: La lucha continúa

A doce años de su muerte:

Germán Abdala: una interpelación que no cesa

Carlos Girotti

En la víspera de cumplirse doce años de la muerte de Germán Abdala, parece imposible sustraerse a un recordatorio que no caiga en los lugares comunes de la anécdota, el pasaje risueño, el momento emotivo o la frase imperecedera. De hecho, la figura de Germán admite esas recurrencias: un líder ausente suele ser más asequible en la memoria de un pequeño detalle que en la complejidad histórica de su papel y de su ejemplo. Quizás por esto, siempre haya sido más cómodo glosar a Germán como persona (su voluntad indómita desde la silla de ruedas) o al personaje de Germán (su simpatía, su capacidad de seducir), que ponerlo en el presente como una pregunta sin respuesta o como una señal inequívoca de lo que hay que hacer y no se hace.

Digámoslo así: desde los fragores de diciembre de 2001, la presencia de Germán Abdala es una interpelación constante, un interrogante que no cesa. Su actualidad no es la del ícono sino la de un cuestionamiento profundo a los modos de entender y practicar la política como acción transformadora. Acaso ¿es posible omitir el contraste entre su decisión de disputar una candidatura en la lista del PJ –cuando ya ni rastros quedaban de la “renovación” cafierista- y el vacío de orientación de lo más orgánico del movimiento popular tras la caída de De la Rúa? ¿Cuál es la distancia que media entre aquella decisión, tan sólo apoyada en la parcial y frágil representación social que lo investía, y este desconcierto ante un proceso popular que irrumpe más allá de todo cálculo y estimación y se sostiene sin que la clase dominante atine a controlarlo y sin que el propio proceso destile una dirección orgánica? ¿Se puede ser dirigente con el solo fundamento del interés corporativo o para serlo, en verdad, es preciso saber expresar el interés público? Si en una situación de defensiva como la de los 90, la creación del Grupo de los 8 y la apelación a ese interés público sirvieron para atalonar a toda la resistencia ¿por qué en condiciones infinitamente mejores para acumular fuerzas y neutralizar al enemigo hay un permanente deslizamiento hacia la denuncia como único modo de intervención política? ¿Si la larga marcha a través del desierto menemista recién concluiría en diciembre de 2001, por qué para avanzar ahora se menta la falta de una autopista de seis carriles?

Es curioso el paralelismo que, con relativa prescindencia de los hombres y los momentos que protagonizaron, se repite como un sino a lo largo de nuestro historia . Ahí está el ejemplo del abogado Manuel Belgrano: jefe supremo de un ejército desvencijado y en retirada que, de pronto, contrariando toda lógica desacata la orden porteña y con una tropa que no llega ni a la mitad de su oponente, le asesta un golpe formidable en Tucumán y luego lo expulsa de Salta. Caerá más tarde, disponiendo de paridad numérica, en la pampa de Vilcapugio y en el barranco de Ayohuma y la frontera norte sólo será restablecida, tras el fracaso de Rondeau, con la guerrilla de Guemes y la tozudez de Warnes y Arenales. En las peores circunstancias, una decisión inimaginable asegura un salto cualitativo, mientras que en las mejores, la cavilación garantiza, como mucho, un estancamiento.

La dimensión histórica y la vigencia de Germán Abdala, así como las de los patriotas y revolucionarios que lo antecedieron, no empieza ni termina en el perfil épico. Son el modo y la calidad de su intervención activa en la realidad y, sobre todo, el tenor de las transformaciones operadas con dicha intervención lo que cuenta a la hora del balance. Y éste no admite dobleces: al igual que el poncho celeste y blanco que el coronel José Superí amarrara en lo más alto de la iglesia de Salta, la bandera de Germán sigue siendo una señal inequívoca para la ofensiva de nuestro pueblo.-

 (*) Foto de ATE Neuquén