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Nuestro Planeta


23 de marzo del 2004

Transgénicos, salud y contaminación

Silvia Ribeiro
La Jornada

Prácticamente todas las familias de un pequeño pueblo de Mindanao, Filipinas, que viven alrededor de campos de maíz transgénico, comenzaron a tener problemas respiratorios e intestinales, con fiebre y reacciones en la piel, durante el periodo de mayor cantidad de polen de maíz en el aire. El centro de salud de la zona les dijo que era la época de gripe y que seguramente era más contagiosa que de costumbre. Cuatro de las familias que salieron por un tiempo a otras zonas se curaron totalmente, pero al regresar a sus casas volvieron a tener los síntomas. La organización civil filipina SEARICE, que acompaña a los campesinos en proyectos de conservación de semillas criollas, se alarmó y contactó a Terje Traavik, director del centro científico Norwegian Institute for Gene Ecology. Traavik, que desde hace varios años estudia en su laboratorio los posibles efectos de los transgénicos en la salud, viajó a Filipinas y tomó pruebas de sangre de las familias afectadas.

El 24 de febrero de 2004, durante las negociaciones del Protocolo de Cartagena sobre Bioseguridad en Malasia, Traavik, junto con varios otros científicos independientes de la industria (una especie en peligro de extinción), presentó resultados preliminares de estos estudios. Las muestras de sangre contenían anticuerpos IgA, IgC y IgM, indicadores de respuesta inmunológica a la presencia de la toxina Bt (Bacillus thuriengiensis), que es la que contiene el maíz transgénico sembrado en los campos aledaños.

En lenguaje común: los síntomas de las familias campesinas se deberían a alergias producidas por el polen de maíz transgénico Bt que inhalaron en los campos.

Traavik agregó que hace años muchos científicos señalan que existe una alta probabilidad de que los cultivos transgénicos generen alergias. En el Reino Unido, las alergias a la soya aumentaron en 50 por ciento luego de que se comenzó a importar soya transgénica. Sin embargo, no se hicieron estudios para confirmar el vínculo. En diciembre de 2003, un grupo de científicos rusos anunció que los síntomas de alergia se habían multiplicado por tres en los recientes tres años, y que el consumo de productos transgénicos podría ser la causa principal. En Estados Unidos, con alto consumo de productos transgénicos, también aumentan las alergias.

Un estudio financiado por el gobierno de Estados Unidos en 1999 reportó que agricultores que usaban Bt en aerosol como insecticida, mostraron síntomas de sensibilidad en la piel, y se les encontró la presencia de anticuerpos IgE y IgC, considerados parte de una respuesta alérgica. La reacción fue mayor cuando había mayor exposición al aerosol Bt. En estos casos, la cantidad y el periodo de exposición al Bt fue relativamente poco. Los cultivos Bt por otra parte, crean un equivalente de cantidad de exposición de 10 a 100 veces mayor. Y, según el comunicado del Institute for Gene Ecology, algunas semillas Bt multiplican esta última proporción otras 10 a 100 veces más.

El 23 de febrero, la Unión de Científicos Preocupados de Estados Unidos, presentó un informe que muestra que altos porcentajes de las semillas convencionales de soya, maíz y canola de ese país, están contaminados con ADN transgénico. Alertan sobre el riesgo de desaparición futura de las semillas libres de transgénicos y la amenaza de contaminación de la cadena alimentaria con transgénicos modificados para producir farmacéuticos y productos industriales.

El primero de marzo, el diario The New York Times retomó con preocupación este informe en un editorial y concluyó: "Contaminar las variedades de cultivos tradicionales es contaminar el reservorio genético de las plantas de las que ha dependido la humanidad en gran parte de su historia". Refirieron como ejemplo grave la contaminación del maíz en México, "hogar ancestral del cultivo y sitio de la mayor diversidad de éste".

Apremiaron a que el gobierno encare estudios amplios sobre el tema, y agregaron: "ya es tiempo de que los cultivos genéticamente modificados sean sometidos a un sistema de pruebas más riguroso y coherente. La escala del experimento en el que se ha embarcado a este país (Estados Unidos) -y los efectos potenciales sobre el medio ambiente, la cadena alimentaria y la pureza de las semillas tradicionales- demanda vigilancia en la misma escala".

En la misma semana, los representantes de la Secretaría de Agricultura de México, en el Protocolo de Bioseguridad, apoyados por sus homólogos de Brasil, presionaban por medidas menos restrictivas en la identificación de transgénicos, "para no perturbar el comercio internacional".

En ambos países se discuten leyes de bioseguridad en el Congreso, que parecen ignorar todos estos datos y muchos más que cada día evidencian nuevos peligros de los transgénicos.

A espaldas de los intereses de sus poblaciones, de campesinos, indígenas, consumidores y de responsabilidad por la enorme biodiversidad de ambos países, estas propuestas son, sobre todo, una puerta legal para el aumento de la proliferación transgénica. Lo que necesitamos ya no son leyes de bioseguridad -la única seguridad que garantizan es la de las inversiones del puñado de empresas multinacionales que producen y comercian transgénicos.

La contaminación ya existe y por este camino será peor. Lo que necesitamos es un no a los transgénicos de la misma escala del experimento a que nos han sometido.