Fusilamientos de adolescentes: la muerte sigue rondando el barrio de Lugano
Sebastián Hacher
La Haine
Sucedió en la madrugada del viernes pasado, pero la muerte siguió flotando en Lugano como un fantasma conjurado por la certeza de que el fusilamiento de la niña Camila Arjona no fue el primero ni será el último, sino apenas uno más en una lista cuyos alcances se pierden en los pasillos sinuosos de Villa 20.
Aquella noche, tres policías estaban tomando cocaína y cerveza en la calle principal de la villa, una avenida difusa y torcida que divide el barrio en dos. En esa zona hay un pequeño centro comercial, que por las noches se convierte en un punto de encuentro para los jóvenes que ahogan el tiempo tomando una cerveza o fumando un porro entre varios. Para no llamar la atención, los pibes se sientan en las entradas de los pasillos oscuros que bordean esa calle. Desde allí también es donde se pueden ganar unos segundos de ventaja si la patota policial intenta algún ataque sorpresivo, montados en coches de civil o vestidos como cualquier transeúnte normal.
La noche de aquel viernes fatal; ese fue el punto de largada del raid que terminó con la muerte de Camila.
La primer víctima de la furia policial fue un joven de 16 años, al que los agentes interceptaron mientras iba camino a su casa. "Andá a comprarme merca", inquirió uno de ellos. "No se donde hay", contestó el adolescente, sabiendo que colaborar con la policía en esos asuntos es algo que siempre termina mal para los jóvenes. Como la respuesta no conformó a los atacantes, comenzó una golpiza que sólo terminó cuando el pibe tuvo la cara deformada, había perdido un diente y dejado una mancha de sangre contra un poste de luz.
Luego siguió la escena tantas veces relatada en los últimos días: los policías molestando a otro grupo de jóvenes, Camila saliendo con su novio a ver que pasaba, la lluvia de balas policiales –se secuestraron 26 vainas en total- y el cuerpo de la madre niña recibiendo dos balas por la espalda.
Después, los policías avanzaron para buscar a los jóvenes que habían logrado escapar. En el camino, uno de esos policías se paró frente a la joven baleada, la tomó por los cabellos, la dio vuelta para mirarle a la cara, dijo "uy, nos equivocamos", y le pegó un puntapié en medio de la cabeza. Para ese entonces, Camila ya estaba muerta.
Naturalidades
El primer rumor comenzó antes del amanecer. Muchos vecinos del barrio confundían a la joven asesinada con otra chica a la que llamaremos Paula, también de 14 años, pero que a diferencia de Camila es adicta a la pasta base y comete pequeños robos en barrio para sostener la dependencia a una droga que la está matando rápidamente. En un primer momento, algunos familiares de Paula, alertados por esos rumores, se acercaron hasta el lugar de los hechos para reconocer el cuerpo y desmentir que se trataba de ella.
Extraviada del sistema judicial de menores, para los vecinos del barrio la niña Paula era y es una candidata segura a morir con una bala policial en la espalda. Es que el fusilamiento de niños víctimas de las drogas como la pasta base, y de los niños pobres en general, se ha naturalizado a tal punto que hasta se especula con cuál va a ser el próximo en caer. A veces, como en los casos de ‘Pipi’ Álvarez, de 21 años, Daniel Barbosa y Marcelo Acosta, de 17 años de edad, todos fusilados en la zona, las víctimas sabían de antemano que iban a morir: los policías le habían comunicado la sentencia en las frecuentes torturas, detenciones y allanamientos ilegales que prologaron sus asesinatos.
Uno de los máximos impulsores de ese mecanismo de ‘limpieza social’ es famoso en la zona bajo el sobrenombre de "El Percha". Se trata del sargento Rubén Solares, que hasta hace poco prestó servicios en la brigada de investigaciones de la comisaría 52, de donde eran los policías que mataron a Camila.
El "Percha" Solares fue trasladado de la Comisaría 52 luego de que el programa ‘Ser Urbano’ mostrara, a mediados del año pasado, la protección policial que gozaban los narcotraficantes de Mataderos y Lugano. Pero el Percha, además, es acusado de al menos media docena de fusilamientos, donde se repitieron rituales como rematar a las víctimas mientras están arrodilladas en el piso, llevarse algún trofeo, ir a sus sepelios y hasta dejar un pedazo de percha sobre el cuerpo de las víctimas. Esta situación es pública desde Agosto del 2004, e incluso desde antes (1).
Durante su dominio sobre Villa 20, Percha fue acusado de montar un sistema que hace una semana permitió que estén sobre el tablero todos los elementos para que la niña Camila Arjona fuera fusilada.
En el esquema de Percha, los narcotraficantes pagaban un impuesto para poder trabajar, diezmo que muchas veces se daba en especias. Complementariamente, el propio Percha fue señalado como el organizador de bandas de jóvenes que robaban en los comercios indicados, que luego pagaban protección policial para tener seguridad. Y según muchas fuentes, los fusilamientos en la zona eran una forma de sacar del medio a los jóvenes que se no se cuadraban a la disciplina policial.
Continuidad
El Sargento Rubén "Percha" Solares actualmente revista en la Superintendencia de Investigaciones, en Madariaga y General Paz, muy cerca de Villa 20. No son pocos los que aseguran que sigue frecuentando la zona donde supo reinar y durante el fin de semana, muchos vecinos pensaron que Pecha había vuelto de la forma mas sangrienta que se pudiera imaginar. "Fue él", repetían niños y viejos cuando se sabían los detalles de la muerte de Camila, pero todavía no se conocían los nombres de los tres policías detenidos por el crimen.
Una vez que se supieron las verdaderas identidades de los asesinos, las cosas se empezaron a acomodar; los policías ahora detenidos, Adrián Bustos, Miguel Ángel Cisneros y Mariano Almirón, no eran desconocidos en la zona. La confusión de nombres se había originado, simplemente, porque los agentes de la 52 habían demostrado ser fieles a la doctrina perfeccionada por Percha.
En la parte más baja de la Villa, por donde pasa la vía del ferrocarril, un puente marca el fin de la urbanización, y el comienzo de un campo lleno de pequeños caminos peatonales que pueden tener diferentes destinos. Por allí uno puede ir a tomar el tren, pero también puede caminar hasta perderse entre los árboles y llegar, por un descampado, hasta Soldati, destino obligado para conseguir sustancias prohibidas que en Lugano a veces escasean.
"Ahí, abajo del puente, paraban estos policías -cuenta Paula, una joven madre del barrio- haciendo guardia para agarrar a los pibes cuando vuelven de Soldati. Los revisaban, los cagaban a palos y les sacaban lo que tenían: o faso (marihuana), o plata, o lo que sea". "A algunos", agrega, "los hacían desnudar, pero nadie quiere contar que es lo que pasaba ahí, porque todos tienen muchísimo miedo".
En el fusilamiento de Camila, pero también en ese rosario de torturas y abusos cotidianos, se volvió a poner sobre el tablero la permanencia de ese esquema mafioso sobre el que descansan los negocios policiales. Nadie pudo explicar, por ejemplo, que hacían los tres policías de civil tomando cerveza y cocaína a esa hora en una villa, ni a quién le estaban brindando protección en ese momento. Quizás porque se trata de costumbres que a fuerza de repetirse se volvieron tan naturales como los fusilar adolecentes por la espalda.
Buenos Aires, 7 de Abril del 2005
(1) Al respecto, ver: http://argentina.indymedia.org/news/2005/04/282049.ph