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Argentina: La lucha continúa

Argentinos
Seamos felices por fin...

Daniel Campione

El diario Clarín del sábado 23 nos ofrece una foto del presidente Kirchner junto al gobernador de Córdoba, José Manuel de la Sota, consecuente sustentador del presidente Menem en los años 90’. Están, se dice, ultimando los detalles para acordar las listas de candidatos del justicialismo allí. Lo mismo está ocurriendo en otras provincias, en las que el presidente pacta con figuras clave de la década menemista, conservadoras en lo político y lo cultural, servidores incansables de los intereses del gran capital, cuya política hacia las mayorías populares está signada por el clientelismo, el sometimiento silencioso, o la represión, cuando aquellos faltan. Marchitada la ilusión inicial en la ‘transversalidad’ progresista, ésta ha quedado confinada a un rol de instrumento político secundario, mientras las viejas estructuras del PJ vuelven a florecer al calor de su reciente lealtad ‘kirchnerista’. Y el presidente se prepara para ‘plebiscitar’, su gestión en las elecciones parlamentarias de octubre, buscando un triunfo amplio que le confiera la legitimidad por el voto que no tuvo en su tortuosa elección en abril de 2003.
El Partido Justicialista ha logrado, una vez más en su historia, ‘re-convertirse’. En los 90’ dejó de lado aspectos sustanciales de su tradición para rescatar sólo su tradicional pragmatismo y el apetito desprejuiciado de poder, y tornarse una maquinaria electoral al servicio de las reformas neoliberales, además de funcionar como lobby de negocios estrechamente vinculado con el gran capital. Ahora pasa a sustentar una módica recuperación del discurso nacional-popular, y un nuevo (y limitado) tendido de relaciones con las organizaciones de las clases subalternas, al tiempo que acompaña una acotada re-distribución de fuerzas al interior del sindicalismo y hasta de las organizaciones piqueteras. A muchos cuadros que se alejaron del partido durante la época Menem, los reincorpora al conjuro de la vindicación de la historia popular y nacionalista; o, sobre todo a los inclinados más hacia la izquierda, los vuelve a sumar a través de organizaciones menores cuyo distintivo es la relación directa y la lealtad al presidente K. El tradicional desdoblamiento gobierno-oposición dentro del propio peronismo, se reproduce a través del antagonismo Kirchner-Duhalde, a condición de que todos afirmen que ‘este es nuestro gobierno’. No hay lugar para quienes no reconocen la supremacía K, como Menem y los Rodríguez Saa, lo que conlleva la ventaja de que ambos serían aliados ‘impresentables’.
Esas operaciones vienen a coincidir en el tiempo con la preocupación ante la inflación, desatada en lo fundamental por la exportación a altos precios en dólares de bienes primarios; y la importación, también a elevado costo en dólares, de insumos indispensables para la producción de bienes industriales, todo lo cual impulsa hacia arriba los valores de los artículos de consumo. Pero elevadas figuras del gobierno culpan una y otra vez a los incrementos salariales, y por eso se esfuerzan en detener cualquier amago de aumentos salariales generales. Sólo quieren que los haya particulares, y atados a la ‘productividad’. Alguien que se esforzara en reproducir el inveterado discurso patronal sobre las causas de la inflación y la ‘peligrosidad’ de la elevación de los sueldos, no lo haría tan bien. Y esto en épocas en que la desocupación, el trabajo informal o precario, la superexplotación disfrazada de ‘cuentapropismo’, dejan fuera de cualquier discusión salarial a la mayoría de los trabajadores, lo que relativiza aun más la supuesta potencialidad inflacionaria del nivel de sueldos, como se ha señalado con justicia en estos días.
En los últimos meses se han producido varios conflictos obreros, que si bien no afectaron a sectores con alto número de trabajadores, tuvieron en algunos casos especial resonancia, como hace unos meses el del subterráneo de Buenos Aires, y ahora el que afecta al principal hospital de niños del país. Desde el gobierno ya se ataca la finalidad ‘política’ de quienes dirigen las huelgas, mientras se estrecha el entendimiento con la CGT y sus dirigentes máximos. Cada vez más, los ‘piqueteros’ amigos del gobierno, los periodistas de izquierda y los legisladores y ministros ‘progresistas’ aparecen como un componente subalterno de una coalición de fuerzas en la que el centro lo ocupan la ‘vieja política’, el sindicalismo burocrático, y en lugar menos visible pero protagónico, los grandes empresarios, especialmente los asociados a la exportación o al consumo de los sectores de alto poder adquisitivo.

A no equivocarse, el presidente mantiene sustancialmente intacta su popularidad, que cultiva con sus gestos de confrontación, parcial en sus alcances y limitada en sus efectos, con sectores de poder con comportamientos recalcitrantes: el obispado castrense y dos empresas petroleras multinacionales, entre los ejemplos más recientes. También lo apuntala fuerte el crecimiento económico de los años 2003 y 2004, que aunque no signifique más que un alejarse un tanto del fondo del pozo de los años anteriores, adquiere un valor especial a la luz de la prolongada recesión previa. No lo han rozado escándalos de corrupción, ni ha sufrido fracasos demasiado ostensibles de sus políticas de gobierno. Su política internacional sintoniza con el sentir de la mayoría de la población, con medidas como la abstención en las propuestas de condena contra Cuba, las relaciones amistosas con Lula y Tabaré Vásquez, las fuertes críticas al rol mundial de los ‘dogmas’ neoliberales.
Ha logrado, hasta ahora, restar eficacia a las críticas que se le formulan por izquierda. En parte, dedicando esfuerzos a presentarse, una y otra vez, como hostigado por múltiples manifestaciones del poder económico y de la ‘derecha’ en general. Un relato que puede denunciarse por falso, pero que cuenta con visos de verosimilitud, por ejemplo, en el plano mediático: Kirchner gobierna con el beneplácito de Página 12 y Le Monde Diplomatique, dos emblemas del periodismo ‘progresista’, mientras es fustigado por Ambito Financiero y Noticias, cabales representantes del conservadorismo. Otro recurso que se utiliza con habilidad es el de que el presidente aparezca, una y otra vez, a la izquierda de los más conservadores dentro del propio gobierno: Desmiente o matiza los bandazos más ‘ortodoxos’ del ministro de Economía, desautoriza las tolerancias excesivas hacia los militares del de Defensa. Y cuando se emite palabra ‘oficial’ criticando a trabajadores huelguistas y otros descontentos, hablan funcionarios del gobierno, casi nunca el presidente.
Otro componente de la ecuación es la ‘pobreza’ de la oposición que brota a su izquierda, acosada por el divorcio entre figuras con resonancia electoral y organizaciones con densidad social y capacidad de hacer propuestas verosímiles; además de por la dificultad objetiva de articular un discurso que sea claramente más radical que el de Kirchner, sin sonar por ello ‘insensato’, alejado de las posibilidades reales que otorga la situación. Ocurre, además, que muchos de los que aspiran a revistar en la oposición progresista tienen un discurso más radical que el del gobierno, pero no pueden exhibir prácticas que superen realmente la media de la política tradicional. Las alianzas oportunistas, los livianos cambios de posición, el divorcio con las bases que los apoyan, el manejo burocrático y antidemocrático de las organizaciones sociales y políticas que dirigen, forman parte de su historial e incluso de su presente. No está claro que no sean, ellos también, parte de esos ‘todos’ que la consigna de 2001 proclamaba que debían irse, y se quedaron.
Lo realmente innovador, las organizaciones piqueteras, las asambleas vecinales, las corrientes sindicales de base, las múltiples organizaciones alternativas que actúan en la cultura y la comunicación, siguen en los márgenes de la vida política. En algunos casos, haciendo de la necesidad virtud, blasonan de su falta de articulación política, del repliegue sobre lo particular y local, como supuestas garantías de una ‘pureza’ que amenaza terminar lentamente fagocitada por el establishment. No se las puede acusar, es cierto, ni de dejarse cooptar por el oficialismo, ni de sumarse a una oposición sin principios. Pero sí podría imputárseles la no articulación de iniciativas que puedan superar las aporías de la política tradicional, animándose al mismo tiempo a dar combate en todos los terrenos, incluso el electoral, a disputar hegemonía con las visiones que detienen su ‘progresismo’ en el respeto acrítico hacia la ‘economía de mercado’ y la democracia representativa; a meterse a codazos en los espacios que no los convocan, en vez de denunciarlos desde lejos.
Mientras el cuadro político siga en las condiciones actuales, casi todo apunta a que buena parte del país se repliegue en la cómoda creencia de que el actual gobierno es efectivamente, el ‘progresismo posible’; que nada de lo que hay a su izquierda vale realmente la pena, y de que es mejor esperar en sus casas un futuro sobre cuyo rumbo no tienen nada para hacer. Hasta el día de las elecciones, en que votarán silenciosos... y festejarán discretamente la derrota de los aspirantes locales a Aznares o Berlusconis. ¿Qué los salarios están más bajos que en diciembre de 2001? ¿Qué con un Plan para desocupados se cobra lo mismo que hace dos años y se compra la mitad? ¿qué las empresas privatizadas en la era Menem siguen abusando de sus usuarios? Habrá que conformarse con caras de preocupación (cuando no encogerse de hombros), y con la convicción de que, después de todo, K es mejor presidente que Menem o De la Rúa. Satisfechos de haber aprendido la lección de que, en nuestra democracia no hay nada más inútil (y peligroso) que proponerse con seriedad algo distinto a lo realmente existente... Y a seguir adelante, que aquí no ha pasado nada...